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domingo, 27 de julio de 2014
domingo, 15 de septiembre de 2013
Jesús nos llama a todos a seguir este camino: “Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso” (Lc. 6, 36).
ANGELUS DOMINI. PAPA FRANCISCO
Cuidad del Vaticano
Cuidad del Vaticano
Queridos
hermanos y hermanas. ¡Buenos días!
En la
Liturgia de hoy se lee el capítulo 15 del Evangelio de Lucas, que contiene las
tres parábolas de la misericordia: la de la oveja perdida, la de la moneda
perdida, y después la más amplia de todas las parábolas, típica de san Lucas,
la del padre de los dos hijos, el hijo “pródigo” y el hijo que se cree justo.
Que se cree santo.
Todas estas
tres parábolas hablan de la alegría de Dios. Dios es gozoso, es interesante
esto, Dios es gozoso, y ¿cuál es la alegría de Dios? La alegría de Dios es
perdonar, ¡la alegría de Dios es perdonar! Es la alegría de un pastor que
encuentra a su ovejita; la alegría de una mujer que encuentra su moneda; es la
alegría de un padre que vuelve a recibir en casa al hijo que se había perdido,
que estaba como muerto y ha vuelto a la vida. Ha vuelto a casa.
¡Aquí está
todo el Evangelio, aquí, eh, aquí está todo el Evangelio, está el Cristianismo!
¡Pero miren que no es sentimiento, no es “ostentación de buenos sentimientos”!
Al contrario, la misericordia es la verdadera fuerza que puede salvar al hombre
y al mundo del “cáncer” que es el pecado, el mal moral, el mal espiritual. Sólo
el amor llena los vacíos, los abismos negativos que el mal abre en el corazón y
en la historia. Sólo el amor puede hacer esto. Y ésta es la alegría de Dios.
Jesús es
todo misericordia, Jesús es todo amor: es Dios hecho hombre. Cada uno de
nosotros, cada uno de nosotros es esa oveja perdida, esa moneda perdida, cada
uno de nosotros es ese hijo que ha desperdiciado su propia libertad siguiendo
ídolos falsos, espejismos de felicidad, y ha perdido todo.
Pero Dios
no nos olvida, el Padre no nos abandona jamás. Pero es un Padre paciente, nos
espera siempre. Respeta nuestra libertad, pero permanece siempre fiel. Y cuando
volvemos a Él, nos acoge como hijos, en su casa, porque no deja jamás, ni
siquiera por un momento, de esperarnos, con amor. Y su corazón está de fiesta
por cada hijo que vuelve. Está de fiesta porque es alegría. Dios tiene esta
alegría, cuando uno de nosotros, pecadores, va a Él y pide su perdón.
¿Cuál es el
peligro? Es que nosotros presumimos que somos justos, y juzgamos a los demás.
Juzgamos también a Dios, porque pensamos que debería castigar a los pecadores,
condenarlos a muerte, en lugar de perdonar. ¡Entonces sí que corremos el riesgo
de permanecer fuera de la casa del Padre! Como ese hermano mayor de la
parábola, que en lugar de estar contento porque su hermano ha vuelto, se enoja
con el padre que lo ha recibido y hace fiesta. Si en nuestro corazón no hay
misericordia, la alegría del perdón, no estamos en comunión con Dios, incluso
si observamos todos los preceptos, porque es el amor el que salva, no la sola
práctica de los preceptos. Es el amor por Dios y por el prójimo lo que da
cumplimiento a todos los mandamientos. Y esto es el amor de Dios, su alegría,
perdonar. Nos espera siempre. Quizá alguien tiene en su corazón algo grave,
pero he hecho esto, he hecho aquello, Él te espera, Él es Padre. Siempre nos
espera.
Si nosotros
vivimos según la ley del “ojo por ojo, diente por diente”, jamás salimos de la
espiral del mal. El Maligno es astuto, y nos hace creer que con nuestra
justicia humana podemos salvarnos y salvar al mundo. En realidad, ¡sólo la
justicia de Dios nos puede salvar! Y la justicia de Dios se ha revelado en la
Cruz: la Cruz es el juicio de Dios sobre todos nosotros y sobre este mundo.
¿Pero cómo nos juzga Dios? ¡Dando la vida por nosotros! He aquí el acto supremo
de justicia que ha vencido de una vez para siempre al Príncipe de este mundo; y
este acto supremo de justicia es precisamente también el acto supremo de
misericordia. Jesús nos llama a todos a seguir este camino: “Sean
misericordiosos, como su Padre es misericordioso” (Lc. 6, 36).
Yo les pido
una cosa ahora. En silencio, todos, pensemos, cada uno piense en una persona con
la que no estamos bien, con la cual estamos enojados y que no la queremos.
