Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo

Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo
Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo

sábado, 31 de diciembre de 2011

ZENIT - Vivir nuestra vocación filial bajo la bendición de Dios y de María Santísima

ZENIT - Vivir nuestra vocación filial bajo la bendición de Dios y de María Santísima

María Madre de Dios Evangelio Misa Domingo 1 de enero 2012




Evangelio según san Lucas  2,16-21



En aquel tiempo, los pastores fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel Niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho. Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno.

Autor: SS Juan Pablo II | Fuente: Catholic.net
María, Madre de Dios
Durante la audiencia general del miércoles 27 de noviembre de 1996.




1. La contemplación del misterio del nacimiento del Salvador ha impulsado al pueblo cristiano no sólo a dirigirse a la Virgen santísima como a la Madre de Jesús, sino también a reconocerla como Madre de Dios. Esa verdad fue profundizada y percibida, ya desde los primeros siglos de la era cristiana, como parte integrante del patrimonio de la fe de la Iglesia, hasta el punto de que fue proclamada solemnemente en el año 431 por el concilio de Éfeso.

En la primera comunidad cristiana, mientras crece entre los discípulos la conciencia de que Jesús es el Hijo de Dios, resulta cada vez más claro que María es la Theotokos, la Madre de Dios. Se trata de un título que no aparece explícitamente en los textos evangélicos, aunque en ellos se habla de la «Madre de Jesús» y se afirma que él es Dios (Jn 20, 28, cf. 5, 18, 10, 30. 33). Por lo demás, presentan a María como Madre del Emmanuel, que significa Dios con nosotros (cf. Mt 1, 22­23).
Ya en el siglo III, como se deduce de un antiguo testimonio escrito, los cristianos de Egipto se dirigían a María con esta oración: «Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios: no desoigas la oración de tus hijos necesitados; líbranos de todo peligro, oh siempre Virgen gloriosa y bendita» (Liturgia de las Horas). En este antiguo testimonio aparece por primera vez de forma explícita la expresión Theotokos, «Madre de Dios».
En la mitología pagana a menudo alguna diosa era presentada como madre de algún dios. Por ejemplo, Zeus, dios supremo, tenía por madre a la diosa Rea. Ese contexto facilitó, tal vez, en los cristianos el uso del título Theotokos, «Madre de Dios», para la madre de Jesús. Con todo, conviene notar que este título no existía, sino que fue creado por los cristianos para expresar una fe que no tenía nada que ver con la mitología pagana, la fe en la concepción virginal, en el seno de María, de Aquel que era desde siempre el Verbo eterno de Dios.

2. En el siglo IV, el termino Theotokos ya se usa con frecuencia tanto en Oriente como en Occidente. La piedad y la teología se refieren cada vez mas a menudo a ese termino, que ya había entrado a formar parte del patrimonio de fe de la Iglesia.
Por ello se comprende el gran movimiento de protesta que surgió en el siglo V cuando Nestorio puso en duda la legitimidad del título «Madre de Dios». En efecto, al pretender considerar a María sólo como madre del hombre Jesús, sostenía que sólo era correcta doctrinalmente la expresión «Madre de Cristo». Lo que indujo a Nestorio a ese error fue la dificultad que sentía para admitir la unidad de la persona de Cristo y su interpretación errónea de la distinción entre las dos naturalezas -divina y humana- presentes en él.
El concilio de Éfeso, en el año 431, condenó sus tesis y, al afirmar la subsistencia de la naturaleza divina y de la naturaleza humana en la única persona del Hijo, proclamó a María Madre de Dios.

3. Las dificultades y las objeciones planteadas por Nestorio nos brindan la ocasión de hacer algunas reflexiones útiles para comprender e interpretar correctamente ese titulo. La expresión Theotokos, que literalmente significa «la que ha engendrado a Dios», a primera vista puede resultar sorprendente, pues suscita la pregunta: ¿cómo es posible que una criatura humana engendre a Dios? La respuesta de la fe de la Iglesia es clara: la maternidad divina de María se refiere solo a la generación humana del Hijo de Dios y no a su generación divina. El Hijo de Dios fue engendrado desde siempre por Dios Padre y es consustancial con él. Evidentemente, en esa generación eterna María no intervino para nada. Pero el Hijo de Dios, hace dos mil años, tomó nuestra naturaleza humana y entonces María lo concibió y lo dio a luz.
Así pues, al proclamar a María «Madre de Dios», la Iglesia desea afirmar que ella es la «Madre del Verbo encarnado, que es Dios». Su maternidad, por tanto, no atañe a toda la Trinidad, sino únicamente a la segunda Persona, al Hijo, que, al encarnarse, tomó de ella la naturaleza humana.
La maternidad es una relación entre persona y persona: una madre no es madre sólo del cuerpo o de la criatura física que sale de su seno, sino de la persona que engendra. Por ello, María al haber engendrado según la naturaleza humana a la persona de Jesús, que es persona divina, es Madre de Dios.


