viernes, 3 de abril de 2015

“No me eligieron ustedes a mí; yo los elegí para que vayan y den un fruto que permanezca”

MISA CRISMAL
JUEVES 2 DE ABRIL
CATEDRAL DE SANTIAGO




Misa crismal, presidida por el Arzobispo de Santiago Ricardo Ezzati , se celebró este jueves 2 de abril en la Catedral de Santiago con la participación de aproximadamente cuatrocientos sacerdotes diocesanos y religiosos.























HOMILÍA DEL ARZOBISPO
CARD. RICARDO EZZATI A.
PRESBÍTEROS
SIGNOS Y PORTADORES DEL MISTERIO DE CRISTO

Hermanos en el Episcopado,
Queridos hermanos en el Sacerdocio de Cristo, Diáconos Permanentes,
Consagrados y Consagradas, Seminaristas, Laicos y Laicas de la Iglesia de
Santiago.
A todos Ustedes, paz y bendición.

1.- PUEBLO Y PASTORES
La Misa Crismal que hoy el Obispo diocesano, concelebra junto con los hermanos en el único sacerdocio ministerial de Cristo, es un acontecimiento peculiar y único. En todas las Iglesias Particulares del mundo, junto a sus sacerdotes, el obispo consagra el Crisma, bendice los Oleos de los catecúmenos y de los enfermos y, en estrecha unión con el presbiterio y todo el pueblo santo de Dios, preside la celebración del sacramento de la Eucaristía, en la que Cristo Sumo y Eterno Sacerdote, se ofrece al Padre para la Redención del mundo y refuerza nuestra identidad bautismal: una “raza elegida, sacerdocio real, nación santa y pueblo adquirido para que proclame las maravillas de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable”(1 Pe 2,9). De él viene la dignidad de ser “la estirpe que bendijo el Señor” (Is 61,9).
Al término de la homilía, los presbíteros, pastores en cada  parroquia y comunidad de la Arquidiócesis, renovarán las promesas que el día de su ordenación hicieron ante el obispo. Promesa “de unirse más fuertemente a Cristo para ser fieles dispensadores de los misterios de
Dios”, promesa de entregar “la vida al Señor y a la salvación de los hermanos” y promesa de vivir en “fidelidad y amor” su ministerio, a lo largo de toda la vida. Proyecto grande y sublime, confiado sin embargo, a hombres “envueltos en flaqueza” (Heb 5, 1-3), un ministerio que se vive fecunda y gozosamente, solo por gracia sacramental recibida y por la oración de todos los fieles.
La Iglesia invita a orar para que el Señor derrame sobre nuestros sacerdotes sus bendiciones y puedan cumplir la misión de “ser fieles ministros de Cristo”, conduciendo los hermanos hacia Él, única fuente de salvación y de gozo. Oren por sus sacerdotes; oren para que sean “epifanía del Dios viviente” y Dios sea “la única riqueza que los hombres puedan encontrar en ellos.” (Benedicto XVI). Y oren también por mi “para que sea fiel al ministerio apostólico confiado a mi humilde persona”. Esta invitación a orar la dirijo especialmente a las mamás de los presbíteros que tradicionalmente participan de esta Eucaristía. La vocación sacerdotal de sus hijos y la fecundidad de su ministerio pasa también por su corazón de madres.




2.- LA VOCACION -MISION PRESBITERAL: UNA GRACIA PARA LA VIDA
En la atmósfera espiritual del Jueves Santo, me dirijo a Ustedes queridos hermanos sacerdotes y  los invito a que, juntos, contemplemos la belleza de nuestra vocación, dando gracias por la elección que nos ha constituido “signos y portadores del misterio de Cristo” para los hombres y mujeres que acompañamos en la encomienda pastoral que nos ha sido confiada, especialmente en favor de los más pobres y excluidos, rasgo que debiera marcar cada vez más la fisionomía de nuestro ministerio en la
Iglesia de Santiago (Cfr. Documento de Aparecida, n. 391). Es la dirección que Papa Francisco señala para toda la Iglesia.
Concelebrar la Eucaristía Crismal nos permite, en primer lugar, rencontrarnos con Jesús de quien brota el llamado y la gracia que nos hace presbíteros, discípulos misioneros suyos, Buen Pastor” (Doc. De Aparecida 5.3.2). Nos permite también examinar cómo estamos custodiando el tesoro inagotable que Él mismo ha puesto en nuestras manos y confirmar el propósito de vivir con perseverancia en el gozo de su seguimiento. Nos llamó para que “estuviéramos con él y enviarnos a predicar con el poder de expulsar demonios” (cf. Mc 3,14). Por gracia somos lo que somos. Quien nos ha elegido es el Señor que no ha querido fundar su Iglesia sobre hombres perfectos u poderosos, sino más bien sobre la fragilidad y la traición de Pedro, sobre el escondido orgullo de ocupar los primeros puestos, sobre la pretensión de sentarse uno a la derecha y el otro a la izquierda del trono del Señor. Sólo cuando acierta a reconocer su fragilidad y su pecado, Pedro podrá acoger la misión que le confía el Resucitado: “apacienta mis ovejas; apacienta mis corderos” (cfr.
Jn21,15 ss.). Un tesoro que, no cabe duda, llevamos “en vasijas de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario procede de Dios vivo y no de nosotros” (2Cor 4,7), tarea central que el sacerdote puede hacer,
“solo si él mismo viene de Dios, si vive con y desde Dios.” (Benedicto XVI, 22.12.2006).
Le hemos dicho a Jesús: “En tú palabra echaré las redes” (Lc 5,5) y Él no deja de repetirnos: “Permanezcan en mi amor. Como el Padre me amó así yo los he amado” (Jn15, 9). De esta manera, pequeñez y fragilidad se amasan con la gracia que nos hace pastores “indulgentes con los ignorantes y extraviados”, “porque también sujetos a la debilidad humana” (cfr. Hbr 5, 2).