Pensemos en esa persona y en silencio en este momento oremos por esta persona.
Y seamos misericordiosos con esta persona.
Invoquemos
ahora la intercesión de Maria Mater Misericordiae.
miércoles, 29 de mayo de 2013
martes, 28 de mayo de 2013
Angelus Domini papa Francisco. Solemnidad de la Santísima Trinidad
¡Queridos
hermanos y hermanas! ¡Buenos días!
Esta
mañana he hecho mi primera visita en una parroquia de la diócesis de Roma. Doy
gracias al Señor y os pido que recéis por mi servicio pastoral en esta Iglesia
de Roma, que tiene la misión de presidir en la caridad universal.
Hoy
es el Domingo de la Santísima Trinidad. La luz del tiempo pascual y de
Pentecostés renueva cada año en nosotros la alegría y el asombro de la fe:
reconozcamos que Dios no es algo vago, nuestro Dios no es un Dios spray, es
concreto, no es un abstracto, sino que tiene un nombre: "Dios es
amor". No un amor sentimental, emotivo, sino el amor del Padre que está al
origen de cada vida, el amor del Hijo que muere en la cruz y se eleva, el amor
del Espíritu que renueva al hombre y al mundo. Pensar que Dios es amor nos hace
tanto bien, porque nos enseña a amar, a darnos a los otros como Jesús se ha
dado a nosotros. Y camina con nosotros y Jesús que camina con nosotros en el
camino de la vida.
La
Santísima Trinidad no es el producto de razonamientos humanos, es el rostro con
el que Dios mismo se ha revelado, no desde lo alto de una cátedra, sino
caminando con la humanidad, y es precisamente Jesús que nos ha revelado al
Padre y nos que nos ha prometido al Espíritu Santo. Dios ha caminado con su
pueblo en la historia del pueblo de Israel. Y Jesús ha caminado siempre con
nosotros. Nos ha prometido el Espíritu Santo que es el fuego y nos enseña todo
eso que nosotros no sabemos, que dentro de nosotros nos guía, nos da buenas
ideas y buenas inspiraciones.
Hoy
alabamos a Dios no por un misterio particular, sino por Él mismo, "por su
gloria inmensa", como dice el himno litúrgico. Lo alabamos y le damos
gracias porque es Amor, y porque nos llamar a entrar en el abrazo de su
comunión, que es vida eterna.
Confiamos
nuestra alabanza a las manos de la Virgen María. Ella, la más humilde entre las
criaturas, gracias a Cristo ya ha llegado a la meta del peregrinaje terreno:
está ya en la gloria de la Trinidad. Por esto, María nuestra madre, la Virgen
brilla para nosotros como signo de segura esperanza. Es la madre de la
esperanza, en nuestro camino, en nuestra vía es la madre de la esperanza, es la
madre también que nos consuela, la madre de la consolación y la madre que
nos acompaña en el camino.
Ahora
rezamos a la Virgen, todos juntos a nuestra madre que nos acompaña en el
camino.
Después
de la oración mariana, el santo padre ha añadido:
Queridos
hermanos y hermanas
Ayer,
en Palermo, fue proclamado Beato Don Giuseppe Puglisi, sacerdote y mártir,
asesinado por la mafia en 1993. Don Puglisi fue un sacerdote ejemplar, dedicado
especialmente a la pastoral juvenil. Educando a los jóvenes según el Evangelio
sacándoles de la mala vida, y así ésta ha tratado de derrotarlo asesinándolo.
En realidad, sin embargo, es él que ha vencido, con Cristo Resucitado. Pienso
en el dolor de tantos hombres y mujeres, también niños que son explotados por
tantas mafias, que les explotan, haciéndoles hacer un trabajo que les hace
esclavos, con la prostitución, con tantas presiones sociales. Detrás de estas
explotaciones, detrás de esta esclavitud, hay mafias. Recemos al Señor para que
convierta el corazón de estas personas. No pueden hacer esto, no pueden hacer
de nosotros hermanos, esclavos. Debemos rezar al Señor. Recemos para que estos
mafiosos y mafiosas se conviertan a Dios. Te alabamos Señor por este luminoso
testimonio, de don Giuseppe Puglisi.
Saludo
con afecto a todos los peregrinos presentes, las familias, los grupos
parroquiales venidos de Italia, España, Francia y muchos otros países. Saludo
en participar a la Asociación Nacional san Pablo de los Oradores y de los
Círculos Juveniles, nacida hace 50 años al servicio de los jóvenes. Queridos
amigos, san Filippo Neri, que hoy recordamos, y el beato Giuseppe Puglisi
apoyen vuestro compromiso. Saludo al grupo de católicos chinos aquí presentes,
que se han reunido en Roma para rezar por la Iglesia en China, invocando la
intercesión de María Auxiliadora.
