lunes, 25 de marzo de 2013

Su trono regio es el madero de la cruz. Homilía papa Francisco Domingo de Ramos





Domingo, 24 de marzo de 2013

Ciudad del Vaticano, 24 marzo 2013 (VIS).- El Papa Francisco ha presidido esta mañana la celebración del Domingo de Ramos en la Plaza de San Pedro. Lo ha hecho con llamativo recogimiento y con una determinación firme y concreta: la de comprometer a todos, y más en concreto a los jóvenes, en una tarea: ¡Los jóvenes deben decir al mundo: es bueno ir con Jesús! ¡es bueno andar con Jesús! ¡es bueno el mensaje de Jesús...es bueno salir de sí mismos, ir a la periferia del mundo y de la existencia para llevar a Jesús! Tres palabras: alegría, cruz, jóvenes". En San Pedro, hoy, más de doscientas cincuenta mil personas escuchaban sus palabras, desde la Basílica hasta el Tíber.

Éste ha sido su primer acto litúrgico multitudinario -después de la misa del inicio de su Pontificado-; una de las celebraciones litúrgicas más importantes de la Iglesia Católica con las que se inicia el triduo pascual, de la Pasión y la Resurrección de Jesucristo. Y todos los aspectos que conforman esta ceremonia estaban pensados para reflejar el profundo sentido de la Semana de Pasión que se avecina. Un año más -la costumbre empezó hace 13 años- los olivos han sido traídos de la región italiana de Puglia, y los floristas que han decorado la Plaza con flores y plantas mediterráneas también provienen de esta zona conocida por su especial carácter acogedor.

Este año, el diseño que rodeaba al altar reflejaba la geografía de los cinco continentes, dibujados con cinco tierras de diferentes tonalidades, y adornos florales en cuyas composiciones se han mezclado 60.000 ramos de olivo, con variedades tan diversas como tallos y hojas de melocotoneros, tomillo, mirto, helechos, fresa, retama, liliácea, alhelí, flámula. Bajo las inmensas esculturas de San Pedro y San Pablo, en el centro de la Plaza, dos olivos seculares, que tras la misa se plantarán en los Jardines del Vaticano.

La celebración comenzaba a las 9.30 de la mañana con la procesión de las palmas, en la que han participado 620 personas (entre otros: cardenales,obispos, sacerdotes, diáconos, jóvenes y seglares, mujeres y hombres). Unas 2000 palmas traídas de San Remo y Bordighera, como ocurre ya desde hace cinco siglos.

En el momento en que la multitud cantaba el "Hossanna", el Papa ha entrado en la plaza de San Pedro en papamovil descubierto. Llevaba una de las palmas de Remo, de tres metros, elaborada artesanalmente cruzando tres hojas de palma blanca, con lo que se busca simbolizar a la Santísima Trinidad.

Antes, a través de los altavoces, se recordaba a todos los congregados la necesidad del recogimiento y la piedad para seguir el acto eucarístico, y se señalaba la inoportunidad de usar, en ciertos momentos, pancartas y banderas (muchas de ellas argentinas), así como los gritos de vítores al Papa Francisco.

La respuesta del pueblo fue incontestable. En la plaza, la vía de la Conciliazione, y las calles adyacentes más de 250.000 personas participaban en la ceremonia. Celebrando con el Santo Padre, que vestía ornamentos rojos y llevaba el báculo, han estado dos cardenales: el vicario del Papa para la diócesis de Roma, Agostino Vallini, y el presidente del pontificio consejo para los Laicos, Stanislaw Rylko; y dos monseñores: Josef Clemens, secretario del pontificio consejo para los Laicos, y monseñor Filippo Iannone, vicegerente de la diócesis de Roma.

El evangelio, la lectura completa del relato de la Pasión, proclamado por tres diáconos, fue seguida en un llamativo silencio. El clima de piedad fue especialmente intenso en el momento en el que se recuerda la muerte de Cristo, un largo minuto que el Papa ha rezado de rodillas con gran recogimiento.

