Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo

Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo
Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo

jueves, 29 de marzo de 2012

Evangelio, Évangile, Holy Gospel, Evangelho, Evangelium, Vangelo Domingo de Ramos de la Pasion del Señor



Evangelio según San Marcos 14,1-72.15,1-47. 

Faltaban dos días para la fiesta de la Pascua y de los panes Acimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban la manera de arrestar a Jesús con astucia, para darle muerte.
Porque decían: "No lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en el pueblo".
Mientras Jesús estaba en Betania, comiendo en casa de Simón el leproso, llegó una mujer con un frasco lleno de un valioso perfume de nardo puro, y rompiendo el frasco, derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús.
Entonces algunos de los que estaban allí se indignaron y comentaban entre sí: "¿Para qué este derroche de perfume?
Se hubiera podido vender por más de trescientos denarios para repartir el dinero entre los pobres". Y la criticaban.
Pero Jesús dijo: "Déjenla, ¿por qué la molestan? Ha hecho una buena obra conmigo.
A los pobres los tendrán siempre con ustedes y podrán hacerles bien cuando quieran, pero a mí no me tendrán siempre.
Ella hizo lo que podía; ungió mi cuerpo anticipadamente para la sepultura.
Les aseguro que allí donde se proclame la Buena Noticia, en todo el mundo, se contará también en su memoria lo que ella hizo".
Judas Iscariote, uno de los Doce, fue a ver a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús.
Al oírlo, ellos se alegraron y prometieron darle dinero. Y Judas buscaba una ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de la fiesta de los panes Acimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: "¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?".
El envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: "Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo,
y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: '¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?'.
El les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario".
Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
Al
atardecer, Jesús llegó con los Doce.
Y mientras estaban comiendo, dijo: "Les aseguro que uno de ustedes me entregará, uno que come conmigo".
Ellos se entristecieron y comenzaron a preguntarle, uno tras otro: "¿Seré yo?".
El les respondió: "Es uno de los Doce, uno que se sirve de la misma fuente que yo.
El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!".
Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomen, esto es mi Cuerpo".
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella.
Y les dijo: "Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos.
Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios".
Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos.
Y Jesús les dijo: "Todos ustedes se van a escandalizar, porque dice la Escritura: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas.
Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea".
Pedro le dijo: "Aunque todos se escandalicen, yo no me escandalizaré".
Jesús le respondió: "Te aseguro que hoy, esta misma noche, antes que cante el gallo por segunda vez, me habrás negado tres veces".
Pero él insistía: "Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré". Y todos decían lo mismo.
Llegaron a una propiedad llamada Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos: "Quédense aquí, mientras yo voy a orar". 

Después llevó con él a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor y a angustiarse.
Entonces les dijo: "Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí velando".
Y adelantándose un poco, se postró en tierra y rogaba que, de ser posible, no tuviera que pasar por esa hora.
Y decía: "Abba -Padre- todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya".
Después volvió y encontró a sus discípulos dormidos. Y Jesús dijo a Pedro: "Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte despierto ni siquiera una hora?
Permanezcan despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil".
Luego se alejó nuevamente y oró, repitiendo las mismas palabras.
Al regresar, los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño, y no sabían qué responderle.
Volvió por tercera vez y les dijo: "Ahora pueden dormir y descansar. Esto se acabó. Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores.
¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar".
Jesús estaba hablando todavía, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos.
El traidor les había dado esta señal: "Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo y llévenlo bien custodiado".
Apenas llegó, se le acercó y le dijo: "Maestro", y lo besó.
Los otros se abalanzaron sobre él y lo arrestaron.
Uno de los que estaban allí sacó la espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja.
Jesús les dijo: "Como si fuera un bandido, han salido a arrestarme con espadas y palos.
Todos los días estaba entre ustedes enseñando en el Templo y no me arrestaron. Pero esto sucede para que se cumplan las Escrituras".
Entonces todos lo abandonaron y huyeron.
Lo seguía un joven, envuelto solamente con una sábana, y lo sujetaron;
pero él, dejando la sábana, se escapó desnudo.
Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y allí se reunieron todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas.
Pedro lo había seguido de lejos hasta el interior del palacio del Sumo Sacerdote y estaba sentado con los servidores, calentándose junto al fuego.
Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un testimonio contra Jesús, para poder condenarlo a muerte, pero no lo encontraban.
Porque se presentaron muchos con falsas acusaciones contra él, pero sus testimonios no concordaban.
Algunos declaraban falsamente contra Jesús:
"Nosotros lo hemos oído decir: 'Yo destruiré este Templo hecho por la mano del hombre, y en tres días volveré a construir otro que no será hecho por la mano del hombre'".
Pero tampoco en esto concordaban sus declaraciones.
El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie ante la asamblea, interrogó a Jesús: "¿No respondes nada a lo que estos atestiguan contra ti?".
El permanecía en silencio y no respondía nada. El Sumo Sacerdote lo interrogó nuevamente: "¿Eres el Mesías, el Hijo de Dios bendito?".
Jesús respondió: "Sí, yo lo soy: y ustedes verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo".
Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó: "¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?
Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?". Y todos sentenciaron que merecía la muerte.
Después algunos comenzaron a escupirlo y, tapándole el rostro, lo golpeaban, mientras le decían: "¡Profetiza!". Y también los servidores le daban bofetadas.
Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las sirvientas del Sumo Sacerdote
y, al ver a Pedro junto al fuego, lo miró fijamente y le dijo: "Tú también estabas con Jesús, el Nazareno".
El lo negó, diciendo: "No sé nada; no entiendo de qué estás hablando". Luego salió al vestíbulo.
La sirvienta, al verlo, volvió a decir a los presentes: "Este es uno de ellos".
Pero él lo negó nuevamente. Un poco más tarde, los que estaban allí dijeron a Pedro: "Seguro que eres uno de ellos, porque tú también eres galileo".
Entonces él se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre del que estaban hablando.
En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro recordó las palabras que Jesús le había dicho: "Antes que cante el gallo por segunda vez, tú me habrás negado tres veces". Y se puso a llorar.
En cuanto amaneció, los sumos sacerdotes se reunieron en Consejo con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín. Y después de atar a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato.
Este lo interrogó: "¿Tú eres el rey de los judíos?". Jesús le respondió: "Tú lo dices".
Los sumos sacerdotes multiplicaban las acusaciones contra él.
Pilato lo interrogó nuevamente: "¿No respondes nada? ¡Mira de todo lo que te acusan!".
Pero Jesús ya no respondió a nada más, y esto dejó muy admirado a Pilato.
En cada Fiesta, Pilato ponía en libertad a un preso, a elección del pueblo.
Había en la cárcel uno llamado Barrabás, arrestado con otros revoltosos que habían cometido un homicidio durante la sedición.
La multitud subió y comenzó a pedir el indulto acostumbrado.
Pilato les dijo: "¿Quieren que les ponga en libertad al rey de los judíos?".
El sabía, en efecto, que los sumos sacerdotes lo habían entregado por envidia.
Pero los sumos sacerdotes incitaron a la multitud a pedir la libertad de Barrabás.
Pilato continuó diciendo: "¿Qué debo hacer, entonces, con el que ustedes llaman rey de los judíos?".
Ellos gritaron de nuevo: "¡Crucifícalo!".
Pilato les dijo: "¿Qué mal ha hecho?". Pero ellos gritaban cada vez más fuerte: "¡Crucifícalo!".
Pilato, para contentar a la multitud, les puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.
Los soldados lo llevaron dentro del palacio, al pretorio, y convocaron a toda la guardia.
Lo vistieron con un manto de púrpura, hicieron una corona de espinas y se la colocaron.
Y comenzaron a saludarlo: "¡Salud, rey de los judíos!".
Y le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y, doblando la rodilla, le rendían homenaje.
Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto de púrpura y le pusieron de nuevo sus vestiduras. Luego lo hicieron salir para crucificarlo.
Como pasaba por allí Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que regresaba del campo, lo obligaron a llevar la cruz de Jesús.
Y condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota, que significa: "lugar del Cráneo".
Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero él no lo tomó. 

Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno.
Ya mediaba la mañana cuando lo crucificaron.
La inscripción que indicaba la causa de su condena decía: "El rey de los judíos".
Con él crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.

Los que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y decían: "¡Eh, tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar,
sálvate a ti mismo y baja de la cruz!".
De la misma manera, los sumos sacerdotes y los escribas se burlaban y decían entre sí: "¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo!
Es el Mesías, el rey de Israel, ¡que baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos!". También lo insultaban los que habían sido crucificados con él.
Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde;
y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz: "Eloi, Eloi, lamá sabactani", que significa: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?".
Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: "Está llamando a Elías".
Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña le dio de beber, diciendo: "Vamos a ver si Elías viene a bajarlo".
Entonces Jesús, dando un gran grito, expiró.
El velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
Al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a él, exclamó: "¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!".
Había también allí algunas mujeres que miraban de lejos. Entre ellas estaban María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé,
que seguían a Jesús y lo habían servido cuando estaba en Galilea; y muchas otras que habían subido con él a Jerusalén.
Era día de Preparación, es decir, víspera de sábado. Por eso, al atardecer,
José de Arimatea -miembro notable del Sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios- tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús.
Pilato se asombró de que ya hubiera muerto; hizo llamar al centurión y le preguntó si hacía mucho que había muerto.
Informado por el centurión, entregó el cadáver a José.
Este compró una sábana, bajó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en ella y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca. Después, hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro.
María Magdalena y María, la madre de José, miraban dónde lo habían puesto.