Dirijo
un pensamiento a cuantos promueve la "Jornada del Socorro", en favor
de los enfermos que viven el tramo final de su camino terreno; como también la
Asociación Italiana de Esclerosis Múltiple. ¡Gracias por vuestro compromiso!
Saludo a la Asociación Nacional Arma de Caballería, y a los fieles de
Fiumecello, en Pádova.
domingo, 17 de marzo de 2013
Y aprendamos a ser misericordiosos con todos.
Domingo
de su pontificado, el papa Francisco rezó el Ángelus
Hermanos y hermanas, ¡Buenos días! Después del primer
encuentro del miércoles pasado, ¡hoy puedo dirigirles de nuevo mi saludo a
todos!
Y estoy feliz de que sea en domingo, ¡en el día del Señor!
Esto es bello e importante para nosotros los cristianos: encontrarnos en el
domingo, saludarnos, hablarnos como ahora aquí, en la plaza. Una plaza que,
gracias a los medios de comunicación, tiene el tamaño del mundo.
En este quinto domingo de Cuaresma, el evangelio nos
presenta el episodio de la mujer adúltera (cf. Jn. 8,1-11), que Jesús salva de
la condena a muerte. Conmueve la actitud de Jesús: no escuchamos palabras de
desprecio, no escuchamos palabras de condena, sino solo palabras de amor, de
misericordia, que invitan a la conversión. "Tampoco yo te condeno. Vete, y
en adelante no peques más" (v. 11).
¡Eh!, hermanos y hermanas, el rostro de Dios es la de un
padre misericordioso, que siempre tiene paciencia. ¿Han pensado en la paciencia
de Dios, la paciencia que Él tiene con cada uno de nosotros? Esa es su
misericordia. Siempre tiene paciencia, paciencia con nosotros, nos comprende,
nos espera, no se cansa de perdonarnos si sabemos volver a él con el corazón
contrito. "Grande es la misericordia del Señor", dice el salmo.
En estos días, he podido leer un libro del cardenal Kasper,
un gran teólogo, sobre la misericordia. Y me ha hecho tanto bien ese libro,
¡pero no crean que le hago publicidad a los libros de mis cardenales! ¡No es
así! Pero me ha hecho tanto bien, tanto bien…
El cardenal Kasper dice que al escuchar misericordia, esta
palabra cambia todo. Es lo mejor que podemos escuchar: cambia el mundo. Un poco
de misericordia vuelve al mundo menos frío y más justo. Tenemos necesidad de
entender bien esta misericordia de Dios, este Padre misericordioso que tiene
tanta paciencia...
Recordemos al profeta Isaías, quien dice que así nuestros
pecados fueran como rojo escarlata, el amor de Dios los volverá blancos como la
nieve. ¡Es hermoso, esto de la misericordia!
Recuerdo que apenas era obispo, en 1992, llegó (la imagen)
de Nuestra Señora de Fátima a Buenos Aires y se celebró una gran misa
para los enfermos. Fui a confesar a aquella misa. Y casi al final, me levanté,
porque debía administrar una confirmación. Pero vino una anciana, humilde, muy
humilde, octogenaria. La ví y le dije: "Abuela --porque así le decimos a
las personas ancianas: abuela--, ¿quiere confesarse?". "Sí", me
dijo. "Pero si usted no ha pecado ...". Y ella dijo: "Todos
tenemos pecados ...".
"Pero tal vez el Señor no la perdona...". "El
Señor perdona todo", me dijo. "¿Segura? ¿Pero cómo lo sabe usted,
señora?". "Si el Señor no perdona todo, el mundo no existiría."
Sentí ganas de preguntarle: "Dígame, señora, ¿usted estudió en la Gregoriana?",
Porque esa es la sabiduría que da el Espíritu Santo: la sabiduría interior ante
la misericordia de Dios.
No nos olvidemos de esta palabra: Dios nunca se cansa de
perdonar, ¡nunca! "Y, padre, ¿cuál es el problema?". Bueno, el
problema es que nos cansamos, no queremos, nos cansamos de pedir perdón. Él
nunca se cansa de perdonar, pero nosotros, a veces, nos cansamos de pedir
perdón. ¡No nos cansemos nunca, no nos cansemos nunca! Él es un Padre amoroso
que siempre perdona, que tiene un corazón de misericordia para todos nosotros.
Y aprendamos a ser misericordiosos con todos. Invoquemos la
intercesión de la Virgen que tuvo entre los brazos la Misericordia de Dios
hecha hombre.
