Domingo
de su pontificado, el papa Francisco rezó el Ángelus
Hermanos y hermanas, ¡Buenos días! Después del primer
encuentro del miércoles pasado, ¡hoy puedo dirigirles de nuevo mi saludo a
todos!
Y estoy feliz de que sea en domingo, ¡en el día del Señor!
Esto es bello e importante para nosotros los cristianos: encontrarnos en el
domingo, saludarnos, hablarnos como ahora aquí, en la plaza. Una plaza que,
gracias a los medios de comunicación, tiene el tamaño del mundo.
En este quinto domingo de Cuaresma, el evangelio nos
presenta el episodio de la mujer adúltera (cf. Jn. 8,1-11), que Jesús salva de
la condena a muerte. Conmueve la actitud de Jesús: no escuchamos palabras de
desprecio, no escuchamos palabras de condena, sino solo palabras de amor, de
misericordia, que invitan a la conversión. "Tampoco yo te condeno. Vete, y
en adelante no peques más" (v. 11).
¡Eh!, hermanos y hermanas, el rostro de Dios es la de un
padre misericordioso, que siempre tiene paciencia. ¿Han pensado en la paciencia
de Dios, la paciencia que Él tiene con cada uno de nosotros? Esa es su
misericordia. Siempre tiene paciencia, paciencia con nosotros, nos comprende,
nos espera, no se cansa de perdonarnos si sabemos volver a él con el corazón
contrito. "Grande es la misericordia del Señor", dice el salmo.
En estos días, he podido leer un libro del cardenal Kasper,
un gran teólogo, sobre la misericordia. Y me ha hecho tanto bien ese libro,
¡pero no crean que le hago publicidad a los libros de mis cardenales! ¡No es
así! Pero me ha hecho tanto bien, tanto bien…
El cardenal Kasper dice que al escuchar misericordia, esta
palabra cambia todo. Es lo mejor que podemos escuchar: cambia el mundo. Un poco
de misericordia vuelve al mundo menos frío y más justo. Tenemos necesidad de
entender bien esta misericordia de Dios, este Padre misericordioso que tiene
tanta paciencia...
Recordemos al profeta Isaías, quien dice que así nuestros
pecados fueran como rojo escarlata, el amor de Dios los volverá blancos como la
nieve. ¡Es hermoso, esto de la misericordia!
Recuerdo que apenas era obispo, en 1992, llegó (la imagen)
de Nuestra Señora de Fátima a Buenos Aires y se celebró una gran misa
para los enfermos. Fui a confesar a aquella misa. Y casi al final, me levanté,
porque debía administrar una confirmación. Pero vino una anciana, humilde, muy
humilde, octogenaria. La ví y le dije: "Abuela --porque así le decimos a
las personas ancianas: abuela--, ¿quiere confesarse?". "Sí", me
dijo. "Pero si usted no ha pecado ...". Y ella dijo: "Todos
tenemos pecados ...".
"Pero tal vez el Señor no la perdona...". "El
Señor perdona todo", me dijo. "¿Segura? ¿Pero cómo lo sabe usted,
señora?". "Si el Señor no perdona todo, el mundo no existiría."
Sentí ganas de preguntarle: "Dígame, señora, ¿usted estudió en la Gregoriana?",
Porque esa es la sabiduría que da el Espíritu Santo: la sabiduría interior ante
la misericordia de Dios.
No nos olvidemos de esta palabra: Dios nunca se cansa de
perdonar, ¡nunca! "Y, padre, ¿cuál es el problema?". Bueno, el
problema es que nos cansamos, no queremos, nos cansamos de pedir perdón. Él
nunca se cansa de perdonar, pero nosotros, a veces, nos cansamos de pedir
perdón. ¡No nos cansemos nunca, no nos cansemos nunca! Él es un Padre amoroso
que siempre perdona, que tiene un corazón de misericordia para todos nosotros.
Y aprendamos a ser misericordiosos con todos. Invoquemos la
intercesión de la Virgen que tuvo entre los brazos la Misericordia de Dios
hecha hombre.
Ahora rezamos todos el Ángelus: [se reza el Ángelus]
Dirijo un cordial saludo a todos los peregrinos. Gracias por
su acogida y por sus oraciones. Recen por mí, se los pido.
Renuevo mi abrazo a los fieles de Roma y lo extiendo a todos
ustedes, y les extiendo a todos ustedes que han venido de varias partes de
Italia y del mundo, así como a aquellos que se unen a nosotros a través de los
medios de comunicación. Elegí el nombre del santo patrono de Italia, san
Francisco de Asís, y esto refuerza mi conexión espiritual con esta tierra, de
donde --como ustedes saben--, es el origen de mi familia.
Pero Jesús nos ha llamado a ser parte de una nueva familia:
su Iglesia, en esta familia de Dios, caminando juntos por el camino del
evangelio. Que el Señor los bendiga, que la Virgen los proteja. No se olviden
de esto: ¡el Señor no se cansa de perdonar! Somos nosotros los que nos cansamos
de pedir perdón.
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