EVANGELIUM SECUNDUM MARCUM
14 
1 Erat autem Pascha et Azy ma post biduum. Et quaerebant summi sacerdotes et scribae, quomodo eum dolo tenerent et occiderent; 
2 dicebant enim: “ Non in die festo, ne forte tumultus fieret populi ”.
3 Et cum esset Bethaniae in domo Simonis leprosi et recumberet, venit mulier habens alabastrum unguenti nardi puri pretiosi; fracto alabastro, effudit super caput eius. 
4 Erant autem quidam indigne ferentes intra semetipsos: “ Ut quid perditio ista unguenti facta est? 
5 Poterat enim unguentum istud veniri plus quam trecentis denariis et dari pauperibus ”. Et fremebant in eam.
6 Iesus autem dixit: “ Sinite eam; quid illi molesti estis? Bonum opus operata est in me. 
7 Semper enim pauperes habetis vobiscum et, cum volueritis, potestis illis bene facere; me autem non semper habetis. 
8 Quod habuit, operata est: praevenit ungere corpus meum in sepulturam. 
9 Amen autem dico vobis: Ubicumque praedicatum fuerit evangelium in universum mundum, et, quod fecit haec, narrabitur in memoriam eius ”.
10 Et Iudas Iscarioth, unus de Duodecim, abiit ad summos sacerdotes, ut proderet eum illis. 
11 Qui audientes gavisi sunt et promiserunt ei pecuniam se daturos. Et quaerebat quomodo illum opportune traderet.
12 Et primo die Azymorum, quando Pascha immolabant, dicunt ei discipuli eius: “ Quo vis eamus et paremus, ut manduces Pascha? ”.
13 Et mittit duos ex discipulis suis et dicit eis: “ Ite in civitatem, et occurret vobis homo lagoenam aquae baiulans; sequimini eum 
14 et, quocumque introierit, dicite domino domus: “Magister dicit: Ubi est refectio mea, ubi Pascha cum discipulis meis manducem?”. 
15 Et ipse vobis demonstrabit cenaculum grande stratum paratum; et illic parate nobis ”. 
16 Et abierunt discipuli et venerunt in civitatem et invenerunt, sicut dixerat illis, et paraverunt Pascha.
17 Et vespere facto, venit cum Duodecim. 
18 Et discumbentibus eis et manducantibus, ait Iesus: “ Amen dico vobis: Unus ex vobis me tradet, qui manducat mecum ”. 
19 Coeperunt contristari et dicere ei singillatim: “ Numquid ego? ”. 
20 Qui ait illis: “ Unus ex Duodecim, qui intingit mecum in catino. 
21 Nam Filius quidem hominis vadit, sicut scriptum est de eo. Vae autem homini illi, per quem Filius hominis traditur! Bonum est ei, si non esset natus homo ille ”.
22 Et manducantibus illis, accepit panem et benedicens fregit et dedit eis et ait: “ Sumite: hoc est corpus meum ”. 
23 Et accepto calice, gratias agens dedit eis; et biberunt ex illo omnes. 
24 Et ait illis: “ Hic est sanguis meus novi testamenti, qui pro multis effunditur. 
25 Amen dico vobis: Iam non bibam de genimine vitis usque in diem illum, cum illud bibam novum in regno Dei ”.
26 Et hymno dicto, exierunt in montem Olivarum. 
27 Et ait eis Iesus: “ Omnes scandalizabimini, quia scriptum est: “Percutiam pastorem, et dispergentur oves”.
28 Sed posteaquam resurrexero, praecedam vos in Galilaeam ”. 
29 Petrus autem ait ei: “ Et si omnes scandalizati fuerint, sed non ego ”. 
30 Et ait illi Iesus: “ Amen dico tibi: Tu hodie, in nocte hac, priusquam bis gallus vocem dederit, ter me es negaturus ”. 
31 At ille amplius loquebatur: “ Et si oportuerit me commori tibi, non te negabo ”. Similiter autem et omnes dicebant.
32 Et veniunt in praedium, cui nomen Gethsemani; et ait discipulis suis: “ Sedete hic, donec orem ”. 
33 Et assumit Petrum et Iacobum et Ioannem secum et coepit pavere et taedere; 
34 et ait illis: “ Tristis est anima mea usque ad mortem; sustinete hic et vigilate ”. 
35 Et cum processisset paululum, procidebat super terram et orabat, ut, si fieri posset, transiret ab eo hora; 
36 et dicebat: “ Abba, Pater!
Omnia tibi possibilia sunt. Transfer calicem hunc a me; sed non quod ego volo, sed quod tu ”. 
37 Et venit et invenit eos dormientes; et ait Petro: “ Simon, dormis? Non potuisti una hora vigilare? 
38 Vigilate et orate, ut non intretis in tentationem; spiritus quidem promptus, caro vero infirma ”. 
39 Et iterum abiens oravit, eundem sermonem dicens. 
40 Et veniens denuo invenit eos dormientes; erant enim oculi illorum ingravati, et ignorabant quid responderent ei. 
41 Et venit tertio et ait illis: “ Dormite iam et requiescite? Sufficit, venit hora: ecce traditur Filius hominis in manus peccatorum. 
42 Surgite, eamus; ecce, qui me tradit, prope est ”.
43 Et confestim, adhuc eo loquente, venit Iudas unus ex Duodecim, et cum illo turba cum gladiis et lignis a summis sacerdotibus et scribis et senioribus. 
44 Dederat autem traditor eius signum eis dicens: “ Quemcumque osculatus fuero, ipse est; tenete eum et ducite caute ”. 
45 Et cum venisset, statim accedens ad eum ait: “ Rabbi ”; et osculatus est eum. 
46 At illi manus iniecerunt in eum et tenuerunt eum. 
47 Unus autem quidam de circumstantibus educens gladium percussit servum summi sacerdotis et amputavit illi auriculam. 
48 Et respondens Iesus ait illis: “ Tamquam ad latronem existis cum gladiis et lignis comprehendere me? 
49 Cotidie eram apud vos in templo docens, et non me tenuistis; sed adimpleantur Scripturae ”.
50 Et relinquentes eum omnes fugerunt. 
51 Et adulescens quidam sequebatur eum amictus sindone super nudo, et tenent eum; 
52 at ille, reiecta sindone, nudus profugit.
53 Et adduxerunt Iesum ad summum sacerdotem; et conveniunt omnes summi sacerdotes et seniores et scribae. 
54 Et Petrus a longe secutus est eum usque intro in atrium summi sacerdotis et sedebat cum ministris et calefaciebat se ad ignem. 
55 Summi vero sacerdotes et omne concilium quaerebant adversus Iesum testimonium, ut eum morte afficerent, nec inveniebant. 
56 Multi enim testimonium falsum dicebant adversus eum, et convenientia testimonia non erant. 
57 Et quidam surgentes falsum testimonium ferebant adversus eum dicentes: 
58 “ Nos audivimus eum dicentem: “Ego dissolvam templum hoc manu factum et intra triduum aliud non manu factum aedificabo” ”. 
59 Et ne ita quidem conveniens erat testimonium illorum. 
60 Et exsurgens summus sacerdos in medium interrogavit Iesum dicens: “ Non respondes quidquam ad ea, quae isti testantur adversum te? ”. 
61 Ille autem tacebat et nihil respondit. Rursum summus sacerdos interrogabat eum et dicit ei: “ Tu es Christus filius Benedicti? ”. 
62 Iesus autem dixit: “ Ego sum, et videbitis Filium hominis a dextris sedentem Virtutis et venientem cum nubibus caeli ”.
63 Summus autem sacerdos scindens vestimenta sua ait: “ Quid adhuc necessarii sunt nobis testes? 
64 Audistis blasphemiam. Quid vobis videtur? ”. Qui omnes condemnaverunt eum esse reum mortis.
65 Et coeperunt quidam conspuere eum et velare faciem eius et colaphis eum caedere et dicere ei: “ Prophetiza ”; et ministri alapis eum caedebant.
66 Et cum esset Petrus in atrio deorsum, venit una ex ancillis summi sacerdotis 
67 et, cum vidisset Petrum calefacientem se, aspiciens illum ait: “ Et tu cum hoc Nazareno, Iesu, eras! ”. 
68 At ille negavit dicens: “ Neque scio neque novi quid tu dicas! ”. Et exiit foras ante atrium, et gallus cantavit. 
69 Et ancilla, cum vidisset illum, rursus coepit dicere circumstantibus: “ Hic ex illis est! ”. 
70 At ille iterum negabat. Et post pusillum rursus, qui astabant, dicebant Petro: “ Vere ex illis es, nam et Galilaeus es ”. 
71 Ille autem coepit anathematizare et iurare: “ Nescio hominem istum, quem dicitis! ”. 
72 Et statim iterum gallus cantavit; et recordatus est Petrus verbi, sicut dixerat ei Iesus: “ Priusquam gallus cantet bis, ter me negabis ”. Et coepit flere.



15 
1 Et confestim mane consilium facientes summi sacerdotes cum senioribus et scribis, id est universum concilium, vincientes Iesum duxerunt et tradiderunt Pilato. 
2 Et interrogavit eum Pilatus: “ Tu es rex Iudaeorum? ”. At ille respondens ait illi: “ Tu dicis ”. 
3 Et accusabant eum summi sacerdotes in multis. 
4 Pilatus autem rursum interrogabat eum dicens: “ Non respondes quidquam? Vide in quantis te accusant ”. 
5 Iesus autem amplius nihil respondit, ita ut miraretur Pilatus.
6 Per diem autem festum dimittere solebat illis unum ex vinctis, quem peterent. 
7 Erat autem qui dicebatur Barabbas, vinctus cum seditiosis, qui in seditione fecerant homicidium. 
8 Et cum ascendisset turba, coepit rogare, sicut faciebat illis. 
9 Pilatus autem respondit eis et dixit: “ Vultis dimittam vobis regem Iudaeorum? ”. 
10 Sciebat enim quod per invidiam tradidissent eum summi sacerdotes. 
11 Pontifices autem concitaverunt turbam, ut magis Barabbam dimitteret eis. 
12 Pilatus autem iterum respondens aiebat illis: “ Quid ergo vultis faciam regi Iudaeorum? ”. 
13 At illi iterum clamaverunt: “ Crucifige eum! ”. 
14 Pilatus vero dicebat eis: “ Quid enim mali fecit? ”. At illi magis clamaverunt: “ Crucifige eum! ”. 
15 Pilatus autem, volens populo satisfacere, dimisit illis Barabbam et tradidit Iesum flagellis caesum, ut crucifigeretur.
16 Milites autem duxerunt eum intro in atrium, quod est praetorium, et convocant totam cohortem. 
17 Et induunt eum purpuram et imponunt ei plectentes spineam coronam; 
18 et coeperunt salutare eum: “ Ave, rex Iudaeorum! ”, 
19 et percutiebant caput eius arundine et conspuebant eum et ponentes genua adorabant eum. 
20 Et postquam illuserunt ei, exuerunt illum purpuram et induerunt eum vestimentis suis. Et educunt illum, ut crucifigerent eum.
21 Et angariant praetereuntem quempiam Simonem Cyrenaeum venientem de villa, patrem Alexandri et Rufi, ut tolleret crucem eius. 
22 Et perducunt illum in Golgotha locum, quod est interpretatum Calvariae locus. 
23 Et dabant ei myrrhatum vinum; ille autem non accepit.
24 Et crucifigunt eum et dividunt vestimenta eius, mittentes sortem super eis, quis quid tolleret. 
25 Erat autem hora tertia, et crucifixerunt eum. 
26 Et erat titulus causae eius inscriptus: “ Rex Iudaeorum ”. 
27 Et cum eo crucifigunt duos latrones, unum a dextris et alium a
sinistris eius. 
(28) 29 Et praetereuntes blasphemabant eum moventes capita sua et dicentes: “ Vah, qui destruit templum et in tribus diebus aedificat; 
30 salvum fac temetipsum descendens de cruce! ”. 
31 Similiter et summi sacerdotes ludentes ad alterutrum cum scribis dicebant: “ Alios salvos fecit, seipsum non potest salvum facere. 
32 Christus rex Israel descendat nunc de cruce, ut videamus et credamus ”. Etiam qui cum eo crucifixi erant, conviciabantur ei.
33 Et, facta hora sexta, tenebrae factae sunt per totam terram usque in horam nonam. 
34 Et hora nona exclamavit Iesus voce magna: “ Heloi, Heloi, lema sabacthani? ”, quod est interpretatum: “ Deus meus, Deus meus, ut quid dereliquisti me? ”. 
35 Et quidam de circumstantibus audientes dicebant: “ Ecce, Eliam vocat ”. 
36 Currens autem unus et implens spongiam aceto circumponensque calamo potum dabat ei dicens: “ Sinite, videamus, si veniat Elias ad deponendum eum ”. 
37 Iesus autem, emissa voce magna, exspiravit.
38 Et velum templi scissum est in duo a sursum usque deorsum.
39 Videns autem centurio, qui ex adverso stabat, quia sic clamans exspirasset, ait: “ Vere homo hic Filius Dei erat ”.
40 Erant autem et mulieres de longe aspicientes, inter quas et Maria Magdalene et Maria Iacobi minoris et Iosetis mater et Salome, 
41 quae, cum esset in Galilaea, sequebantur eum et ministrabant ei, et aliae multae, quae simul cum eo ascenderant Hierosolymam.
42 Et cum iam sero esset factum, quia erat Parasceve, quod est ante sabbatum, 
43 venit Ioseph ab Arimathaea nobilis decurio, qui et ipse erat exspectans regnum Dei, et audacter introivit ad Pilatum et petiit corpus Iesu. 
44 Pilatus autem miratus est si iam obisset, et, accersito centurione, interrogavit eum si iam mortuus esset, 
45 et, cum cognovisset a centurione, donavit corpus Ioseph. 
46 Is autem mercatus sindonem et deponens eum involvit sindone et posuit eum in monumento, quod erat excisum de petra, et advolvit lapidem ad ostium monumenti. 
47 Maria autem Magdalene et Maria Iosetis aspiciebant, ubi positus esset


Evangelho segundo S. Marcos 14,1-72.15,1-47. 

