Así
pues, el primer "Siervo de los siervos de Dios" es Jesús. Detrás de
él, y unidos a él, los Apóstoles; y, entre estos, de modo especial, Pedro, al
que el Señor encomendó la responsabilidad de guiar su grey. El Papa tiene como
tarea ser el primer servidor de todos. Esta actitud está claramente atestiguada
en la primera lectura de esta liturgia, que nos vuelve a proponer una
exhortación de Pedro a los "presbíteros" y a los ancianos de la
comunidad (cf. 1 P 5, 1). Es una exhortación hecha con la
autoridad de que goza el Apóstol por haber sido testigo de los sufrimientos de
Cristo, buen Pastor. Se percibe que las palabras de Pedro provienen de la
experiencia personal del servicio a la grey de Dios, pero antes y más aún se
fundan en la experiencia directa del comportamiento de Jesús: de su modo
se servir hasta el sacrificio de sí mismo, de su humillación hasta la muerte y
muerte de cruz, confiando sólo en el Padre, que lo exaltó en el momento
oportuno. Pedro, como Pablo, fue íntimamente "conquistado" por Cristo
—"comprehensus sum a Christo Iesu" (Flp 3, 12)—, y como Pablo puede exhortar
con plena autoridad a los ancianos, porque ya no vive él, sino que es Cristo
quien vive en él: "Vivo autem iam non ego, vivit vero in me
Christus" (Ga 2, 20).
CONSISTORIO ORDINARIO PÚBLICO
PARA LA CREACIÓN DE NUEVOS CARDENALES
PARA LA CREACIÓN DE NUEVOS CARDENALES
HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
Plaza de San
Pedro
Viernes 24 de marzo de 2006
Viernes 24 de marzo de 2006
extracto
Todo en la Iglesia, toda institución y ministerio, incluso el de Pedro y sus sucesores, está "puesto" bajo el manto de la Virgen
En efecto, en la
encarnación del Hijo de Dios reconocemos los comienzos de la Iglesia. De allí
proviene todo. Cada realización histórica de la Iglesia y también cada una de
sus instituciones deben remontarse a aquel Manantial originario.
Deben remontarse a Cristo, Verbo de Dios encarnado. Es él a quien siempre celebramos: el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, por medio del cual se ha cumplido la voluntad salvífica de Dios Padre.
Y, sin embargo
(precisamente hoy contemplamos este aspecto del Misterio) el Manantial divino
fluye por un canal privilegiado: la Virgen María. Con una imagen
elocuente san Bernardo habla, al respecto, de aquaeductus (cf. Sermo
in Nativitate B. V. Mariae: PL 183, 437-448). Por tanto, al celebrar
la encarnación del Hijo no podemos por menos de honrar a la Madre. A ella se
dirigió el anuncio angélico; ella lo acogió y, cuando desde lo más hondo del
corazón respondió: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según
tu palabra" (Lc 1,
38), en ese momento el Verbo eterno comenzó a existir como ser humano en el
tiempo.
De generación en
generación sigue vivo el asombro ante este misterio inefable. San Agustín,
imaginando que se dirigía al ángel de la Anunciación, pregunta:
"¿Dime, oh ángel, por qué ha sucedido esto en María?". La respuesta,
dice el mensajero, está contenida en las mismas palabras del saludo:
"Alégrate, llena de gracia" (cf. Sermo 291, 6). De hecho, el ángel,
"entrando en su presencia", no la llama por su nombre terreno, María,
sino por su nombre divino, tal como Dios la ve y la califica desde
siempre: "Llena de gracia (gratia plena)", que en el
original griego es6,P"D4JTµX<0 "llena
de gracia", y la gracia no es más que el amor de Dios; por eso, en
definitiva, podríamos traducir esa palabra así: "amada" por
Dios (cf. Lc 1, 28).
Orígenes observa que semejante título jamás se dio a un ser humano y que no se encuentra en ninguna otra parte de la sagrada Escritura (cf. In Lucam 6, 7). Es un título expresado en voz pasiva, pero esta "pasividad" de María, que desde siempre y para siempre es la "amada" por el Señor, implica su libre consentimiento, su respuesta personal y original: al ser amada, al recibir el don de Dios, María es plenamente activa, porque acoge con disponibilidad personal la ola del amor de Dios que se derrama en ella. También en esto ella es discípula perfecta de su Hijo, el cual realiza totalmente su libertad en la obediencia al Padre y precisamente obedeciendo ejercita su libertad.
