Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo

Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo
Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo

sábado, 29 de junio de 2013

Résumé de messe et de la remise du Pallium aux métropolitains

Sobre esta piedra...Solemnidad de loa Apóstoles Pedro y Pablo

La mirada de los papas, Francisco,Benedicto XVI y Juan Pablo II, a Pedro y Pablo en su Solemnidad

SANTA MISA E IMPOSICIÓN DEL PALIO
A LOS NUEVOS METROPOLITANOS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Basílica Vaticana
Sábado 29 de junio de 2013



Señores cardenales,
Su Eminencia, el Metropolita Ioannis,
venerados hermanos en el episcopado y el sacerdocio,
queridos hermanos y hermanas.
Celebramos la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo, patronos principales de la Iglesia de Roma: una fiesta que adquiere un tono de mayor alegría por la presencia de obispos de todo el mundo. Es una gran riqueza que, en cierto modo, nos permite revivir el acontecimiento de Pentecostés: hoy, como entonces, la fe de la Iglesia habla en todas las lenguas y quiere unir a los pueblos en una sola familia.

Saludo cordialmente y con gratitud a la delegación del Patriarcado de Constantinopla, guiada por el Metropolita Ioannis. Agradezco al Patriarca ecuménico Bartolomé I por este Nuevo gesto de fraternidad. Saludo a los señores embajadores y a las autoridades civiles. Un gracias especial al Thomanerchor, el coro de laThomaskirche, de Lipsia, la iglesia de Bach, que anima la liturgia y que constituye una ulterior presencia ecuménica.

Tres ideas sobre el ministerio petrino, guiadas por el verbo «confirmar». ¿Qué está llamado a confirmar el Obispo de Roma?
1. Ante todo, confirmar en la fe. El Evangelio habla de la confesión de Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo» (Mt, 16,16), una confesión que no viene de él, sino del Padre celestial. Y, a raíz de esta confesión, Jesús le dice: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (v. 18). El papel, el servicio eclesial de Pedro tiene su en la confesión de fe en Jesús, el Hijo de Dios vivo, en virtud de una gracia donada de lo alto. En la segunda parte del Evangelio de hoy vemos el peligro de pensar de manera mundana. Cuando Jesús habla de su muerte y resurrección, del camino de Dios, que no se corresponde con el camino humano del poder, afloran en Pedro la carne y la sangre: «Se puso a increparlo: “¡Lejos de ti tal cosa, Señor!”» (16,22). Y Jesús tiene palabras duras con él: «Aléjate de mí, Satanás. Eres para mí piedra de tropiezo» (v. 23). Cuando dejamos que prevalezcan nuestras Ideas, nuestros sentimientos, la lógica del poder humano, y no nos dejamos instruir y guiar por la fe, por Dios, nos convertimos en piedras de tropiezo. La fe en Cristo es la luz de nuestra vida de cristianos y de ministros de la Iglesia.

2. Confirmar en el amor. En la Segunda Lectura hemos escuchado las palabras conmovedoras de san Pablo: «He luchado el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe» (2 Tm 4,7). ¿De qué combate se trata? No el de las armas humanas, que por desgracia todavía ensangrientan el mundo; sino el combate del martirio. San Pablo sólo tiene un arma: el mensaje de Cristo y la entrega de toda su vida por Cristo y por los demás. Y es precisamente su exponerse en primera persona, su dejarse consumar por el evangelio, el hacerse todo para todos, sin reservas, lo que lo ha hecho creíble y ha edificado la Iglesia. El Obispo de Roma está llamado a vivir y a confirmar en este amor a Jesús y a todos sin distinción, límites o barreras. Y no sólo el Obispo de Roma: todos vosotros, nuevos arzobispos y obispos, tenéis la misma tarea: dejarse consumir por el Evangelio, hacerse todo para todos. El cometido de no escatimar, de salir de sí para servir al santo pueblo fiel de Dios.

