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miércoles, 2 de enero de 2013

"De dónde" viene Jesús: su verdadero origen es el Padre; Él viene enteramente de Él


Primera catequesis del año 2013 Papa 

Benedicto XVI En el año de la fe

Queridos hermanos y hermanas

La Natividad del Señor ilumina una vez más con su luz la oscuridad que a menudo rodea nuestro mundo y nuestros corazones, trayendo esperanza y alegría. ¿De dónde viene esta la luz? De la cueva de Belén, donde los pastores encontraron a "María y José y el niño, acostado en un pesebre" (Lc 2:16). Frente a esta Sagrada Familia surge otra cuestión más profunda: ¿cómo puede aquel Niño pequeño y débil haber traído al mundo una novedad tan radical para cambiar el curso de la historia? ¿No hay quizá algo misterioso en su origen, que va más allá de esa cueva?

Una y otra vez surge la cuestión sobre el origen de Jesús, la misma que pone el Procurador Poncio Pilato durante el juicio: "¿De dónde eres tú?" (Jn 19:9). Sin embargo, su origen es muy claro. En el Evangelio de Juan, cuando el Señor dice: "Yo soy el pan que ha bajado del cielo", los Judíos reaccionan murmurando: “¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir entonces: “Yo he bajado del cielo?” (Jn 6,42). Y, un poco más tarde, los habitantes de Jerusalén se oponen con fuerza a la pretensión de mesianidad de Jesús, afirmando que se sabe “de dónde es éste; en cambio, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es." (Jn 7:27). Jesús mismo señala lo inadecuado de su pretensión de conocer su origen, y con ello ofrece una guía para saber de dónde viene: "yo no vine por mi propia cuenta; pero el que me envió dice la verdad, y ustedes no lo conocen "(Jn 7:28). Por supuesto, Jesús era de Nazaret, nacido en Belén, ¿pero qué es lo que se sabe acerca de su verdadero origen?

En los cuatro Evangelios es clara la respuesta a la pregunta "de dónde" viene Jesús: su verdadero origen es el Padre; Él viene enteramente de Él, pero de una manera distinta a cualquier profeta o enviado por Dios que le han precedido. El origen sobre el misterio de Dios, "que nadie conoce" está ya contenido en los relatos de la infancia de los Evangelios de Mateo y Lucas, que leemos en este tiempo de Navidad. El ángel Gabriel anuncia: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios."(Lc 1:35). Repetimos estas palabras cada vez que rezamos el Credo, la profesión de fe: "Incarnatus et est de Spiritu Sancto ex Maria Virgine", "por obra del Espíritu Santo se encarnó en el vientre de la Virgen María".

Ante esta frase inclinamos nuestras cabezas porque el velo que ocultaba a Dios, por así decirlo, se abre y su misterio insondable e inaccesible a nosotros se toca: Dios se convierte en Emmanuel, “Dios con nosotros”. Cuando escuchamos las misas compuestas por los grandes maestros de la música sacra, pienso por ejemplo en la Gran Misa de Mozart, de inmediato notamos cómo fijan la atención especialmente en esta frase, como tratando de expresar con el lenguaje universal de la música lo que las palabras no pueden manifestar: el gran misterio de Dios que se encarna, y se hace hombre.

Si consideramos con atención la expresión «por obra del Espíritu Santo se encarnó en el vientre de María, la Virgen," encontramos que incluye cuatro entidades que actúan. Se mencionan explícitamente el Espíritu Santo y María, pero se sobre entiende "Él", es decir, el Hijo, que se hizo carne en el seno de la Virgen. En la profesión de fe, en el Credo, Jesús viene definido con diferentes nombres: "Señor, ... Cristo, unigénito Hijo de Dios ... Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero... de la misma sustancia que el Padre" (Credo niceno-constantinopolitano). Vemos entonces que "Él" remite a otra persona, la del Padre. El primer sujeto de esta frase es, por lo tanto, el Padre, que con el Hijo y el Espíritu Santo, es el único Dios.

Esta afirmación del Credo no se refiere al ser eterno de Dios, sino que habla de una acción en la que toman parte las tres Personas divinas y que se realiza “ex Maria Virgine". Sin ella, la entrada de Dios en la historia humana no hubiera llegado a su fin, y no hubiera sido posible aquello que es fundamental para nuestra Profesión de fe: Dios es un Dios con nosotros. Así que María forma parte esencial de nuestra fe en el Dios que actúa, que interviene en la historia. Ella ofrece su persona entera, "acepta" convertirse en la morada de Dios.