Orígenes observa que semejante título jamás se dio a un ser humano y que no se encuentra en ninguna otra parte de la sagrada Escritura (cf. In Lucam 6, 7). Es un título expresado en voz pasiva, pero esta "pasividad" de María, que desde siempre y para siempre es la "amada" por el Señor, implica su libre consentimiento, su respuesta personal y original: al ser amada, al recibir el don de Dios, María es plenamente activa, porque acoge con disponibilidad personal la ola del amor de Dios que se derrama en ella. También en esto ella es discípula perfecta de su Hijo, el cual realiza totalmente su libertad en la obediencia al Padre y precisamente obedeciendo ejercita su libertad.
El icono de la
Anunciación, mejor que cualquier otro, nos permite percibir con claridad cómo
todo en la Iglesia se remonta a ese misterio de acogida del Verbo divino,
donde, por obra del Espíritu Santo, se selló de modo perfecto la alianza entre
Dios y la humanidad. Todo en la Iglesia, toda institución y ministerio, incluso
el de Pedro y sus sucesores, está "puesto" bajo el manto de la
Virgen, en el espacio lleno de gracia de su "sí" a la voluntad de
Dios. Se trata de un vínculo que en todos nosotros tiene naturalmente una
fuerte resonancia afectiva, pero que tiene, ante todo, un valor objetivo. En
efecto, entre María y la Iglesia existe un vínculo connatural, que el concilio
Vaticano II subrayó fuertemente con la feliz decisión de poner el tratado sobre
la santísima Virgen como conclusión de la constitución Lumen gentium sobre la Iglesia.
El tema de la relación entre el principio petrino y el mariano podemos encontrarlo también en el símbolo del anillo, que dentro de poco os entregaré. El anillo es siempre un signo nupcial. Casi todos vosotros ya lo habéis recibido el día de vuestra ordenación episcopal, como expresión de fidelidad y de compromiso de custodiar la santa Iglesia, esposa de Cristo (cf. Rito de la ordenación de los obispos). El anillo que hoy os entrego, propio de la dignidad cardenalicia, quiere confirmar y reforzar dicho compromiso partiendo, una vez más, de un don nupcial, que os recuerda que estáis ante todo íntimamente unidos a Cristo, para cumplir la misión de esposos de la Iglesia.
El tema de la relación entre el principio petrino y el mariano podemos encontrarlo también en el símbolo del anillo, que dentro de poco os entregaré. El anillo es siempre un signo nupcial. Casi todos vosotros ya lo habéis recibido el día de vuestra ordenación episcopal, como expresión de fidelidad y de compromiso de custodiar la santa Iglesia, esposa de Cristo (cf. Rito de la ordenación de los obispos). El anillo que hoy os entrego, propio de la dignidad cardenalicia, quiere confirmar y reforzar dicho compromiso partiendo, una vez más, de un don nupcial, que os recuerda que estáis ante todo íntimamente unidos a Cristo, para cumplir la misión de esposos de la Iglesia.
Lo primero que hizo María después de acoger el mensaje del
ángel fue ir "con prontitud" a casa de su prima Isabel para
prestarle su servicio (cf. Lc 1, 39). La iniciativa de la Virgen
brotó de una caridad auténtica, humilde y valiente, movida por la fe en la
palabra de Dios y por el impulso interior del Espíritu Santo. Quien ama se
olvida de sí mismo y se pone al servicio del prójimo.
He aquí la imagen y el
modelo de la Iglesia. Toda comunidad eclesial, como la Madre de Cristo, está
llamada a acoger con plena disponibilidad el misterio de Dios que viene a
habitar en ella y la impulsa por las sendas del amor.
CONSISTORIO
ORDINARIO PÚBLICO
PARA LA CREACIÓN DE NUEVOS CARDENALES
PARA LA CREACIÓN DE NUEVOS CARDENALES
CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON LOS NUEVOS
CARDENALES
Y ENTREGA DEL ANILLO CARDENALICIO
Y ENTREGA DEL ANILLO CARDENALICIO
HOMILÍA DE SU SANTIDAD
BENEDICTO XVI
Solemnidad de la Anunciación del Señor
Plaza de San Pedro
Sábado 25 de marzo de 2006
Plaza de San Pedro
Sábado 25 de marzo de 2006
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