3. Confirmar en la unidad. Aquí me refiero al gesto que hemos realizado. El palio es símbolo de comunión con el Sucesor de Pedro, «principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de la fe y de la comunión» (Lumen gentium, 18). Y vuestra presencia hoy, queridos hermanos, es el signo de que la comunión de la Iglesia no significa uniformidad. El Vaticano II, refiriéndose a la estructura jerárquica de la Iglesia, afirma que el Señor «con estos apóstoles formó una especie de Colegio o grupo estable, y eligiendo de entre ellos a Pedro lo puso al frente de él» (ibíd. 19). Confirmar en la unidad: el Sínodo de los Obispos, en armonía con el primado. Hemos de ir por este camino de la sinodalidad, crecer en armonía con el servicio del primado. Y el Concilio prosigue: «Este Colegio, en cuanto compuesto de muchos, expresa la diversidad y la unidad del Pueblo de Dios» (ibíd. 22). La variedad en la Iglesia, que es una gran riqueza, se funde siempre en la armonía de la unidad, como un gran mosaico en el que las teselas se juntan para formar el único gran diseño de Dios. Y esto debe impulsar a superar siempre cualquier conflicto que hiere el cuerpo de la Iglesia. Unidos en las diferencias: no hay otra vía católica para unirnos. Este es el espíritu católico, el espíritu cristiano: unirse en las diferencias. Este es el camino de Jesús. El palio, siendo signo de la comunión con el Obispo de Roma, con la Iglesia universal, con el Sínodo de los Obispos, supone también para cada uno de vosotros el compromiso de ser instrumentos de comunión.

Confesar al Señor dejándose instruir por Dios; consumarse por amor de Cristo y de su evangelio; ser servidores de la unidad. Queridos hermanos en el episcopado, estas son las consignas que los santos apóstoles Pedro y Pablo confían a cada uno de nosotros, para que sean vividas por todo cristiano. Que la santa Madre de Dios nos guíe y acompañe siempre con su intercesión: Reina de los apóstoles, reza por nosotros. Amén.








HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI 
DURANTE LA CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
 
EN LA SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO

Miércoles 29 de junio de 2005


 Queridos hermanos y hermanas:  

La fiesta de San Pedro y San Pablo, apóstoles, es una grata memoria de los grandes testigos de Jesucristo y, a la vez, una solemne confesión de fe en la Iglesia una, santa, católica y apostólica. 


Ante todo es una fiesta de la catolicidad. El signo de Pentecostés ―la nueva comunidad que habla en todas las lenguas y une a todos los pueblos en un único pueblo, en una familia de Dios― se ha hecho realidad. Nuestra asamblea litúrgica, en la que se encuentran reunidos obispos procedentes de todas las partes del mundo, personas de numerosas culturas y naciones, es una imagen de la familia de la Iglesia extendida por toda la tierra. Los extranjeros se han convertido en amigos; superando todos los confines, nos reconocemos hermanos. Así se ha cumplido la misión de san Pablo, que estaba convencido de ser "ministro de Cristo Jesús para con los gentiles, ejerciendo el sagrado oficio del Evangelio de Dios, para que la ofrenda de los gentiles, consagrada por el Espíritu Santo, agrade a Dios" (Rm 15, 16). 

La finalidad de la misión es una humanidad transformada en una glorificación viva de Dios, el culto verdadero que Dios espera:  este es el sentido más profundo de la catolicidad, una catolicidad que ya nos ha sido donada y hacia la cual, sin embargo, debemos avanzar siempre de nuevo.Catolicidad no sólo expresa una dimensión horizontal, la reunión de muchas personas en la unidad; también entraña una dimensión vertical:  sólo dirigiendo nuestra mirada a Dios, sólo abriéndonos a él, podemos llegar a ser realmente uno. Como san Pablo, también san Pedro vino a Roma, a la ciudad a donde confluían todos los pueblos y que, precisamente por eso, podía convertirse, antes que cualquier otra, en manifestación de la universalidad del Evangelio. Al emprender el viaje de Jerusalén a Roma, ciertamente sabía que lo guiaban las palabras de los profetas, la fe y la oración de Israel. 

En efecto, la misión hacia todo el mundo también forma parte del anuncio de la antigua alianza:  el pueblo de Israel estaba destinado a ser luz de las naciones. El gran salmo de la Pasión, el salmo 21, cuyo primer versículo "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" pronunció Jesús en la cruz, terminaba con la visión:  "Volverán al Señor de todos los confines del orbe; en su presencia se postrarán las familias de los pueblos" (Sal 21, 28). Cuando san Pedro y san Pablo vinieron a Roma, el Señor, que había iniciado ese salmo en la cruz, había resucitado; ahora se debía anunciar a todos los pueblos esa victoria de Dios, cumpliendo así la promesa con la que concluía el Salmo. 
Catolicidad significa universalidad, multiplicidad que se transforma en unidad; unidad que, a pesar de todo, sigue siendo multiplicidad. Las palabras de san Pablo sobre la universalidad de la Iglesia nos han explicado que de esta unidad forma parte la capacidad de los pueblos de superarse a sí mismos para mirar hacia el único Dios. 