4. Cuando proclama a María «Madre de Dios», la Iglesia profesa con una única expresión su fe en el Hijo y en la Madre. Esta unión aparece ya en el concilio de Éfeso; con la definición de la maternidad divina de María los padres querían poner de relieve su fe en la divinidad de Cristo. A pesar de las objeciones, antiguas y recientes, sobre la oportunidad de reconocer a María ese título, los cristianos de todos los tiempos, interpretando correctamente el significado de esa maternidad, la han convertido en expresión privilegiada de su fe en la divinidad de Cristo y de su amor a la Virgen.
En la Theotokos la Iglesia, por una parte, encuentra la garantía de la realidad de la Encarnación, porque, como afirma san Agustín, «si la Madre fuera ficticia, sería ficticia también la carne (...) y serían ficticias también las cicatrices de la resurrección» (Tract. in Ev. Ioannis, 8, 6­7). Y, por otra, contempla con asombro y celebra con veneración la inmensa grandeza que confirió a María Aquel que quiso ser hijo suyo. La expresión «Madre de Dios» nos dirige al Verbo de Dios, que en la Encarnación asumió la humildad de la condición humana para elevar al hombre a la filiación divina. Pero ese título, a la luz de la sublime dignidad concedida a la Virgen de Nazaret, proclama también la nobleza de la mujer y su altísima vocación. En efecto, Dios trata a María como persona libre y responsable y no realiza la encarnación de su Hijo sino después de haber obtenido su consentimiento.
Siguiendo el ejemplo de los antiguos cristianos de Egipto, los fieles se encomiendan a Aquella que, siendo Madre de Dios, puede obtener de su Hijo divino las gracias de la liberación de los peligros y de la salvación eterna.



"Δόξα Πατρὶ καὶ Υἱῷ καὶ Ἁγίῳ Πνεύματι.
Καὶ νῦν καὶ ἀεί καὶ εἰς τοὺς αἰώνας τῶν αἰώνων Ἀμήν". 
Πῶς μὴ θαυμάσωμεν τὸν θεανδρικόν σου τόκον πανσεβάσμιε; 
Πείραν γὰρ ἀνδρός μὴ δεξαμένη Πανάμωμε, ἔτεκες ἀπάτορα Υἱόν ἐν σαρκί, τὸν πρὸ αἰώνων ἐκ Πατρός γεννηθέντα ἀμήτορα, μηδαμῶς ὑπομείναντα τροπῆν, ἤ φυρμόν, ἤ διαίρεσιν, ἀλλ' ἑκατέρας οὐσίας τὴν ἰδιότητα σώαν φυλάξαντα. Διό Μητροπάρθενε Δέσποινα, Αὐτόν ίκέτευε, σωθῆναι τάς ψυχάς τῶν ὀρθοδόξως, Θεοτόκον ὁμολογούντων σε. 


viernes, 30 de diciembre de 2011

30 de diciembre fiesta de la Sagrada Familia, Jesús ,Maria y José

LA FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA




Instituido con caracter universal en el pontificado de Juan XII.Los textos forman dos series; por un lado, los evangelios de los tres ciclos,junto con las antifonas de entrada y de comunión,



Los pastores fueron rápidamente y 
encontraron a María, a José y al recién 
acostado en el pesebre.

Antífona de entrada (Lc 2,16)


y, por otro, las demás lecturas y oraciones. La primera serie expone toda la infancia de Jesús: desde el pesebre hasta la primera manifestación del " misterio de Jesús " antes los doctores, que podría calificarse como la "manifestación  a los doce años", por lo que la fiesta aparece como una prolongación de la navidad.
La segunda serie presenta la sagrada familia como modelo de las virtudes dómestica de las familias cristianas. Por lo tanto, no se trata de una fiesta que aproxima  superficialmente a la infancia de Jesús, a su nacimiento,, sino que responde a motivaciones mucho más profundas entre las que destaca el hecho de la inserción del Verbo encarnado en la vida de los hombres en el seno de una familia, y la ejemplaridad de ésta para la nueva familia nacida del misterio del Verbo encarnado; la Iglesia.


Del año litúrgico y sus normas



35. La Navidad tiene su octava ordenada de este modo:

a) El domingo dentro de la octava, o en su defecto el día 30 de
diciembre, es la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José.
b) El día 26 de diciembre es la fiesta de san Esteban, protomártir.
c) El día 27 de diciembre es la fiesta de san Juan, apóstol y evangelista.
d) El día 28 de diciembre es la fiesta de los Santos Inocentes.
e) Los días 29, 30 y 31 son días de la octava.
f) El día 1 de enero, octava de Navidad, es la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, en la que se conmemora también la imposición del Santísimo Nombre de Jesús.
36. El domingo que cae entre el 2 y el 5 de enero es el domingo II después de Navidad.
37. La Epifanía del Señor se celebra el día 6 de enero, a no ser que se traslade al domingo entre el 2 y el 8 de enero por no ser día de precepto (cf.n. 7).
38. El domingo después del 6 de enero es la fiesta del Bautismo del Señor.





Evangelio según San Lucas 2,22-40. 

Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor.
También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.
Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley,
Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:
"Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación
que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel".
Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él.
Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos".
Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido.
Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos.



La Sagrada Familia es icono de la Iglesia doméstica y una invitación a rezar juntos
Catequesis miercoles 28 de diciembre 2011 papa Benedicto XVI




Texto Catequesis

Queridos hermanos y hermanas:



El encuentro de hoy tiene lugar en un clima navideño, impregnadote íntima alegría por el nacimiento del Salvador. Acabamos, apenas, de celebrar este misterio, cuyo eco se expande en la liturgia de todos estos días. Es un misterio de luz que los hombres de todos los tiempos pueden revivir en la fe y en la oración. Precisamente a través de la oración nosotros somos capaces de acercarnos a Dios con intimidad y profundidad. Por ello teniendo presente el tema de la oración que estoy desarrollando en las catequesis de este periodo, hoy quisiera invitaros a reflexionar sobre cómo la oración forma parte de la vida de la Sagrada Familia de Nazaret. La casa de Nazaret, de hecho, es una escuela de oración, donde se aprende a escuchar, a meditar, a penetrar en el significado profundo de la manifestación de Hijo de Dios, sacando ejemplo de María, José y Jesús.