Faltavam só dois dias para a Páscoa e os Ázimos; os sumos sacerdotes e os doutores da Lei procuravam maneira de capturar Jesus à traição e de o matar.
É que diziam: «Durante a festa não, para que o povo não se revolte.»
Jesus encontrava-se em Betânia, na casa de Simão, o leproso. Estando à mesa, chegou uma certa mulher que trazia um frasco de alabastro, com perfume de nardo puro de alto preço; partindo o frasco, derramou o perfume sobre a cabeça de Jesus.
Alguns, indignados, disseram entre si: «Para quê este desperdício de perfume?
Podia vender-se por mais de trezentos denários e dar-se o dinheiro aos pobres.» E censuravam-na.
Mas Jesus disse: «Deixai-a. Porque estais a atormentá-la? Praticou em mim uma boa acção!
Sempre tereis pobres entre vós e podereis fazer-lhes bem quando quiserdes; mas a mim, nem sempre me tereis.
Ela fez o que estava ao seu alcance: ungiu antecipadamente o meu corpo para a sepultura.
Em verdade vos digo: em qualquer parte do mundo onde for proclamado o Evangelho, há-de contar-se também, em sua memória, o que ela fez.»
Então, Judas Iscariotes, um dos Doze, foi ter com os sumos sacerdotes para lhes entregar Jesus.
Eles ouviram-no com satisfação e prometeram dar-lhe dinheiro. E Judas espreitava ocasião favorável para o entregar.
No primeiro dia dos Ázimos, quando se imolava a Páscoa, os discípulos perguntaram-lhe: «Onde queres que façamos os preparativos para comeres a Páscoa?»
Jesus enviou, então, dois dos seus discípulos e disse: «Ide à cidade e virá ao vosso encontro um homem trazendo um cântaro de água. Segui-o
e, onde ele entrar, dizei ao dono da casa: O Mestre manda dizer: 'Onde está a sala em que hei-de comer a Páscoa com os meus discípulos?’
Há-de mostrar-vos uma grande sala no andar de cima, mobilada e toda pronta. Fazei aí os preparativos.»
Os discípulos partiram e foram à cidade; encontraram tudo como Ele lhes dissera e prepararam a Páscoa.
Chegada a tarde, Jesus foi com os Doze.
Estavam à mesa a comer, quando disse: «Em verdade vos digo: um de vós há-de entregar-me, um que come comigo.»
Começaram a entristecer-se e a dizer-lhe um após outro: «Porventura sou eu?»
Jesus respondeu-lhes: «É um dos Doze, aquele que mete comigo a mão no prato.
Na verdade, o Filho do Homem segue o seu caminho, como está escrito a seu respeito; mas ai daquele por quem o Filho do Homem vai ser entregue! Melhor fora a esse homem não ter nascido!»
Enquanto comiam, tomou um pão e, depois de pronunciar a bênção, partiu-o e entregou-o aos discípulos dizendo: «Tomai: isto é o meu corpo.»
Depois, tomou o cálice, deu graças e entregou-lho. Todos beberam dele.
E Ele disse-lhes: «Isto é o meu sangue da aliança, que vai ser derramado por todos.
Em verdade vos digo: não voltarei a beber do fruto da videira até ao dia em que o beba, novo, no Reino de Deus.»
Após o canto dos salmos, saíram para o Monte das Oliveiras.
Jesus disse-lhes: «Todos ides aban-donar-me, pois está escrito: Ferirei o pastor e as ovelhas hão-de dispersar-se.
Mas, depois de Eu ressuscitar, hei-de preceder-vos a caminho da Galileia.»
Pedro disse: «Mesmo que todos venham a abandonar-te, eu não.»
E Jesus disse: «Em verdade te digo, que hoje, esta noite, antes de o galo cantar duas vezes, tu me terás negado três vezes.»
Mas ele insistia com mais ardor: «Mesmo que tenha de morrer contigo, não te negarei.» E todos afirmaram o mesmo.
Chegaram a uma propriedade chamada Getsémani, e Jesus disse aos discípulos: «Ficai aqui enquanto Eu vou orar.»
Tomando consigo Pedro, Tiago e João, começou a sentir pavor e a angustiar-se.
E disse-lhes: «A minha alma está numa tristeza mortal; ficai aqui e vigiai.»
Adiantando-se um pouco, caiu por terra e orou para que, se possível, passasse dele aquela hora.
E dizia: «Abbá, Pai, tudo te é possível; afasta de mim este cálice! Mas não se faça o que Eu quero, e sim o que Tu queres.»
Depois, foi ter com os discípulos, encontrou-os a dormir e disse a Pedro: «Simão, dormes? Nem uma hora pudeste vigiar!
Vigiai e orai, para não cederdes à tentação; o espírito está cheio de ardor, mas a carne é débil.»
Retirou-se de novo e orou, dizendo as mesmas palavras.
E, voltando de novo, encontrou-os a dormir, pois os seus olhos estavam pesados; e não sabiam que responder-lhe.
Voltou pela terceira vez e disse-lhes: «Dormi agora e descansai! Pois bem, chegou a hora. Eis que o Filho do Homem vai ser entregue nas mãos dos pecadores.
Levantai-vos! Vamos! Eis que chega o que me vai entregar.»
E logo, ainda Ele estava a falar, chegou Judas, um dos Doze, e, com ele, muito povo com espadas e varapaus, da parte dos sumos sacerdotes, dos doutores da Lei e dos anciãos.
Ora, o que o ia entregar tinha-lhes dado este sinal: «Aquele que eu beijar é esse mesmo; prendei-o e levai-o bem guardado.»
Mal chegou, aproximou-se de Jesus, dizendo: «Mestre!»; e beijou-o.
Os outros deitaram-lhe as mãos e prenderam-no.
Então, um dos que estavam presentes, puxando da espada, feriu o criado do Sumo Sacerdote e cortou-lhe uma orelha.
E tomando a palavra, Jesus disse-lhes: «Como se eu fosse um salteador, viestes com espadas e varapaus para me prender!
Estava todos os dias junto de vós, no templo, a ensinar, e não me prendestes; mas é para se cumprirem as Escrituras.»
Então, os discípulos, deixando-o, fugiram todos.
Um certo jovem, que o seguia envolto apenas num lençol, foi preso;
mas ele, deixando o lençol, fugiu nu.
Conduziram Jesus a casa do Sumo Sacerdote, onde se juntaram todos os sumos sacerdotes, os anciãos e os doutores da Lei.
E Pedro tinha-o seguido de longe até dentro do palácio do Sumo Sacerdote, onde se sentou com os guardas a aquecer-se ao lume.
Ora os sumos sacerdotes e todo o Sinédrio procuravam um testemunho contra Jesus a fim de lhe dar a morte, mas não o encontravam;
de facto, muitos testemunharam falsamente contra Ele, mas os testemunhos não eram coincidentes.
E alguns ergueram-se e proferiram contra Ele este falso testemunho:
«Ouvimo-lo dizer: 'Demolirei este templo construído pela mão dos homens e, em três dias, edificarei outro que não será feito pela mão dos homens.’»
Mas nem assim o depoimento deles concordava.
Então, o Sumo Sacerdote ergueu-se no meio da assembleia e interrogou Jesus: «Não respondes nada ao que estes testemunham contra ti?»
Mas Ele continuava em silêncio e nada respondia. O Sumo Sacerdote voltou a interrogá-lo: «És Tu o Messias, o Filho do Deus Bendito?»
Jesus respondeu: «Eu sou. E vereis o Filho do Homem sentado à direita do Poder e vir sobre as nuvens do céu.»
O Sumo Sacerdote rasgou, então, as suas vestes e disse: «Que necessidade temos ainda de testemunhas?
Ouvistes a blasfémia! Que vos parece?» E todos sentenciavam que Ele era réu de morte.
Depois, alguns começaram a cuspir-lhe, a cobrir-lhe o rosto com um véu e, batendo-lhe, a dizer: «Profetiza!» E os guardas davam-lhe bofetadas.
Estando Pedro em baixo, no pátio, chegou uma das criadas do Sumo Sacerdote
e, vendo Pedro a aquecer-se, fixou nele o olhar e disse-lhe: «Tu também estavas com Jesus, o Nazareno.»
Mas ele negou, dizendo: «Não sei nem entendo o que dizes.» Depois, saiu para o átrio e um galo cantou.
A criada, vendo-o de novo, começou a dizer aos que ali estavam: «Este é um deles.»
Mas ele negou outra vez. Pouco depois, os presentes disseram de novo a Pedro: «Com certeza que és um deles, pois também és galileu.»
Ele começou, então, a dizer imprecações e a jurar: «Não conheço esse homem de quem falais!»
E logo cantou o galo pela segunda vez. Pedro recordou-se, então, das palavras de Jesus: «Antes de o galo cantar duas vezes, tu me terás negado três vezes.» E desatou a chorar.
Logo de manhã, os sumos sacerdotes reuniram-se em conselho com os anciãos e os doutores da Lei e todo o Sinédrio; e, tendo manietado Jesus, levaram-no e entregaram-no a Pilatos.
Perguntou-lhe Pilatos: «És Tu o rei dos Judeus?» Jesus respondeu-lhe: «Tu o dizes.»
Os sumos sacerdotes acusavam-no de muitas coisas.
Pilatos interrogou-o de novo, dizendo: «Não respondes nada? Vê de quantas coisas és acusado!»
Mas Jesus nada mais respondeu, de modo que Pilatos estava estupefacto.
Ora, em cada festa, Pilatos costumava soltar-lhes um preso que eles pedissem.
Havia um, chamado Barrabás, preso com os insurrectos que tinham cometido um assassínio durante a revolta.
A multidão chegou e começou a pedir-lhe o que ele costumava conceder.
Pilatos, respondendo, disse: «Quereis que vos solte o rei dos judeus?»
Porque sabia que era por inveja que os sumos sacerdotes o tinham entregado.
Os sumos sacerdotes, porém, instigaram a multidão a pedir que lhes soltasse, de preferência, Barrabás.
Tomando novamente a palavra, Pilatos disse-lhes: «Então que quereis que faça daquele a quem chamais rei dos judeus?»
Eles gritaram novamente: «Crucifica-o!»
Pilatos insistiu: «Que fez Ele de mal?» Mas eles gritaram ainda mais: «Crucifica-o!»
Pilatos, desejando agradar à multidão, soltou-lhes Barrabás; e, depois de mandar flagelar Jesus, entregou-o para ser crucificado.
Os soldados levaram-no para dentro do pátio, isto é, para o pretório, e convocaram toda a coorte.
Revestiram-no de um manto de púrpura e puseram-lhe uma coroa de espinhos, que tinham entretecido.
Depois, começaram a saudá-lo: «Salve! Ó rei dos judeus!»
Batiam-lhe na cabeça com uma cana, cuspiam sobre Ele e, dobrando os joelhos, prostravam-se diante dele.
Depois de o terem escarnecido, tiraram-lhe o manto de púrpura e revestiram-no das suas vestes. Levaram-no, então, para o crucificar.
Para lhe levar a cruz, requisitaram um homem que passava por ali ao regressar dos campos, um tal Simão de Cirene, pai de Alexandre e de Rufo.
E conduziram-no ao lugar do Gólgota, que quer dizer 'lugar do Crânio’.
Queriam dar-lhe vinho misturado com mirra, mas Ele não quis beber.
Depois, crucificaram-no e repartiram entre si as suas vestes, tirando-as à sorte, para ver o que cabia a cada um.
Eram umas nove horas da manhã, quando o crucificaram.
Na inscrição com a condenação, lia-se: «O rei dos judeus.»
Com Ele crucificaram dois ladrões, um à sua direita e o outro à sua esquerda.
Deste modo, cumpriu-se a passagem da Escritura que diz: Foi contado entre os malfeitores.
Os que passavam injuriavam-no e, abanando a cabeça, diziam: «Olha o que destrói o templo e o reconstrói em três dias!
Salva-te a ti mesmo, descendo da cruz!»
Da mesma forma, os sumos sacerdotes e os doutores da Lei troçavam dele entre si: «Salvou os outros mas não pode salvar-se a si mesmo!
O Messias, o Rei de Israel! Desça agora da cruz para nós vermos e acreditarmos!» Até os que estavam crucificados com Ele o injuriavam. 

