miércoles, 31 de agosto de 2011

La música, y la ritualidad del folclor en la liturgia católica

Misas a la chilena
                                                                                 
Querido hermano en Jesucristo:

A menudo los fieles preguntan cuál es la disciplina de la Iglesia respecto a las así llamadas «misas a la chilena» u otras expresiones del folklore dentro de la liturgia de los Sacramentos.

Es cierto que el folklore forma parte del alma de los pueblos y es, por tanto, un valor que es necesario conservar y promover. Pero no es el valor supremo. El valor supremo de todo pueblo es el misterio de Cristo. Éste prevalece sobre todo otro valor y no debe ser sacrificado en aras de ningún otro. Cuando se trata de conservar y promover la vivencia del misterio de Cristo, todo lo demás debe ceder en importancia. Por tanto, la «misa a la chilena» debe respetar el principio de que toda misa es ante todo el sacrificio redentor de Cristo y que debe celebrarse siempre «según la institución de Cristo». Esa institución de Cristo está expresada en la Ordenación General del Misal Romano (OGMR), que hemos presentado en nuestra Reunión del Clero del 5 junio último. En esa ocasión se asumió el compromiso de estudiar este documento en las parroquias y comunidades y de acoger sus orientaciones y normas.
Respecto al canto que acompaña la acción sagrada la OGMR establece lo siguiente:

Tengase en gran estima el uso del canto en las celebraciones, siempre según el carácter de cada pueblo y las posibilidades de cada asamblea litúrgica… Al hacer la selección de los cantos que de hecho se van a cantar, se dará la preferencia a las partes que tienen mayor importancia, sobre todo, a aquellas que deben cantar el sacerdote o diácono o lector, con respuesta del pueblo, o el sacerdote y el pueblo al mismo tiempo. El canto gregoriano, sin disminuir en nada la igual dignidad de otros, obtenga el lugar principal en cuanto propio de la Liturgia romana. Otros géneros de la música sagrada, sobre todo, la polifonía, de ningún modo se excluyen, con tal de que respondan al espíritu de la acción litúrgica y fomenten la participación de todos los fieles… (N. 40.41)

Para el canto de las celebraciones litúrgicas se pone la doble condición de que «responda al espíritu de la acción litúrgica» y que «fomente la participación de todos los fieles». La liturgia no debe ser ocasión para la exhibición de solistas o de grupos particulares que atraen la atención sobre sí y la distraen de la acción sagrada.
Estos mismos principios han sido reafirmados más recientemente en la Exhortación Apostólica postsinodal de Benedicto XVI «Sacramentum caritatis», sobre el Sacramento de la Eucaristía:

En el ars celebrandi desempeña un papel importante el canto litúrgico. Con razón afirma san Agustín en un famoso sermón: «El hombre nuevo conoce el cántico nuevo. El cantar es función de alegría y, si lo consideramos atentamente, función de amor». El Pueblo de Dios reunido para la celebración canta las alabanzas de Dios. La Iglesia, en su bimilenaria historia, ha compuesto y sigue componiendo música y cantos que son un patrimonio de fe y de amor que no se ha de perder. Ciertamente, no podemos decir que en la liturgia sirva cualquier canto. A este respecto, se ha de evitar la fácil improvisación o la introducción de géneros musicales no respetuosos del sentido de la liturgia. Como elemento litúrgico, el canto debe estar en consonancia con la identidad propia de la celebración. Por consiguiente, todo – el texto, la melodía, la ejecución – ha de corresponder al sentido del misterio celebrado, a las partes del rito y a los tiempos litúrgicos. Finalmente, si bien se han de tener en cuenta las diversas tendencias y tradiciones tan loables, deseo, como han pedido los Padres sinodales, que se valore adecuadamente el canto gregoriano como canto propio de la liturgia romana (N. 42).

Ruego a los párrocos y responsables de capillas revisar los cantos –letra y música– que se usarán en la liturgia y velar para que se respete el carácter sagrado que deben tener y para que permitan la participación de los fieles. Sólo bajo estas condiciones se puede celebrar una «misa a la chilena».
En su reciente alocución al Episcopado Brasileño el Santo Padre Benedicto XVI les decía:
Precisamente porque la fe, la vida y la celebración de la sagrada liturgia como fuente de fe y de vida son inseparables, es necesaria una aplicación más correcta de los principios indicados por el concilio Vaticano II en lo que respecta a la liturgia de la Iglesia, incluyendo las disposiciones contenidas en el Directorio para los obispos (cf. nn. 145-151), con el propósito de devolver a la liturgia su carácter sagrado. Con esta finalidad mi venerable predecesor en la Cátedra de Pedro, Juan Pablo II, renovó «una apremiante llamada de atención para que se observen con gran fidelidad las normas litúrgicas en la celebración eucarística. (...) La liturgia nunca es propiedad privada de alguien, ni del celebrante ni de la comunidad en que se celebran los sagrados misterios» (Ecclesia de Eucharistia, 52). Redescubrir y valorar la obediencia a las normas litúrgicas por parte de los obispos, como «moderadores de la vida litúrgica de la Iglesia», significa dar testimonio de la Iglesia misma, una y universal, que preside en la caridad (Sao Paulo, 11 mayo 2007).

El baile queda completamente excluido dentro de los templos. Los «pies de cueca» y otros bailes deben hacerse fuera del templo, una vez concluida la acción litúrgica. El templo es un espacio consagrado, dedicado a Dios y a sus sagrados misterios. El lugar propio del baile, en cambio, son las ramadas o salas de baile o teatros. Debemos evitar que el secularismo, que ya ha invadido todas las expresiones de la vida humana privada y social, tome posesión también de los templos. Según las normas de la Iglesia no se permite dar en los templos conciertos de música clásica, a menos que sean de música sagrada y la entrada sea libre. ¡Cuánto menos el baile de cueca que consiste en movimientos sensuales y está acompañado de música y canto del mismo tipo! Insistir en transformar el templo en sala de baile sería lo mismo que querer beber chicha en un cáliz consagrado. Ambos –el templo y el cáliz– deben reservarse exclusivamente a los sagrados misterios.

En la misión que se me ha encomendado de «moderador de la vida litúrgica» en esta Iglesia particular de Santa María de Los Ángeles le ruego prestar su fiel colaboración para que podamos «redescubrir y valorar la obediencia a las normas litúrgicas». Si mejora nuestra liturgia, los frutos de una vida cristiana más auténtica no se dejarán esperar, dado que «la fe, la vida y la celebración de la sagrada liturgia como fuente de fe y de vida son inseparables».

Aprovecho con gusto la ocasión para saludarlo con vivo afecto en Jesús y María Stma.

Felipe Bacarreza Rodrí­guez
Obispo de Santa María de Los Ángeles. Los Ángeles, 4 julio 2007

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