Ahora rezamos todos el Ángelus: [se reza el Ángelus]
Dirijo un cordial saludo a todos los peregrinos. Gracias por
su acogida y por sus oraciones. Recen por mí, se los pido.
Renuevo mi abrazo a los fieles de Roma y lo extiendo a todos
ustedes, y les extiendo a todos ustedes que han venido de varias partes de
Italia y del mundo, así como a aquellos que se unen a nosotros a través de los
medios de comunicación. Elegí el nombre del santo patrono de Italia, san
Francisco de Asís, y esto refuerza mi conexión espiritual con esta tierra, de
donde --como ustedes saben--, es el origen de mi familia.
Pero Jesús nos ha llamado a ser parte de una nueva familia:
su Iglesia, en esta familia de Dios, caminando juntos por el camino del
evangelio. Que el Señor los bendiga, que la Virgen los proteja. No se olviden
de esto: ¡el Señor no se cansa de perdonar! Somos nosotros los que nos cansamos
de pedir perdón.
miércoles, 27 de febrero de 2013
En la Cuaresma, aprendemos a dar el justo tiempo a la oración, personal y comunitaria, que da aliento a nuestra vida espiritual.
Ciudad del Vaticano, 24 febrero 2013 (VIS).-Más de doscientas mil
personas han asistido esta mañana al último ángelus del pontificado de
Benedicto XVI. En los alrededores de la Plaza de San Pedro, estaban instaladas
cuatro pantallas gigantes para que los fieles que no cabían en la plaza
pudieran ver al Papa asomarse a la ventana de su estudio poco antes de
mediodía.
El Santo Padre ha sido recibido con un gran aplauso y, antes de empezar
su breve meditación, ha correspondido diciendo : “Gracias, muchas gracias”.
Después, ha comentado el evangelio de esta segundo domingo de Cuaresma: el
relato de la Transfiguración del Señor.
“El evangelista Lucas - ha dicho- pone especial atención al hecho de que
Jesús se transfiguró mientras oraba: la suya es una experiencia profunda de
relación con el Padre en una suerte de retiro espiritual que vive en un monte
alto en compañía de Pedro, Santiago y Juan, los tres discípulos siempre
presentes en los momentos de la manifestación divina del Maestro. El Señor, que
poco antes había predicho su muerte y resurrección, ofrece a sus discípulos una
anticipación de su gloria. Y también en la Transfiguración, como en el
bautismo, se oye la voz del Padre celestial: "Este es mi Hijo, el elegido,
escuchadle" . La presencia de Moisés y Elías, que representan la Ley y los
Profetas de la Antigua Alianza, es muy significativa: toda la historia de la
Alianza se orienta hacia Él, el Cristo, que lleva a cabo un nuevo
"éxodo": no hacia la tierra prometida como en los tiempos de Moisés,
sino hacia el Cielo. La intervención de Pedro: "Maestro, que bien estamos
aquí" representa el intento imposible de detener esta experiencia mística.
San Agustín dice: "Pedro... en la montaña tenía a Cristo como alimento del
alma. ¿Por qué iba a bajar para volver a los trabajos y a los dolores, mientras
allí estaba lleno de sentimientos de amor santo hacia Dios y que, por lo tanto,
le inspiraban una conducta santa? “.
“Si meditamos en este pasaje del Evangelio - ha proseguido- notamos una
enseñanza muy importante. En primer lugar, la primacía de la oración, sin la
cual todo el compromiso del apostolado y de la caridad se reduce a activismo.
En Cuaresma, aprendemos a dar su debido tiempo a la oración, tanto personal
como comunitaria, que da aliento a nuestra vida espiritual. Además, la oración
no es aislarse del mundo y de sus contradicciones, como en el Tabor hubiera
querido hacer Pedro; al contrario, la oración reconduce al camino, a la acción.
“La existencia cristiana -como he escrito en el Mensaje para esta Cuaresma-
consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después
volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de
servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios”.
“Esta Palabra de Dios la siento especialmente dirigida a mí, en este
momento de mi vida. El Señor me ha llamado a "subir al monte", para
dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa
abandonar la Iglesia; en efecto, si Dios me pide esto es sólo para que yo pueda
seguir sirviéndola con la misma dedicación y el mismo amor con que he
intentado hacerlo hasta ahora, pero de una manera más adecuada para mi
edad y para mis fuerzas. Invoquemos la intercesión de la Virgen María: !Que nos
ayude a seguir siempre al Señor Jesús en la oración y en la caridad
laboriosa!”.