A veces, también en el camino y en la vida de fe podemos percibir nuestra pobreza, nuestra incapacidad ante el testimonio que debemos ofrecer al mundo. Pero Dios eligió, precisamente, a una mujer humilde, en una aldea desconocida, en una de las provincias más lejanas del gran Imperio Romano. Siempre, aun en medio de las dificultades más arduas que hay que afrontar, debemos confiar en Dios, renovando la fe en su presencia y en su acción en nuestra historia, como en la de María ¡Nada es imposible para Dios! Con Él, nuestra existencia camina siempre sobre un terreno seguro y está abierta a un futuro de esperanza firme.

Profesando en el Credo: “por obra del Espíritu Santo se encarnó de María Virgen," afirmamos que el Espíritu Santo, como poder del Dios Altísimo, ha obrado de forma misteriosa en la Virgen María la concepción del Hijo de Dios. El evangelista Lucas narra las palabras del Arcángel Gabriel: " El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. " (1,35). 

Dos referencias son evidentes: la primera es la de la creación. Al comienzo del libro del Génesis leemos que " el Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas” (1,2), es el Espíritu Creador que dio vida a todas las cosas y al ser humano. Lo que sucede en María, por obra del mismo Espíritu divino, es una nueva creación: Dios que ha llamado al ser de la nada, con la Encarnación da vida a un nuevo comienzo de la humanidad. Los Padres de la Iglesia en varias ocasiones hablan de Cristo como nuevo Adán, para marcar el comienzo de la nueva creación del nacimiento del Hijo de Dios en el vientre de la Virgen María. 

Esto nos hace reflexionar sobre cómo la fe nos brinda también a nosotros una novedad tan fuerte que produce un segundo nacimiento. De hecho, en el comienzo de la vida cristiana está el Bautismo, que nos hace nacer de nuevo como hijos de Dios, nos hace participar en la relación filial que Jesús tiene con el Padre. Y me gustaría señalar que el Bautismo se recibe, "somos bautizados" - es un pasivo - porque nadie es capaz de hacerse hijo por sí mismo: es un don conferido de forma gratuita. San Pablo recuerda esta filiación adoptiva de los cristianos en un pasaje central de su Carta a los Romanos y escribe: "Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ‘¡Abbá, Padre! El mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios”. (8, 14-16). Sólo si nos abrimos a la acción de Dios, como María, sólo si encomendamos nuestra vida al Señor como a un amigo en el que confiamos plenamente, todo cambia, nuestra vida adquiere un sentido nuevo y un rostro nuevo: el de hijos de un Padre que nos ama y no nos abandona nunca.

Por último, me gustaría señalar otro elemento más en las palabras de la Anunciación. El ángel le dice a María: " El poder del Altísimo te cubrirá con su sombra". Es una evocación de la nube santa, que durante el camino del Éxodo, se detenía sobre la Tienda del Encuentro, sobre el arca de la alianza, que el pueblo de Israel llevaba consigo y que indicaba la presencia de Dios (cfr. Ex 40, 34-38). María es la nueva tienda santa, la nueva Arca de la Alianza, con su "sí" a las palabras del Arcángel, Dios recibe una morada en este mundo, Aquel que el universo no puede contener viene a morar en el vientre de una virgen.

Volvamos entonces a la pregunta con la que comenzamos, la del origen de Jesús, sintetizada por la pregunta de Pilato: "¿De dónde vienes?". En estas reflexiones, parece claro desde el principio de los Evangelios, cuál es el verdadero origen de Jesús: Él es el Unigénito del Padre, viene de Dios. Estamos ante el gran misterio que nos conmociona de la Navidad: el Hijo de Dios, por obra del Espíritu Santo, se ha encarnado en el seno de la Virgen María. Éste es un anuncio que resuena siempre nuevamente y que lleva consigo esperanza y alegría a nuestro corazón, porque cada vez nos dona la certeza, aunque a menudo nos sentimos débiles, pobres e incapaces ante las dificultades y el mal del mundo, de que el poder de Dios actúa siempre y obra maravillas, precisamente en la debilidad. Su gracias es nuestro poder (cfr. 2 Cor 12,9-10) 




Messe pour la Paix. 1 de enero 2013

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Benedicto XVI en Audiencia 19/12/12: "Poder inerme de aquel Niño vence l...

