Homilía completa del Papa Francisco, en la Solemnidad de la Asunción de la Virgen,
Queridos hermanos y hermanas
El Concilio Vaticano II, al final de
la Constitución sobre la Iglesia, nos ha dejado una bellísima meditación sobre
María Santísima. Recuerdo solamente las palabras que se refieren al misterio
que hoy celebramos. La primera es ésta: «La Virgen Inmaculada, preservada libre
de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra,
fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo y elevada al trono por el Señor
como Reina del universo» (n. 59). Y después, hacia el final, ésta otra: «La
Madre de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y
comienzo de la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en
este mundo, hasta que llegue el día del Señor, brilla ante el Pueblo de Dios en
marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo» (n. 68). A la luz de esta
imagen bellísima de nuestra Madre, podemos considerar el mensaje que contienen
las lecturas bíblicas que hemos apenas escuchado. Podemos concentrarnos en tres
palabras clave: lucha, resurrección, esperanza.
Lucha, resurrección, esperanza.
El pasaje del Apocalipsis presenta la
visión de la lucha entre
la mujer y el dragón. La figura de la mujer, que representa a la Iglesia,
aparece por una parte gloriosa, triunfante, y por otra con dolores. Así es en
efecto la Iglesia: si en el Cielo ya participa de la gloria de su Señor, en la
historia vive continuamente las pruebas y desafíos que comporta el conflicto
entre Dios y el maligno, el enemigo de siempre. En esta lucha que los
discípulos de Jesús han de sostener, María no les deja solos; la Madre de
Cristo y de la Iglesia está siempre con nosotros. siempre, camina con nosotros.
Y también María participa, en cierto
sentido, de esta doble condición. Ella, naturalmente, ha entrado
definitivamente en la gloria del Cielo. Pero esto no significa que esté lejos,
que se separe de nosotros; María, por el contrario, nos acompaña, lucha con
nosotros, sostiene a los cristianos en el combate contra las fuerzas del mal.
La oración con María, en especial el rosario.Y escuchen bien: el rosario
¿Ustedes rezan el rosario todos los días? No lo sé, ¿seguro?
La oración con María,en particular el
rosario, también tiene esta dimensión «agonística», es decir, de lucha, una
oración que sostiene en la batalla contra el maligno y sus cómplices.El rosario
nos sostiene también en la batalla.
La segunda lectura nos habla de
la resurrección. El apóstol
Pablo, escribiendo a los corintios, insiste en que ser cristianos significa
creer que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos. Toda
nuestra fe se basa en esta verdad fundamental, que no es una idea sino un
acontecimiento. También el misterio de la Asunción de María en cuerpo y alma se
inscribe completamente en la resurrección de Cristo.
La humanidad de la Madre ha sido
«atraída» por el Hijo en su paso a través de la muerte. Jesús ha entrado
definitivamente en la vida eterna con toda su humanidad, la que había tomado de
María; así ella, la Madre, que lo ha seguido fielmente durante toda su vida, lo
ha seguido con el corazón, ha entrado con él en la vida eterna, que llamamos
también cielo, paraíso, Casa del Padre.
María ha conocido también el martirio
de la cruz: ha vivido la pasión del Hijo hasta el fondo del alma. Ha estado
completamente unida a él en la muerte, y por eso ha recibido el don de la
resurrección. Cristo es la primicia de los resucitados, y María es la primicia
de los redimidos, la primera de «aquellos que son de Cristo».
Es nuestra madre, pero podemos
también decir que es nuestra representante, nuestra hermana, primera hermana,
la primera de los redimidos que llegó al cielo.
El evangelio nos sugiere la tercera
palabra: esperanza.
Esperanza es la virtud del que experimentando el conflicto, la lucha cotidiana
entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal, cree en la resurrección de
Cristo, en la victoria del amor.
Hemos escuchado el canto de María, el
magnificat. Es el cántico de la esperanza, el cántico del Pueblo de Dios que
camina en la historia. Es el cántico de tantos santos y santas, algunos
conocidos, otros, muchísimos, desconocidos, pero que Dios conoce bien: mamás,
papás, catequistas, misioneros, sacerdotes, religiosas, jóvenes, también niños,
abuelos, abuelas, yestos han afrontado la lucha por la vida llevando en el
corazón la esperanza de los pequeños y humildes.
María dice: «Proclama mi alma la
grandeza del Señor», así canta hoy la Iglesia en todo el mundo. Este cántico es
especialmente intenso allí donde el Cuerpo de Cristo sufre hoy la Pasión.
Donde está la cruz, para nosotros los
cristianos está la esperanza. Si no está la esperanza nosotros no somos
cristianos. Por eso me gusta decir: no se dejen robar la esperanza. Que no nos
roben la esperanza porque esta fuerza es una gracia, un don de Dios, mirando al
cielo.
Y María está allí, cercana a esas
comunidades, a esos hermanos nuestros, camina con ellos, sufre con ellos, y
canta con ellos el Magnificat de la esperanza.
Queridos hermanos y hermanas,
unámonos también nosotros, con el corazón, a este cántico de paciencia y
victoria, de lucha y alegría, que une a la Iglesia triunfante con la
peregrinante, nosotros.que une el cielo y la tierra, la historia y la
eternidad,hacia la cual caminamos.Que así sea.
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