El fundador de la teología católica, san Ireneo de Lyon, en el siglo II, expresó de un modo muy hermoso este vínculo entre catolicidad y unidad:  "la Iglesia recibió esta predicación y esta fe, y, extendida por toda la tierra, con esmero la custodia como si habitara en una sola familia. Conserva una misma fe, como si tuviese una sola alma y un solo corazón, y la predica, enseña y transmite con una misma voz, como si no tuviese sino una sola boca. Ciertamente, son diversas las lenguas, según las diversas regiones, pero la fuerza de la tradición es una y la misma. Las Iglesias de Alemania no creen de manera diversa, ni transmiten otra doctrina diferente de la que predican las de España, las de Francia, o las del Oriente, como las de Egipto o Libia, así como tampoco las Iglesias constituidas en el centro del mundo; sino que, así como el sol, que es una criatura de Dios, es uno y el mismo en todo el mundo, así también la luz de la predicación de la verdad brilla en todas partes e ilumina a todos los seres humanos que quieren venir al conocimiento de la verdad" (Adversus haereses, I, 10, 2). 

La unidad de los hombres en su multiplicidad ha sido posible porque Dios, el único Dios del cielo y de la tierra, se nos manifestó; porque la verdad esencial sobre nuestra vida, sobre nuestro origen y nuestro destino, se hizo visible cuando él se nos manifestó y en Jesucristo nos hizo ver su rostro, se nos reveló a sí mismo. Esta verdad sobre la esencia de nuestro ser, sobre nuestra vida y nuestra muerte, verdad que Dios hizo visible, nos une y nos convierte en hermanos. Catolicidad y unidadvan juntas. Y la unidad tiene un contenido:  la fe que los Apóstoles nos transmitieron de parte de Cristo. 

Me alegra haber entregado a la Iglesia ayer ―en la fiesta de san Ireneo y en la víspera de la solemnidad de San Pedro y San Pablo― una nueva guía para la transmisión de la fe, que nos ayuda a conocer mejor y también a vivir mejor la fe que nos une:  el Compendio del Catecismo de la Iglesia católica. Lo que en el gran Catecismo, mediante los testimonios de los santos de todos los siglos y con las reflexiones maduradas en la teología, se presenta de manera detallada, aquí, en este libro, se encuentra recapitulado en sus contenidos esenciales, que luego se han de traducir al lenguaje diario y se han de concretar siempre de nuevo. 

El libro está estructurado en forma de diálogo, con preguntas y respuestas; catorce imágenes asociadas a los diversos campos de la fe invitan a la contemplación y a la meditación. Resumen, por decir así, de modo visible lo que la palabra desarrolla detalladamente. Al inicio está un icono de Cristo del siglo VI, que se encuentra en el monte Athos y representa a Cristo en su dignidad de Señor de la tierra, pero a la vez como heraldo del Evangelio, que lleva en la mano. "Yo soy el que soy" ―este misterioso nombre de Dios, propuesto en la antigua alianza― se halla escrito allí como su nombre propio:  todo lo que existe viene de él; él es la fuente originaria de todo ser. Y por ser único, también está siempre presente, siempre está cerca de nosotros y, al mismo tiempo, siempre nos precede, como "señal" en el camino de nuestra vida; más aún, él mismo es el camino. 

No se puede leer este libro como se lee una novela. Hace falta meditarlo con calma en cada una de sus partes, dejando que su contenido, mediante las imágenes, penetre en el alma. Espero que así sea acogido, a fin de que se convierta en una buena guía para la transmisión de la fe. 
Hemos dicho que catolicidad de la Iglesia y unidad de la Iglesia van juntas. El hecho de que ambas dimensiones se nos hagan visibles en las figuras de los santos Apóstoles nos indica ya la característica sucesiva de la Iglesia:  apostólica. ¿Qué significa? 

El Señor instituyó doce Apóstoles, como eran doce los hijos de Jacob, señalándolos de esa manera como iniciadores del pueblo de Dios, el cual, siendo ya universal, en adelante abarca a todos los pueblos. San Marcos nos dice que Jesús llamó a los Apóstoles para que "estuvieran con él y también para enviarlos" (Mc 3, 14). Casi parece una contradicción. Nosotros diríamos:  o están con él o son enviados y se ponen en camino. 

El Papa san Gregorio Magno tiene un texto acerca de los ángeles que nos puede ayudar a aclarar esa aparente contradicción. Dice que los ángeles son siempre enviados y, al mismo tiempo, están siempre en presencia de Dios, y continúa:  "Dondequiera que sean enviados, dondequiera que vayan, caminan siempre en presencia de Dios" (Homilía 34, 13). El Apocalipsis se refiere a los obispos como "ángeles" de su Iglesia; por eso, podemos hacer esta aplicación:  los Apóstoles y sus sucesores deberían estar siempre en presencia del Señor y precisamente así, dondequiera que vayan, estarán siempre en comunión con él y vivirán de esa comunión. 