Y comienza la homilía del Papa Francisco. De pie, en el atril, en italiano. Con el anillo del Pescador en su mano derecha. Una homilía que el Papa Francisco ha pronunciado con gestos vivos, enfatizando, ayudándose de los cuatro folios que tenía delante, pero sobre todo ayudándose de sus brazos, sus posturas, sus silencios, con la mirada puesta en la Plaza, de derecha a izquierda y viceversa; de adelante atrás y viceversa. Y con sus breves y muy personales improvisaciones, como cuando ha aclarado que "hay jóvenes de 70 y 80 años, eh!" o cuando, hablando de pobreza ha recordado una frase que decía su abuela: "el sudario no tiene bolsillos... hay que estar desprendido".

Partiendo del evangelio del día, la entrada de Cristo en Jerusalén montado en un borrico y la aclamación del pueblo a su paso, tres son las palabras sobre las que el Papa Francisco ha construido su homilía: alegría, cruz y juventud. "Es una bella escena, llena de luz, de alegría, de fiesta (…) También nosotros la hemos repetido. Hemos agitado nuestras palmas, nuestros ramos de olivo, y hemos cantado: "Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel", ha descrito el Santo Padre.

Bajo esa premisa, el Papa Francisco ha lanzado su primer consejo: "No seáis nunca hombres, mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo. Nunca os dejéis vencer por el desánimo. Nuestra alegría no es algo que nace de tener tantas cosas, sino de haber encontrado a una persona, Jesús; de saber que, con él, nunca estamos solos, incluso en los momentos difíciles, aun cuando el camino de la vida tropieza con problemas y obstáculos que parecen insuperables..., y ¡hay tantos! Nosotros acompañamos, seguimos a Jesús, pero sobre todo sabemos que él nos acompaña y nos carga sobre sus hombros: en esto reside nuestra alegría, la esperanza que hemos de llevar en este mundo nuestro. Llevemos a todos la alegría de la fe".

Y con la alegría, la cruz. Porque el Papa Francisco ha querido que aquellos que le escuchaban pusieran su mirada en qué tipo de rey es Jesús (montado en un pollino, y que entra para subir al Calvario), y sobre quienes son las personas que le acogen, gente humilde, sencilla. "La cruz de Cristo, abrazada con amor, no conduce a la tristeza, sino a la alegría."

Los jóvenes ha sido la tercera referencia del Romano Pontífice, recordando que desde hace 28 años, el Domingo de Ramos es la Jornada de la Juventud. A ellos, a los que el Papa había visto minutos antes participar en la procesión ha dicho, "os imagino haciendo fiesta en torno a Jesús", Francisco ha recordado que "tenéis una parte importante en la celebración de la fe. Nos traéis la alegría de la fe y nos decís que tenemos que vivir la fe con un corazón joven, siempre, incluso a los setenta, ochenta años. Con Cristo el corazón nunca envejece. Pero todos sabemos, y vosotros lo sabéis bien, que el Rey a quien seguimos y nos acompaña es un Rey muy especial: es un Rey que ama hasta la cruz y que nos enseña a servir, a amar. Y vosotros no os avergonzáis de su cruz". Palabras éstas que han recibido -a pesar de los avisos en contra-, un aplauso por parte de jóvenes y menos jóvenes.

En este sentido, el Papa ha recordado las Jornadas de la Juventud iniciadas en el pontificado de Juan Pablo II y les ha dicho a los jóvenes "vosotros Lleváis la cruz peregrina a través de todos los continentes, por las vías del mundo. La lleváis respondiendo a la invitación de Jesús: «Id y haced discípulos de todos los pueblos» (Mt 28,19), que es el tema de la Jornada Mundial de la Juventud de este año", y a continuación Francisco ha añadido "también yo me pongo en camino con vosotros, sobre las huellas del beato Juan Pablo II y Benedicto XVI. Ahora estamos ya cerca de la próxima etapa de esta gran peregrinación de la cruz. Aguardo con alegría el próximo mes de julio, en Río de Janeiro. Os doy cita en aquella gran ciudad de Brasil. Preparaos bien, sobre todo espiritualmente en vuestras comunidades".

Para remarcar esta invitación, el Papa ha improvisado y  a los jóvenes congregados ante él, les ha repetido con fuerte voz: "¡Los jóvenes deben decir al mundo: es bueno ir con Jesús! ¡es bueno andar con Jesús! ¡es bueno el mensaje de Jesús! ¡es bueno salir de sí mismos, ir a la periferia del mundo y de la existencia para llevar a Jesús! Tres palabras: alegría, cruz, jóvenes".