María es la criatura que de una manera única que ha abierto de par en par la puerta a su Creador, se ha puesto en sus manos, sin límites. Audiencia General de los miercoles 19 de diciembre 2012


En su última catequesis de este año, Benedicto XVI reflexionó  sobre la fe de María a partir del gran misterio de la Anunciación.












Queridos hermanos y hermanas:

En el camino del Adviento, la Virgen María ocupa un lugar especial, como aquella que de forma única ha esperado el cumplimiento de las promesas de Dios, recibiendo en la fe y en la carne a Jesús, el Hijo de Dios, en obediencia total a la voluntad divina. Hoy quisiera hacer una breve reflexión sobre la fe de María, a partir del gran misterio de la Anunciación.


"Chaire kecharitomene, me Kyrios meta sou", "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1, 28). Éstas son las palabras – como narra el Evangelista Lucas – con las que el arcángel Gabriel se dirige a María. A primera vista la palabra Chaire, “alégrate”, parece un saludo normal en la costumbre griega, pero esta palabra, cuando se lee en el contexto de la tradición bíblica, adquiere un significado mucho más profundo. Este mismo término está presente cuatro veces en la versión griega del Antiguo Testamento y siempre como un anuncio de alegría por la venida del Mesías (cfr. Sofonías 3,14; Joel 2,21; Zacarías 9:9; Lam 4,21).


«El saludo del ángel a María es, por lo tanto, una invitación a la alegría, a una alegría profunda, anuncia el fin de la tristeza que hay en el mundo ante el límite de la vida, el sufrimiento, la muerte, la maldad, la oscuridad del mal que parece oscurecer la luz de la bondad divina. Es un saludo que marca el comienzo del Evangelio, la Buena Nueva. Pero ¿por qué María es invitada a alegrarse de esta manera? La respuesta está en la segunda parte del saludo: "El Señor está contigo." Aquí, también, con el fin de comprender el significado de la expresión debemos recurrir al Antiguo Testamento. En el libro de Sofonías, encontramos esta expresión "¡Grita de alegría, hija de Sión! ... El Rey de Israel, el Señor, está en medio de ti...¡El Señor, tu Dios, está en medio de ti, es un salvador poderoso" (3, 14-17). En estas palabras hay una doble promesa hecha a Israel, a la hija de Sión: Dios vendrá como salvador y habitará en medio de su pueblo, en el vientre de la hija de Sión. En el diálogo entre el ángel y María se realiza exactamente esta promesa: se identifica a María con el pueblo elegido por Dios, es verdaderamente la hija de Sión en persona, en ella se cumple la espera de la venida definitiva de Dios, en ella coloca su morada el Dios vivo.


En el saludo del ángel, María es llamada "llena de gracia"; en griego la palabra "gracia" charis, tiene la misma raíz lingüística de la palabra "alegría". También en esta expresión, se aclara aún más la fuente de la alegría de María: la alegría proviene de la gracia, es decir, proviene de la comunión con Dios, por tener una relación tan vital con Él, por ser morada del Espíritu Santo, totalmente plasmada por la acción de Dios. María es la criatura que de una manera única que ha abierto de par en par la puerta a su Creador, se ha puesto en sus manos, sin límites. Ella vive totalmente ‘de’ la y ‘en’ la relación con el Señor; está en actitud de escucha, atenta a percibir los signos de Dios en el camino de su pueblo; está insertada en una historia de fe y de esperanza en las promesas de Dios, que constituye el tejido de su existencia. Y se somete libremente a la palabra recibida, la voluntad divina en la obediencia de la fe.


El Evangelista Lucas narra la vivencia de María a través de un paralelismo con la de Abraham. Así como el gran Patriarca es el padre de los creyentes, que respondió al llamado de Dios a dejar la tierra en que vivía y sus seguridades, para iniciar el camino hacia una tierra desconocida y que poseía sólo en la promesa divina, también María se entrega con la plena confianza a la palabra, que le anuncia el mensajero de Dios y se vuelve modelo y madre de todos los creyentes.

Me gustaría hacer hincapié en otro aspecto importante: la apertura del alma a Dios y a su acción en la fe incluye también el elemento de la oscuridad. La relación entre el ser humano y Dios no borra la distancia entre el Creador y la criatura, no elimina lo que el Apóstol Pablo dice ante la profundidad de la sabiduría de Dios, "¡Qué insondables son sus designios y qué incomprensibles sus caminos! " (Rm 11, 33). Pero, precisamente aquel que - al igual que María - está abierto de forma total a Dios, llega a aceptar la voluntad de Dios, aunque sea un misterio, a pesar de que a menudo no corresponda a su propia voluntad y es una espada que atraviesa el alma, como proféticamente le dice el viejo Simeón a María, en el momento en que Jesús es presentado en el Templo (cfr. Lc 2:35).

