Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo

Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo
Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo

viernes, 30 de diciembre de 2011

30 de diciembre fiesta de la Sagrada Familia, Jesús ,Maria y José

LA FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA




Instituido con caracter universal en el pontificado de Juan XII.Los textos forman dos series; por un lado, los evangelios de los tres ciclos,junto con las antifonas de entrada y de comunión,



Los pastores fueron rápidamente y 
encontraron a María, a José y al recién 
acostado en el pesebre.

Antífona de entrada (Lc 2,16)


y, por otro, las demás lecturas y oraciones. La primera serie expone toda la infancia de Jesús: desde el pesebre hasta la primera manifestación del " misterio de Jesús " antes los doctores, que podría calificarse como la "manifestación  a los doce años", por lo que la fiesta aparece como una prolongación de la navidad.
La segunda serie presenta la sagrada familia como modelo de las virtudes dómestica de las familias cristianas. Por lo tanto, no se trata de una fiesta que aproxima  superficialmente a la infancia de Jesús, a su nacimiento,, sino que responde a motivaciones mucho más profundas entre las que destaca el hecho de la inserción del Verbo encarnado en la vida de los hombres en el seno de una familia, y la ejemplaridad de ésta para la nueva familia nacida del misterio del Verbo encarnado; la Iglesia.


Del año litúrgico y sus normas



35. La Navidad tiene su octava ordenada de este modo:

a) El domingo dentro de la octava, o en su defecto el día 30 de
diciembre, es la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José.
b) El día 26 de diciembre es la fiesta de san Esteban, protomártir.
c) El día 27 de diciembre es la fiesta de san Juan, apóstol y evangelista.
d) El día 28 de diciembre es la fiesta de los Santos Inocentes.
e) Los días 29, 30 y 31 son días de la octava.
f) El día 1 de enero, octava de Navidad, es la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, en la que se conmemora también la imposición del Santísimo Nombre de Jesús.
36. El domingo que cae entre el 2 y el 5 de enero es el domingo II después de Navidad.
37. La Epifanía del Señor se celebra el día 6 de enero, a no ser que se traslade al domingo entre el 2 y el 8 de enero por no ser día de precepto (cf.n. 7).
38. El domingo después del 6 de enero es la fiesta del Bautismo del Señor.





Evangelio según San Lucas 2,22-40. 

Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor.
También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor.
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor.
Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley,
Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo:
"Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación
que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel".
Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él.
Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: "Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos".
Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido.
Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos.



La Sagrada Familia es icono de la Iglesia doméstica y una invitación a rezar juntos
Catequesis miercoles 28 de diciembre 2011 papa Benedicto XVI




Texto Catequesis

Queridos hermanos y hermanas:



El encuentro de hoy tiene lugar en un clima navideño, impregnadote íntima alegría por el nacimiento del Salvador. Acabamos, apenas, de celebrar este misterio, cuyo eco se expande en la liturgia de todos estos días. Es un misterio de luz que los hombres de todos los tiempos pueden revivir en la fe y en la oración. Precisamente a través de la oración nosotros somos capaces de acercarnos a Dios con intimidad y profundidad. Por ello teniendo presente el tema de la oración que estoy desarrollando en las catequesis de este periodo, hoy quisiera invitaros a reflexionar sobre cómo la oración forma parte de la vida de la Sagrada Familia de Nazaret. La casa de Nazaret, de hecho, es una escuela de oración, donde se aprende a escuchar, a meditar, a penetrar en el significado profundo de la manifestación de Hijo de Dios, sacando ejemplo de María, José y Jesús.


Es memorable el discurso del Siervo de Dios Pablo VI en su vista a Nazaret. El Papa dijo que a la escuela de la Sagrada Familia, cito, nosotros “comprendemos por qué debemos tener una disciplina espiritual, si queremos seguir la doctrina del Evangelio y ser discípulos de Cristo”. Y añadió: “en primer lugar ésta nos enseña el silencio. ¡Oh! si renaciera en nosotros la estima por el silencio, atmósfera admirable e indispensable del espíritu: mientras quedamos aturdidos por tantos ruidos, clamores y voces resonando en la vida frenética y tumultuosa de nuestro tiempo. ¡Oh! silencio de Nazaret, enséñanos a perseverar en los buenos pensamientos, en nuestras intenciones de vida interior, preparados para escuchar la inspiración secreta de Dios y las exhortaciones de los verdaderos maestros "(Discurso en Nazaret, el Papa Pablo VI 05 de enero 1964).