Ao chegar o meio-dia, fez-se trevas por toda a terra, até às três da tarde.
E às três da tarde, Jesus exclamou em alta voz: «Eloí, Eloí, lemá sabachtáni?», que quer dizer: Meu Deus, meu Deus, porque me abandonaste?
Ao ouvi-lo, alguns que estavam ali disseram: «Está a chamar por Elias!»
Um deles correu a embeber uma esponja em vinagre, pô-la numa cana e deu-lhe de beber, dizendo: «Esperemos, a ver se Elias vem tirá-lo dali.»
Mas Jesus, com um grito forte, expirou.
E o véu do templo rasgou-se em dois, de alto a baixo.
O centurião que estava em frente dele, ao vê-lo expirar daquela maneira, disse: «Verdadeiramente este homem era Filho de Deus!»
Também ali estavam algumas mulheres a contemplar de longe; entre elas, Maria de Magdala, Maria, mãe de Tiago Menor e de José, e Salomé,
que o seguiam e serviam quando Ele estava na Galileia; e muitas outras que tinham subido com Ele a Jerusalém.
Ao cair da tarde, visto ser a Preparação, isto é, véspera do sábado,
José de Arimateia, respeitável membro do Conselho que também esperava o Reino de Deus, foi corajosamente procurar Pilatos e pediu-lhe o corpo de Jesus.
Pilatos espantou-se por Ele já estar morto e, mandando chamar o centurião, perguntou-lhe se já tinha morrido há muito.
Informado pelo centurião, Pilatos ordenou que o corpo fosse entregue a José.
Este, depois de comprar um lençol, desceu o corpo da cruz e envolveu-o nele. Em seguida, depositou-o num sepulcro cavado na rocha e rolou uma pedra sobre a entrada do sepulcro.
Maria de Magdala e Maria, mãe de José, observavam onde o depositaram.

Holy Gospel of Jesus Christ according to Saint Mark 14:1-72.15:1-47. 


The Passover and the Feast of Unleavened Bread were to take place in two days' time. So the chief priests and the scribes were seeking a way to arrest him by treachery and put him to death.
They said, "Not during the festival, for fear that there may be a riot among the people."
When he was in Bethany reclining at table in the house of Simon the leper, a woman came with an alabaster jar of perfumed oil, costly genuine spikenard. She broke the alabaster jar and poured it on his head.
There were some who were indignant. "Why has there been this waste of perfumed oil?
It could have been sold for more than three hundred days' wages and the money given to the poor." They were infuriated with her.
Jesus said, "Let her alone. Why do you make trouble for her? She has done a good thing for me.
The poor you will always have with you, and whenever you wish you can do good to them, but you will not always have me.
She has done what she could. She has anticipated anointing my body for burial.
Amen, I say to you, wherever the gospel is proclaimed to the whole world, what she has done will be told in memory of her."
Then Judas Iscariot, one of the Twelve, went off to the chief priests to hand him over to them.
When they heard him they were pleased and promised to pay him money. Then he looked for an opportunity to hand him over.
On the first day of the Feast of Unleavened Bread, when they sacrificed the Passover lamb, his disciples said to him, "Where do you want us to go and prepare for you to eat the Passover?"
He sent two of his disciples and said to them, "Go into the city and a man will meet you, carrying a jar of water. Follow him.
Wherever he enters, say to the master of the house, 'The Teacher says, "Where is my guest room where I may eat the Passover with my disciples?"'
Then he will show you a large upper room furnished and ready. Make the preparations for us there."
The disciples then went off, entered the city, and found it just as he had told them; and they prepared the Passover.
When it was evening, he came with the Twelve.
And as they reclined at table and were eating, Jesus said, "Amen, I say to you, one of you will betray me, one who is eating with me."
They began to be distressed and to say to him, one by one, "Surely it is not I?"
He said to them, "One of the Twelve, the one who dips with me into the dish.
For the Son of Man indeed goes, as it is written of him, but woe to that man by whom the Son of Man is betrayed. It would be better for that man if he had never been born."
While they were eating, he took bread, said the blessing, broke it, and gave it to them, and said, "Take it; this is my body."
Then he took a cup, gave thanks, and gave it to them, and they all drank from it.
He said to them, "This is my blood of the covenant, which will be shed for many.
Amen, I say to you, I shall not drink again the fruit of the vine until the day when I drink it new in the kingdom of God."
Then, after singing a hymn, they went out to the Mount of Olives.
Then Jesus said to them, "All of you will have your faith shaken, for it is written: 'I will strike the shepherd, and the sheep will be dispersed.'
But after I have been raised up, I shall go before you to Galilee."
Peter said to him, "Even though all should have their faith shaken, mine will not be."
Then Jesus said to him, "Amen, I say to you, this very night before the cock crows twice you will deny me three times."
But he vehemently replied, "Even though I should have to die with you, I will not deny you." And they all spoke similarly.
Then they came to a place named Gethsemane, and he said to his disciples, "Sit here while I pray."
He took with him Peter, James, and John, and began to be troubled and distressed.
Then he said to them, "My soul is sorrowful even to death. Remain here and keep watch."
He advanced a little and fell to the ground and prayed that if it were possible the hour might pass by him;
he said, "Abba, Father, all things are possible to you. Take this cup away from me, but not what I will but what you will."
When he returned he found them asleep. He said to Peter, "Simon, are you asleep? Could you not keep watch for one hour?
Watch and pray that you may not undergo the test. The spirit is willing but the flesh is weak."
Withdrawing again, he prayed, saying the same thing.
Then he returned once more and found them asleep, for they could not keep their eyes open and did not know what to answer him.
He returned a third time and said to them, "Are you still sleeping and taking your rest? It is enough. The hour has come. Behold, the Son of Man is to be handed over to sinners.
Get up, let us go. See, my betrayer is at hand."
Then, while he was still speaking, Judas, one of the Twelve, arrived, accompanied by a crowd with swords and clubs who had come from the chief priests, the scribes, and the elders.
His betrayer had arranged a signal with them, saying, "The man I shall kiss is the one; arrest him and lead him away securely."
He came and immediately went over to him and said, "Rabbi." And he kissed him.
At this they laid hands on him and arrested him.
One of the bystanders drew his sword, struck the high priest's servant, and cut off his ear.
Jesus said to them in reply, "Have you come out as against a robber, with swords and clubs, to seize me?
Day after day I was with you teaching in the temple area, yet you did not arrest me; but that the scriptures may be fulfilled."
And they all left him and fled.
Now a young man followed him wearing nothing but a linen cloth about his body. They seized him,
but he left the cloth behind and ran off naked.
They led Jesus away to the high priest, and all the chief priests and the elders and the scribes came together.
Peter followed him at a distance into the high priest's courtyard and was seated with the guards, warming himself at the fire.
The chief priests and the entire Sanhedrin kept trying to obtain testimony against Jesus in order to put him to death, but they found none.
Many gave false witness against him, but their testimony did not agree.
Some took the stand and testified falsely against him, alleging,
We heard him say, 'I will destroy this temple made with hands and within three days I will build another not made with hands.'
Even so their testimony did not agree.
The high priest rose before the assembly and questioned Jesus, saying, "Have you no answer? What are these men testifying against you?"
But he was silent and answered nothing. Again the high priest asked him and said to him, "Are you the Messiah, the son of the Blessed One?"
Then Jesus answered, "I am; and 'you will see the Son of Man seated at the right hand of the Power and coming with the clouds of heaven.'"
At that the high priest tore his garments and said, "What further need have we of witnesses?
You have heard the blasphemy. What do you think?" They all condemned him as deserving to die.
Some began to spit on him. They blindfolded him and struck him and said to him, "Prophesy!" And the guards greeted him with blows.
While Peter was below in the courtyard, one of the high priest's maids came along.
Seeing Peter warming himself, she looked intently at him and said, "You too were with the Nazarene, Jesus."
But he denied it saying, "I neither know nor understand what you are talking about." So he went out into the outer court. (Then the cock crowed.)
The maid saw him and began again to say to the bystanders, "This man is one of them."
Once again he denied it. A little later the bystanders said to Peter once more, "Surely you are one of them; for you too are a Galilean."
He began to curse and to swear, "I do not know this man about whom you are talking."
And immediately a cock crowed a second time. Then Peter remembered the word that Jesus had said to him, "Before the cock crows twice you will deny me three times." He broke down and wept.
As soon as morning came, the chief priests with the elders and the scribes, that is, the whole Sanhedrin, held a council. They bound Jesus, led him away, and handed him over to Pilate.
Pilate questioned him, "Are you the king of the Jews?" He said to him in reply, "You say so."
The chief priests accused him of many things.
Again Pilate questioned him, "Have you no answer? See how many things they accuse you of."
Jesus gave him no further answer, so that Pilate was amazed.
Now on the occasion of the feast he used to release to them one prisoner whom they requested.
A man called Barabbas was then in prison along with the rebels who had committed murder in a rebellion.
The crowd came forward and began to ask him to do for them as he was accustomed.
Pilate answered, "Do you want me to release to you the king of the Jews?"
For he knew that it was out of envy that the chief priests had handed him over.
But the chief priests stirred up the crowd to have him release Barabbas for them instead.
Pilate again said to them in reply, "Then what (do you want) me to do with (the man you call) the king of the Jews?"
They shouted again, "Crucify him."
Pilate said to them, "Why? What evil has he done?" They only shouted the louder, "Crucify him."
So Pilate, wishing to satisfy the crowd, released Barabbas to them and, after he had Jesus scourged, handed him over to be crucified.
The soldiers led him away inside the palace, that is, the praetorium, and assembled the whole cohort.
They clothed him in purple and, weaving a crown of thorns, placed it on him.
They began to salute him with, "Hail, King of the Jews!"
and kept striking his head with a reed and spitting upon him. They knelt before him in homage.
And when they had mocked him, they stripped him of the purple cloak, dressed him in his own clothes, and led him out to crucify him.
They pressed into service a passer-by, Simon, a Cyrenian, who was coming in from the country, the father of Alexander and Rufus, to carry his cross.
They brought him to the place of Golgotha (which is translated Place of the Skull).
They gave him wine drugged with myrrh, but he did not take it.
Then they crucified him and divided his garments by casting lots for them to see what each should take.
It was nine o'clock in the morning when they crucified him.
The inscription of the charge against him read, "The King of the Jews."
With him they crucified two revolutionaries, one on his right and one on his left.
)
Those passing by reviled him, shaking their heads and saying, "Aha! You who would destroy the temple and rebuild it in three days,
save yourself by coming down from the cross."
Likewise the chief priests, with the scribes, mocked him among themselves and said, "He saved others; he cannot save himself.
Let the Messiah, the King of Israel, come down now from the cross that we may see and believe." Those who were crucified with him also kept abusing him.
At noon darkness came over the whole land until three in the afternoon.
And at three o'clock Jesus cried out in a loud voice, "Eloi, Eloi, lema sabachthani?" which is translated, "My God, my God, why have you forsaken me?"
Some of the bystanders who heard it said, "Look, he is calling Elijah."
One of them ran, soaked a sponge with wine, put it on a reed, and gave it to him to drink, saying, "Wait, let us see if Elijah comes to take him down."
Jesus gave a loud cry and breathed his last.
The veil of the sanctuary was torn in two from top to bottom.
When the centurion who stood facing him saw how he breathed his last he said, "Truly this man was the Son of God!"
There were also women looking on from a distance. Among them were Mary Magdalene, Mary the mother of the younger James and of Joses, and Salome.
These women had followed him when he was in Galilee and ministered to him. There were also many other women who had come up with him to Jerusalem.
When it was already evening, since it was the day of preparation, the day before the sabbath,
Joseph of Arimathea, a distinguished member of the council, who was himself awaiting the kingdom of God, came and courageously went to Pilate and asked for the body of Jesus.
Pilate was amazed that he was already dead. He summoned the centurion and asked him if Jesus had already died.
And when he learned of it from the centurion, he gave the body to Joseph.
Having bought a linen cloth, he took him down, wrapped him in the linen cloth and laid him in a tomb that had been hewn out of the rock. Then he rolled a stone against the entrance to the tomb.
Mary Magdalene and Mary the mother of Joses watched where he was laid.



