sábado, 20 de agosto de 2011

TEXTO VIA CRUCIS JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD 2011 PRESIDIDA POR EL PAPA BENEDICTO XVI

Estación 1: La última cena
Evangelio:
Y tomando pan, después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: ”Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía. Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz, diciendo: ”Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros”. (Lc 22, 19-20).

Comentario:

Jesús, antes de tomar entre sus manos el pan, acoge con amor a todos los que están sentados en su mesa. Sin excluir a ninguno: ni al traidor, ni al que lo va a negar, ni a los que huirán. Los ha elegido como nuevo pueblo de Dios. La Iglesia, llamada a ser una.
Jesús muere para reunir a los hijos de Dios dispersos (Jn 11, 52). “No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno” (Jn 17, 20-21). El amor fortalece la unidad.
Y les dice: “Que os améis unos a otros” (Jn 13,34).
El amor fiel es humilde: “También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn 13, 14).
Unidos a la oración de Cristo, oremos para que la Iglesia viva unida y en paz en la Tierra del Señor; para que cese toda persecución y discriminación por causa de la fe; y para que todos los que creen en un único Dios vivan en justicia la fraternidad, hasta que Dios nos conceda sentarnos en torno a su única mesa.

Estación 2: El beso de Judas
Evangelio:
Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Detrás del pan, entró en él Satanás. (Jn 13, 26).
Se acercó a Jesús… y le besó. Pero Jesús le contestó: “Amigo, ¿a qué vienes?” (Mt 26, 49-50).
Comentario:
En la Cena se respira un hálito de Misterio sagrado. Cristo está sereno, pensativo, sufriente. Había dicho: “He deseado comer esta Pascua con vosotros” (Lc 22,15).Y ahora, a media voz, deja escapar su sentimiento más profundo: “en verdad os digo que uno de vosotros me entregará” (Jn 13, 21).
Judas se siente mal. Su ambición ha cambiado, a precio de traición, al Dios del Amor por el ídolo del dinero. Jesús lo mira y él desvía la mirada.
El Señor le llama la atención ofreciéndole pan con salsa, y le dice: “lo que vas a hacer, hazlo pronto” (Jn 13, 27). El corazón de Judas se había envilecido y se fue a contar su dinero, para entregar poco después a Jesús con un beso.
Cristo, al sentir el frío del beso traidor, no se lo reprocha; le dice: “Amigo”.
Si estás sintiendo en tu carne el frío de la traición, o el terrible sufrimiento que provoca la división entre hermanos o la lucha fratricida… ¡acude a Jesús! Él asumió las traiciones más dolorosas en el beso de Judas.

Estación 3: Negación de Pedro
Evangelio:
“Es reo de muerte” (Mt 26, 66).
Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. (Jn 19, 16).
Comentario:
La mayor injusticia es condenar a un inocente indefenso. Y un día la maldad juzgó y condenó a muerte a la misma inocencia.
¿Por qué condenaron a Jesús? Porque hizo suyo
todo el dolor del mundo. Al encarnarse, asumió nuestra humanidad y con ella, las heridas del pecado. “Las culpas de ellos él soportará” (Is 53, 11), para curarnos por el sacrificio de la Cruz.
“Conocedor de todos los quebrantos” (Is 53, 3 ) “indefenso se entregó a la muerte...” (Is 53, 11). Nos impresiona el silencio de Jesús. No se disculpa: “es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” ( Jn 1, 29) Fue azotado, machacado, sacrificado. No abrió la boca para defenderse (Is 52, 7).
En el silencio de Dios están presentes todas las víctimas inocentes de las guerras que arrasan los pueblos, dejando en ellos una semilla de odio difícil de curar. Jesús calla en el corazón de muchas personas que esperan en silencio la salvación de Dios.

Estación 4: Jesús es sentenciado a muerte
Evangelio:
¿Con que darás tu vida por mí? En verdad en verdad te digo: no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces (Jn13,37).
Y saliendo afuera, lloró amargamente (Lc 22, 62).
Comentario:
El cristiano valiente no se esconde por vergüenza, o por miedo a manifestar en público su fe. Jesús avisó a Pedro: “Satanás quiere cribaros como trigo... (Lc 22, 31), y yo he rogado por vosotros porque hoy, antes de que cante el gallo, tú me negarás tres veces”. El apóstol, por temor a unos criados, lo negó diciendo: “No lo conozco” (Lc 22, 57).
Al pasar Jesús por uno de los patios, lo mira... Pedro se estremece recordando sus palabras... y llora con amargura su traición.
La mirada de Dios cambia el corazón. Pero hay que dejarse mirar.
Con la mirada de Pedro, el Señor ha puesto sus ojos en los cristianos que se avergüenzan de su fe; en los que se mueven por respetos humanos y les falta valentía para defender la vida desde su inicio hasta su término natural; y en los que quieren quedar bien con criterios no evangélicos... para que, como Pedro, recobren la valentía y sean testigos convencidos de lo que creen.