Es memorable el discurso del Siervo de Dios Pablo VI en su vista a Nazaret. El Papa dijo que a la escuela de la Sagrada Familia, cito, nosotros “comprendemos por qué debemos tener una disciplina espiritual, si queremos seguir la doctrina del Evangelio y ser discípulos de Cristo”. Y añadió: “en primer lugar ésta nos enseña el silencio. ¡Oh! si renaciera en nosotros la estima por el silencio, atmósfera admirable e indispensable del espíritu: mientras quedamos aturdidos por tantos ruidos, clamores y voces resonando en la vida frenética y tumultuosa de nuestro tiempo. ¡Oh! silencio de Nazaret, enséñanos a perseverar en los buenos pensamientos, en nuestras intenciones de vida interior, preparados para escuchar la inspiración secreta de Dios y las exhortaciones de los verdaderos maestros "(Discurso en Nazaret, el Papa Pablo VI 05 de enero 1964).



Podemos sacar algunas reflexiones sobre la oración, de la relación con Dios que tiene la Sagrada Familia, de los relatos del Evangelio de la infancia de Jesús. Podemos empezar con el episodio de la Presentación de Jesús en el templo. San Lucas nos dice que María y José, "cuando se cumplieron los días de su ritual de purificación, de acuerdo con la ley de Moisés, llevaron el niño a Jerusalén para presentarlo al Señor" (2:22). Como cualquier familia judía observante de la ley, los padres de Jesús se dirigieron al templo para consagrar el primogénito a Dios y ofrecerle sacrificios. Movidos por la fidelidad a las prescripciones, parten de Belén y llegan a Jerusalén con Jesús, que tiene apenas cuarenta días, en lugar de un cordero de un año, las familias humildes ofrecen la ofrenda de dos palomas. La de la Sagrada Familia es la peregrinación de la fe, de la ofrenda de dones, un símbolo de la oración y del encuentro con el Señor, que María y José ya ven en el hijo Jesús.



La contemplación de Cristo tiene en María su modelo sin igual. El rostro del Hijo le pertenece de manera especial, porque es en su seno, que se formó, tomando también de Ella una semejanza humana. A la contemplación de Jesús, nadie se ha dedicado con tanta diligencia como María. La mirada de su corazón se concentra sobre Él ya en el momento de la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses siguientes, poco a poco advierte su presencia, hasta el día del nacimiento, cuando sus ojos pueden fijar con ternura maternal, el rostro del Hijo, mientras lo envuelve en pañales y lo acuesta en el pesebre. Los recuerdos de Jesús, fijados en su mente y en su corazón, han marcado cada momento de la existencia de María.

Ella vive con los ojos puestos en Cristo y saca provecho de todas sus palabras. San Lucas dice: “Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón.” (Lc 2, 19), y así describe el evangelista la postura de María ante el Misterio de la Encarnación, una postura que se repetirá durante toda su existencia. Custodiar las cosas meditándolas en el corazón. Lucas es el evangelista que nos muestra el corazón de María, su fe (cfr 1,45), su esperanza, y la obediencia (cf. 1,38), especialmente en su interioridad y en la oración (cf. 1,46-56), su libre adhesión a Cristo (cf. 1,55). Y todo esto procede del don del Espíritu Santo que desciende sobre ella (cf. 1,35), igual que descenderá sobre los Apóstoles, de acuerdo con la promesa de Cristo (cf. Hch 1,8). Esta imagen de María que nos da san Lucas nos presenta a María como modelo para todo creyente que mantiene y que valora las palabras y las acciones de Jesús, una valoración que siempre es un progreso en el conocimiento de Jesús. En la estela del Beato Papa Juan Pablo II (cf. Carta Apostólica. Rosarium Virgins Mariae), podemos decir que la oración del Rosario obtiene su propio modelo de María, porque consiste en la contemplación de los misterios de Cristo en unión espiritual con la Madre del Señor.



La capacidad de María de vivir de la mirada de Dios es, por así decirlo, contagiosa. El primero que lo experimentó fue a San José. Su amor humilde y sincero por su esposa y la decisión de unir su vida a la de María ha llevado y ha introducido también a él, que ya era un "hombre justo" (Mt 1,19), en una intimidad peculiar con Dios. De hecho, con María, y luego, sobre todo, con Jesús, él comienza una nueva forma de relacionarse con Dios, de acogerlo en su propia vida, de entrar en su plan de salvación, cumpliendo su voluntad. Después de seguir con confianza la indicación del Ángel - " no temas recibir a María, como tu esposa" (Mt 1,20) - se llevó con él a María, y compartió su vida con ella; ha dado verdaderamente todo a María y a Jesús, y esto lo ha llevado hacia la perfección de la respuesta a la vocación recibida.


El Evangelio, como sabemos, no ha conservado ninguna palabra de José: la suya es una presencia silenciosa, pero fiel, constante y operosa. Podemos imaginar que, al igual que su esposa, y en íntima armonía con ella, vivió los años de la infancia y de la adolescencia de Jesús, ‘saboreando’, por decirlo así, su presencia en su misma familia. José ha cumplido plenamente su papel de padre, en todos los aspectos. Seguramente, educó a Jesús en la oración, junto con María. Él, en particular, lo habrá llevado consigo a la sinagoga, a los ritos del sábado, así como a Jerusalén, para las grandes fiestas del pueblo de Israel. José, según la tradición hebraica, habrá guiado la oración doméstica, tanto la cotidiana – de la mañana, de la tarde, y de las comidas - , así como la oración en las principales celebraciones religiosas. Por lo tanto, en el ritmo de los días que pasó en Nazaret, entre la humilde casa y el taller de José, Jesús aprendió a alternar el trabajo y la oración, y a ofrecer a Dios, también la fatiga para ganar el pan de cada día, necesario para la familia.