Évangile de Jésus-Christ selon saint Marc 14,1-72.15,1-47. 

La fête de la Pâque et des pains sans levain allait avoir lieu dans deux jours. Les chefs des prêtres et les scribes cherchaient le moyen d'arrêter Jésus par ruse, pour le faire mourir.
Car ils se disaient : « Pas en pleine fête, pour éviter une émeute dans le peuple. »
Jésus se trouvait à Béthanie, chez Simon le lépreux. Pendant qu'il était à table, une femme entra, avec un flacon d'albâtre contenant un parfum très pur et de grande valeur.
Brisant le flacon, elle le lui versa sur la tête.
Or, quelques-uns s'indignaient : « A quoi bon gaspiller ce parfum ?
On aurait pu le vendre pour plus de trois cents pièces d'argent et en faire don aux pauvres. » Et ils la critiquaient.
Mais Jésus leur dit : « Laissez-la ! Pourquoi la tourmenter ? C'est une action charitable qu'elle a faite envers moi.
Des pauvres, vous en aurez toujours avec vous, et, quand vous voudrez, vous pourrez les secourir ; mais moi, vous ne m'aurez pas toujours.
Elle a fait tout ce qu'elle pouvait faire. D'avance elle a parfumé mon corps pour mon ensevelissement.
Amen, je vous le dis : Partout où la Bonne Nouvelle sera proclamée dans le monde entier, on racontera, en souvenir d'elle, ce qu'elle vient de faire. »
Judas Iscariote, l'un des Douze, alla trouver les chefs des prêtres pour leur livrer Jésus.
A cette nouvelle, ils se réjouirent et promirent de lui donner de l'argent. Dès lors Judas cherchait une occasion favorable pour le livrer.
Le premier jour de la fête des pains sans levain, où l'on immolait l'agneau pascal, les disciples de Jésus lui disent : « Où veux-tu que nous allions faire les préparatifs pour ton repas pascal ? »
Il envoie deux disciples : « Allez à la ville ; vous y rencontrerez un homme portant une cruche d'eau. Suivez-le.
Et là où il entrera, dites au propriétaire : 'Le maître te fait dire : Où est la salle où je pourrai manger la Pâque avec mes disciples ? '
Il vous montrera, à l'étage, une grande pièce toute prête pour un repas. Faites-y pour nous les préparatifs. »
Les disciples partirent, allèrent en ville ; tout se passa comme Jésus le leur avait dit ; et ils préparèrent la Pâque.
Le
soir venu, Jésus arrive avec les Douze.
Pendant qu'ils étaient à table et mangeaient, Jésus leur déclara : « Amen, je vous le dis : l'un de vous, qui mange avec moi, va me livrer. »
Ils devinrent tout tristes, et ils lui demandaient l'un après l'autre : « Serait-ce moi ? »
Il leur répondit : « C'est l'un des Douze, qui se sert au même plat que moi.
Le Fils de l'homme s'en va, comme il est écrit à son sujet ; mais malheureux celui qui le livre ! Il vaudrait mieux pour lui qu'il ne soit pas né. »
Pendant le repas, Jésus prit du pain, prononça la bénédiction, le rompit, et le leur donna, en disant : « Prenez, ceci est mon corps. »
Puis, prenant une coupe et rendant grâce, il la leur donna, et ils en burent tous.
Et il leur dit : « Ceci est mon sang, le sang de l'Alliance, répandu pour la multitude.
Amen, je vous le dis : je ne boirai plus du fruit de la vigne, jusqu'à ce jour où je boirai un vin nouveau dans le royaume de Dieu. »
Après avoir chanté les psaumes, ils partirent pour le mont des Oliviers.
Jésus leur dit : « Vous allez tous être exposés à tomber, car il est écrit : Je frapperai le berger, et les brebis seront dispersées.
Mais, après que je serai ressuscité, je vous précéderai en Galilée. »
Pierre lui dit alors : « Même si tous viennent à tomber, moi, je ne tomberai pas. »
Jésus lui répond : « Amen, je te le dis : toi, aujourd'hui, cette nuit même, avant que le coq chante deux fois, tu m'auras renié trois fois. »
Mais lui reprenait de plus belle : « Même si je dois mourir avec toi, je ne te renierai pas. » Et tous disaient de même.
Ils parviennent à un domaine appelé Gethsémani.
Jésus dit à ses disciples : « Restez ici ; moi, je vais prier. »
Puis il emmène avec lui Pierre, Jacques et Jean, et commence à ressentir frayeur et angoisse.
Il leur dit : « Mon âme est triste à mourir. Demeurez ici et veillez. »
S'écartant un peu, il tombait à terre et priait pour que, s'il était possible, cette heure s'éloigne de lui.
Il disait : « Abba... Père, tout est possible pour toi. Éloigne de moi cette coupe.
Cependant, non pas ce que je veux, mais ce que tu veux ! »
Puis il revient et trouve les disciples endormis. Il dit à Pierre : « Simon, tu dors ! Tu n'as pas eu la force de veiller une heure ?
Veillez et priez pour ne pas entrer en tentation : l'esprit est ardent, mais la chair est faible. »
Il retourna prier, en répétant les mêmes paroles.
Quand il revint près des disciples, il les trouva endormis, car leurs yeux étaient alourdis. Et ils ne savaient que lui dire.
Une troisième fois, il revient et leur dit : « Désormais vous pouvez dormir et vous reposer. C'est fait ; l'heure est venue : voici que le Fils de l'homme est livré aux mains des pécheurs.
Levez-vous ! Allons ! Le voici tout proche, celui qui me livre. »
Jésus parlait encore quand Judas, l'un des Douze, arriva avec une bande armée d'épées et de bâtons, envoyée par les chefs des prêtres, les scribes et les anciens.
Or, le traître leur avait donné un signe convenu : « Celui que j'embrasserai, c'est lui : arrêtez-le, et emmenez-le sous bonne garde. »
A peine arrivé, Judas, s'approchant de Jésus, lui dit : « Rabbi ! » Et il l'embrassa.
Les autres lui mirent la main dessus et l'arrêtèrent.
Un de ceux qui étaient là tira son épée, frappa le serviteur du grand prêtre et lui trancha l'oreille.
Alors Jésus leur déclara : « Suis-je donc un bandit pour que vous soyez venus m'arrêter avec des épées et des bâtons ? 

Chaque jour, j'étais parmi vous dans le Temple, où j'enseignais ; et vous ne m'avez pas arrêté. Mais il faut que les Écritures s'accomplissent. »
Les disciples l'abandonnèrent et s'enfuirent tous.
Or, un jeune homme suivait Jésus ; il n'avait pour vêtement qu'un drap. On le saisit.
Mais lui, lâchant le drap, se sauva tout nu.
Ils emmenèrent Jésus chez le grand prêtre, et tous les chefs des prêtres, les anciens et les scribes se rassemblent.
Pierre avait suivi Jésus de loin, jusqu'à l'intérieur du palais du grand prêtre, et là, assis parmi les gardes, il se chauffait près du feu.
Les chefs des prêtres et tout le grand conseil cherchaient un témoignage contre Jésus pour le faire condamner à mort, et ils n'en trouvaient pas.
De fait, plusieurs portaient de faux témoignages contre Jésus, et ces témoignages ne concordaient même pas.
Quelques-uns se levaient pour porter contre lui ce faux témoignage :
« Nous l'avons entendu dire : 'Je détruirai ce temple fait de main d'homme, et en trois jours j'en rebâtirai un autre qui ne sera pas fait de main d'homme. ' »
Et même sur ce point, ils n'étaient pas d'accord.
Alors le grand prêtre se leva devant l'assemblée et interrogea Jésus : « Tu ne réponds rien à ce que ces gens déposent contre toi ? »
Mais lui gardait le silence, et il ne répondait rien. Le grand prêtre l'interroge de nouveau : « Es-tu le Messie, le Fils du Dieu béni ? »
Jésus lui dit : « Je le suis, et vous verrez le Fils de l'homme siéger à la droite du Tout-Puissant, et venir parmi les nuées du ciel. »
Alors, le grand prêtre déchire ses vêtements et dit : « Pourquoi nous faut-il encore des témoins ?
Vous avez entendu le blasphème. Quel est votre avis ? » Tous prononcèrent qu'il méritait la mort.
Quelques-uns se mirent à cracher sur lui, couvrirent son visage d'un voile, et le rouèrent de coups, en disant : « Fais le prophète ! » Et les gardes lui donnèrent des gifles.
Comme Pierre était en bas, dans la cour, arrive une servante du grand prêtre.
Elle le voit qui se chauffe, le dévisage et lui dit : « Toi aussi, tu étais avec Jésus de Nazareth ! »
Pierre le nia : « Je ne sais pas, je ne comprends pas ce que tu veux dire. » Puis il sortit dans le vestibule.
La servante, l'ayant vu, recommença à dire à ceux qui se trouvaient là : « En voilà un qui est des leurs ! »
De nouveau, Pierre le niait. Un moment après, ceux qui étaient là lui disaient : « Sûrement tu en es ! D'ailleurs, tu es Galiléen. »
Alors il se mit à jurer en appelant sur lui la malédiction : « Je ne connais pas l'homme dont vous parlez. »
Et aussitôt, un coq chanta pour la seconde fois. Alors Pierre se souvint de la parole de Jésus : « Avant que le coq chante deux fois, tu m'auras renié trois fois. » Et il se mit à pleurer.
Dès le matin, les chefs des prêtres convoquèrent les anciens et les scribes, et tout le grand conseil. Puis ils enchaînèrent Jésus et l'emmenèrent pour le livrer à Pilate.
Celui-ci l'interrogea : « Es-tu le roi des Juifs ? » Jésus répond : « C'est toi qui le dis. »
Les chefs des prêtres multipliaient contre lui les accusations.
Pilate lui demandait à nouveau : « Tu ne réponds rien ? Vois toutes les accusations qu'ils portent contre toi. »
Mais Jésus ne répondit plus rien, si bien que Pilate s'en étonnait.
A chaque fête de Pâque, il relâchait un prisonnier, celui que la foule demandait.
Or, il y avait en prison un dénommé Barabbas, arrêté avec des émeutiers pour avoir tué un homme lors de l'émeute.
La foule monta donc, et se mit à demander à Pilate la grâce qu'il accordait d'habitude.
Pilate leur répondit :
(Il se rendait bien compte que c'était par jalousie que les chefs des prêtres l'avaient livré.)
Ces derniers excitèrent la foule à demander plutôt la grâce de Barabbas.
Et comme Pilate reprenait : « Que ferai-je donc de celui que vous appelez le roi des Juifs ? »,
ils crièrent de nouveau : « Crucifie-le ! »
Pilate leur disait : « Qu'a-t-il donc fait de mal ? » Mais ils crièrent encore plus fort : « Crucifie-le ! »
Pilate, voulant contenter la foule, relâcha Barabbas, et après avoir fait flageller Jésus, il le livra pour qu'il soit crucifié.
Les soldats l'emmenèrent à l'intérieur du Prétoire, c'est-à-dire dans le palais du gouverneur. Ils appellent toute la garde,
ils lui mettent un manteau rouge, et lui posent sur la tête une couronne d'épines qu'ils ont tressée.
Puis ils se mirent à lui faire des révérences : « Salut, roi des Juifs ! »
Ils lui frappaient la tête avec un roseau, crachaient sur lui, et s'agenouillaient pour lui rendre hommage.
Quand ils se furent bien moqués de lui, ils lui ôtèrent le manteau rouge, et lui remirent ses vêtements.
et ils réquisitionnent, pour porter la croix, un passant, Simon de Cyrène, le père d'Alexandre et de Rufus, qui revenait des champs.
Et ils amènent Jésus à l'endroit appelé Golgotha, c'est-à-dire : Lieu-du-Crâne, ou Calvaire.
Ils lui offraient du vin aromatisé de myrrhe ; mais il n'en prit pas.
Alors ils le crucifient, puis se partagent ses vêtements, en tirant au sort pour savoir la part de chacun.
Il était neuf heures lorsqu'on le crucifia.
L'inscription indiquant le motif de sa condamnation portait ces mots : « Le roi des Juifs ».
Avec lui on crucifie deux bandits, l'un à sa droite, l'autre à sa gauche.