La Iglesia es apostólica porque confiesa la fe de los Apóstoles y trata de vivirla. Hay una unicidad que caracteriza a los Doce llamados por el Señor, pero al mismo tiempo existe una continuidad en la misión apostólica. San Pedro, en su primera carta, se refiere a sí mismo como "co-presbítero" con los presbíteros a los que escribe (cf. 1 P 5, 1). Así expresó el principio de la sucesión apostólica:  el mismo ministerio que él había recibido del Señor prosigue ahora en la Iglesia gracias a la ordenación sacerdotal. La palabra de Dios no es sólo escrita; gracias a los testigos que el Señor, por el sacramento, insertó en el ministerio apostólico, sigue siendo palabra viva. 

Así ahora me dirijo a vosotros, queridos hermanos en el episcopado. Os saludo con afecto, juntamente con vuestros familiares y con los peregrinos de las respectivas diócesis. Estáis a punto de recibir el palio de manos del Sucesor de Pedro. Lo hemos hecho bendecir, como por el mismo san Pedro, poniéndolo junto a su tumba. Ahora es expresión de nuestra responsabilidad común ante el "Pastor supremo", Jesucristo, del que habla san Pedro (cf. 1 P 5, 4). 

El palio es expresión de nuestra misión apostólica. Es expresión de nuestra comunión, que en el ministerio petrino tiene su garantía visible. Con la unidad, al igual que con la apostolicidad, está unido el servicio petrino, que reúne visiblemente a la Iglesia de todas las partes y de todos los tiempos, impidiéndonos de este modo a cada uno de nosotros caer en falsas autonomías, que con demasiada facilidad se transforman en particularizaciones de la Iglesia y así pueden poner en peligro su independencia. 

Con esto no queremos olvidar que el sentido de todas las funciones y los ministerios es, en el fondo, que "lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud", de modo que crezca el cuerpo de Cristo "para construcción de sí mismo en el amor" (Ef 4, 13. 16). 

Desde esta perspectiva, saludo con afecto y gratitud a la delegación de la Iglesia ortodoxa de Constantinopla, que ha enviado el Patriarca ecuménico Bartolomé I, al que dirijo un saludo cordial. Encabezada por el metropolita Ioannis, ha venido a nuestra fiesta y participa en nuestra celebración. Aunque aún no estamos de acuerdo en la cuestión de la interpretación y el alcance del ministerio petrino, estamos juntos en la sucesión apostólica, estamos profundamente unidos unos a otros por el ministerio episcopal y por el sacramento del sacerdocio, y confesamos juntos la fe de los Apóstoles como se nos ha transmitido en la Escritura y como ha sido interpretada en los grandes concilios. 

En este momento de la historia, lleno de escepticismo y de dudas, pero también rico en deseo de Dios, reconocemos de nuevo nuestra misión común de testimoniar juntos a Cristo nuestro Señor y, sobre la base de la unidad que ya se nos ha donado, de ayudar al mundo para que crea. Y pidamos con todo nuestro corazón al Señor que nos guíe a la unidad plena, a fin de que el esplendor de la verdad, la única que puede crear la unidad, sea de nuevo visible en el mundo. 

El evangelio de este día nos habla de la confesión de san Pedro, con la que inició la Iglesia:  "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16). He hablado de la Iglesia una, católica yapostólica, pero no lo he hecho aún de la Iglesia santa; por eso, quisiera recordar en este momento otra confesión de Pedro, pronunciada en nombre de los Doce en la hora del gran abandono:  "Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (Jn 6, 69). ¿Qué significa? Jesús, en la gran oración sacerdotal, dice que se santifica por los discípulos, aludiendo al sacrificio de su muerte (cf. Jn 17, 19). De esta forma Jesús expresa implícitamente su función de verdadero Sumo Sacerdote que realiza el misterio del "Día de la reconciliación", ya no sólo mediante ritos sustitutivos, sino en la realidad concreta de su cuerpo y su sangre. 

En el Antiguo Testamento, las palabras "el Santo de Dios" indicaban a Aarón como sumo sacerdote que tenía la misión de realizar la santificación de Israel (cf. Sal 105, 16; Si 45, 6). La confesión de Pedro en favor de Cristo, a quien llama "el Santo de Dios", está en el contexto del discurso eucarístico, en el cual Jesús anuncia el gran Día de la reconciliación mediante la ofrenda de sí mismo en sacrificio:  "El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo" (Jn 6, 51). 