Podemos sacar algunas reflexiones sobre la oración, de la relación con Dios que tiene la Sagrada Familia, de los relatos del Evangelio de la infancia de Jesús. Podemos empezar con el episodio de la Presentación de Jesús en el templo. San Lucas nos dice que María y José, "cuando se cumplieron los días de su ritual de purificación, de acuerdo con la ley de Moisés, llevaron el niño a Jerusalén para presentarlo al Señor" (2:22). Como cualquier familia judía observante de la ley, los padres de Jesús se dirigieron al templo para consagrar el primogénito a Dios y ofrecerle sacrificios. Movidos por la fidelidad a las prescripciones, parten de Belén y llegan a Jerusalén con Jesús, que tiene apenas cuarenta días, en lugar de un cordero de un año, las familias humildes ofrecen la ofrenda de dos palomas. La de la Sagrada Familia es la peregrinación de la fe, de la ofrenda de dones, un símbolo de la oración y del encuentro con el Señor, que María y José ya ven en el hijo Jesús.



La contemplación de Cristo tiene en María su modelo sin igual. El rostro del Hijo le pertenece de manera especial, porque es en su seno, que se formó, tomando también de Ella una semejanza humana. A la contemplación de Jesús, nadie se ha dedicado con tanta diligencia como María. La mirada de su corazón se concentra sobre Él ya en el momento de la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses siguientes, poco a poco advierte su presencia, hasta el día del nacimiento, cuando sus ojos pueden fijar con ternura maternal, el rostro del Hijo, mientras lo envuelve en pañales y lo acuesta en el pesebre. Los recuerdos de Jesús, fijados en su mente y en su corazón, han marcado cada momento de la existencia de María.

Ella vive con los ojos puestos en Cristo y saca provecho de todas sus palabras. San Lucas dice: “Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón.” (Lc 2, 19), y así describe el evangelista la postura de María ante el Misterio de la Encarnación, una postura que se repetirá durante toda su existencia. Custodiar las cosas meditándolas en el corazón. Lucas es el evangelista que nos muestra el corazón de María, su fe (cfr 1,45), su esperanza, y la obediencia (cf. 1,38), especialmente en su interioridad y en la oración (cf. 1,46-56), su libre adhesión a Cristo (cf. 1,55). Y todo esto procede del don del Espíritu Santo que desciende sobre ella (cf. 1,35), igual que descenderá sobre los Apóstoles, de acuerdo con la promesa de Cristo (cf. Hch 1,8). Esta imagen de María que nos da san Lucas nos presenta a María como modelo para todo creyente que mantiene y que valora las palabras y las acciones de Jesús, una valoración que siempre es un progreso en el conocimiento de Jesús. En la estela del Beato Papa Juan Pablo II (cf. Carta Apostólica. Rosarium Virgins Mariae), podemos decir que la oración del Rosario obtiene su propio modelo de María, porque consiste en la contemplación de los misterios de Cristo en unión espiritual con la Madre del Señor.



La capacidad de María de vivir de la mirada de Dios es, por así decirlo, contagiosa. El primero que lo experimentó fue a San José. Su amor humilde y sincero por su esposa y la decisión de unir su vida a la de María ha llevado y ha introducido también a él, que ya era un "hombre justo" (Mt 1,19), en una intimidad peculiar con Dios. De hecho, con María, y luego, sobre todo, con Jesús, él comienza una nueva forma de relacionarse con Dios, de acogerlo en su propia vida, de entrar en su plan de salvación, cumpliendo su voluntad. Después de seguir con confianza la indicación del Ángel - " no temas recibir a María, como tu esposa" (Mt 1,20) - se llevó con él a María, y compartió su vida con ella; ha dado verdaderamente todo a María y a Jesús, y esto lo ha llevado hacia la perfección de la respuesta a la vocación recibida.


El Evangelio, como sabemos, no ha conservado ninguna palabra de José: la suya es una presencia silenciosa, pero fiel, constante y operosa. Podemos imaginar que, al igual que su esposa, y en íntima armonía con ella, vivió los años de la infancia y de la adolescencia de Jesús, ‘saboreando’, por decirlo así, su presencia en su misma familia. José ha cumplido plenamente su papel de padre, en todos los aspectos. Seguramente, educó a Jesús en la oración, junto con María. Él, en particular, lo habrá llevado consigo a la sinagoga, a los ritos del sábado, así como a Jerusalén, para las grandes fiestas del pueblo de Israel. José, según la tradición hebraica, habrá guiado la oración doméstica, tanto la cotidiana – de la mañana, de la tarde, y de las comidas - , así como la oración en las principales celebraciones religiosas. Por lo tanto, en el ritmo de los días que pasó en Nazaret, entre la humilde casa y el taller de José, Jesús aprendió a alternar el trabajo y la oración, y a ofrecer a Dios, también la fatiga para ganar el pan de cada día, necesario para la familia.