El camino de fe de Abraham comprende el momento de la alegría por el don de su hijo Isaac, pero también el momento de oscuridad, cuando tiene que ir al monte Moriah para cumplir un gesto paradójico: Dios le pide que sacrifique a su hijo, que acaba de darle . En la montaña, el ángel le ordena: «No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ahora sé que temes a Dios, porque no me has negado ni siquiera a tu hijo único». (Génesis 22:12); la plena confianza en Dios de Abraham fiel a las promesas existe incluso cuando su palabra es misteriosa y difícil, casi imposible de comprender. Lo mismo sucede con María, su fe vive la alegría de la Anunciación, pero también pasa a través de la oscuridad de la crucifixión del Hijo, para poder llegar hasta la luz de la Resurrección.

No es diferente para el camino de fe de cada uno de nosotros: encuentra momentos de luz, pero también pasajes en los que Dios parece ausente, su silencio pesa en nuestro corazón y su voluntad no se corresponde con la nuestra, con lo que quisiéramos. Pero cuanto más nos abrimos a Dios, más acogemos el don de la fe, ponemos por completo en Él nuestra confianza - como Abraham y como María - más Él nos hace capaces con su presencia, para vivir cada situación de la vida en paz y en la certeza de su lealtad y su amor. Pero esto significa salir de sí mismos, de nuestros propios proyectos, para que la Palabra de Dios sea la lámpara que guíe nuestros pensamientos y nuestras acciones.


Quisiera volver a centrarme en un aspecto que surge de las historias sobre la infancia de Jesús narradas por San Lucas. María y José traen a su hijo a Jerusalén, al Templo, para presentarlo y consagrarlo al Señor como prescribe la ley de Moisés: "Todo varón primogénito será consagrado al Señor" (Lc 2:22-24). Este gesto de la Sagrada Familia de Nazaret adquiere un sentido aún más profundo si lo leemos a la luz de la ciencia evangélica de Jesús de doce años que, después de tres días de búsqueda, se encuentra en el Templo discutiendo entre los maestros. A las palabras llenas de preocupación de María y José:: «Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados» corresponde el misterio de la respuesta de Jesús: «¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?». (Lc 2,48-49). María debe renovar la fe profunda con la que dijo "sí" en la Anunciación; debe aceptar que el verdadero y propio Padre de Jesús tiene precedencia; debe dejar libre a aquel Hijo que ha creado para que siga con su misión. Y el "sí" de María a la voluntad de Dios, en la obediencia de la fe, se repite a lo largo de su vida, hasta el momento más difícil, el de la Cruz.

Frente a todo esto, podemos preguntarnos: ¿cómo ha podido vivir María este camino junto a su Hijo con una fe tan fuerte, incluso en la oscuridad, sin perder la confianza plena en Dios? Hay una actitud de fondo que María asume frente a lo que está sucediendo en su vida. En la Anunciación, ella permanece turbada al oír las palabras del ángel - es el temor que siente un hombre cuando es tocado por la cercanía de Dios -, pero no es la actitud de los que tienen miedo delante de lo que Dios puede pedir. María reflexiona, se interroga sobre el significado de este saludo (cf. Lc 1:29). La palabra griega que se usa en el Evangelio de definir esta "reflexión", "dielogizeto" se refiere a la raíz de la palabra "diálogo". Esto significa que María entra en diálogo íntimo con la Palabra de Dios que le ha sido anunciada, no la considera superficialmente, sino que la sopesa, la deja penetrar en su mente y en su corazón para entender lo que el Señor quiere de ella, el sentido del anuncio. Otro indicio del comportamiento interior de María frente a la acción de Dios lo encontramos, siempre en el Evangelio de San Lucas, en el momento del nacimiento de Jesús, después de la adoración de los pastores. Se dice que María " María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón " (Lc 2:19)... podríamos decir que Ella "tenía unidos", "ponía juntos" en su corazón todos los acontecimientos que le estaban ocurriendo; colocaba cada elemento, cada palabra, cada hecho en el conjunto y lo comparaba, lo conservaba, reconociendo que todo viene de la voluntad de Dios. María no se detiene en una primera comprensión superficial de lo que está sucediendo en su vida, sino que sabe mirar en profundidad, se deja interpelar por los acontecimientos, los procesa, hace discernimiento de ellos, y adquiere aquella comprensión que sólo la fe puede proporcionar. Es la humildad profunda de la fe obediente de María, que acoge dentro de sí mismo incluso aquello que no comprende de la acción de Dios, dejando que sea Dios quien abra su mente y su corazón. " Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor». (Lc 1:45), exclama su pariente Isabel. Y es por su fe que todas las generaciones la llamarán bienaventurada.