El Santo Padre ha concluido la homilía acudiendo a la Virgen: "Ella nos enseña el gozo del encuentro con Cristo, el amor con el que debemos mirarlo al pie de la cruz, el entusiasmo del corazón joven con el que hemos de seguirlo en esta Semana Santa y durante toda nuestra vida". Tras la homilía, ha seguido la misa hasta llegar a la comunión, repartida sólo por diáconos.

Pero todo no ha terminado ahí. Francisco, en papamovil descubierto, ha vuelto a hacer un largo recorrido por la Plaza de San Pedro. Y de nuevo, ha sonreído a todos, ha acariciado y besado a los bebés y niños que le han acercado, ha provocado breves conversaciones con los que estaban a su paso, ha gesticulado con unos y otros y no ha dejado de impartir su bendición. 


HOMILIA COMPLETA
"Jesús entra en Jerusalén. La muchedumbre de los discípulos lo acompañan festivamente, se extienden los mantos ante él, se habla de los prodigios que ha hecho, se eleva un grito de alabanza: «¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto» (Lc 19,38).

Gentío, fiesta, alabanza, bendición, paz. Se respira un clima de alegría. Jesús ha despertado en el corazón tantas esperanzas, sobre todo entre la gente humilde, simple, pobre, olvidada, esa que no cuenta a los ojos del mundo. Él ha sabido comprender las miserias humanas, ha mostrado el rostro de misericordia de Dios, se ha inclinado para curar el cuerpo y el alma.

Este es Jesús. Este es su corazón que nos mira a todos, que mira nuestras enfermedades, nuestros pecados. Es grande el amor de Jesús. Y así entra en Jerusalén con este amor, y nos mira a todos. Es una bella escena, llena de luz -la luz del amor de Jesús, el de su corazón-, de alegría, de fiesta.

Al comienzo de la Misa, también nosotros la hemos repetido. Hemos agitado nuestras palmas. También nosotros hemos acogido al Señor; también nosotros hemos expresado la alegría de acompañarlo, de saber que nos es cercano, presente en nosotros y en medio de nosotros como un amigo, como un hermano, también como rey, es decir, como faro luminoso de nuestra vida. Jesús es Dios, pero se ha abajado a caminar con nosotros. Es nuestro amigo, nuestro hermano. Aquí nos ilumina en el camino. Y así hoy lo hemos acogido. Y esta es la primera palabra que quería deciros: alegría.

No seáis nunca hombres y mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo. Nunca os dejéis vencer por el desánimo. Nuestra alegría no es algo que nace de tener tantas cosas, sino que nace de haber encontrado a una persona, Jesús, que está en medio de nosotros, nace de saber que, con él, nunca estamos solos, incluso en los momentos difíciles, aun cuando el camino de la vida tropieza con problemas y obstáculos que parecen insuperables..., y ¡hay tantos!

Y en este momento viene el enemigo, viene el diablo, tantas veces disfrazado de ángel, y de modo insidioso nos dice su palabra. ¡No lo escuchéis! ¡Sigamos a Jesús! Nosotros acompañamos, seguimos a Jesús, pero sobre todo sabemos que él nos acompaña y nos carga sobre sus hombros: en esto reside nuestra alegría, la esperanza que hemos de llevar en este mundo nuestro. Y por favor, ¡no os dejéis robar la esperanza! ¡No dejéis que os roben la esperanza! La que nos da Jesús.

Segunda palabra. ¿Por qué Jesús entra en Jerusalén? O, tal vez mejor, ¿cómo entra Jesús en Jerusalén? La multitud lo aclama como rey. Y él no se opone, no la hace callar (cf. Lc 19,39-40). Pero, ¿qué tipo de rey es Jesús? Mirémoslo: montado en un pollino, no tiene una corte que lo sigue, no está rodeado por un ejército, símbolo de fuerza. Quien lo acoge es gente humilde, sencilla, que tiene el buen sentido de ver en Jesús algo más; tiene el sentido de la fe, que dice: éste es el Salvador. Jesús no entra en la Ciudad Santa para recibir los honores reservados a los reyes de la tierra, a quien tiene poder, a quien domina; entra para ser azotado, insultado y ultrajado, como anuncia Isaías en la Primera Lectura (cf. Is 50,6); entra para recibir una corona de espinas, una caña, un manto de púrpura: su realeza será objeto de burla; entra para subir al Calvario cargando un madero. Y, entonces, he aquí la segunda palabra: cruz. Jesús entra en Jerusalén para morir en la cruz.