Después de rezar el Ángelus, en los saludos en las diversas lenguas, el
Papa ha dado nuevamente las gracias a todos por haberle manifestado en estos
días su cercanía y tenerlo presente en sus oraciones y ha añadido: “Demos
también gracias a Dios por este sol que tenemos hoy”, ya que en Roma,
contrariamente a lo previsto, no llovía.
Después, dirigiéndose a los peregrinos polacos ha reafirmado que en el
monte Tabor, Cristo “reveló a sus discípulos el esplendor de su divinidad,
dándoles la certeza de que , a través del sufrimiento y la cruz se puede
alcanzar la resurrección. Tenemos que percibir siempre su presencia, su gloria
y su divinidad en la vida de la Iglesia, en la contemplación y en los
acontecimientos de todos los días”.
Al final, hablando a los numerosos italianos procedentes de diversas
diócesis de la península, se ha despedido diciendo: “Gracias, de nuevo. Siempre
estaremos cerca en la oración”.
Fuente: visnews-es.
TEXTO COMPLETO
¡Queridos hermanos
y hermanas!
En el segundo
domingo de Cuaresma la Liturgia nos presenta siempre el Evangelio de la
Transfiguración del Señor. El evangelista Lucas destaca de modo especial el
hecho de que Jesús se transfigurara mientras oraba: la suya es una experiencia
profunda de relación con el Padre durante una especie de retiro espiritual que
Jesús vive sobre un alto monte en compañía de Pedro, Santiago y Juan, los tres
discípulos siempre presentes en los momentos de la manifestación divina del
Maestro (Lc 5,10; 8,51; 9,28). El Señor, que poco antes había
preanunciado su muerte y resurrección (9,22), ofrece a los discípulos un
anticipo de su gloria. Y también en la Transfiguración, como en el bautismo,
resuena la voz del Padre celeste: «Este es mi hijo, el predilecto,
¡Escuchadle!» (9,35). La presencia luego de Moisés y de Elías, que representan
la Ley y los Profetas de la antigua Alianza, es muy significativa: toda la
historia de la Alianza está orientada a El, el Cristo, que realiza un nuevo
«éxodo» (9,31), no hacia la tierra prometida, como en el tiempo de Moisés, sino
hacia el Cielo. La intervención de Pedro: «Maestro, qué bien estamos aquí»
(9,33) representa el intento imposible de detener tal experiencia mística.
Comenta san Agustín: «[Pedro]… sobre el monte… tenía a Cristo como alimento del
alma. ¿Para qué descender para volver a las fatigas y a los dolores, mientras
allí arriba estaba lleno de sentimientos de santo amor hacia Dios y que le
inspiraban por ello una santa conducta?» (Discurso 78,3).
Meditando este
pasaje del Evangelio, podemos extraer una enseñanza muy importante. Sobre todo,
el primado de la oración, sin la cual todo el empeño del apostolado y de la
caridad se reduce a activismo. En la Cuaresma, aprendemos a dar el justo tiempo
a la oración, personal y comunitaria, que da aliento a nuestra vida espiritual.
Además, la oración no es un aislarse del mundo y de sus contradicciones, como
hubiera querido hacer Pedro sobre el Tabor, sino que la oración reconduce al
camino, a la acción. «La existencia cristiana –escribí en el Mensaje para esta
Cuaresma– consiste en un contínuo subir al monte del encuentro con Dios, para
luego volver a bajar llevando el amor y la fuerza que de ello derivan, para
servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios» (n. 3).
Queridos hermanos y
hermanas, esta Palabra de Dios la siento de modo especial dirigida a mí, en
este momento de mi vida. El Señor me llama a "subir al monte", a
dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar
a la Iglesia, al contrario, si Dios me pide esto es justamente para que yo
pueda seguir sirviéndola con la misma dedicación y el mismo amor con el que lo
he hecho hasta ahora, pero en un modo más adecuado a mi edad y mis fuerzas.
Invoquemos la intercesión de la Virgen María: Ella nos ayude a todos a seguir
siempre al Señor Jesús, en la oración y en la caridad activa.
lunes, 25 de febrero de 2013
Invoquemos la intercesión de la Virgen María: Ella nos ayude a todos a seguir siempre al Señor Jesús, en la oración y en la caridad activa.
Ciudad del Vaticano, 24 febrero 2013 (VIS).-Más de doscientas mil
personas han asistido esta mañana al último ángelus del pontificado de
Benedicto XVI. En los alrededores de la Plaza de San Pedro, estaban instaladas
cuatro pantallas gigantes para que los fieles que no cabían en la plaza
pudieran ver al Papa asomarse a la ventana de su estudio poco antes de
mediodía.
El Santo Padre ha sido recibido con un gran aplauso y, antes de empezar
su breve meditación, ha correspondido diciendo : “Gracias, muchas gracias”.