Hay, finalmente, otro episodio que ve a la Sagrada Familia de Nazaret reunida en un evento de oración. Jesús, como hemos oído, tiene doce años de edad cuando va con los suyos al templo de Jerusalén. Este episodio se coloca en el contexto de la peregrinación, como subraya san Lucas: «Sus padres iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre» (2,41-42). La peregrinación es una expresión religiosa que se alimenta con la oración y que, al mismo tiempo, alimenta la oración. Se trata de la peregrinación pascual, y el Evangelista nos hace observar que la familia de Jesús la vive cada año, para participar en los ritos, en la Ciudad santa. La familia judía, así como la cristiana, reza en la intimidad hogareña, pero también reza junto con la comunidad, reconociéndose como parte del Pueblo de Dios en camino y la peregrinación expresa, propiamente, este estar en camino, del Pueblo de Dios. La Pascua es centro y culmen de todo ello, e implica la dimensión familiar, así como la del culto litúrgico y el público.

En el episodio de Jesús, cuando tenía doce años, también se registran las primeras palabras de Jesús: «¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?». (2, 49). Después de tres días de búsqueda, sus padres lo encontraron en el templo, sentado entre los maestros, mientras los escuchaba e interrogaba (cf. 2:46). A la pregunta de por qué les ha hecho eso, a su padre y a su madre, Él responde que sólo hizo lo que debe hacer el Hijo. Es decir, estar con el Padre. De esta forma, indica quién es el verdadero Padre y cuál es el verdadero hogar. Por lo que no ha hecho nada raro, ni ha sido desobediente, sino que se había quedado donde debe estar el Hijo, junto con el Padre, subrayando así quién es su Padre. En la palabra «Padre» y en el acento de esta respuesta, aparece todo el misterio cristológico, esta palabra abre, pues, el misterio y la clave para el misterio de Cristo, que es el Hijo. Y también abre la clave de nuestro misterio de cristianos, que somos hijos en el Hijo. Y, al mismo tiempo, de este modo, Jesús nos enseña a ser hijos, justo con su ‘estar con el Padre, en la oración’. El misterio cristológico, el misterio de la existencia cristiana está íntimamente ligado y fundado en la oración. Jesús enseñará un día a sus discípulos a rezar, diciéndoles: «Cuando oren, digan: Padre» (Lc 11,2) . Por supuesto, no lo digan sólo con las palabras, sino con toda su existencia. Aprendiendo, cada vez más, a decir «Padre», con su propia existencia, serán verdaderos Hijos y verdaderos cristianos. 
Pero en el episodio del templo, cuando Jesús está todavía plenamente insertado en la vida de la Familia de Nazaret, es importante notar la resonancia, que puede haber tenido en el corazón de María y de José el escuchar, de la boca de Jesús, la palabra «Padre». Con la conciencia del Hijo unigénito, que por ese motivo ha querido permanecer tres días en el templo, que es «la casa del Padre». 
Desde entonces, podemos imaginar, que la vida de la Sagrada Familia se fue impregnando, cada vez más, con la oración. Porque del corazón del Niño Jesús - luego adolescente y joven - nunca dejará de propagarse y de reflejarse, en los corazones de María y José, este profundo sentido de relación con Dios Padre. Este episodio nos muestra el verdadero sentir que se percibe al estar con el Padre. Por lo que la Familia de Nazaret es el primer modelo de la Iglesia en que, alrededor de la presencia de Jesús, y gracias a su mediación, todos vivimos la relación filial con Dios Padre, que transforma las relaciones humanas.
Queridos amigos, por estos diferentes aspectos que, a la luz del Evangelio, he esbozado brevemente, la Sagrada Familia es icono de la Iglesia doméstica, llamada a orar juntos. La familia es Iglesia doméstica y debe ser la primera escuela de oración. En la familia, los niños, desde su más tierna edad, pueden aprender a percibir el sentido de Dios, gracias a la enseñanza y al ejemplo de sus padres, viviendo en un ambiente de presencia de Dios. Una educación auténticamente cristiana no puede prescindir de la experiencia de la oración. Si no se aprende a orar en familia, será más difícil luego llenar este vacío. Por lo tanto, quisiera invitar a todos a redescubrir la belleza de rezar juntos, como familia, a la escuela de la Sagrada Familia de Nazaret y, así, llegar a ser realmente un solo corazón y una sola alma, una verdadera familia. Gracias.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Celebración de la Navidad Santuario Cenáculo de Bellavista

La Misa de Navidad en el Santuario Cenáculo de Bellavista,comuna de la florida, Santiago de Chile de la Madre tres veces Admirable de Schoenstatt, fue celebrada por el Padre Andres Larrain y concelebrada por 2 sacerdotes de los Padres deSchoenstatt.













domingo, 25 de diciembre de 2011

ZENIT - El antiguo himno de la Calenda

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ZENIT - Benedicto XVI: El Príncipe de la paz conceda paz y estabilidad a la Tierra

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ZENIT - Navidad es Epifanía, dijo el santo padre en Nochebuena

