Nexo entre las lecturas
"Dejaos reconciliar con Dios", he aquí una clave de lectura de
los textos litúrgicos de este domingo de cuaresma. En la primera lectura
Dios se reconcilia con su pueblo, concediéndole entrar en la tierra
prometida, después de cuarenta años de vagar sin rumbo por el desierto. En
la parábola evangélica el padre se reconcilia con el hijo menor, y, aunque
no tan claramente, también con el hijo mayor. Finalmente, en la segunda
lectura, san Pablo nos enseña que Dios nos ha reconciliado consigo mismo
por medio de Cristo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación.
Mensaje doctrinal
1. La iniciativa divina en la reconciliación. La palabra griega
traducida por reconciliación significa etimológicamente cambio desde el
otro. Reconciliarse quiere decir cambiar a partir del otro, en nuestro
caso, a partir de Dios. Es Dios quien reconcilia consigo al pueblo de
Israel, haciéndole atravesar el Jordán como si fuera un nuevo Mar Rojo,
renovando con él la Pascua y la Alianza como en el Sinaí, dándole como
alimento no ya el maná sino los frutos de la tierra que conquistarán y en
la que definitivamente se asentarán. Es el padre bueno de la parábola
lucana quien reconcilia consigo al hijo menor, abrazándole y besándole, y
logrando de esta manera que el hijo se reconcilie consigo mismo. Es también
el padre bueno el que toma la iniciativa de reconciliar al hermano mayor
con el menor, pasando por encima del pasado y valorando debidamente el
arrepentimiento del corazón. ¿Y qué es lo que Pablo escribe a los
cristianos de Corinto? Dios reconciliaba consigo al mundo en Cristo, sin
tener en cuenta los pecados de los hombres, y nos hacía depositarios del
mensaje de la reconciliación. Reconciliarse, en definitiva, es decir a
Dios: Gracias por haber dado el primer paso. Acepto tu perdón, acepto tu
amor.
2. Reconciliarse mirando hacia el futuro. Reconciliarse con
Dios significa primeramente reconocer que algo no ha andado bien en
nuestras relaciones con Él en el pasado. Significa además que hay un
interés en restablecer buenas relaciones con Dios en el presente y para el
futuro. Para los israelitas del desierto pasar el Jordán significa dejar
atrás un pasado de rebeldía, de quejas, de inseguridad, y renovar con Dios
la alianza de fidelidad y la entrega a la conquista de la tierra prometida.
Los dos hijos de la parábola tienen que romper con los últimos años de
vida, en las relaciones con su padre y en sus mutuas relaciones, para poder
entrar en el futuro con la recobrada dignidad de hijos. La reconciliación
del cristiano con Dios mira al plazo de vida que le queda para hacer el
bien, y se proyecta sobre todo hacia la otra ribera de la vida. Y el
mensaje de reconciliación que Dios ha depositado en nuestras frágiles
manos, ¿no es un mensaje que hemos de hacer eficaz ahora en el presente y
en el futuro que llama continuamente a nuestra puerta? Me reconcilio en el
presente, pero los efectos de la reconciliación tienen que prolongarse en
el futuro; sin esta eficacia en el futuro, reconciliarse no deja de ser una
palabra tal vez bonita, pero hueca, sin repercusiones eficientes, y por
consiguiente una auténtica frustración.
3. Cristo, paz y reconciliación nuestra. Cristo es el mediador
último y definitivo de la reconciliación con Dios. En el bautismo de Jesús
las aguas del Jordán son purificadas, y el nuevo pueblo tiene la
posibilidad de reconciliarse con el Padre. La vida de Jesucristo, sobre
todo su muerte y resurrección es el camino elegido por el Padre para
reconciliarnos con Él y con todos los redimidos. Sólo en Cristo y por
Cristo logramos sentir la fuerza salvadora de Dios, que nos quiere reconciliar
consigo. Cristo es la última palabra de reconciliación que el Padre dirige
al hombre y al mundo. Por eso, quien vive reconciliado con Dios en Cristo,
es una nueva creatura. Lo viejo ha pasado y ha aparecido algo nuevo, como
nos recuerda san Pablo. El pasado no cuenta; lo que importa ahora es el
futuro, en el que llevar una vida reconciliada con Dios y con los hombres;
en el que ser verdaderos evangelizadores de la reconciliación.
Sugerencias pastorales
1. El largo camino de la reconciliación. Reconciliarse es
hermoso, pero puede llegar a ser duro y difícil. Pide un cambio, y como
todo cambio en la vida exige romper esquemas hechos, dejar caminos
trillados, abrir nuevas brechas, roturar nuevos campos. En definitiva,
salir de nuestra dulce comodidad y rutina, y lanzarnos a vivir día tras día
en la ruta nueva que Dios nos va trazando, ruta de donación y amor
desinteresados. Reconciliarse con Dios, reconciliarse con los demás,
implica estar dispuesto a mirar el pasado con ojos de arrepentimiento y a
dejarlo sin miramientos, por más que nos siga siendo atractivo. Para
reconciliarse de verdad con Dios y con nuestros hermanos, no basta acudir
al sacramento de la reconciliación, recibir el perdón de Dios y... ¡santas
pascuas! Esto es sólo el comienzo. Ahora sigue el trabajo diario y
constante por arrancar del alma las causas profundas, a veces muy ocultas,
del distanciamiento, de la desavenencia y de la lejanía de Dios, y
cualquier signo de ellos en nuestra conducta. Ahora viene la labor tenaz
por conquistar nuestro corazón y nuestra vida para el amor, la concordia,
la avenencia y la armonía filiales para con Dios y fraternas para con los
hombres. Todo hombre, si es sincero consigo mismo, se da cuenta de que está
necesitado, en un mayor o menor grado, de reconciliación. Reconcíliate tú
primero, y luego ayuda a los demás a conseguir una auténtica
reconciliación.
2. Una Iglesia reconciliada y reconciliadora. El Papa nos ha
enseñado con su ejemplo a no tener ningún reparo en pedir perdón. La
Iglesia es santa, pero sus hijos somos pecadores. Y los pecados de los
hijos dejan huella en el rostro de la Iglesia. Por eso, el sacerdote, en
nombre de la Iglesia y como representante suya, cada día en la santa misa
la reconcilia con Dios. Por otra parte, la Iglesia, en cuanto comunidad de
los que creen en Cristo Señor, es muy consciente de las divisiones y de los
contrastes, de las diferencias y desarmonías doctrinales y prácticas que
bullen en su seno. Se han dado algunos pasos en el camino de la
reconciliación. Quedan muchos todavía. Hay que seguir avanzando en la
reconciliación entre diversas comunidades eclesiales, entre los miembros de
una misma comunidad eclesial, entre diversas órdenes, congregaciones o
institutos religiosos, entre diversas diócesis... Sólo una Iglesia
reconciliada verticalmente con Dios y horizontalmente con sus hermanos en
la fe, podrá ser fermento de reconciliación en la sociedad. ¿Vives
reconciliado con Dios? ¿Es tu parroquia una parroquia internamente
reconciliada? ¿Eres agente de reconciliación en tu familia y en el ambiente
de trabajo?
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