Hay, finalmente, otro episodio que ve a la Sagrada Familia de Nazaret reunida en un evento de oración. Jesús, como hemos oído, tiene doce años de edad cuando va con los suyos al templo de Jerusalén. Este episodio se coloca en el contexto de la peregrinación, como subraya san Lucas: «Sus padres iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre» (2,41-42). La peregrinación es una expresión religiosa que se alimenta con la oración y que, al mismo tiempo, alimenta la oración. Se trata de la peregrinación pascual, y el Evangelista nos hace observar que la familia de Jesús la vive cada año, para participar en los ritos, en la Ciudad santa. La familia judía, así como la cristiana, reza en la intimidad hogareña, pero también reza junto con la comunidad, reconociéndose como parte del Pueblo de Dios en camino y la peregrinación expresa, propiamente, este estar en camino, del Pueblo de Dios. La Pascua es centro y culmen de todo ello, e implica la dimensión familiar, así como la del culto litúrgico y el público.

En el episodio de Jesús, cuando tenía doce años, también se registran las primeras palabras de Jesús: «¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?». (2, 49). Después de tres días de búsqueda, sus padres lo encontraron en el templo, sentado entre los maestros, mientras los escuchaba e interrogaba (cf. 2:46). A la pregunta de por qué les ha hecho eso, a su padre y a su madre, Él responde que sólo hizo lo que debe hacer el Hijo. Es decir, estar con el Padre. De esta forma, indica quién es el verdadero Padre y cuál es el verdadero hogar. Por lo que no ha hecho nada raro, ni ha sido desobediente, sino que se había quedado donde debe estar el Hijo, junto con el Padre, subrayando así quién es su Padre. En la palabra «Padre» y en el acento de esta respuesta, aparece todo el misterio cristológico, esta palabra abre, pues, el misterio y la clave para el misterio de Cristo, que es el Hijo. Y también abre la clave de nuestro misterio de cristianos, que somos hijos en el Hijo. Y, al mismo tiempo, de este modo, Jesús nos enseña a ser hijos, justo con su ‘estar con el Padre, en la oración’. El misterio cristológico, el misterio de la existencia cristiana está íntimamente ligado y fundado en la oración. Jesús enseñará un día a sus discípulos a rezar, diciéndoles: «Cuando oren, digan: Padre» (Lc 11,2) . Por supuesto, no lo digan sólo con las palabras, sino con toda su existencia. Aprendiendo, cada vez más, a decir «Padre», con su propia existencia, serán verdaderos Hijos y verdaderos cristianos. 
Pero en el episodio del templo, cuando Jesús está todavía plenamente insertado en la vida de la Familia de Nazaret, es importante notar la resonancia, que puede haber tenido en el corazón de María y de José el escuchar, de la boca de Jesús, la palabra «Padre». Con la conciencia del Hijo unigénito, que por ese motivo ha querido permanecer tres días en el templo, que es «la casa del Padre». 
Desde entonces, podemos imaginar, que la vida de la Sagrada Familia se fue impregnando, cada vez más, con la oración. Porque del corazón del Niño Jesús - luego adolescente y joven - nunca dejará de propagarse y de reflejarse, en los corazones de María y José, este profundo sentido de relación con Dios Padre. Este episodio nos muestra el verdadero sentir que se percibe al estar con el Padre. Por lo que la Familia de Nazaret es el primer modelo de la Iglesia en que, alrededor de la presencia de Jesús, y gracias a su mediación, todos vivimos la relación filial con Dios Padre, que transforma las relaciones humanas.
Queridos amigos, por estos diferentes aspectos que, a la luz del Evangelio, he esbozado brevemente, la Sagrada Familia es icono de la Iglesia doméstica, llamada a orar juntos. La familia es Iglesia doméstica y debe ser la primera escuela de oración. En la familia, los niños, desde su más tierna edad, pueden aprender a percibir el sentido de Dios, gracias a la enseñanza y al ejemplo de sus padres, viviendo en un ambiente de presencia de Dios. Una educación auténticamente cristiana no puede prescindir de la experiencia de la oración. Si no se aprende a orar en familia, será más difícil luego llenar este vacío. Por lo tanto, quisiera invitar a todos a redescubrir la belleza de rezar juntos, como familia, a la escuela de la Sagrada Familia de Nazaret y, así, llegar a ser realmente un solo corazón y una sola alma, una verdadera familia. Gracias.

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