ZENIT - Navidad es Epifanía, dijo el santo padre en Nochebuena

Navidad es Epifanía, dijo el santo padre en Nochebuena
Solemne celebración de la Natividad del Señor en el Vaticano
CIUDAD DEL VATICANO, domingo 25 diciembre 2012 (ZENIT.org).- Benedicto XVI presidió esta Nochebuena la “Misa del Gallo” en la basílica vaticana, con numerosa asistencia de fieles de todo el mundo. Durante la misma, pronunció una homilía en la que comentó las lecturas litúrgicas de esta solemnidad. Se centró el papa en la espiritualidad de Francisco de Asís a la hora de representar el misterio navideño porque, dijo el papa, “Navidad es Epifanía”.
Una misa solemne que inició recordando la antigua tradición de los albores de la Iglesia de Roma, cuando los cristianos conmemoraban la Navidad en silencio y en el corazón de la noche. Motivo por el cual la celebración partió antes de la misa con el oficio en gregoriano y el canto por un solista del antiguo texto de la Kalenda.
Benedicto XVI se desplazó por la basílica en una plataforma móvil, precedido por el cortejo de los cardenales, y después de incensar el altar de la confesión, situado en cima de la sepultura del apostol Pedro, la misa fue celebrada en medio de un crescendo de luz y sonido, que en el Gloria in Excelsis y en la consagración trasmitió a los presentes el júbilo de la Navidad.
Los guardias suizos se arrodillaron, el coro de la capilla Sixtina interpretó el Adeste Fideles y los bronces tocaban mientras repicaban las enormes campanas de la basílica.
Tras las lecturas, Benedicto XVI pronunció la homilía, centrada en comentar los textos bíblicos y recalando en una contemplación de la devoción navideña del apóstol de la paz, el “poverello” de Asís, creador de la representación viva del Nacimiento.
El papa dijo estas palabras:
“Queridos hermanos y hermanas: La lectura que acabamos de escuchar, tomada de la Carta de san Pablo Apóstol a Tito, comienza solemnemente con la palabra apparuit, que también encontramos en la lectura de la Misa de la aurora: apparuit – ha aparecido. Esta es una palabra programática, con la cual la Iglesia quiere expresar de manera sintética la esencia de la Navidad. Antes, los hombres habían hablado y creado imágenes humanas de Dios de muchas maneras. Dios mismo había hablado a los hombres de diferentes modos (cf. Hb 1,1: Lectura de la Misa del día). Pero ahora ha sucedido algo más: Él ha aparecido. Se ha mostrado. Ha salido de la luz inaccesible en la que habita. Él mismo ha venido entre nosotros. Para la Iglesia antigua, esta era la gran alegría de la Navidad: Dios se ha manifestado. Ya no es sólo una idea, algo que se ha de intuir a partir de las palabras. Él «ha aparecido». Pero ahora nos preguntamos: ¿Cómo ha aparecido? ¿Quién es él realmente? La lectura de la Misa de la aurora dice a este respecto: «Ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre» (Tt 3,4). Para los hombres de la época precristiana, que ante los horrores y las contradicciones del mundo temían que Dios no fuera bueno del todo, sino que podría ser sin duda también cruel y arbitrario, esto era una verdadera «epifanía», la gran luz que se nos ha aparecido: Dios es pura bondad. Y también hoy, quienes ya no son capaces de reconocer a Dios en la fe se preguntan si el último poder que funda y sostiene el mundo es verdaderamente bueno, o si acaso el mal es tan potente y originario como el bien y lo bello, que en algunos momentos luminosos encontramos en nuestro cosmos. «Ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre»: ésta es una nueva y consoladora certidumbre que se nos da en Navidad.
En las tres misas de Navidad, la liturgia cita un pasaje del libro del profeta Isaías, que describe más concretamente aún la epifanía que se produjo en Navidad: «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva al hombro el principado, y es su nombre: Maravilla de Consejero, Dios fuerte, Padre perpetuo, Príncipe de la paz. Para dilatar el principado con una paz sin límites» (Is 9,5s). No sabemos si el profeta pensaba con esta palabra en algún niño nacido en su época. Pero parece imposible. Este es el único texto en el Antiguo Testamento en el que se dice de un niño, de un ser humano, que su nombre será Dios fuerte, Padre para siempre. Nos encontramos ante una visión que va, mucho más allá del momento histórico, hacia algo misterioso que pertenece al futuro. Un niño, en toda su debilidad, es Dios poderoso. Un niño, en toda su indigencia y dependencia, es Padre perpetuo. Y la paz será «sin límites». El profeta se había referido antes a esto hablando de «una luz grande» y, a propósito de la paz venidera, había dicho que la vara del opresor, la bota que pisa con estrépito y la túnica empapada de sangre serían pasto del fuego (cf. Is 9,1.3-4).
Dios se ha manifestado. Lo ha hecho como niño. Precisamente así se contrapone a toda violencia y lleva un mensaje que es paz. En este momento en que el mundo está constantemente amenazado por la violencia en muchos lugares y de diversas maneras; en el que siempre hay de nuevo varas del opresor y túnicas ensangrentadas, clamemos al Señor: Tú, el Dios poderoso, has venido como niño y te has mostrado a nosotros como el que nos ama y mediante el cual el amor vencerá. Y nos has hecho comprender que, junto a ti, debemos ser constructores de paz. Amamos tu ser niño, tu no-violencia, pero sufrimos porque la violencia continúa en el mundo, y por eso también te rogamos: Demuestra tu poder, ¡oh Dios! En este nuestro tiempo, en este mundo nuestro, haz que las varas del opresor, las túnicas llenas de sangre y las botas estrepitosas de los soldados sean arrojadas al fuego, de manera que tu paz venza en este mundo nuestro.