Así, sobre el telón de fondo de esa confesión, está el misterio sacerdotal de Jesús, su sacrificio por todos nosotros. La Iglesia no es santa por sí misma, pues está compuesta de pecadores, como sabemos y vemos todos. Más bien, siempre es santificada de nuevo por el Santo de Dios, por el amor purificador de Cristo. Dios no sólo ha hablado; además, nos ha amado de una forma muy realista, nos ha amado hasta la muerte de su propio Hijo. Esto precisamente nos muestra toda la grandeza de la revelación, que en cierto modo ha infligido las heridas al corazón de Dios mismo. Así pues, cada uno de nosotros puede decir personalmente, con san Pablo:  "Yo vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2, 20). 

Pidamos al Señor que la verdad de estas palabras penetre profundamente, con su alegría y con su responsabilidad, en nuestro corazón. Pidámosle que, irradiándose desde la celebración eucarística, sea cada vez más la fuerza que transforme nuestra vida
.








SOLEMNIDAD DE LOS SANTOS APÓSTOLES PEDRO Y PABLO

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
Basílica Vaticana
Viernes 29 de junio de 1979

1. La liturgia de hoy nos lleva, como todos los años, a la región de Cesarea de Filipo, donde Simón, hijo de Jona, oyó de labios de Cristo estas palabras: "Bienaventurado tú... porque no es la carne ni la sangre quien esto te ha revelado, sino mi Padre, que está en los cielos" (Mt 16, 17).

Simón oyó estas palabras de labios de Cristo, cuando a la pregunta "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?", solamente él dio esta respuesta: "Tú eres el Mesías (Christos), el Hijo de Dios vivo"(Mt 16, 16).
En dicha respuesta se centra la historia de Simón, a quien Cristo comenzó a llamar Pedro.

El lugar en que fue pronunciada es un lugar histórico. Cuando el Papa Pablo Vl visitó Tierra Santa, como peregrino, dedicó a ese lugar una particular atención. Todos los Sucesores de Pedro deben volver a ese lugar con el pensamiento y con el corazón. Allí fue nuevamente confirmada la fe de Pedro: "no es la carne ni la sangre quien esto te ha revelado, sino mi Padre, que esta en los cielos" (Mt 16, 17).

Cristo oye la confesión de Pedro, que poco antes ha sido pronunciada. Cristo mira el alma del Apóstol, que confiesa. Bendice la obra del Padre en esta alma. La obra del Padre penetra en el entendimiento, la voluntad y el corazón, independientemente de la "carne" y de la sangre". independientemente de la naturaleza y de los sentidos. La obra del Padre, mediante el Espíritu Santo, penetra en el alma del hombre sencillo, del pescador de Galilea. La luz interior que surge de esta acción encuentra su expresión en las palabras: "Tú eres el Mesías, el Hilo de Dios vivo" (Mt16, 16).
Las palabras son sencillas, pero en ellas se expresa una verdad sobrehumana. La verdad sobrehumana. divina, se expresa con palabras sencillas, muy sencillas. Como lo fueron las palabras de María en el momento de la Anunciación. Como lo fueron las de Juan Bautista en el Jordán. Como lo son las palabras de Simón en las cercanías de Cesarea de Filipo: de Simón, a quien Cristo llamó Pedro.
Cristo mira dentro del alma de Simón. Parece admirar la obra realizada en ella por el Padre, mediante el Espíritu Santo: confesando la verdad revelada sobre la filiación divina de su Maestro, Simón se hace partícipe del divino conocimiento, de la inescrutable ciencia que el Padre tiene del Hijo, como el Hijo la tiene del Padre.
Y Cristo le dice: "Bienaventurado tú, Simón Bar Jona" (Mt 16. 17).