Queridos amigos, la solemnidad de la Natividad del Señor, que pronto celebraremos, nos invita a vivir esta misma humildad y la obediencia de fe. La gloria de Dios no se manifiesta en el triunfo y el poder de un rey, no resplandece en una ciudad famosa, en un palacio suntuoso, sino que toma morada en el vientre de una virgen, se revela en la pobreza de un niño. La omnipotencia de Dios, también en nuestra vida, actúa con la fuerza, a menudo silenciosa, de la verdad y del amor. La fe nos dice, pues, que el poder inerme de aquel Niño, al final vence al fragor de los poderes del mundo.







sábado, 15 de septiembre de 2012

Liturgia de nuestra Señora de los Dolores.15 de septiembre 2012




SÁBADO  15  Nuestra Señora de los Dolores (MO). Blanco.


Nuestra Señora,
Virgen de los Dolores
15 de septiembre

Los siete dolores de la Santísima Virgen que han suscitado mayor devoción son: la profecía de Simeón, la huida a Egipto, los tres días que Jesús estuvo perdido, el encuentro con Jesús llevando la Cruz, su Muerte en el Calvario, el Descendimiento, la colocación en el sepulcro.

Simeón había anunciado previamente a la Madre la oposición que iba a suscitar su Hijo, el Redentor. Cuando ella, a los cuarenta días de nacido ofreció a su Hijo a Dios en el Templo, dijo Simeón: "Este niño debe ser causa tanto de caída como de resurrección para la gente de Israel. Será puesto como una señal que muchos rechazarán y a ti misma una espada te atravesará el alma" (Lc 2,34).

El dolor de María en el Calvario fue más agudo que ningún otro en el mundo, pues no ha habido madre que haya tenido un corazón an tierno como el de la Madre de Dios. Cómo no ha habido amor igual al suyo. Ella lo sufrió todo por nosotros para que disfrutemos de la gracia de la Redención. Sufrió voluntariamente para demostrarnos su amor, pues el amor se prueba con el sacrificio.

No por ser la Madre de Dios pudo María sobrellevar sus dolores sino por ver las cosas desde el plan de Dios y no del de sí misma, o mejor dicho, hizo suyo el plan de Dios. Nosotros debemos hacer lo mismo. La Madre Dolorosa nos echará una mano para ayudarnos.

La devoción a los Dolores de María es fuente de gracias sin número porque llega a lo profundo del Corazón de Cristo. Si pensamos con frecuencia en los falsos placeres de este mundo abrazaríamos con paciencia los dolores y sufrimientos de la vida. Nos traspasaría el dolor de los pecados.

La Iglesia nos exhorta a entregarnos sin reservas al amor de María y llevar con paciencia nuestra cruz acompañados de la Madre Dolorosa. Ella quiere de verdad ayudarnos a llevar nuestras cruces diarias, porque fue en le calvario que el Hijo moribundo nos confió el cuidado de su Madre. Fue su última voluntad que amemos a su Madre como la amó Él.


La Palabra de Dios
"Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! - a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.»

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones.

Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él. Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua.

Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca." Lc 2, 34-45 "Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando." Lc 2, 48 "Vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante al dolor que me atormenta," Lam 1, 12