3.- EN COMUNIÓN CON JESÚS
Queridos hermanos sacerdotes:
Si cuando delante del Señor consideramos nuestro ministerio y aflora la conciencia de nuestra humanidad, de nuestra pobre y pecadora humanidad, no nos debe abandonar la certeza de quien nos llamó y eligió.
“Llamó a los que él quiso” (Mc3.13-19). “No me eligieron ustedes a mí; yo los elegí para que vayan y den un fruto que permanezca” (Jn 15,16). Si a veces, la soberbia farisaica o la presunción, nos puede llevar a pensar que también en la economía de la gracia, todo depende de nosotros, de nuestras capacidades, de nuestros planes elaborados o de la perfección de nuestra vida, no debemos olvidar que Jesús nos ha dicho que “así como el sarmiento no puede dar fruto por sí solo, si no permanece en la vid” y “separados de mi no pueden hacer nada.”(Jn 15, 4-5); si aflora la tentación del dominio o del poder, la enseñanza del Maestro nos renueva y ubica:
“El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y me siga; el que quiera ser el primero, que se haga el último y el servidor de todos ((Mc 9, 35); si a veces nos tienta el engaño de creer en la soberbia de métodos mundanos como la ambición o el dominio nos hará mucho bien recordar las palabras del Redentor “saben que entre los paganos los que son tenidos por gobernantes dominan a las naciones como si fueran sus dueños y los poderosos imponen su autoridad. No será así entre Ustedes, más bien quien de Ustedes quiera llegar a ser grande, que se haga servidor de los demás; y quien quiera ser el primero que se haga sirviente de todos. Porque el Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mc.10, 42-45).

4.- EN LA MISIÓN DE LA IGLESIA
A la luz de la enseñanza evangélica y del Vaticano II subrayo cuatro dinamismos de gracia para vivir con gozo nuestro ministerio:
- El protagonismo de Jesucristo. Dejemos que el Señor primeree en nuestra vida y en nuestro ministerio sacerdotal. “Primerear” es el neologismo creado por el Papa Francisco en su Exhortación “Evangelii Gaudium”. Nos viene a recordar que el Señor siempre se nos adelanta, “toma la iniciativa”, nos “primerea en el amor” (cfr Evangelii Gaudium, 24). Esta certeza y dinamismo debe inspirar la confianza y también el impulso misionero de los pastores y de la
Iglesia entera. Siempre, el Señor se nos adelanta, abriendo caminos nuevos de fecundidad y de vida, en nosotros, en la existencia de las y los hermanos y e la historia de la humanidad. También en nuestra historia, en este tiempo lleno de turbulencias: “No tengan miedo. Él irá delante de Ustedes a Galilea” (Mc 16 ,6-7). Como sucedió con los discípulos de Emmaús, Jesús en persona nos alcanza y se pone a caminar con nosotros (cfr. Lc 24 15). Siempre llega primero, con la gracia que hace arder el corazón (ib.32) y hace fecunda la misión.
- El don de la unidad. Jesús nos ha querido uno: “permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes… Como el Padre me amó así yo los he amado: permanezcan en mi amor… “(Jn 15,9). “Que todos sean uno, como Tú, Padre estás en mí y yo en ti; que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste”.
Queridos hermanos sacerdotes la unidad del Cuerpo de Cristo es un tesoro que nadie debe atreverse a romper. Con qué dureza condenatoria el Papa Francisco ha definido quienes con habladurías y maledicencias rompen la unidad de la Iglesia. ¡Que ninguno de nosotros, cediendo a la tentación del diablo que desde el principio es mentiroso y autor de desunión, se atreva a romper la vestidura de Cristo!


- La misión de evangelizar. Jesús “eligió a los doce para que viviesen con Él y para enviarlos a predicar el Reino de Dios”. Esta es nuestra misión. Ser discípulo es tener la disposición permanente de llevar a otros el amor de Jesús y eso se produce espontáneamente en cualquier lugar: en la calle, en la plaza, en el trabajo, en un camino” (EG 127). En la ordenación presbiteral se nos confió la misión de llevar hasta los confines de la tierra el anuncio y la presencia de la obra que Jesús llevó a cabo por el misterio pascual de su muerte y resurrección, mediante el ministerio de la Palabra, de los Sacramentos y de la Caridad. Nuestra Iglesia está empeñada en la Misión territorial. Junto a los hermanos y hermanas de parroquias, comunidades eclesiales, movimientos y colegios seamos, cada vez más, una “Iglesia en salida.
Virgen y Madre María,
Consíguenos ahora un nuevo ardor de resucitados para llevar a todos el Evangelio de la Vida que vence a la muerte.
Danos la santa audacia de buscar nuevos caminos para que llegue a todos el don de la belleza que no se apaga.

Amén.

Fuente Homilia
Videos y fotos: Antonio Barbagelata

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