2. Estas palabras constituyen el centro mismo de la historia de Simón Pedro. Jamás fue retirada esa bendición. Como jamás se oscureció, en el alma de Pedro, esa confesión que hizo entonces junto a Cesarea de Filipo.
Con ella transcurrió toda su vida hasta el último día. Transcurrió con ella aquella terrible noche de la captura de Cristo en el Huerto de Getsemaní; la noche de su propia debilidad, de la más grande debilidad que se manifestó en el renegar al hombre..., pero que no destruyó la fe en el Hijo de Dios. La prueba de la cruz fue recompensada por el testimonio de la resurrección. Esta confirió, a la confesión hecha en la región de Cesarea de Filipo, un argumento decisivo.
Pedro, con esa su fe en el Hijo de Dios, salía ahora al encuentro de la misión, que el Señor le había asignado.
Cuando, por orden, de Herodes, se halló en la prisión de Jerusalén, encadenado y condenado a muerte, parecía que tal misión había durado poco. En cambio, Pedro fue liberado por la misma fuerza con que había sido llamado. Le esperaba todavía un largo camino.
El final de este camino llegó, como indica una tradición —confirmada. Además, por muchas y rigurosas investigaciones—, solamente el 29 de junio del año 68 de nuestra era, que convencionalmente se cuenta desde el nacimiento de Cristo.
Al final de este camino, el Apóstol Pedro, antes Simón, hijo de Jona, se encontró aquí en Roma: aquí, en este lugar sobre el que ahora nos hallamos, bajo el altar donde se celebra esta Eucaristía.
La "carne y la sangre" fueron destruidas totalmente; fueron sometidas a la muerte. Pero lo que en un tiempo le había revelado el Padre (cf. Mt 16, 17), sobrevivió a la muerte de la carne; y fue el comienzo del eterno encuentro con el Maestro, de quien daría testimonio hasta el fin. El comienzo de la feliz visión del Hijo en el Padre.
Y fue también el inquebrantable fundamento de la fe de la Iglesia. Su piedra, la roca.
Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jona (cf. Mt 16, 17).
3. En la liturgia de hoy, que une la conmemoración de la muerte y la gloria de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, leemos las siguientes palabras de la Carta a Timoteo: "Carísimo: en cuanto a mí, a punto estoy de derramarme en libación, siendo ya inminente el tiempo de mi partida. He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado la fe. Por lo demás, ya me está preparada la corona de la justicia, que me otorgará aquel día el Señor, justo Juez, y no sólo a mí, sino a todos los que aman su manifestación" (2 Tim 4, 6-8).
Ciertamente, entre todos aquellos que han amado la manifestación del Señor, Pablo de Tarso fue el amante singular, el intrépido combatiente, el testigo inflexible.
"El Señor... me asistió"; recordamos el sitio donde sucedió esto; recordamos lo que ocurrió junto a los muros de Damasco. "El Señor me asistió y me dio fuerzas para que por mí fuese cumplida la predicación y todos los gentiles la oigan" (2 Tim 4, 17).
Pablo, en una grandiosa pincelada, diseña la obra de toda su vida. Habla de ello aquí, en Roma, a su querido discípulo, cuando se acerca el fin de su vida enteramente dedicada al Evangelio.
Es muy penetrante —todavía en esa última etapa— la conciencia del pecado y de la gracia; de la gracia que supera al pecado y abre el camino de la gloria: "El Señor me librará de todo mal y me guardará para su reino celestial" (2 Tim 4, 18).
La Iglesia romana vuelve a evocar hoy, de modo especial, en su memoria, las dos últimas miradas, ambas en la misma dirección; en la dirección de Cristo crucificado y resucitado. La mirada de Pedro agonizante sobre la cruz y la mirada de Pablo muriendo bajo la espada.
Estas dos miradas de fe —de aquella fe que llenó completamente su vida hasta el fin y puso los fundamentos de la luz divina en la historia del hombre sobre la tierra— permanecen en nuestra memoria.
Y en este día revivimos nuestra fe en Cristo con una fuerza especial.



  



jueves, 27 de junio de 2013

SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO

29 DE JUNIO
COLOR ROJO
MISA DEL DÍA




RITO DE ENTRADA
Antífona de entrada
Estos son los hombres que mientras estuvieron en la tierra, plantaron la Iglesia con su sangre: bebieron el cáliz del Señor y llegaron a ser amigos de
Dios.

Isti sunt qui, vivéntes in carne, plantavérunt Ecclésiam sánguine suo: cálicem Dómini bibérunt, et amíci Dei facti sunt.

Sono questi i santi apostoli che nella vita terrena
hanno fecondato con il loro sangue la Chiesa:
hanno bevuto il calice del Signore, e sono diventati gli amici di Dio.


Se canta o se dice el Gloria.

Oración colecta
Padre de bondad, que nos llenas de alegría en la celebración litúrgica de san Pedro y san Pablo, concede a tu Iglesia que se mantenga siempre fiel a las enseñanzas de aquellos por quienes comenzó la propagación de la fe.
Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.

Deus, qui huius diéi venerándam sanctámque lætítiam in apostolórum Petri et Pauli sollemnitáte tribuísti, da Ecclésiæ tuæ eórum in ómnibus sequi præcéptum, per quos religiónis sumpsit exórdium. Per Dóminum.

O Dio, che allieti la tua Chiesa con la solennità dei santi Pietro e Paolo, fa' che la tua Chiesa segua sempre l'insegnamento degli Apostoli dai quali ha ricevuto il primo annunzio della fede. Per il nostro Signore Gesù Cristo, tuo Figlio, che è Dio, e vive e regna con te...