La Navidad es Epifanía: la manifestación de Dios y de su gran luz en un niño que ha nacido para nosotros. Nacido en un establo en Belén, no en los palacios de los reyes. Cuando Francisco de Asís celebró la Navidad en Greccio, en 1223, con un buey y una mula y un pesebre con paja, se hizo visible una nueva dimensión del misterio de la Navidad. Francisco de Asís llamó a la Navidad «la fiesta de las fiestas» – más que todas las demás solemnidades – y la celebró con «inefable fervor» (2 Celano, 199: Fonti Francescane, 787). Besaba con gran devoción las imágenes del Niño Jesús y balbuceaba palabras de dulzura como hacen los niños, nos dice Tomás de Celano (ibíd.). Para la Iglesia antigua, la fiesta de las fiestas era la Pascua: en la resurrección, Cristo había abatido las puertas de la muerte y, de este modo, había cambiado radicalmente el mundo: había creado para el hombre un lugar en Dios mismo. Pues bien, Francisco no ha cambiado, no ha querido cambiar esta jerarquía objetiva de las fiestas, la estructura interna de la fe con su centro en el misterio pascual. Sin embargo, por él y por su manera de creer, ha sucedido algo nuevo: Francisco ha descubierto la humanidad de Jesús con una profundidad completamente nueva. Este ser hombre por parte de Dios se le hizo del todo evidente en el momento en que el Hijo de Dios, nacido de la Virgen María, fue envuelto en pañales y acostado en un pesebre. La resurrección presupone la encarnación. El Hijo de Dios como niño, como un verdadero hijo de hombre, es lo que conmovió profundamente el corazón del Santo de Asís, transformando la fe en amor. «Ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre»: esta frase de san Pablo adquiría así una hondura del todo nueva. En el niño en el establo de Belén, se puede, por decirlo así, tocar a Dios y acariciarlo. De este modo, el año litúrgico ha recibido un segundo centro en una fiesta que es, ante todo, una fiesta del corazón.
Todo eso no tiene nada de sensiblería. Precisamente en la nueva experiencia de la realidad de la humanidad de Jesús se revela el gran misterio de la fe. Francisco amaba a Jesús, al niño, porque en este ser niño se le hizo clara la humildad de Dios. Dios se ha hecho pobre. Su Hijo ha nacido en la pobreza del establo. En el niño Jesús, Dios se ha hecho dependiente, necesitado del amor de personas humanas, a las que ahora puede pedir su amor, nuestro amor. La Navidad se ha convertido hoy en una fiesta de los comercios, cuyas luces destellantes esconden el misterio de la humildad de Dios, que nos invita a la humildad y a la sencillez. Roguemos al Señor que nos ayude a atravesar con la mirada las fachadas deslumbrantes de este tiempo hasta encontrar detrás de ellas al niño en el establo de Belén, para descubrir así la verdadera alegría y la verdadera luz.
Francisco hacía celebrar la santa Eucaristía sobre el pesebre que estaba entre el buey y la mula (cf. 1 Celano, 85: Fonti, 469). Posteriormente, sobre este pesebre se construyó un altar para que, allí dónde un tiempo los animales comían paja, los hombres pudieran ahora recibir, para la salvación del alma y del cuerpo, la carne del Cordero inmaculado, Jesucristo, como relata Celano (cf. 1 Celano, 87: Fonti, 471). En la Noche santa de Greccio, Francisco cantaba personalmente en cuanto diácono con voz sonora el Evangelio de Navidad. Gracias a los espléndidos cantos navideños de los frailes, la celebración parecía toda una explosión de alegría (cf. 1 Celano, 85 y 86: Fonti, 469 y 470). Precisamente el encuentro con la humildad de Dios se transformaba en alegría: su bondad crea la verdadera fiesta.
Quien quiere entrar hoy en la iglesia de la Natividad de Jesús, en Belén, descubre que el portal, que un tiempo tenía cinco metros y medio de altura, y por el que los emperadores y los califas entraban al edificio, ha sido en gran parte tapiado. Ha quedado solamente una pequeña abertura de un metro y medio. La intención fue probablemente proteger mejor la iglesia contra eventuales asaltos pero, sobre todo, evitar que se entrara a caballo en la casa de Dios. Quien desea entrar en el lugar del nacimiento de Jesús, tiene que inclinarse.
Me parece que en eso se manifiesta una cercanía más profunda, de la cual queremos dejarnos conmover en esta Noche santa: si queremos encontrar al Dios que ha aparecido como niño, hemos de apearnos del caballo de nuestra razón «ilustrada». Debemos deponer nuestras falsas certezas, nuestra soberbia intelectual, que nos impide percibir la proximidad de Dios. Hemos de seguir el camino interior de san Francisco: el camino hacia esa extrema sencillez exterior e interior que hace al corazón capaz de ver. Debemos bajarnos, ir espiritualmente a pie, por decirlo así, para poder entrar por el portal de la fe y encontrar a Dios, que es diferente de nuestros prejuicios y nuestras opiniones: el Dios que se oculta en la humildad de un niño recién nacido. Celebremos así la liturgia de esta Noche santa y renunciemos a la obsesión por lo que es material, mensurable y tangible. Dejemos que nos haga sencillos ese Dios que se manifiesta al corazón que se ha hecho sencillo. Y pidamos también en esta hora ante todo por cuantos tienen que vivir la Navidad en la pobreza, en el dolor, en la condición de emigrantes, para que aparezca ante ellos un rayo de la bondad de Dios; para que les llegue a ellos y a nosotros esa bondad que Dios, con el nacimiento de su Hijo en el establo, ha querido traer al mundo. Amén”.

sábado, 24 de diciembre de 2011

LA CELEBRACIÓN DEL NATALE DOMINI




LA CELEBRACIÓN DEL NATALE DOMINI
Actualmente la celebración del Natale Domini tiene la siguiente estructura:
·        Misa de la vigilia-antes o después de las primeras vísperas.
·        Misa y oficio del día.
·        Octava.
·        Fiesta de la Sagrada Familia.
·        Ferias después de octavas y
·        Domingo comprendido entre el 2 de y 5 de enero.