Oraciones
Oración propia de la Novena
¡Santísima y muy afligida Madre, Virgen de los Dolores y Reina de los Mártires! Estuviste de pie, inmóvil, bajo la Cruz, mientras moría tu Hijo.
Por la espada de dolor que te traspasó entonces, por el incesante sufrimiento de tu vida dolorosa y el gozo con que ahora eres recompensada de tus pruebas y aflicción, mírame con ternura Madre, ten compasión de mí que vengo a tu presencia para venerar tus dolores. Deposito mi petición con infantil confianza en el santuario de tu Corazón herido.
Te suplico que presentes a Jesucristo, en unión con los méritos infinitos de su Pasión y Muerte, lo que sufriste junto a la Cruz, y por vuestros méritos me sea concedida esta petición (Mencione el favor que desea).
¿A quién acudiré yo en mis necesidades y sufrimientos sino a ti, Madre de misericordia? Tan hondo bebiste del cáliz de tu Hijo que puedes compadecerte de los sufrimientos de quienes están todavía en este valle de lágrimas.
Ofrece a nuestro divino Salvador lo que Él sufrió en la Cruz para que su recuerdo le mueva a compadecerse de mí, pecador. Refugio de pecadores y esperanza de la humanidad, acepta mi petición y escúchala favorablemente, si es conforme a la voluntad de Dios.
Señor Jesucristo, te ofrezco los méritos de María, Madre tuya y nuestra, que ganó bajo la Cruz. Por su amable intercesión pueda yo obtener los deliciosos frutos de tu Pasión y Muerte.

Ofrecimiento
María, Virgen Santísima y Reina de los Mártires, acepta el sincero homenaje de mi amor infantil. Recibe mi pobre alma dentro de tu corazón, traspasado por tantas espadas. Tómala por compañera de tus dolores al pie de la Cruz, donde Jesús murió para redimir al mundo.
Contigo, Virgen de los Dolores, quiero sufrir gustosamente todas las pruebas, sufrimientos y aflicciones que Dios se complazca en mandarme. Los ofrezco en memoria de tus dolores. Haz que todos mis pensamientos y latidos del corazón sean un acto de compasión y amor por ti.
Madre amadísima ten compasión de mí, reconcíliame con Jesús, tu divino Hijo, manténme en su gracia y asísteme en mi última agonía, para que pueda yo encontrarte en el Cielo juntamente con el Hijo.

Himno – Stabat Mater
Ante el hórrido Madero
Del Calvario lastimero,
Junto al Hijo de tu amor,
¡Pobre Madre entristecida!
Traspasó tu alma abatida
Una espada de dolor.
¡Cuan penoso, cuán doliente
Ver en tosca Cruz pendiente
Al Amado de tu ser!
Viendo a Cristo en el tormento,
Tú sentías el sufrimiento
De su amargo padecer.
¿Quien hay que no lloraría
Contemplando la agonía
De María ante la Pasión?
¿Habrá un corazón humano
Que no compartiese hermano
Tan profunda transfixión?
Golpeado, escarnecido,
Vio a su Cristo tan querido
Sufrir tortura tan cruel,
Por el peso del pecado
De su pueblo desalmado
Rindió su espíritu El.
Dulce Madre, amante fuente,
Haz mi espíritu ferviente
Y haz mi corazón igual
Al tuyo tan fervoroso
Que al buen Jesús piadoso
Rinda su amor fraternal.
Oh Madre Santa, en mi vida
Haz renacer cada herida
De mi amado Salvador,
Contigo sentir su pena,
Sufrir su mortal condena
Y su morir redentor.
A tu llanto unir el mío,
Llorar por mi Rey tan pío
Cada día de mi existir:
Contigo honrar su Calvario,
Hacer mi alma su santuario,
Madre, te quiero pedir.
Virgen Bienaventurada,
De todas predestinada,
Partícipe en tu pesar
Quiero ser mi vida entera,
De Jesús la muerte austera
Quiero en mi pecho llevar.
Sus llagas en mi imprimidas,
Con Sangre de sus heridas
Satura mi corazón
Y líbrame del suplicio,
Oh Madre en el día del juicio
No halle yo condenación.
Jesús, que al llegar mi hora,
Sea María mi defensora,
Tu Cruz mi palma triunfal,
Y mientras mi cuerpo acabe
Mi alma tu bondad alabe
En tu reino celestial.
Amén, Aleluya.
Oración
Padre, Tu quisiste que la madre de tu Hijo, llena de compasión, estuviese junto a la Cruz donde Él fue glorificado. Concede a tu Iglesia, que comparte la Pasión de Cristo, participar de su Resurrección. Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

fuente:
www.ewtn




ANTÍFONA DE ENTRADA Cfr. Lc 2, 34-35
Simeón dijo a María: este niño será cau­sa de caída y de elevación para muchos en Israel, será signo de contradicción; y a ti misma una espada te atravesará el corazón.