LITURGIA DE LA PALABRA
PRIMERA LECTURA
Del libro de los Hechos de los Apóstoles: 12, 1-11
En aquellos días, el rey Herodes mandó apresar a algunos miembros de la Iglesia para maltratarlos. Mandó pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan, y viendo que eso agradaba a los judíos, también hizo apresar a Pedro. Esto sucedió durante los días de la fiesta de los panes Ázimos. Después de apresarlo, lo hizo encarcelar y lo puso bajo la vigilancia de cuatro turnos de guardia, de cuatro soldados cada turno. Su intención era hacerlo comparecer ante el pueblo después de la Pascua. Mientras Pedro estaba en la cárcel, la comunidad no cesaba de orar a Dios por él.
La noche anterior al día en que Herodes iba a hacerlo comparecer ante el pueblo, Pedro estaba durmiendo entre dos soldados, atado con dos cadenas y los centinelas cuidaban la puerta de la prisión. De pronto apareció el ángel del Señor y el calabozo se llenó de luz. El ángel tocó a Pedro en el costado, lo despertó y le dijo: "Levántate pronto". Entonces las cadenas que le sujetaban las manos se le cayeron. El ángel le dijo: "Cíñete la túnica y ponte las sandalias", y Pedro obedeció. Después le dijo: "Ponte el manto y sígueme". Pedro salió detrás de él, sin saber si era verdad o no lo que el ángel hacía, y le parecía más bien que estaba soñando. Pasaron el primero y el segundo puesto de guardia y llegaron a la puerta de hierro que daba a la calle. La puerta se abrió sola delante de ellos. Salieron y caminaron hasta la esquina de la calle y de pronto el ángel desapareció.
Entonces, Pedro se dio cuenta de lo que pasaba y dijo: "Ahora sí estoy seguro de que el Señor envió a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de todo cuanto el pueblo judío esperaba que me hicieran". Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.


SALMO RESPONSORIAL
Del salmo 33 R/. El Señor me libró de todos mis temores.
Bendeciré al Señor a todas horas, no cesará mi boca de alabarlo. Yo me siento orgulloso del Señor, que se alegre su pueblo al escucharlo. 

R/.
Proclamemos la grandeza del Señor y alabemos todos juntos su poder. Cuando acudí al Señor, me hizo caso y me libró de todos mis temores. 

R/.
Confía en el Señor y saltarás de gusto, jamás te sentirás decepcionado, porque el Señor escucha el clamor de los pobres y los libra de todas sus angustias. 

R/.
Junto a aquellos que temen al Señor el ángel del Señor acampa y los protege. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor. Dichoso el hombre que se refugia en Él. 

R/.

SEGUNDA LECTURA
De la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo: 4, 6-8. 17-18

Querido hermano: Ha llegado para mí la hora del sacrificio y se acerca el momento de mi partida. He luchado bien en el combate, he corrido hasta la meta, he perseverado en la fe. Ahora sólo espero la corona merecida, con la que el Señor, justo juez, me premiará en aquel día, y no solamente a mí, sino a todos aquellos que esperan con amor su glorioso advenimiento.
Cuando todos me abandonaron, el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara claramente el mensaje de salvación y lo oyeran todos los paganos. Y fui librado de las fauces del león. El Señor me seguirá librando de todos los peligros y me llevará sano y salvo a su Reino celestial. Palabra de Dios. Te alabamos, Señor
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ACLAMACIÓN (Mt 16, 18) R/. Aleluya, aleluya.
Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella, dice el Señor. R/.

EVANGELIO
Del santo Evangelio según san Mateo: 16, 13-19


En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?". Ellos le respondieron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas".
Luego les preguntó: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?". Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".
Jesús le dijo entonces: "¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo". Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.


LITURGIA EUCARISTICA
Se dice Credo.
Oración sobre las ofrendas
Haz, Señor, que la oración de tus apóstoles acompañe estas ofrendas que te presentamos y gracias a ellas, acrecienta nuestro fervor para celebrar este sacrificio.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Hóstiam, Dómine, quam nómini tuo exhibémus sacrándam, apostólica prosequátur orátio, nosque tibi reddat in sacrifício celebrándo devótos. Per Christum.

O Signore, la preghiera dei santi Apostoli accompagni l'offerta che presentiamo al tuo altare e ci unisca intimamente a te nella celebrazione di questo sacrificio, espressione perfetta della nostra fede. Per Cristo nostro Signore.