Estación 5: Jesús carga con su cruz
Evangelio:
Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo (Mc 15, 20).
Y cargando Él mismo con la Cruz, salió al sitio llamado “de la calavera” (Jn 19, 17).
Comentario:
Cruz no sólo significa madero. Cruz es todo lo que nos hace difícil la vida. Entre las diversas cruces que existen, hay una, la más profunda y dolorosa, que está muy arraigada en el interior del hombre: es la cruz del pecado, que endurece el corazón y pervierte las relaciones humanas.
Del corazón salen todos los males (Mt 15, 19). La Cruz que ha cargado Jesús sobre sus hombros para morir en ella, es la sobrecarga de todos los pecados de todos los hombres. “Los míos también”. “Llevó nuestros pecados en su cuerpo” (1Pe 2, 24).
Jesús muere para reconciliar a los hombres con Dios. Por eso hace a la Cruz “Redentora”. Pero la cruz, por sí sola, no nos salva. Nos salva el Crucificado.
Él hizo suyo el cansancio y el agotamiento de los que no encuentran trabajo; hizo suyo el dolor de los inmigrantes que reciben ofertas laborales indignas; y el sufrimiento de los que padecen actitudes racistas, o de los que mueren en el empeño, intentando conseguir una vida más justa y más humana.

Estación 6: Jesús cae bajo el peso de la Cruz
Evangelio:
Triturado por nuestros crímenes (Is, 53,5).
Jesús cayó bajo el peso de la Cruz varias veces en el camino del Calvario (Tradición de la Iglesia de Jerusalén).
Comentario:
La Sagrada Escritura no hace referencia a las caídas de Jesús, pero es lógico que perdiera el equilibrio muchas veces. La pérdida de sangre por el desgarramiento de la piel en los azotes, los dolores musculares insoportables, la tortura de la corona, el peso del madero… no hay palabras para describir tanto sufrimiento.
Todos tenemos experiencia de haber tropezado y caído al suelo. ¡Con que rapidez nos levantamos, para no hacer el ridículo!
Contempla a Jesús en el suelo y a los que le rodean: le miran con sorna y alguno le da un puntapié para que se levante por sí mismo. ¡Qué ridículo, qué humillación!
Dice el salmo: “Y yo gusano, que no hombre, vergüenza de la gente, asco del pueblo; al verme se burlan de mí, hacen muecas, menean la cabeza” (Sal.22.7-8).
Jesús sufre con todos los que tropiezan en la misma piedra y se desploman sin fuerzas, víctimas del alcohol, de las drogas o de otras dependencias que los esclavizan; para que -apoyados en Él, y en quienes los socorren- se levanten.

Estación 7: El Cirineo ayuda a llevar la cruz
Evangelio:
Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo (Lc 23, 26).
Y lo forzaron a llevar su Cruz (Mat, 27,32).
Comentario:
Simón era un agricultor joven y fuerte que venía de trabajar en el campo. Los soldados le obligaron a llevar la Cruz de Nuestro Señor, no movidos por la compasión, sino por temor a que se les muriese en el camino.
Simón se resistió, pero tuvo que aceptar a la fuerza. Y al encontrarse con Jesús su corazón fue cambiando, hasta terminar compartiendo los sufrimientos de aquel ajusticiado desconocido que llevaba en silencio un peso muy superior a sus débiles fuerzas.
¡Qué importante es que los cristianos sepamos descubrir los sufrimientos de las personas que pasan a nuestro lado y nos necesitan!
Jesús se siente aliviado con la ayuda del Cirineo. También miles de jóvenes de nuestro tiempo, de toda raza, credo y condición, marginados de la sociedad, encuentran cada día a cireneos que se entregan generosamente, se abrazan a la cruz con abnegación y se disponen a caminar a su lado.