Después, ha comentado el evangelio de esta segundo domingo de Cuaresma: el
relato de la Transfiguración del Señor.
“El evangelista Lucas - ha dicho- pone especial atención al hecho de que
Jesús se transfiguró mientras oraba: la suya es una experiencia profunda de
relación con el Padre en una suerte de retiro espiritual que vive en un monte
alto en compañía de Pedro, Santiago y Juan, los tres discípulos siempre
presentes en los momentos de la manifestación divina del Maestro. El Señor, que
poco antes había predicho su muerte y resurrección, ofrece a sus discípulos una
anticipación de su gloria. Y también en la Transfiguración, como en el
bautismo, se oye la voz del Padre celestial: "Este es mi Hijo, el elegido,
escuchadle" . La presencia de Moisés y Elías, que representan la Ley y los
Profetas de la Antigua Alianza, es muy significativa: toda la historia de la
Alianza se orienta hacia Él, el Cristo, que lleva a cabo un nuevo
"éxodo": no hacia la tierra prometida como en los tiempos de Moisés,
sino hacia el Cielo. La intervención de Pedro: "Maestro, que bien estamos
aquí" representa el intento imposible de detener esta experiencia mística.
San Agustín dice: "Pedro... en la montaña tenía a Cristo como alimento del
alma. ¿Por qué iba a bajar para volver a los trabajos y a los dolores, mientras
allí estaba lleno de sentimientos de amor santo hacia Dios y que, por lo tanto,
le inspiraban una conducta santa? “.
“Si meditamos en este pasaje del Evangelio - ha proseguido- notamos una
enseñanza muy importante. En primer lugar, la primacía de la oración, sin la
cual todo el compromiso del apostolado y de la caridad se reduce a activismo.
En Cuaresma, aprendemos a dar su debido tiempo a la oración, tanto personal
como comunitaria, que da aliento a nuestra vida espiritual. Además, la oración
no es aislarse del mundo y de sus contradicciones, como en el Tabor hubiera
querido hacer Pedro; al contrario, la oración reconduce al camino, a la acción.
“La existencia cristiana -como he escrito en el Mensaje para esta Cuaresma-
consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después
volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de
servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios”.
“Esta Palabra de Dios la siento especialmente dirigida a mí, en este
momento de mi vida. El Señor me ha llamado a "subir al monte", para
dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa
abandonar la Iglesia; en efecto, si Dios me pide esto es sólo para que yo pueda
seguir sirviéndola con la misma dedicación y el mismo amor con que he
intentado hacerlo hasta ahora, pero de una manera más adecuada para mi
edad y para mis fuerzas. Invoquemos la intercesión de la Virgen María: !Que nos
ayude a seguir siempre al Señor Jesús en la oración y en la caridad
laboriosa!”.
Después de rezar el Ángelus, en los saludos en las diversas lenguas, el
Papa ha dado nuevamente las gracias a todos por haberle manifestado en estos
días su cercanía y tenerlo presente en sus oraciones y ha añadido: “Demos también
gracias a Dios por este sol que tenemos hoy”, ya que en Roma, contrariamente a
lo previsto, no llovía.
Después, dirigiéndose a los peregrinos polacos ha reafirmado que en el
monte Tabor, Cristo “reveló a sus discípulos el esplendor de su divinidad,
dándoles la certeza de que , a través del sufrimiento y la cruz se puede
alcanzar la resurrección. Tenemos que percibir siempre su presencia, su gloria
y su divinidad en la vida de la Iglesia, en la contemplación y en los
acontecimientos de todos los días”.
Al final, hablando a los numerosos italianos procedentes de diversas
diócesis de la península, se ha despedido diciendo: “Gracias, de nuevo. Siempre
estaremos cerca en la oración”.
Fuente:visnews
TEXTO COMPLETO
¡Queridos hermanos
y hermanas!