La fiesta de la Natividad del Señor es el día navideño de mayor densidad teológica y espiritual, cualidades que aparecen en las cuatro celebraciones eucarísticas y en el oficio divino.

MISA DE LA VIGILIA


El 24  de diciembre, por la tarde, antes o después de las primeras vísperas de Navidad, el misal propone una misa para la vigilia, cuyas primeras oraciones- tomadas del misal de Pio V sitúa con exactitud el sentido que tiene navidad:
Contemplar sin miedo, cuando venga como juez, al que hoy viene como redentor:

ORACIÓN COLECTA
Dios nuestro, que cada año revives en nosotros la gozosa esperanza de la salvación, concédenos que, así como ahora acogemos a tu Hijo, llenos de júbilo, como a nuestro redentor, así también cuando venga como juez, podamos recibirlo llenos de confianza. Por nuestro Señor Jesucristo...


La oración sobre las ofrendas del sacramentario veronense- considera la fiesta como el comienzo de nuestra redención:

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Concédenos, Señor, iniciar la celebración de las fiestas de la Navidad con un fervor digno del misterio que es el principio de nuestra redención. Por Jesucristo, nuestro Señor.
La oración pos comunión se refiere como la del misal  de 1570 a que la celebración gozosa del nacimiento del Salvador:

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Concédenos, Señor, sacar nuevas fuerzas de esta celebración anual del nacimiento de tu Hijo, que se ha hecho nuestro alimento y bebida en este sacramento de salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor.


Las lecturas se centran en Jesús como Mesías prometido. Él es el Hijo de David y de Abraham (segunda y tercera lectura) en él se cumple la profecía de que la Virgen dará a luz a un Hijo (evangelio) y la promesa de la salvación y felicidad hecha por Dios a Israel en los días tristes del exilio (primera lectura).


MISA DE MEDIANOCHE
 El tema central de esta celebración se encuentra en el aleluya que precede al Evangelio: “ Les traigo una buena noticia, ha nacido el salvador, el Mesías, el Señor”:

ACLAMACIÓN (cfr. Lc 2, 10-11) R/. Aleluya, aleluya.
Les anuncio una gran alegría: Hoy nos ha nacido el Salvador, que es Cristo, el Señor. R/.


De él se hacen eco las lecturas (Is 9,1-6; Tt 2 11-14; Lc 2,1-14). El corpus prefacial se ha enriquecido, ya que el prefacio tradicional- que glosa el tema de Cristo luz- se han añadido otros dos:El primero inspirado en un sermón de san León Magno, presenta la  restauración universal realizada por la Encarnación, el segundo- tomado del sacramental Veronense- propone el maravilloso “comercio” de la Encarnación, gracias al cual hemos sido salvado.

Oracion colecta
 Dios nuestro, que has iluminado 
esta santísima noche con la claridad 
de Cristo, luz verdadera, concédenos 
que, después de haber conocido en la 
tierra los misterios de esa luz, podamos también gozar de ella en el cielo. 


 ORACION DESPUÉS DE LA COMUNÍON
Señor y Dios nuestro, llenos de alegría hemos celebrado el nacimiento de nuestro redentor; concédenos la 
gracia de una vida santa y llegar así a 
la perfecta comunión con él. Que vive 
y reina por los siglos de los siglos.



MISA DE LA AURORA
El tema central es de la alegría como consecuencia necesaria de la aparición del Salvador. Hay un tema colateral aunque complementario: la iluminación del mundo por la venida del Salvador:

ANTÍFONA DE ENTRADA (cfr. Is 9, 2. 6; Lc 1, 33)
Hoy brillará una luz sobre nosotros, porque nos ha nacido el Señor; se le llamará Admirable, Dios, Príncipe de la paz, Padre del mundo futuro, y su Reino no tendrá fin.

ORACIÓN COLECTA
Señor, Dios todopoderoso, que has querido iluminamos con la luz nueva de tu Verbo hecho carne, concédenos que nuestras obras concuerden siempre con la fe que ha iluminado nuestro espíritu. Por nuestro Señor Jesucristo...


MISA DEL DÍA

La liturgia de Navidad llega a su cenit con la lectura del prólogo de san Juan:” y el verbo se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloría” ( Jn 1,14). A ella se refiere o hacen eco las demás lecturas y las oraciones de la misa y del oficio, que según sus propias géneros literario son una proclamación de los dogmas de Nicea, Efeso y Calcedonia, a cuya luz había nacido y crecido esta fiesta.
La oración colecta- tomada del sacramentario Veronense- tiene una especial riqueza teológica:
Si Dios se hace hombre es para que el hombre participe de la vida divina.