Les passants l'injuriaient en hochant la tête : « Hé ! toi qui détruis le Temple et le rebâtis en trois jours,
sauve-toi toi-même, descends de la croix ! »
De même, les chefs des prêtres se moquaient de lui avec les scribes, en disant entre eux : « Il en a sauvé d'autres, et il ne peut pas se sauver lui-même !
Que le Messie, le roi d'Israël, descende maintenant de la croix ; alors nous verrons et nous croirons. » Même ceux qui étaient crucifiés avec lui l'insultaient.
Quand arriva l'heure de midi, il y eut des ténèbres sur toute la terre jusque vers trois heures.
Et à trois heures, Jésus cria d'une voix forte : « Éloï, Éloï, lama sabactani ? », ce qui veut dire : « Mon Dieu, mon Dieu, pourquoi m'as-tu abandonné ? »
Quelques-uns de ceux qui étaient là disaient en l'entendant : « Voilà qu'il appelle le prophète Élie ! »
L'un d'eux courut tremper une éponge dans une boisson vinaigrée, il la mit au bout d'un roseau, et il lui donnait à boire, en disant : « Attendez ! Nous verrons bien si Élie vient le descendre de là ! »
Mais Jésus, poussant un grand cri, expira.
Le rideau du Temple se déchira en deux, depuis le haut jusqu'en bas.
Le centurion qui était là en face de Jésus, voyant comment il avait expiré, s'écria : « Vraiment, cet homme était le Fils de Dieu ! »
Il y avait aussi des femmes, qui regardaient de loin, et parmi elles, Marie Madeleine, Marie, mère de Jacques le petit et de José, et Salomé,
qui suivaient Jésus et le servaient quand il était en Galilée, et encore beaucoup d'autres, qui étaient montées avec lui à Jérusalem.
Déjà le soir était venu ; or, comme c'était la veille du sabbat, le jour où il faut tout préparer,
Joseph d'Arimathie intervint. C'était un homme influent, membre du Conseil, et il attendait lui aussi le royaume de Dieu. Il eut le courage d'aller chez Pilate pour demander le corps de Jésus.
Pilate, s'étonnant qu'il soit déjà mort, fit appeler le centurion, pour savoir depuis combien de temps Jésus était mort.
Sur le rapport du centurion, il permit à Joseph de prendre le corps.
Joseph acheta donc un linceul, il descendit Jésus de la croix, l'enveloppa dans le linceul et le déposa dans un sépulcre qui était creusé dans le roc. Puis il roula une pierre contre l'entrée du tombeau.
Or, Marie Madeleine et Marie, mère de José, regardaient l'endroit où on l'avait mis.

Evangelium nach Markus 14,1-72.15,1-47. 

Es war zwei Tage vor dem Pascha und dem Fest der Ungesäuerten Brote. Die Hohenpriester und die Schriftgelehrten suchten nach einer Möglichkeit, Jesus mit List in ihre Gewalt zu bringen, um ihn zu töten.
Sie sagten aber: Ja nicht am Fest, damit es im Volk keinen Aufruhr gibt.
Als Jesus in Betanien im Haus Simons des Aussätzigen bei Tisch war, kam eine Frau mit einem Alabastergefäß voll echtem, kostbarem Nardenöl, zerbrach es und goß das Öl über sein Haar.
Einige aber wurden unwillig und sagten zueinander: Wozu diese Verschwendung?
Man hätte das Öl um mehr als dreihundert Denare verkaufen und das Geld den Armen geben können. Und sie machten der Frau heftige Vorwürfe.
Jesus aber sagte: Hört auf! Warum laßt ihr sie nicht in Ruhe? Sie hat ein gutes Werk an mir getan.
Denn die Armen habt ihr immer bei euch, und ihr könnt ihnen Gutes tun, so oft ihr wollt; mich aber habt ihr nicht immer.
Sie hat getan, was sie konnte. Sie hat im voraus meinen Leib für das Begräbnis gesalbt.
Amen, ich sage euch: Überall auf der Welt, wo das Evangelium verkündet wird, wird man sich an sie erinnern und erzählen, was sie getan hat.
Judas Iskariot, einer der Zwölf, ging zu den Hohenpriestern. Er wollte Jesus an sie ausliefern.
Als sie das hörten, freuten sie sich und versprachen, ihm Geld dafür zu geben. Von da an suchte er nach einer günstigen Gelegenheit, ihn auszuliefern.
Am ersten Tag des Festes der Ungesäuerten Brote, an dem man das Paschalamm schlachtete, sagten die Jünger zu Jesus: Wo sollen wir das Paschamahl für dich vorbereiten?
Da schickte er zwei seiner Jünger voraus und sagte zu ihnen: Geht in die Stadt; dort wird euch ein Mann begegnen, der einen Wasserkrug trägt. Folgt ihm,
bis er in ein Haus hineingeht; dann sagt zu dem Herrn des Hauses: Der Meister läßt dich fragen: Wo ist der Raum, in dem ich mit meinen Jüngern das Paschalamm essen kann?
Und der Hausherr wird euch einen großen Raum im Obergeschoß zeigen, der schon für das Festmahl hergerichtet und mit Polstern ausgestattet ist. Dort bereitet alles für uns vor!
Die Jünger machten sich auf den Weg und kamen in die Stadt. Sie fanden alles so, wie er es ihnen gesagt hatte, und bereiteten das Paschamahl vor.
Als es Abend wurde, kam Jesus mit den Zwölf.
Während sie nun bei Tisch waren und aßen, sagte er: Amen, ich sage euch: Einer von euch wird mich verraten und ausliefern, einer von denen, die zusammen mit mir essen.
Da wurden sie traurig, und einer nach dem andern fragte ihn: Doch nicht etwa ich?
Er sagte zu ihnen: Einer von euch Zwölf, der mit mir aus derselben Schüssel ißt.
Der Menschensohn muß zwar seinen Weg gehen, wie die Schrift über ihn sagt. Doch weh dem Menschen, durch den der Menschensohn verraten wird. Für ihn wäre es besser, wenn er nie geboren wäre.
Während des Mahls nahm er das Brot und sprach den Lobpreis; dann brach er das Brot, reichte es ihnen und sagte: Nehmt, das ist mein Leib.
Dann nahm er den Kelch, sprach das Dankgebet, reichte ihn den Jüngern, und sie tranken alle daraus.
Und er sagte zu ihnen: Das ist mein Blut, das Blut des Bundes, das für viele vergossen wird.
Amen, ich sage euch: Ich werde nicht mehr von der Frucht des Weinstocks trinken bis zu dem Tag, an dem ich von neuem davon trinke im Reich Gottes.
Nach dem Lobgesang gingen sie zum Ölberg hinaus.