En el segundo
domingo de Cuaresma la Liturgia nos presenta siempre el Evangelio de la
Transfiguración del Señor. El evangelista Lucas destaca de modo especial el
hecho de que Jesús se transfigurara mientras oraba: la suya es una experiencia
profunda de relación con el Padre durante una especie de retiro espiritual que
Jesús vive sobre un alto monte en compañía de Pedro, Santiago y Juan, los tres
discípulos siempre presentes en los momentos de la manifestación divina del
Maestro (Lc 5,10; 8,51; 9,28). El Señor, que poco antes había
preanunciado su muerte y resurrección (9,22), ofrece a los discípulos un
anticipo de su gloria. Y también en la Transfiguración, como en el bautismo,
resuena la voz del Padre celeste: «Este es mi hijo, el predilecto,
¡Escuchadle!» (9,35). La presencia luego de Moisés y de Elías, que representan
la Ley y los Profetas de la antigua Alianza, es muy significativa: toda la
historia de la Alianza está orientada a El, el Cristo, que realiza un nuevo
«éxodo» (9,31), no hacia la tierra prometida, como en el tiempo de Moisés, sino
hacia el Cielo. La intervención de Pedro: «Maestro, qué bien estamos aquí» (9,33)
representa el intento imposible de detener tal experiencia mística. Comenta san
Agustín: «[Pedro]… sobre el monte… tenía a Cristo como alimento del alma. ¿Para
qué descender para volver a las fatigas y a los dolores, mientras allí arriba
estaba lleno de sentimientos de santo amor hacia Dios y que le inspiraban por
ello una santa conducta?» (Discurso 78,3).
Meditando este
pasaje del Evangelio, podemos extraer una enseñanza muy importante. Sobre todo,
el primado de la oración, sin la cual todo el empeño del apostolado y de la
caridad se reduce a activismo. En la Cuaresma, aprendemos a dar el justo tiempo
a la oración, personal y comunitaria, que da aliento a nuestra vida espiritual.
Además, la oración no es un aislarse del mundo y de sus contradicciones, como
hubiera querido hacer Pedro sobre el Tabor, sino que la oración reconduce al
camino, a la acción. «La existencia cristiana –escribí en el Mensaje para esta
Cuaresma– consiste en un contínuo subir al monte del encuentro con Dios, para
luego volver a bajar llevando el amor y la fuerza que de ello derivan, para
servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios» (n. 3).
Queridos hermanos y
hermanas, esta Palabra de Dios la siento de modo especial dirigida a mí, en
este momento de mi vida. El Señor me llama a "subir al monte", a
dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa
abandonar a la Iglesia, al contrario, si Dios me pide esto es justamente para
que yo pueda seguir sirviéndola con la misma dedicación y el mismo amor con el
que lo he hecho hasta ahora, pero en un modo más adecuado a mi edad y mis
fuerzas. Invoquemos la intercesión de la Virgen María: Ella nos ayude a todos a
seguir siempre al Señor Jesús, en la oración y en la caridad activa.
domingo, 17 de febrero de 2013
Él es la mano que Dios ha tendido al hombre, a la oveja perdida, para salvarla.Angelus Domini primer domingo de cuaresma
Texto completo de la alocución
de Benedicto XVI a la hora del ángelus dominical:
Queridos hermanos y hermanas: el miércoles pasado, con el tradicional Rito de las Cenizas, hemos entrado en la Cuaresma, tiempo de conversión y de penitencia en preparación a la Pascua. La Iglesia, que es madre y maestra, llama a todos sus miembros a renovarse en el espíritu, a re-orientarse decididamente hacia Dios, renegando el orgullo y el egoísmo para vivir en el amor. En este Año de la fe, la Cuaresma es un tiempo favorable para redescubrir la fe en Dios como criterio-base de nuestra vida y de la vida de la Iglesia. Esto implica siempre una lucha, un combate espiritual, porque el espíritu del mal, naturalmente, se opone a nuestra santificación, y trata de hacernos desviar del camino de Dios. Por esta razón, en el primer domingo de Cuaresma se proclama cada año el Evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto.
En efecto, Jesús, después de haber recibido “investidura” como Mesías – “Ungido” de Espíritu Santo – en el bautismo en el Jordán, fue conducido por el mismo Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. En el momento en que inicia su ministerio público, Jesús debió desenmascarar y rechazar las falsas imágenes de Mesías que el tentador le proponía. Pero estas tentaciones también son falsas imágenes de hombre, que en todo tiempo insidian la conciencia, disfrazándose como propuestas convincentes y eficaces, e incluso buenas. Los evangelistas Mateo y Lucas presentan tres tentaciones de Jesús, que se diversifican parcialmente sólo por el orden. Su núcleo central consiste siempre en instrumentalizar a Dios para los propios fines, dando más importancia al éxito o a los bienes materiales. El tentador es falso: no induce directamente hacia el mal, sino hacia un falso bien, haciendo creer que las realidades verdaderas son el poder y lo que satisface las necesidades primarias. De este modo, Dios se vuelve secundario, se reduce a un medio, en definitiva se hace irreal, no cuenta más, desvanece. En último análisis, en las tentaciones está en juego la fe, porque Dios está en juego. En los momentos decisivos de la vida, pero si vemos bien, en todo momento, nos encontramos frente a una encrucijada: ¿Queremos seguir al yo o a Dios? ¿Al interés individual o al verdadero Bien, lo que realmente es bien?