Dixit Símeon ad Maríam: Ecce, pósitus est hic in ruínam et in resurrectiónem multórum in Isræl, et in signum cui contradicétur; et tuam ipsíus ánimam pertransíbit gládius.

ORACIÓN COLECTA

Dios nuestro, que quisiste que junto a tu Hijo elevado en la cruz estuviera su Madre compartiendo sus padecimien­tos, concede a tu Iglesia que, unida a María en la pasión de Cristo, merezca participar también de su resurrección. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.

Deus, qui Fílio tuo in cruce exaltáto compatiéntem Matrem astáre voluísti, da Ecclésiæ tuæ, ut, Christi passiónis cum ipsa consors effécta, eiúsdem resurrectiónis párticeps esse mereátur. Qui tecum.

SECUENCIA (optativa) 

Se encontraba la Madre dolorosa junto a la cruz, llorando, en que el Hijo moría, suspendido.
Con el alma dolida y suspirando, sumida en la tristeza, que traspasa el acero de una espada.
Qué afligida y qué triste se encontraba, de pie aquella bendita Madre del Hijo único de Dios.
Cuánto se dolía y padecía esa piadosa Madre, contemplando las penas de su Hijo.
¿A qué hombre no hace llorar el mirar a la Madre de Cristo en un suplicio tan tremendo?
¿Quién es el que podrá no entristecerse de contemplar tan sólo a esta Madre que sufre con su Hijo?
Ella vio a Jesús en los tormentos, so­metido al flagelo, por cargar los pecados de su pueblo.
Y vio cómo muriendo abandonado, aquél, su dulce Hijo, entregaba su espíritu a los hombres.
Madre, fuente de amor, que yo sienta tu dolor, para que llore contigo.
Que arda mi corazón en el amor de Cristo, mi Dios, para que pueda agradarle.
Madre santa, imprime fuertemente en mi corazón las llagas de Jesús crucificado.
Que yo pueda compartir las penas de tu Hijo, que tanto padeció por mí.
Que pueda llorar contigo, condoliéndome de Cristo todo el tiempo de mi vida.
Quiero estar a tu lado y asociarme a ti en el llanto, junto a la cruz de tu Hijo.
Virgen, la más santa de las vírgenes, no seas dura conmigo: que siempre llore contigo.
Que pueda morir con Cristo y participar de su pasión, reviviendo sus dolores.
Hiéreme con sus heridas, embriágame con la sangre por él derramada en la cruz.
Para que no arda eternamente defién­deme, Virgen, en el día del Juicio.
Jesús, en la hora final, concédeme, por tu madre, la palma de la victoria.
Cuando llegue mi muerte, yo te pido, oh Cristo, por tu madre, alcanzar la victoria eterna.


[ Stabat Mater dolorosa
iuxta Crucem lacrimosa,
dum pendebat Fílius.

Cuius animam gementem,
contristátam et dolentem,
pertransívit gládius.

O quam tristis et afflícta
fuit illa benedícta
Mater Unigeniti!

Quae maerebat, et dolebat,
Pia Mater, dum videbat
Nati poenas íncliti.

Quis est homo, qui non fleret,
Matrem Christi si videret
in tanto supplício?

Quis non posset contristári,
Christi Matrem contemplári
dolentem cum Fílio?

Pro peccátis suae gentis
vidit Iesum in tormentis,
et flagellis súbditum

Vidit suum dulcem natum
moriendo desolátum,
dum emísit spíritum.

Eia Mater, fons amóris,
me sentíre vim dolóris
fac, ut tecum lúgeam.

Fac, ut árdeat cor meum
in amándo Christum Deum,
ut sibi compláceam. ]

Sancta Mater, istud agas,
crucifíxi fige plagas
cordi meo válide

Tui nati vulneráti,
Tam dignati pro me pati,
poenas mecum dívide.

Fac me tecum pie flere,
Crucifíxo condolere,
donec ego víxero.

Iuxta Crucem tecum stare,
et me tibi sociáre
in planctu desídero.

Virgo vírginum præclára,
mihi iam non sis amára:
fac me tecum plángere.

Fac, ut portem Christi mortem,
passiónis fac consórtem,
et plagas recólere.

Fac me plagis vulnerári,
fac me Cruce inebriáriet
cruóre Fílii.

Flammis ne urar succensus,
per te, Virgo,
sim defensusin die iudícii.

Christe, cum sit hinc exíre,
da per Matrem me veníre
ad palmam victóriæ.

