CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO
Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS
DIRECTORIO
HOMILÉTICO
CIUDAD DEL VATICANO 2014
B. Evangelio del II domingo de Cuaresma
64.
El pasaje
evangélico del II domingo de Cuaresma es siempre la narración de la
Transfiguración. Es curioso cómo la gloriosa e inesperada transfiguración del
cuerpo de Jesús, en presencia de los tres discípulos elegidos, tiene lugar
inmediatamente después de la primera predicación de la Pasión. (Estos tres
discípulos – Pedro, Santiago y Juan – también estarán con Jesús durante la
agonía en Getsemaní, la víspera de la Pasión). En el contexto de la narración,
en cada uno de los tres Evangelios, Pedro, apenas ha confesado su fe en Jesús
como Mesías. Jesús acepta esta confesión, pero inmediatamente se dirige a los
discípulos y les explica qué tipo de Mesías es él: «empezó Jesús a explicar a
sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de
los senadores, sumos sacerdotes y letrados y que tenía que ser ejecutado y
resucitar al tercer día».
Sucesivamente pasa a enseñar qué implica seguir al Mesías: «El
que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y
me siga». Es después de este evento, cuando Jesús toma a los tres discípulos y los
lleva a lo alto de un monte, y es allí donde su cuerpo resplandece de la gloria
divina; y se les aparecen Moisés y Elías, que conversaban con Jesús.
Estaban todavía hablando, cuando una nube, signo de la presencia
divina, como había sucedido en el monte Sinaí, le envolvió junto a sus
discípulos.
De la nube se elevó una voz, así como en el Sinaí el trueno
advertía que Dios estaba hablando con Moisés y le entregaba la Ley, la Torah.
Esta es la voz del Padre, que revela la identidad más profunda de Jesús y la
testimonia diciendo: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo» (Mc 9,7).
65.
Muchos temas y
modelos puestos en evidencia en el presente Directorio se concentran en esta sorprendente escena. Ciertamente, cruz y gloria
están asociadas. Claramente, todo el Antiguo Testamento, representado por
Moisés y Elías, afirma que la cruz y la gloria están asociadas. El homileta
debe abordar estos argumentos y explicarlos.
Probablemente, la mejor síntesis del significado de tal misterio
nos la ofrecen las bellísimas palabras del prefacio de este domingo. El
sacerdote, iniciando la oración eucarística, en nombre de todo el pueblo, da
gracias a Dios por medio de Cristo nuestro Señor, por el misterio de la Transfiguración:
«Él, después de anunciar su muerte a los discípulos les mostró en el monte
santo el esplendor de su gloria, para testimoniar, de acuerdo con la ley y los
profetas, que la pasión es el camino de la Resurrección». Con estas palabras,
en este día, la comunidad se abre a la oración eucarística.
66.
En cada uno de
los pasajes de los Sinópticos, la voz del Padre identifica en Jesús a su Hijo
amado y ordena: «Escuchadlo». En el centro de esta escena de gloria trascendente,
la orden del Padre traslada la atención sobre el camino que lleva a la gloria.
Es como si dijese: «Escuchadlo, en él está la plenitud de mi amor, que se
revelará en la cruz». Esta enseñanza es una nueva Torah, la nueva Ley del
Evangelio, dada en el monte santo poniendo en el centro la gracia del Espíritu
Santo, otorgada a cuantos depositan su fe en Jesús y en los méritos de su cruz.
Porque él enseña este camino, la gloria resplandece del cuerpo de Jesús y viene
revelado por el Padre como el Hijo amado. ¿Quizá no estemos aquí adentrándonos
en el corazón del misterio trinitario? En la gloria del Padre vemos la gloria
del Hijo, inseparablemente unida a la cruz. El Hijo revelado en la Transfiguración
es «luz de luz», como afirma el Credo; este momento de las
Sagradas Escrituras es, ciertamente, una de las más fuertes
autoridades para la fórmula del Credo.
67.
La
Transfiguración ocupa un lugar fundamental en el Tiempo de Cuaresma, ya que
todo el Leccionario Cuaresmal es una guía que prepara al elegido entre los
catecúmenos para recibir los sacramentos de la iniciación en la Vigilia
pascual, así como prepara a todos los fieles para renovarse en la nueva vida a
la que han renacido. Si el I domingo de Cuaresma es una llamada particularmente
eficaz a la solidaridad que Jesús comparte con nosotros en la tentación, el II
domingo nos recuerda que la gloria resplandeciente del cuerpo de Jesús es la
misma que él quiere compartir con todos los bautizados en su Muerte y
Resurrección. El homileta, para dar fundamento a esto, puede justamente acudir
a las palabras y a la autoridad de san Pablo, quien afirma que “Cristo
transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición
gloriosa” (Fil 3,21). Este versículo se encuentra en la segunda lectura del
ciclo C, pero, cada año, puede poner de relieve cuanto hemos apuntado.
68.
En este domingo,
mientras los fieles se acercan en procesión a la Comunión, la Iglesia hace
cantar en la antífona las palabras del Padre escuchadas en el Evangelio: «Este
es mi Hijo, el amado, mi predilecto.
Escuchadlo». Lo que los tres discípulos escogidos escuchan y
contemplan en la Transfiguración viene ahora exactamente a converger con el acontecimiento
litúrgico, en el que los fieles reciben el Cuerpo y la Sangre del Señor. En la oración
después de la Comunión damos
gracias a Dios porque «nos haces partícipes, ya en este mundo, de los bienes
eternos de tu reino». Mientras están allí arriba, los discípulos ven la gloria
divina resplandecer en el Cuerpo de Jesús. Mientras están aquí abajo, los
fieles reciben su Cuerpo y Sangre y escuchan la voz del Padre que les dice en
la intimidad de sus corazones: «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo».
ABREVIATURAS
CEC Catecismo
de la Iglesia Católica
DV Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Divina
Revelación Dei
Verbum
EG Papa Francisco, Exhortación apostólica Evangelii
gaudium
OLM Ordo
Lectionum Missae, Praenotanda
SC Concilio Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia
Sacrosanctum Concilium
VD Papa Benedicto XVI, Exhortación apostólica Verbum
Domini
Congregación para el Culto Divino
y la Disciplina de los Sacramentos
Prot. N. 531/14
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