Da sagte Jesus zu ihnen: Ihr werdet alle (an mir) Anstoß nehmen und zu Fall kommen; denn in der Schrift steht: Ich werde den Hirten erschlagen, dann werden sich die Schafe zerstreuen.
Aber nach meiner Auferstehung werde ich euch nach Galiläa vorausgehen.
Da sagte Petrus zu ihm: Auch wenn alle (an dir) Anstoß nehmen - ich nicht!
Jesus antwortete ihm: Amen, ich sage dir: Noch heute nacht, ehe der Hahn zweimal kräht, wirst du mich dreimal verleugnen.
Petrus aber beteuerte: Und wenn ich mit dir sterben müßte - ich werde dich nie verleugnen. Das gleiche sagten auch alle anderen.
Sie kamen zu einem Grundstück, das Getsemani heißt, und er sagte zu seinen Jüngern: Setzt euch und wartet hier, während ich bete.
Und er nahm Petrus, Jakobus und Johannes mit sich. Da ergriff ihn Furcht und Angst,
und er sagte zu ihnen: Meine Seele ist zu Tode betrübt. Bleibt hier und wacht!
Und er ging ein Stück weiter, warf sich auf die Erde nieder und betete, daß die Stunde, wenn möglich, an ihm vorübergehe.
Er sprach: Abba, Vater, alles ist dir möglich. Nimm diesen Kelch von mir! Aber nicht, was ich will, sondern was du willst (soll geschehen).
Und er ging zurück und fand sie schlafend. Da sagte er zu Petrus: Simon, du schläfst? Konntest du nicht einmal eine Stunde wach bleiben?
Wacht und betet, damit ihr nicht in Versuchung geratet. Der Geist ist willig, aber das Fleisch ist schwach.
Und er ging wieder weg und betete mit den gleichen Worten.
Als er zurückkam, fand er sie wieder schlafend, denn die Augen waren ihnen zugefallen; und sie wußten nicht, was sie ihm antworten sollten.
Und er kam zum drittenmal und sagte zu ihnen: Schlaft ihr immer noch und ruht euch aus? Es ist genug. Die Stunde ist gekommen; jetzt wird der Menschensohn den Sündern ausgeliefert.
Steht auf, wir wollen gehen! Seht, der Verräter, der mich ausliefert, ist da.
Noch während er redete, kam Judas, einer der Zwölf, mit einer Schar von Männern, die mit Schwertern und Knüppeln bewaffnet waren; sie waren von den Hohenpriestern, den Schriftgelehrten und den Ältesten geschickt worden.
Der Verräter hatte mit ihnen ein Zeichen vereinbart und gesagt: Der, den ich küssen werde, der ist es. Nehmt ihn fest, führt ihn ab, und laßt ihn nicht entkommen.
Und als er kam, ging er sogleich auf Jesus zu und sagte: Rabbi! Und er küßte ihn.
Da ergriffen sie ihn und nahmen ihn fest.
Einer von denen, die dabeistanden, zog das Schwert, schlug auf den Diener des Hohenpriesters ein und hieb ihm ein Ohr ab.
Da sagte Jesus zu ihnen: Wie gegen einen Räuber seid ihr mit Schwertern und Knüppeln ausgezogen, um mich festzunehmen.
Tag für Tag war ich bei euch im Tempel und lehrte, und ihr habt mich nicht verhaftet; aber (das ist geschehen), damit die Schrift in Erfüllung geht.
Da verließen ihn alle und flohen.
Ein junger Mann aber, der nur mit einem leinenen Tuch bekleidet war, wollte ihm nachgehen. Da packten sie ihn;
er aber ließ das Tuch fallen und lief nackt davon.
Darauf führten sie Jesus zum Hohenpriester, und es versammelten sich alle Hohenpriester und Ältesten und Schriftgelehrten.
Petrus aber war Jesus von weitem bis in den Hof des hohepriesterlichen Palastes gefolgt; nun saß er dort bei den Dienern und wärmte sich am Feuer.
Die Hohenpriester und der ganze Hohe Rat bemühten sich um Zeugenaussagen gegen Jesus, um ihn zum Tod verurteilen zu können; sie fanden aber nichts.
Viele machten zwar falsche Aussagen über ihn, aber die Aussagen stimmten nicht überein.
Einige der falschen Zeugen, die gegen ihn auftraten, behaupteten:
Wir haben ihn sagen hören: Ich werde diesen von Menschen erbauten Tempel niederreißen und in drei Tagen einen anderen errichten, der nicht von Menschenhand gemacht ist.
Aber auch in diesem Fall stimmten die Aussagen nicht überein.
Da stand der Hohepriester auf, trat in die Mitte und fragte Jesus: Willst du denn nichts sagen zu dem, was diese Leute gegen dich vorbringen?
Er aber schwieg und gab keine Antwort. Da wandte sich der Hohepriester nochmals an ihn und fragte: Bist du der Messias, der Sohn des Hochgelobten?
Jesus sagte: Ich bin es. Und ihr werdet den Menschensohn zur Rechten der Macht sitzen und mit den Wolken des Himmels kommen sehen.
Da zerriß der Hohepriester sein Gewand und rief: Wozu brauchen wir noch Zeugen?
Ihr habt die Gotteslästerung gehört. Was ist eure Meinung? Und sie fällten einstimmig das Urteil: Er ist schuldig und muß sterben.
Und einige spuckten ihn an, verhüllten sein Gesicht, schlugen ihn und riefen: Zeig, daß du ein Prophet bist! Auch die Diener schlugen ihn ins Gesicht.
Als Petrus unten im Hof war, kam eine von den Mägden des Hohenpriesters.
Sie sah, wie Petrus sich wärmte, blickte ihn an und sagte: Auch du warst mit diesem Jesus aus Nazaret zusammen.
Doch er leugnete es und sagte: Ich weiß nicht und verstehe nicht, wovon du redest. Dann ging er in den Vorhof hinaus.
Als die Magd ihn dort bemerkte, sagte sie zu denen, die dabeistanden, noch einmal: Der gehört zu ihnen.
Er aber leugnete es wieder ab. Wenig später sagten die Leute, die dort standen, von neuem zu Petrus: Du gehörst wirklich zu ihnen; du bist doch auch ein Galiläer.
Da fing er an zu fluchen und schwor: Ich kenne diesen Menschen nicht, von dem ihr redet.
Gleich darauf krähte der Hahn zum zweitenmal, und Petrus erinnerte sich, daß Jesus zu ihm gesagt hatte: Ehe der Hahn zweimal kräht, wirst du mich dreimal verleugnen. Und er begann zu weinen.
Gleich in der Frühe fassten die Hohenpriester, die Ältesten und die Schriftgelehrten, also der ganze Hohe Rat, über Jesus einen Beschluss: Sie ließen ihn fesseln und abführen und lieferten ihn Pilatus aus.
Pilatus fragte ihn: Bist du der König der Juden? Er antwortete ihm: Du sagst es.
Die Hohenpriester brachten viele Anklagen gegen ihn vor.
Da wandte sich Pilatus wieder an ihn und fragte: Willst du denn nichts dazu sagen? Sieh doch, wie viele Anklagen sie gegen dich vorbringen.
Jesus aber gab keine Antwort mehr, so dass Pilatus sich wunderte.
Jeweils zum Fest ließ Pilatus einen Gefangenen frei, den sie sich ausbitten durften.
Damals saß gerade ein Mann namens Barabbas im Gefängnis, zusammen mit anderen Aufrührern, die bei einem Aufstand einen Mord begangen hatten.
Die Volksmenge zog (zu Pilatus) hinauf und bat, ihnen die gleiche Gunst zu gewähren wie sonst.
Pilatus fragte sie: Wollt ihr, dass ich den König der Juden freilasse?
Er merkte nämlich, dass die Hohenpriester nur aus Neid Jesus an ihn ausgeliefert hatten.
Die Hohenpriester aber wiegelten die Menge auf, lieber die Freilassung des Barabbas zu fordern.
Pilatus wandte sich von neuem an sie und fragte: Was soll ich dann mit dem tun, den ihr den König der Juden nennt?
Da schrien sie: Kreuzige ihn!
Pilatus entgegnete: Was hat er denn für ein Verbrechen begangen? Sie schrien noch lauter: Kreuzige ihn!
Darauf ließ Pilatus, um die Menge zufrieden zu stellen, Barabbas frei und gab den Befehl, Jesus zu geißeln und zu kreuzigen.
Die Soldaten führten ihn in den Palast hinein, das heißt in das Prätorium, und riefen die ganze Kohorte zusammen.
Dann legten sie ihm einen Purpurmantel um und flochten einen Dornenkranz; den setzten sie ihm auf
und grüßten ihn: Heil dir, König der Juden!
Sie schlugen ihm mit einem Stock auf den Kopf und spuckten ihn an, knieten vor ihm nieder und huldigten ihm.
aNachdem sie so ihren Spott mit ihm getrieben hatten, nahmen sie ihm den Purpurmantel ab und zogen ihm seine eigenen Kleider wieder an. Dann führten sie Jesus hinaus, um ihn zu kreuzigen.
Einen Mann, der gerade vom Feld kam, Simon von Zyrene, den Vater des Alexander und des Rufus, zwangen sie, sein Kreuz zu tragen.
Und sie brachten Jesus an einen Ort namens Golgota, das heißt übersetzt: Schädelhöhe.
Dort reichten sie ihm Wein, der mit Myrrhe gewürzt war; er aber nahm ihn nicht.
Dann kreuzigten sie ihn. Sie warfen das Los und verteilten seine Kleider unter sich und gaben jedem, was ihm zufiel.
Es war die dritte Stunde, als sie ihn kreuzigten.
Und eine Aufschrift (auf einer Tafel) gab seine Schuld an: Der König der Juden.
Zusammen mit ihm kreuzigten sie zwei Räuber, den einen rechts von ihm, den andern links.
[]
Die Leute, die vorbeikamen, verhöhnten ihn, schüttelten den Kopf und riefen: Ach, du willst den Tempel niederreißen und in drei Tagen wieder aufbauen?
Hilf dir doch selbst und steig herab vom Kreuz!
Auch die Hohenpriester und die Schriftgelehrten verhöhnten ihn und sagten zueinander: Anderen hat er geholfen, sich selbst kann er nicht helfen.
Der Messias, der König von Israel! Er soll doch jetzt vom Kreuz herabsteigen, damit wir sehen und glauben. Auch die beiden Männer, die mit ihm zusammen gekreuzigt wurden, beschimpften ihn.
Als die sechste Stunde kam, brach über das ganze Land eine Finsternis herein. Sie dauerte bis zur neunten Stunde.
Und in der neunten Stunde rief Jesus mit lauter Stimme: Eloï, Eloï, lema sabachtani?, das heißt übersetzt: Mein Gott, mein Gott, warum hast du mich verlassen?
Einige von denen, die dabeistanden und es hörten, sagten: Hört, er ruft nach Elija!
Einer lief hin, tauchte einen Schwamm in Essig, steckte ihn auf einen Stock und gab Jesus zu trinken. Dabei sagte er: Lasst uns doch sehen, ob Elija kommt und ihn herabnimmt.
Jesus aber schrie laut auf. Dann hauchte er den Geist aus.
Da riss der Vorhang im Tempel von oben bis unten entzwei.
Als der Hauptmann, der Jesus gegenüberstand, ihn auf diese Weise sterben sah, sagte er: Wahrhaftig, dieser Mensch war Gottes Sohn.
Auch einige Frauen sahen von weitem zu, darunter Maria aus Magdala, Maria, die Mutter von Jakobus dem Kleinen und Joses, sowie Salome;
sie waren Jesus schon in Galiläa nachgefolgt und hatten ihm gedient. Noch viele andere Frauen waren dabei, die mit ihm nach Jerusalem hinaufgezogen waren.
Da es Rüsttag war, der Tag vor dem Sabbat, und es schon Abend wurde,
ging Josef von Arimathäa, ein vornehmer Ratsherr, der auch auf das Reich Gottes wartete, zu Pilatus und wagte es, um den Leichnam Jesu zu bitten.
Pilatus war überrascht, als er hörte, dass Jesus schon tot sei. Er ließ den Hauptmann kommen und fragte ihn, ob Jesus bereits gestorben sei.
Als der Hauptmann ihm das bestätigte, überließ er Josef den Leichnam.
Josef kaufte ein Leinentuch, nahm Jesus vom Kreuz, wickelte ihn in das Tuch und legte ihn in ein Grab, das in einen Felsen gehauen war. Dann wälzte er einen Stein vor den Eingang des Grabes.
Maria aus Magdala aber und Maria, die Mutter des Joses, beobachteten, wohin der Leichnam gelegt wurde.

Dal Vangelo di Gesù Cristo secondo Marco 14,1-72.15,1-47. 