Estación 8: La Verónica enjuga el rostro de Jesús
Evangelio:
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:” Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos” (Luc 23, 27-28).
El Señor lo guarda y lo conserva en vida, para que sea dichoso en la tierra, y no lo entrega a la saña de sus enemigos (Sal, 41,3).
Comentario:
Le seguía una multitud del pueblo y un grupo de mujeres que se golpeaban el pecho y se lamentaban llorando. Jesús se volvió y les dijo: “No lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos” (Luc 23, 28).
Llorad –les dice el Señor-, no con ese llanto de tristeza que endurece el corazón y lo predispone para cometer nuevos crímenes... Llorad, con un llanto suave de súplica al cielo, pidiendo misericordia y perdón.
Una de aquellas mujeres, conmovida al ver el rostro del Señor lleno de sangre, tierra y salivazos, atravesó valiente por entre los soldados y se acercó hasta Él. Se quitó el velo y le limpió la cara suavemente.
Un soldado la retiró con violencia, pero, al mirar el velo, vio que llevaba plasmado el rostro ensangrentado y doliente de Cristo.
Jesús se compadece de las mujeres de Jerusalén y deja impresas sus facciones en el paño de la Verónica. Esas facciones nos recuerdan las de tantas personas que viven bajo regímenes ateos que las destruyen y desfiguran, privándolas de su dignidad.

Estación 9: Jesús despojado de sus vestiduras
Evangelio:
Lo crucifican y se reparten sus ropas, echándolas a suerte (Mc 25, 24).
De la planta del pie a la cabeza no queda parte ilesa (Is 1,6).
Comentario:
Mientras preparan los clavos y las cuerdas para crucificarle, Jesús permanece de pie. Un soldado despiadado se le acerca y le quita la túnica, dando un fuerte tirón.
Las heridas comienzan a sangrar de nuevo, causándole un terrible dolor. Más tarde, los soldados se repartirán sus vestidos.
Jesús queda desnudo ante la plebe. Le han despojado de todo, como a un objeto de burla. No cabe mayor humillación y desprecio.
Los vestidos no sólo cubren el cuerpo, sino también lo que cada uno guarda en su interior: la intimidad, la dignidad. Jesús pasó por este bochorno y quiso cargar con todos los pecados que van contra la integridad y la pureza. “Cargó en su cuerpo con nuestros pecados” (1Pe.2, 24).
Jesús padece con todos los que sufren; con los que son víctimas de genocidios, violencias, violaciones y abusos sexuales, crímenes contra niños y adultos… ¡Cuántas personas desnudadas de su dignidad, de su inocencia, de su confianza en el hombre!

Estación 10: Jesús clavado en la Cruz
Evangelio:
Y cuando llegaron al lugar llamado“ La Calavera”, lo crucificaron allí, a Él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda (Lc 23,33).
Comentario:
Han conducido a Jesús hasta el Gólgota. No va solo: le acompañan dos ladrones, que también son crucificados. “Y con Él a otros dos, uno a cada lado” (Jn 19, 18).
El Cordero que quita el pecado del mundo se hace pecado y paga por los pecados de los demás; por nuestros pecados.
El gran pecado del mundo es “la mentira de Satanás”. A Jesús lo condenan por declarar la Verdad: es el Hijo de Dios. La verdad es el argumento para justificar su crucifixión.
Es imposible describir lo que padeció físicamente el cuerpo de Cristo al ser colgado en la Cruz. Sufrió también moralmente, al verse allí, desnudo, entre dos malhechores y abandonado de los suyos.
Jesús clavado en la Cruz acoge el sufrimiento de todos los que viven clavados a situaciones dolorosas: tantos padres y madres de familia; tantos jóvenes que, por falta de trabajo, viven en la precariedad, sumidos en la pobreza y la desesperanza, sin recursos necesarios para sacar adelante a sus familias y llevar una vida digna.

Estación 11: Jesús muere en la Cruz
Evangelio:
Jesús, clamando con voz potente, dijo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Y dicho esto, expiró (Lc 23, 46).
Pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas (Jn 19, 33).
Comentario:
Era sábado, el día de la preparación para la fiesta de la Pascua. Pilato dispuso que quebraran las piernas de los ajusticiados para acelerar su muerte, de forma que no quedaran pendientes de las cruces durante la fiesta.
Cuando uno de los soldados se acercó a Jesús vio que estaba muerto y, para asegurarse, le traspasó el corazón con una lanza. Así se cumplieron las Escrituras: “no le quebraron hueso alguno” (Jn19, 16).
El sol se oscureció y el velo del Templo se rasgó por la mitad. Tembló la tierra... Es momento sagrado de contemplación. Momento de adoración... y de situarse frente al cuerpo de nuestro Redentor: sin vida, machacado, triturado, clavado en una Cruz... Ha pagado el precio de nuestras maldades, de mis maldades...
¡Señor, pequé, ten misericordia de mí, pecador!
Jesús muere por mí. Jesús me alcanza la Misericordia del Padre. Jesús paga todo lo que yo debía. ¿Y yo? ¿Qué hago por Él?
Ante el drama de tantas personas que viven en el mundo crucificadas por diferentes discapacidades… ¿estoy luchando por extender y proclamar la dignidad de la persona y el evangelio de la Vida?