ORACIÓN COLECTA
Dios nuestro, que de modo admirable creaste al hombre a tu imagen y semejanza, y de modo más admirable lo elevaste con el nacimiento de tu Hijo, concédenos participar de la vida divina de aquel que ha querido participar de nuestra humanidad. Por nuestro Señor Jesucristo...

La liturgia navideña, por tanto pone de relieve que la Natividad de Jesucristo es no sólo, ni principalmente una memoria de hechos históricos del nacimiento del Salvador, sino la perenne actualización de la salvación que Él inauguró al revestirse de nuestra naturaleza inmortal. Esto explica el insistente hoy que aparece, explícitamente implícitamente en todos los textos de la misa y de la liturgia de las horas; con Cristo Salvador, que se hizo se hace presente en la historia por nosotros los hombres y por nuestra salvación.

LA OCTAVA DE NAVIDAD
La liturgia actual si tiene su octava ( CM 35) aunque un tanto peculiar, pues está ordenada de este modo:
v   El domingo dentro de la octava se celebra la fiesta de la sagrada familia
v   El día 26, la de san Esteban, protomártir.
v   El 27, la de san Juan, apóstol y evangelista.
v   El 28  la de los santos Inocentes.
v   Los días 29,30, y 31 son días infraoctavos.
v   El día 1 de enero en la octava de navidad, se hace la solemnidad de Santa María, la Madre e Dios, en la que se hace con memoria también la imposición del nombre de Jesús (CR 35)

LA FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA

 La fiesta de la Sagrada Familia, fue instituida con carácter universal en el pontificado de Juan XXIII, se celebra el domingo siguiente a la navidad. Los textos forman dos series:
Por una lado, los evangelios de los tres ciclos, junto con las antífonas de entrada y de comunión, y, por otro, las demás lecturas y las oraciones.
La primera serie expone toda la infancia de Jesús: desde el pesebre hasta la primera manifestación del “misterio de Jesús” ante los doctores, que podría calificarse como la “manifestación a los doce años”, por lo que la fiesta aparece como una prolongación de la navidad. La segunda serie presenta la sagrada familia como modelo de las virtudes domesticas de las familias cristianas. No se trata, por tanto, de una fiesta que aproxima superficialmente la infancia de Jesús, a su nacimiento, sino que responde a motivaciones mucho más profunda, entre las que destaca el hecho de la inserción del Verbo Encarnado en la vida de los hombres en el seno de una familia, y la ejemplaridad de esta para la nueva familia nacida del misterio del verbo encarnado: la Iglesia.
De este modo, las familias cristianas- comenzando por la de Nazaret- son un signo de comunión fecunda, una Iglesia domestica (Lg 11)
Los santos que se celebran los días 26 al 28 de diciembre se incluyen en el gran designio de amor de la navidad, al ofrecer tres testigos excepcionales del amor:
El primer martir, el discípulo del amor, y quienes dieron testimonio non loquedo, sed moriendo.

EL día 1 de enero se celebra la solemnidad de santa María Madre de Dios. Aunque María aparece indisolublemente unida a la encarnación y nacimiento del verbo, y su maternidad queda insertada como una filigrana dentro de la liturgia de Navidad, la Iglesia quiere honrar hoy de modo especial, en clave salvífica su maternidad divina, de nuestra salvación. Al honrar la maternidad divina, la liturgia no olvida su maternidad espiritual. Como lo recuerda la oración poscomunión:
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Señor, que estos sacramentos celestiales que hemos recibido con alegría, sean fuente de vida eterna para nosotros, que nos gloriamos de proclamar a la siempre Virgen María como Madre de tu Hijo y Madre de la Iglesia. Por  Jesucristo, nuestro Señor.
Por  otra parte, este misterio no anula otros aspectos de este día: la circuncisión e imposición del nombre de Jesús, el año nuevo, la jornada por la paz, temas que, siendo diversos, no suponen dispersión, pues todo esto conduce a Cristo y a su Madre.
Fuente; La celebración del misterio Cristiano José Abad

EL CALENDARIO ROMANO

IV. El tiempo de Navidad

32. Después de la celebración anual del misterio pascual la iglesia tiene como más venerable el hacer memoria de la Natividad del Señor y de sus primeras manifestaciones: esto es lo que hace en el tiempo de Navidad.

33. El tiempo de Navidad va desde las primeras Vísperas de la Natividad del Señor hasta el domingo después de Epifanía, o después del día 6 de enero, inclusive.

34. La Misa de la Vigilia de Navidad es la que se celebra en la tarde del día 24 de diciembre, ya sea antes o después de las primeras Vísperas.


El día de Navidad se puede celebrar tres Misas, según la antigua tradición romana, es decir, en la noche, a la aurora y en
 el día.

35. La Navidad tiene su octava ordenada de este modo:
a) El domingo dentro de la octava, o en su defecto el día 30 de diciembre, es la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José.
b) El día 26 de diciembre es la fiesta de san Esteban, protomártir.
c) El día 27 de diciembre es la fiesta de san Juan, apóstol y evangelista.
d) El día 28 de diciembre es la fiesta de los Santos Inocentes.
e) Los días 29, 30 y 31 son días de la octava.
f) El día 1 de enero, octava de Navidad, es la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, en la que se conmemora también la imposición del Santísimo Nombre de Jesús.

36. El domingo que cae entre el 2 y el 5 de enero es el domingo II después de Navidad.
37. La Epifanía del Señor se celebra el día 6 de enero, a no ser que se traslade al domingo entre el 2 y el 8 de enero por no ser día de precepto (cf. n. 7).

38. El domingo después del 6 de enero es la fiesta del Bautismo del Señor.