Mancavano intanto due giorni alla Pasqua e agli Azzimi e i sommi sacerdoti e gli scribi cercavano il modo di impadronirsi di lui con inganno, per ucciderlo.
Dicevano infatti: «Non durante la festa, perché non succeda un tumulto di popolo».
Gesù si trovava a Betània nella casa di Simone il lebbroso. Mentre stava a mensa, giunse una donna con un vasetto di alabastro, pieno di olio profumato di nardo genuino di gran valore; ruppe il vasetto di alabastro e versò l'unguento sul suo capo.
Ci furono alcuni che si sdegnarono fra di loro: «Perché tutto questo spreco di olio profumato?
Si poteva benissimo vendere quest'olio a più di trecento denari e darli ai poveri!». Ed erano infuriati contro di lei.
Allora Gesù disse: «Lasciatela stare; perché le date fastidio? Ella ha compiuto verso di me un'opera buona;
i poveri infatti li avete sempre con voi e potete beneficarli quando volete, me invece non mi avete sempre.
Essa ha fatto ciò ch'era in suo potere, ungendo in anticipo il mio corpo per la sepoltura.
In verità vi dico che dovunque, in tutto il mondo, sarà annunziato il vangelo, si racconterà pure in suo ricordo ciò che ella ha fatto».
Allora Giuda Iscariota, uno dei Dodici, si recò dai sommi sacerdoti, per consegnare loro Gesù.
Quelli all'udirlo si rallegrarono e promisero di dargli denaro. Ed egli cercava l'occasione opportuna per consegnarlo.
Il primo giorno degli Azzimi, quando si immolava la Pasqua, i suoi discepoli gli dissero: «Dove vuoi che andiamo a preparare perché tu possa mangiare la Pasqua?».
Allora mandò due dei suoi discepoli dicendo loro: «Andate in città e vi verrà incontro un uomo con una brocca d'acqua; seguitelo
e là dove entrerà dite al padrone di casa: Il Maestro dice: Dov'è la mia stanza, perché io vi possa mangiare la Pasqua con i miei discepoli?
Egli vi mostrerà al piano superiore una grande sala con i tappeti, gia pronta; là preparate per noi».
I discepoli andarono e, entrati in città, trovarono come aveva detto loro e prepararono per la Pasqua.
Venuta
la sera, egli giunse con i Dodici.
Ora, mentre erano a mensa e mangiavano, Gesù disse: «In verità vi dico, uno di voi, colui che mangia con me, mi tradirà».
Allora cominciarono a rattristarsi e a dirgli uno dopo l'altro: «Sono forse io?».
Ed egli disse loro: «Uno dei Dodici, colui che intinge con me nel piatto.
Il Figlio dell'uomo se ne va, come sta scritto di lui, ma guai a quell'uomo dal quale il Figlio dell'uomo è tradito! Bene per quell'uomo se non fosse mai nato!».
Mentre mangiavano prese il pane e, pronunziata la benedizione, lo spezzò e lo diede loro, dicendo: «Prendete, questo è il mio corpo».
Poi prese il calice e rese grazie, lo diede loro e ne bevvero tutti.
E disse: «Questo è il mio sangue, il sangue dell'alleanza versato per molti.
In verità vi dico che io non berrò più del frutto della vite fino al giorno in cui lo berrò nuovo nel regno di Dio».
E dopo aver cantato l'inno, uscirono verso il monte degli Ulivi.
Gesù disse loro: «Tutti rimarrete scandalizzati, poiché sta scritto: Percuoterò il pastore e le pecore saranno disperse.
Ma, dopo la mia risurrezione, vi precederò in Galilea».
Allora Pietro gli disse: «Anche se tutti saranno scandalizzati, io non lo sarò».
Gesù gli disse: «In verità ti dico: proprio tu oggi, in questa stessa notte, prima che il gallo canti due volte, mi rinnegherai tre volte».
Ma egli, con grande insistenza, diceva: «Se anche dovessi morire con te, non ti rinnegherò». Lo stesso dicevano anche tutti gli altri.
Giunsero intanto a un podere chiamato Getsèmani, ed egli disse ai suoi discepoli: «Sedetevi qui, mentre io prego».
Prese con sé Pietro, Giacomo e Giovanni e cominciò a sentire paura e angoscia.
Gesù disse loro: «La mia anima è triste fino alla morte. Restate qui e vegliate».
Poi, andato un pò innanzi, si gettò a terra e pregava che, se fosse possibile, passasse da lui quell'ora.
E diceva: «Abbà, Padre! Tutto è possibile a te, allontana da me questo calice! Però non ciò che io voglio, ma ciò che vuoi tu».
Tornato indietro, li trovò addormentati e disse a Pietro: «Simone, dormi? Non sei riuscito a vegliare un'ora sola?
Vegliate e pregate per non entrare in tentazione; lo spirito è pronto, ma la carne è debole».
Allontanatosi di nuovo, pregava dicendo le medesime parole.
Ritornato li trovò addormentati, perché i loro occhi si erano appesantiti, e non sapevano che cosa rispondergli.
Venne la terza volta e disse loro: «Dormite ormai e riposatevi! Basta, è venuta l'ora: ecco, il Figlio dell'uomo viene consegnato nelle mani dei peccatori.
Alzatevi, andiamo! Ecco, colui che mi tradisce è vicino».
E subito, mentre ancora parlava, arrivò Giuda, uno dei Dodici, e con lui una folla con spade e bastoni mandata dai sommi sacerdoti, dagli scribi e dagli anziani.
Chi lo tradiva aveva dato loro questo segno: «Quello che bacerò, è lui; arrestatelo e conducetelo via sotto buona scorta».
Allora gli si accostò dicendo: «Rabbì» e lo baciò.
Essi gli misero addosso le mani e lo arrestarono.
Uno dei presenti, estratta la spada, colpì il servo del sommo sacerdote e gli recise l'orecchio.
Allora Gesù disse loro: «Come contro un brigante, con spade e bastoni siete venuti a prendermi.
Ogni giorno ero in mezzo a voi a insegnare nel tempio, e non mi avete arrestato. Si adempiano dunque le Scritture!».
Tutti allora, abbandonandolo, fuggirono.
Un giovanetto però lo seguiva, rivestito soltanto di un lenzuolo, e lo fermarono.
Ma egli, lasciato il lenzuolo, fuggì via nudo.
Allora condussero Gesù dal sommo sacerdote, e là si riunirono tutti i capi dei sacerdoti, gli anziani e gli scribi.
Pietro lo aveva seguito da lontano, fin dentro il cortile del sommo sacerdote; e se ne stava seduto tra i servi, scaldandosi al fuoco.
Intanto i capi dei sacerdoti e tutto il sinedrio cercavano una testimonianza contro Gesù per metterlo a morte, ma non la trovavano.
Molti infatti attestavano il falso contro di lui e così le loro testimonianze non erano concordi.
Ma alcuni si alzarono per testimoniare il falso contro di lui, dicendo:
«Noi lo abbiamo udito mentre diceva: Io distruggerò questo tempio fatto da mani d'uomo e in tre giorni ne edificherò un altro non fatto da mani d'uomo».
Ma nemmeno su questo punto la loro testimonianza era concorde.
Allora il sommo sacerdote, levatosi in mezzo all'assemblea, interrogò Gesù dicendo: «Non rispondi nulla? Che cosa testimoniano costoro contro di te?».
Ma egli taceva e non rispondeva nulla. Di nuovo il sommo sacerdote lo interrogò dicendogli: «Sei tu il Cristo, il Figlio di Dio benedetto?».
Gesù rispose: «Io lo sono! E vedrete il Figlio dell'uomo seduto alla destra della Potenza e venire con le nubi del cielo».
Allora il sommo sacerdote, stracciandosi le vesti, disse: «Che bisogno abbiamo ancora di testimoni?
Avete udito la bestemmia; che ve ne pare?». Tutti sentenziarono che era reo di morte.
Allora alcuni cominciarono a sputargli addosso, a coprirgli il volto, a schiaffeggiarlo e a dirgli: «Indovina». I servi intanto lo percuotevano.
Mentre Pietro era giù nel cortile, venne una serva del sommo sacerdote
e, vedendo Pietro che stava a scaldarsi, lo fissò e gli disse: «Anche tu eri con il Nazareno, con Gesù».
Ma egli negò: «Non so e non capisco quello che vuoi dire». Uscì quindi fuori del cortile e il gallo cantò.
E la serva, vedendolo, ricominciò a dire ai presenti: «Costui è di quelli».
Ma egli negò di nuovo. Dopo un poco i presenti dissero di nuovo a Pietro: «Tu sei certo di quelli, perché sei Galileo».
Ma egli cominciò a imprecare e a giurare: «Non conosco quell'uomo che voi dite».
Per la seconda volta un gallo cantò. Allora Pietro si ricordò di quella parola che Gesù gli aveva detto: «Prima che il gallo canti due volte, mi rinnegherai per tre volte». E scoppiò in pianto.
Al mattino i sommi sacerdoti, con gli anziani, gli scribi e tutto il sinedrio, dopo aver tenuto consiglio, misero in catene Gesù, lo condussero e lo consegnarono a Pilato.
Allora Pilato prese a interrogarlo: «Sei tu il re dei Giudei?». Ed egli rispose: «Tu lo dici».
I sommi sacerdoti frattanto gli muovevano molte accuse.
Pilato lo interrogò di nuovo: «Non rispondi nulla? Vedi di quante cose ti accusano!».
Ma Gesù non rispose più nulla, sicché Pilato ne restò meravigliato.
Per la festa egli era solito rilasciare un carcerato a loro richiesta.
Un tale chiamato Barabba si trovava in carcere insieme ai ribelli che nel tumulto avevano commesso un omicidio.
La folla, accorsa, cominciò a chiedere ciò che sempre egli le concedeva.
Allora Pilato rispose loro: «Volete che vi rilasci il re dei Giudei?».
Sapeva infatti che i sommi sacerdoti glielo avevano consegnato per invidia.
Ma i sommi sacerdoti sobillarono la folla perché egli rilasciasse loro piuttosto Barabba.
Pilato replicò: «Che farò dunque di quello che voi chiamate il re dei Giudei?».
Ed essi di nuovo gridarono: «Crocifiggilo!».
Ma Pilato diceva loro: «Che male ha fatto?». Allora essi gridarono più forte: «Crocifiggilo!».
E Pilato, volendo dar soddisfazione alla moltitudine, rilasciò loro Barabba e, dopo aver fatto flagellare Gesù, lo consegnò perché fosse crocifisso.
Allora i soldati lo condussero dentro il cortile, cioè nel pretorio, e convocarono tutta la coorte.
Lo rivestirono di porpora e, dopo aver intrecciato una corona di spine, gliela misero sul capo.
Cominciarono poi a salutarlo: «Salve, re dei Giudei!».
E gli percuotevano il capo con una canna, gli sputavano addosso e, piegando le ginocchia, si prostravano a lui.
Dopo averlo schernito, lo spogliarono della porpora e gli rimisero le sue vesti, poi lo condussero fuori per crocifiggerlo.
Allora costrinsero un tale che passava, un certo Simone di Cirene che veniva dalla campagna, padre di Alessandro e Rufo, a portare la croce.
Condussero dunque Gesù al luogo del Gòlgota, che significa luogo del cranio,
e gli offrirono vino mescolato con mirra, ma egli non ne prese.
Poi lo crocifissero e si divisero le sue vesti, tirando a sorte su di esse quello che ciascuno dovesse prendere.
Erano le nove del mattino quando lo crocifissero.
E l'iscrizione con il motivo della condanna diceva: Il re dei Giudei.
Con lui crocifissero anche due ladroni, uno alla sua destra e uno alla sinistra.
.
I passanti lo insultavano e, scuotendo il capo, esclamavano: «Ehi, tu che distruggi il tempio e lo riedifichi in tre giorni,
salva te stesso scendendo dalla croce!».
Ugualmente anche i sommi sacerdoti con gli scribi, facendosi beffe di lui, dicevano: «Ha salvato altri, non può salvare se stesso!
Il Cristo, il re d'Israele, scenda ora dalla croce, perché vediamo e crediamo». E anche quelli che erano stati crocifissi con lui lo insultavano.
Venuto mezzogiorno, si fece buio su tutta la terra, fino alle tre del pomeriggio.
Alle tre Gesù gridò con voce forte: Eloì, Eloì, lemà sabactàni?, che significa: Dio mio, Dio mio, perché mi hai abbandonato?
Alcuni dei presenti, udito ciò, dicevano: «Ecco, chiama Elia!».
Uno corse a inzuppare di aceto una spugna e, postala su una canna, gli dava da bere, dicendo: «Aspettate, vediamo se viene Elia a toglierlo dalla croce». 


Ma Gesù, dando un forte grido, spirò.
Il velo del tempio si squarciò in due, dall'alto in basso.
Allora il centurione che gli stava di fronte, vistolo spirare in quel modo, disse: «Veramente quest'uomo era Figlio di Dio!».
C'erano anche alcune donne, che stavano ad osservare da lontano, tra le quali Maria di Màgdala, Maria madre di Giacomo il minore e di ioses, e Salome,
che lo seguivano e servivano quando era ancora in Galilea, e molte altre che erano salite con lui a Gerusalemme.
Sopraggiunta ormai la sera, poiché era la Parascève, cioè la vigilia del sabato,
Giuseppe d'Arimatèa, membro autorevole del sinedrio, che aspettava anche lui il regno di Dio, andò coraggiosamente da Pilato per chiedere il corpo di Gesù.
Pilato si meravigliò che fosse gia morto e, chiamato il centurione, lo interrogò se fosse morto da tempo.
Informato dal centurione, concesse la salma a Giuseppe.
Egli allora, comprato un lenzuolo, lo calò giù dalla croce e, avvoltolo nel lenzuolo, lo depose in un sepolcro scavato nella roccia. Poi fece rotolare un masso contro l'entrata del sepolcro.
Intanto Maria di Màgdala e Maria madre di Ioses stavano ad osservare dove veniva deposto. 

























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