Estación 12: El descendimiento
Evangelio:
Pilato mandó que se lo entregaran (Mt 27, 57).
José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sabana limpia (Mt 27, 59).
Comentario:
Acerquémonos a la Virgen y compartamos su dolor. Cristo ha muerto y hay que bajarlo de la Cruz.
¿Qué pasaría por la mente de su Madre? ¿Quién me lo bajará? ¿Dónde lo colocaré? María diría, dentro de su alma, lo mismo que en Nazaret: ¡Hágase!; unida a la entrega incondicional de su Hijo: “Todo está consumado”.
Llegó entonces José de Arimatea junto con Nicodemo. Aunque los dos pertenecían al Sanedrín, no habían tenido parte en la muerte del Señor.
Le habían pedido a Pilato el cuerpo del Maestro para colocarlo en un sepulcro nuevo que tenía José de Arimatea en un campo de su propiedad, muy cerca del Calvario.
Cristo ha fracasado, y ha hecho suyos todos los fracasos de los hombres. El Hijo del Hombre comparte la suerte de los que son considerados, por distintas razones, como
la escoria de la humanidad: porque no saben, porque no pueden, porque no valen…
Y comparte la suerte de las víctimas del Sida, que -con las llagas de su cruz- esperan que alguien se ocupe de ellas.

Estación 13: Jesús en brazos de su madre
Evangelio:
Una espada te traspasará el alma (Lc 2,34).
Ved si hay dolor como el dolor que me atormenta (Lam 2, 12).
Comentario:
Aunque todos somos culpables de la muerte de Jesús, en estos momentos tan dolorosos la Virgen necesita nuestro amor y cercanía. Nuestra conciencia de pecadores arrepentidos le servirá de consuelo.
Situémonos con actitud filial a su lado y aprendamos a recibir a Jesús cada día con la ternura y amor con que Ella recibió en sus brazos el cuerpo destrozado y sin vida de su Hijo. ¿Hay dolor semejante a mi dolor?
Mientras preparaban “conforme a la costumbre judía” (Jn 19,40) el cuerpo del Señor para darle sepultura, María -adorando el Misterio que había guardado en su corazón sin entenderlo- repetiría conmovida, con el profeta: “pueblo mío, ¿qué te he hecho? (Mq 6, 3).
Al contemplar el dolor de la Virgen hacemos memoria del dolor y de la soledad de tantos padres y madres que han perdido a sus hijos a causa del hambre, mientras que las sociedades opulentas, engullidas por el dragón del consumismo y de la perversión materialista, se hunden en el nihilismo de sus vidas vacías.

Estación 14: Jesús es colocado en el sepulcro
Evangelio:
Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús. (Jn 19, 42).
José de Arimatea rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó (Mt 27, 60).
Comentario:
En vista de la proximidad de la fiesta, prepararon con rapidez el cuerpo del Señor para colocarlo en el sepulcro.
Era un sepulcro nuevo en el que nadie había enterrado. Una vez que hubieron dispuesto el cuerpo en su interior, hicieron rodar la piedra de la puerta, dejando la entrada completamente cerrada. Si el grano de trigo no muere...
María, en el silencio de su soledad, aprieta la espiga que lleva en su corazón como primicia de la Resurrección.
Esa espiga recuerda el trabajo humilde y sacrificado de tantas personas que se entregan generosamente al servicio de Dios y del prójimo; sus vidas dan fruto en la medida en que se unen a la muerte de Jesús.
Y esa espiga evoca también la acción de los buenos samaritanos que, cuando se desatan las fuerzas de la naturaleza -tsunamis, terremotos, huracanes- saben compartir con corazón grande los sufrimientos de quienes les rodean.

Estación 15: La soledad de la Virgen
Oración final del Santo Padre
Madre y Señora nuestra, que permaneciste firme en la fe, unida a la Pasión de tu Hijo,
al concluir este Vía Crucis, ponemos en ti nuestra mirada y nuestro corazón.
Aunque no somos dignos, te acogemos en nuestra casa, como hizo el apóstol Juan, y te recibimos como Madre nuestra.
Te acompañamos en tu soledad y te ofrecemos nuestra compañía para seguir sosteniendo el dolor de tantos hermanos nuestros que completan en su carne lo que falta a la pasión de Cristo, por su cuerpo, que es la Iglesia.
Míralos con amor de Madre, enjuga sus lágrimas, sana sus heridas y acrecienta su esperanza para que experimenten siempre que la Cruz es el camino hacia la gloria 

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