Prefacio
LA DOBLE MISIÓN DE PEDRO Y PABLO EN LA IGLESIA
V. El Señor esté con ustedes
R. Y con tu espíritu.
V. Levantemos el corazón.
R. Lo tenemos levantado hacia el Señor.
V. Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
R. Es justo y necesario.
Realmente es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
glorificarte siempre Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno.
Tú quieres que hoy los santos Apóstoles Pedro y Pablo
sean causa de nuestra alegría:
Pedro fue el primero en confesar la fe,
Pablo el insigne maestro que la interpretó;
aquél formó la primera Iglesia con el resto de Israel,
éste fue quien la extendió entre los paganos llamados a la fe.
De esta manera, Padre, congregaron por diversos caminos
a la única familia de Cristo,
y a los dos, coronados por el martirio,
hoy los celebra y venera tu pueblo creyente.
Por eso, con los ángeles y los santos
cantamos sin cesar,
el himno de tu gloria:
Santo, Santo, Santo...
Vere dignum et iustum est, æquum et salutáre,
nos tibi semper et ubíque grátias ágere:
Dómine, sancte Pater, omnípotens ætérne Deus.

Quia nos beáti apóstoli Petrus et Paulus
tua dispositióne lætíficant: hic princeps
fídei confiténdæ, ille intellegéndæ clarus assértor;
hic relíquiis Isræl instítuens Ecclésiam primitívam,
ille magíster et doctor géntium vocandárum.
Sic divérso consílio unam Christi famíliam congregántes,
par mundo venerábile, una coróna sociávit.
Et ídeo cum Sanctis et Angelis univérsis te collaudámus,
sine fine dicéntes:

Sanctus, Sanctus, Sanctus Dóminus Deus Sábaoth...

Oración después de la comunión
Después de habernos renovado con este sacramento, te pedimos, Padre, la gracia de vivir en tu Iglesia firmemente arraigados en tu amor, para que por nuestra participación en la fracción del pan y en la enseñanza de los Apóstoles, tengamos un solo corazón y una sola alma.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Da nobis, Dómine, hoc sacraménto reféctis, ita in Ecclésia conversári, ut, perseverántes in fractióne panis Apost olorúmque doctrína, cor unum simus et ánima una, tua caritáte firmáti. Per Christum.

Concedi, Signore, alla tua Chiesa, che hai nutrito alla mensa eucaristica, di perseverare nella frazione del pane e nella dottrina degli Apostoli, per formare nel vincolo della tua carità un cuor solo e un'anima sola. Per Cristo nostro Signore.






lunes, 24 de junio de 2013

Santuario Cenáculo de Bellavista, undécimo Domingo del Tiempo ordinario. Celebró P. José Manuel Lopez.23 de junio















Padre, te pido todas las cruces y sufrimientos
que tú, me tengas preparados.

Libérame de todo egoísmo, 
para que pueda satisfacer tus más leves deseos;
hazme semejante, igual a mi Esposo;
sólo entonces alcanzaré la felicidad y la plenitud.

Nunca habrá nada, Padre que no puedas enviarme,
haz todo lo necesario para doblegar mi yo:
únicamente Cristo viva y actué en mí,
y yo en El sólo te cause alegría.

Padre, nunca me mandarás una cruz o un dolor
sin darme abundante fuerzas para soportarlo.
En mi el Esposo comparte mi carga entera

y la Madre vigila; así somos siempre tres.
(Hacia el Padre. P José Kentenich,nro 393-394)

RITOS INICIALES
ENTRADA










COLECTA



LITURGIA DE LA PALABRA
PRIMERA LECTURA-SALMO REPONSORIAL-SEGUNDA LECTURA





EVANGELIO


Del santo Evangelio según san Lucas: 9, 18-24
Un día en que Jesús, acompañado de sus discípulos, había ido a un lugar solitario para orar, les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?". Ellos contestaron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías, y otros, que alguno de los antiguos profetas que ha resucitado". Él les dijo: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?". Respondió Pedro: "El Mesías de Dios". Él les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie.
Después les dijo: "Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día".
Luego, dirigiéndose a la multitud, les dijo: "Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga. Pues el que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá; pero el que la pierda por mi causa, ése la encontrará".




HOMILÍA







LITURGIA EUCARÍSTICA
PREPARACIÓN DE LOS DONES



















ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS






PLEGARIA EUCARISTICA
EPÍCLESIS


 NARRACIÓN DE LA INSTITUCIÓN  Y CONSAGRACIÓN









ANÁMNESIS-OBLACIÓN-INTERCESIONES








DOXOLOGÍA FINAL


RITO DE COMUNIÓN
FRACCIÓN DEL PAN



COMUNIÓN




















ORACIÓN DESPUES DE LA COMUNIÓN






RITO DE CONCLUSIÓN
BENDICIÓN SOLEMNE



























MOVIMIENTO DE SCHOENSTATT RUMBO AL CENTENARIO DE SU FUNDACIÓN