Quando corpus morietur,
fac ut animæ donetur
paradísi glória.
               

[ Addolorata, in pianto
la Madre sta presso la Croce
da cui pende il Figlio.

Immersa in angoscia mortale
geme nell’intimo dei cuore
trafitto da spada.

Quanto grande è il dolore
della benedetta fra le donne,
Madre dell'Unigenito!

Piange la Madre pietosa
contemplando le piaghe
del divino suo Figlio.

Chi può trattenersi dal pianto
davanti alla Madre di Cristo
in tanto tormento?

Chi può non provare dolore
davanti alla Madre
che porta la morte del Figlio?

Per i peccati del popolo suo
ella vede Gesù nei tormenti
del duro supplizio.

Per noi ella vede morire
il dolce suo Figlio,
solo, nell'ultima ora.

O Madre, sorgente di amore,
fa' ch'io viva il tuo martirio,
fa' ch’io pianga le tue lacrime.

Fa' che arda il mio cuore
nell’amare il Cristo-Dio,
per essergli gradito. ]

Ti prego, Madre santa:
siano impresse nel mio cuore
le piaghe del tuo Figlio.

Uniscimi al tuo dolore
per il Figlio tuo divino
che per me ha voluto patire.

Con te lascia ch'io pianga
il Cristo crocifisso
finché avrò vita.

Restarti sempre vicino
piangendo sotto la croce:
questo desidero.

O Vergine santa tra le vergini,
non respingere la mia preghiera,
e accogli il mio pianto di figlio.

Fammi portare la morte di Cristo,
partecipare ai suoi patimenti,
adorare le sue piaghe sante.

Ferisci il mio cuore con le sue ferite,
stringimi alla sua croce,
inèbriami del suo sangue.

Nel suo ritorno glorioso
rimani, o Madre, al mio fianco,
salvami dall’eterno abbandono.

O Cristo, nell'ora del mio passaggio
fa' che, per mano a tua Madre,
io giunga alla mèta gloriosa.

Quando la morte dissolve il mio corpo

aprimi, Signore, le porte del cielo,
accoglimi nel tuo regno di gloria.


ALELUYA Jn 14, 23
Aleluya. «El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará e iremos a él», dice el Señor. Aleluya.

Del santo Evangelio según san Lucas 2, 33-35
En aquel tiempo, el padre la madre del niño estaban admirados de las palabras que les decía Simeón. Él los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: "Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma".Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

o también:
Evangelio según San Juan 19,25-27.
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.
Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: "Mujer, aquí tienes a tu hijo".
Luego dijo al discípulo: "Aquí tienes a tu madre". Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.

PREFACIO 

María íntimamente asociada a la redención
S. El Señor esté con ustedes.
A. Y con tu espíritu.
S. Levantemos el corazón.
A. Lo tenemos levantado hacia el Señor.
S. Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
A. Es justo y necesario.
Realmente es justo y necesario, es nues­tro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno. 

Para restaurar al género humano, miseri­cordiosamente y con sabia determinación, tú asociaste a la Virgen María a tu Hijo único, y ella, que por la acción fecundante del Espíritu Santo, se convirtió en la Madre de Cristo, por un nuevo don de tu bondad llegó a ser su colaboradora en la redención, y la que no conoció sufrimientos al dar a luz a tu Hijo, para hacernos renacer en ti padeció gravísimos dolores. 

Por eso, con los ángeles y los arcángeles, con los tronos y las dominaciones, canta­mos un himno a tu gloria, diciendo sin cesar:
Santo, Santo, Santo...

ANTÍFONA DE COMUNIÓN Cfr. 1Ped 4, 13 
 


Alégrense de compartir los sufrimientos de Cristo, para que también ustedes se llenen de gozo y alegría cuando se ma­nifieste su gloria

Communicántes Christi passiónibus, gaudéte, ut et in revelatióne glóriæ eius gaudeátis exsultántes.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Alimentados con el sacramento de la redención eterna, te suplicamos, Padre, que al recordar los dolores de la Virgen María, completemos en nosotros, para el bien la Iglesia, lo que falta a los pa­decimientos de Cristo. Que vive y reina por los siglos de los siglos

Sumptis, Dómine, sacraméntis redemptiónis ætérnæ, súpplices deprecámur, ut, compassiónem beátæ Maríæ Vírginis recoléntes, ea in nobis pro Ecclésia adimpleámus, quæ desunt Christi passiónum. Qui vivit et regnat in sæcula sæculórum.