Como nos enseñan los Padres de la Iglesia, las tentaciones forman parte del “descenso” de Jesús a nuestra condición humana, al abismo del pecado y de sus consecuencias. Un “descenso” que Jesús recorrió hasta el final, hasta la muerte de cruz y hasta el infierno de la extrema lejanía de Dios. De este modo, Él es la mano que Dios ha tendido al hombre, a la oveja perdida, para salvarla. Como enseña San Agustín, Jesús ha tomado de nosotros las tentaciones, para darnos su victoria. Por tanto, no tengamos miedo de afrontar, también nosotros, el combate contra el espíritu del mal: lo importante es que lo hagamos con Él, con Cristo, el Vencedor. Y para estar con Él dirijámonos a la Madre, María: invoquémosla con confianza filial en la hora de la prueba, y ella nos hará sentir la poderosa presencia de su Hijo divino, para rechazar las tentaciones con la Palabra de Cristo, y de este modo volver a poner a Dios en el centro de nuestra vida.
Queridos hermanos y hermanas: el miércoles pasado, con el tradicional Rito de las Cenizas, hemos entrado en la Cuaresma, tiempo de conversión y de penitencia en preparación a la Pascua. La Iglesia, que es madre y maestra, llama a todos sus miembros a renovarse en el espíritu, a re-orientarse decididamente hacia Dios, renegando el orgullo y el egoísmo para vivir en el amor. En este Año de la fe, la Cuaresma es un tiempo favorable para redescubrir la fe en Dios como criterio-base de nuestra vida y de la vida de la Iglesia. Esto implica siempre una lucha, un combate espiritual, porque el espíritu del mal, naturalmente, se opone a nuestra santificación, y trata de hacernos desviar del camino de Dios. Por esta razón, en el primer domingo de Cuaresma se proclama cada año el Evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto.
En efecto, Jesús, después de haber recibido “investidura” como Mesías – “Ungido” de Espíritu Santo – en el bautismo en el Jordán, fue conducido por el mismo Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. En el momento en que inicia su ministerio público, Jesús debió desenmascarar y rechazar las falsas imágenes de Mesías que el tentador le proponía. Pero estas tentaciones también son falsas imágenes de hombre, que en todo tiempo insidian la conciencia, disfrazándose como propuestas convincentes y eficaces, e incluso buenas. Los evangelistas Mateo y Lucas presentan tres tentaciones de Jesús, que se diversifican parcialmente sólo por el orden. Su núcleo central consiste siempre en instrumentalizar a Dios para los propios fines, dando más importancia al éxito o a los bienes materiales. El tentador es falso: no induce directamente hacia el mal, sino hacia un falso bien, haciendo creer que las realidades verdaderas son el poder y lo que satisface las necesidades primarias. De este modo, Dios se vuelve secundario, se reduce a un medio, en definitiva se hace irreal, no cuenta más, desvanece. En último análisis, en las tentaciones está en juego la fe, porque Dios está en juego. En los momentos decisivos de la vida, pero si vemos bien, en todo momento, nos encontramos frente a una encrucijada: ¿Queremos seguir al yo o a Dios? ¿Al interés individual o al verdadero Bien, lo que realmente es bien?
Como nos enseñan los Padres de la Iglesia, las tentaciones forman parte del “descenso” de Jesús a nuestra condición humana, al abismo del pecado y de sus consecuencias. Un “descenso” que Jesús recorrió hasta el final, hasta la muerte de cruz y hasta el infierno de la extrema lejanía de Dios. De este modo, Él es la mano que Dios ha tendido al hombre, a la oveja perdida, para salvarla. Como enseña San Agustín, Jesús ha tomado de nosotros las tentaciones, para darnos su victoria. Por tanto, no tengamos miedo de afrontar, también nosotros, el combate contra el espíritu del mal: lo importante es que lo hagamos con Él, con Cristo, el Vencedor. Y para estar con Él dirijámonos a la Madre, María: invoquémosla con confianza filial en la hora de la prueba, y ella nos hará sentir la poderosa presencia de su Hijo divino, para rechazar las tentaciones con la Palabra de Cristo, y de este modo volver a poner a Dios en el centro de nuestra vida.
miércoles, 13 de febrero de 2013
Aseméjanos a ti: Santuario Cenáculo de Bellavista, Angelus Domini q...
Aseméjanos a ti: Santuario Cenáculo de Bellavista, Angelus Domini q...: AÑO DE LA CORRIENTE MISIONERA, RUMBO AL CENTENARIO DEL MOVIMIENTO DE SCHOENSTATT 1914-2014
martes, 8 de enero de 2013
domingo, 6 de enero de 2013
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