Y es precisamente aquí donde resplandece su ser rey según Dios: su trono regio es el madero de la cruz. Pienso en lo que Benedicto XVI decía los cardenales: "Sois príncipes, pero de un rey crucificado. Ése es el trono de Jesús. Jesús toma sobre sí...¿por qué la Cruz? Porque Jesús toma sobre sí el mal, la suciedad, el pecado del mundo, también el nuestro, el de todos nosotros, y lo lava, lo lava con su sangre, con la misericordia, con el amor de Dios. Miremos a nuestro alrededor: ¡cuántas heridas inflige el mal a la humanidad! Guerras, violencias, conflictos económicos que se abaten sobre los más débiles, la sed de dinero, que luego nadie puede llevarse consigo, debe dejarlo. Mi abuela nos decía cuando éramos niños: el sudario no tiene bolsillos. Amor al dinero, poder, la corrupción, las divisiones, los crímenes contra la vida humana y contra la creación.

Y también -cada uno de nosotros lo sabe y lo conoce- nuestros pecados personales: las faltas de amor y de respeto a Dios, al prójimo y a toda la creación. Y Jesús en la cruz siente todo el peso del mal, y con la fuerza del amor de Dios lo vence, lo derrota en su resurrección. Este es el bien que Jesús nos hace a todos sobre el trono de la Cruz. La cruz de Cristo, abrazada con amor, nunca conduce a la tristeza, sino a la alegría, a la alegría de ser salvados y de hace un poquito lo que Él hizo el día de su muerte.

Hoy están en esta plaza tantos jóvenes: desde hace 28 años, el Domingo de Ramos es la Jornada de la Juventud. Y esta es la tercera palabra: jóvenes. Queridos jóvenes, os he visto en la procesión, cuando entrabais; os imagino haciendo fiesta en torno a Jesús, agitando ramos de olivo; os imagino mientras aclamáis su nombre y expresáis la alegría de estar con él. Vosotros tenéis una parte importante en la celebración de la fe. Nos traéis la alegría de la fe y nos decís que tenemos que vivir la fe con un corazón joven, siempre, un corazón joven, incluso a los setenta, ochenta años. ¡Corazón joven!

Con Cristo el corazón nunca envejece. Pero todos sabemos, y vosotros lo sabéis bien, que el Rey a quien seguimos y nos acompaña es un Rey muy especial: es un Rey que ama hasta la cruz y que nos enseña a servir, a amar. Y vosotros no os avergonzáis de su cruz. Más aún, la abrazáis porque habéis comprendido que la verdadera alegría está en el don de sí mismo, en el don de sí, en salir de sí mismos y que con el amor de Dios Él ha triunfado sobre el mal precisamente con el amor.

Lleváis la cruz peregrina a través de todos los continentes, por las vías del mundo. La lleváis respondiendo a la invitación de Jesús: «Id y haced discípulos de todos los pueblos» (Mt 28,19), que es el tema de la Jornada Mundial de la Juventud de este año. La lleváis para decir a todos que, en la cruz, Jesús ha derribado el muro de la enemistad, que separa a los hombres y a los pueblos, y ha traído la reconciliación y la paz.

Queridos amigos, también yo me pongo en camino con vosotros, desde hoy, sobre las huellas del beato Juan Pablo II y Benedicto XVI. Ahora estamos ya cerca de la próxima etapa de esta gran peregrinación de la cruz. Miro con alegría al próximo mes de julio, en Río de Janeiro. Os doy cita en aquella gran ciudad de Brasil. Preparaos bien, sobre todo espiritualmente en vuestras comunidades, para que este encuentro sea un signo de fe para el mundo entero ¡Los jóvenes deben decir al mundo: es bueno ir con Jesús! ¡es bueno andar con Jesús! ¡es bueno el mensaje de Jesús!...¡es bueno salir de sí mismos, ir a la periferia del mundo y de la existencia para llevar a Jesús! Tres palabras: alegría, cruz, jóvenes.

Pidamos la intercesión de la Virgen María. Ella nos enseña el gozo del encuentro con Cristo, el amor con el que debemos mirarlo al pie de la cruz, el entusiasmo del corazón joven con el que hemos de seguirlo en esta Semana Santa y durante toda nuestra vida. Así sea."





































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