Sagrada Escritura
Primera: Ex 3, 1-8.13-15
segunda: 1Cor 10, 1-6.10-12
Evangelio: Lc 13, 1-9
Nexo entre las lecturas
Las lecturas de hoy nos describen algunos rasgos del Dios cristiano. En la
primera lectura Dios aparece como fuego que no se consume y se define a sí
mismo: Yo soy el que soy.
El evangelio por su parte nos presenta un Dios misericordioso que desea
ardientemente la conversión del pecador, que sabe esperar antes de
intervenir con su justicia. El Dios cristiano es también un Dios
providente, que nos pone ante los ojos la historia de Israel para que
estemos atentos y nos mantengamos en pie (segunda lectura).
Mensaje doctrinal
1. Dios es fuego que no se consume. En la mentalidad antigua el
fuego es símbolo de poder y de fuerza divinos. En el Antiguo Testamento es
además símbolo de la presencia divina en la creación (el sol, el rayo...) y
en el entramado histórico de los hombres. Puesto que Dios es eterno, el fuego
de su presencia y de su poder no puede consumirse.
¡Qué hermosa manera de expresar la cercanía constante de Dios para con
Moisés y para con los descendientes de Israel! La presencia poderosa de
Dios entre los suyos, llega a plena realización en el momento en que el
Verbo mismo de Dios se encarna en el seno de María y se hace en todo
semejante al hombre, a excepción del pecado.
Jesús, durante su vida pública, dirá: He venido a traer fuego a la tierra y
¿qué es lo que quiero sino que arda?. Se trata del fuego que es Dios mismo,
en su misteriosa proximidad al hombre; un fuego, que debe llamear, como una
bandera enhiesta, en el corazón de la historia y de cada ser humano.
2. Dios se define a si mismo como EL QUE ES. Yahvéh dice a
Moisés: Dirás a los israelitas: Yo Soy me envía a vosotros. El fuego de
Dios no es destructor, sino amigo y benefactor del hombre, en quien el
hombre puede poner su confianza.
Sin excluir una posible interpretación esencial del nombre divino revelado
a Moisés, parece más apropiada, teniendo en cuenta el contexto, una
interpretación existencial.
Como si Moisés dijera a los israelitas en Egipto: Me manda a vosotros el
Dios en quien podéis tener la confianza y total seguridad de que os va a
liberar. No sólo para los israelitas en Egipto, sino también para los
judíos en otras épocas de su historia y para los cristianos en diversas
ocasiones de estos veinte últimos siglos, la situación puede aparecer
desesperada.
No hay horizontes, no hay casi esperanza. ¿Quién podrá salvarnos? ¿Quién
podrá sacarnos de esta situación angustiosa? Dios ha repetido y seguirá
repitiendo hasta el fin de los tiempos las mismas palabras que hallamos en
la primera lectura: Yo soy el que soy. Explícaselo así a los israelitas:
´Yo Soy´ me envía a vosotros. La confianza en estas palabras divinas
renueva constantemente la historia.
3. Un Dios que anhela la conversión del hombre. Primeramente
Moisés ´se convierte´ a Yahvéh y se pone en marcha hacia Egipto para llevar
a cabo, de parte de Dios, la liberación de los israelitas. Jesús en el
evangelio nos advierte que Dios no ama el castigo (los galileos asesinados
en el templo y los 18 jerosolimitanos muertos al desplomarse la torre de
Siloé, no murieron porque Dios los castigó), sino el arrepentimiento y la
conversión. La historia de Israel y la historia del cristianismo son para
todos nosotros una invitación fuerte a la conversión. Porque, como nos dice
el evangelio, si no os convertís, pereceréis.
4. Un Dios paciente, que sabe esperar. Dios sabe que
convertirse de verdad no es fácil, ni cosa de unas horas o días. Porque
conoce el interior del hombre, Dios sabe esperar, no tiene prisas, cuando
ve una disposición sincera para la conversión.
La parábola de la higuera, narrada por Jesús en el evangelio, es de gran
consuelo para el hombre débil, y no pocas veces estéril en sus esfuerzos de
conversión. Dios no sólo espera, además actúa en la conciencia humana para
que se convierta y dé frutos.
¿Será el hombre tan ingrato ante tanta bondad y misericordia de Dios? Somos
cristianos. No olvidemos que con Cristo ha llegado la plenitud de los
tiempos, como nos recuerda la segunda lectura. Con la plenitud de los
tiempos llega también la plenitud de la paciencia divina. ¿La rechazaremos?
Señor, líbranos de este mal, el mal supremo.
Sugerencias pastorales
1. Saber esperar al estilo de Dios. Un gran pecado del
apóstol, del cristiano comprometido, del misionero es o puede ser la
impaciencia, la incapacidad para esperar el momento de Dios.
Un párroco, por ejemplo, puede sentirse impaciente ante ciertas situaciones
por las que pasa la parroquia: padres que no bautizan a sus hijos, bautizos
más sociológicos que religiosos, parejas de hecho o casadas sólo
civilmente, notable disminución de la natalidad, ignorancia religiosa de
los fieles, presencia activa y destructiva de los Testigos de Jehová,
desintegración familiar, disenso sobre ciertas verdades de fe y de moral
cristianas... ¿Para qué seguir, si son problemas diarios en la vida de un
párroco?
Ante todo, conviene decir que junto a los problemas existen hechos
confortantes dentro de la misma parroquia: una fe más madura y responsable,
núcleos de vida cristiana renovada y floreciente, presencia generalmente
positiva de grupos y movimientos eclesiales, creciente ayuda económica y
moral a los más necesitados, etc. ¿No son estos hechos signos claros de
esperanza?
Ante los problemas, que son muy reales, no perder los estribos; mucho
menos, gastar las propias energías en lamentarse, impacientarse, mirar
hacia el pasado... Hay que actuar, sí, actuar y saber esperar.
Actuar con fe y con amor, los medios más eficaces para cambiar la vida de
los hombres. Esperar, sin prisas y sin pausa. Jamás decaer en la espera y
esperanza. En la paciencia, nos dice Jesús, poseeréis vuestras almas; en la
esperanza encontraremos nuestra salvación y la de nuestros hermanos.
2. No cesar de predicar al Dios cristiano. Dios es uno solo,
por eso el Dios cristiano tiene rasgos comunes con el Dios en el que creen
los judíos o los musulmanes. A pesar de ello, hay también aspectos
diferenciales, que de ninguna manera deben ser callados.
Hay que hablar del Dios presente y cercano al hombre, del Dios
misericordioso que sabe esperar... Y hay también que hablar del Dios que,
siendo uno, coexiste en tres personas, algo que constituye el rasgo más
diferencial de nuestra concepción cristiana de Dios. Por otro lado, es
verdad que hay que hablar de problemas morales, de cambios de mentalidad,
de laicismo y liberalismo ideológicos..., pero ¿no será algo mucho más importante
hablar de Dios?
El cristianismo no es un sistema moral, que implica una religión; el
cristianismo es ante todo y sobre todo una religión, una fe, de la que se
deduce una moral, un modo de vivir y estar presente en el mundo y en la
sociedad.
Puede ser que hablando más del Dios vivo y verdadero, algo cambie también
el modo de vivir y de pensar de nuestros contemporáneos. ¡Acepta el reto!
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