Nexo entre las lecturas
¡El dolor! Realidad histórica y designio de Dios. Aquí está el centro del
mensaje del Domingo de Ramos. El Siervo de Yahvéh (primera lectura) sufre
golpes, insultos y salivazos, pero el Señor le ayuda y le enseña el sentido
del dolor. San Pablo, en el himno cristológico de la carta a los filipenses
(segunda lectura), canta a Cristo que "se despojó de su grandeza, tomó
la condición de esclavo". En la narración de la Pasión según san
Lucas, Jesús afronta sufrimientos indecibles e incontables, a la manera de
un esclavo, pero sabe que todo está dispuesto por el Padre y por ello
confía al Padre su espíritu.
Mensaje doctrinal
1. Cristo, varón de dolores. El sufrimiento de Cristo puede
medirse cuantitativamente, y ya así es enorme. El valor supremo del dolor
de Cristo radica sobre todo en su cualidad. Cualidad que se basa sobre tres
pilares: Jesús es el hombre perfecto, que experimenta y vive el sufrimiento
con perfección; Jesús es el Hijo de Dios, y por tanto es Dios mismo quien
sufre en Él; Jesús es el Redentor del mundo y del hombre, que asume el
dolor inyectando en él la potencia salvífica de Dios. Por eso, en la vida
de Cristo, sobre todo en los acontecimientos de su pasión y muerte, el
dolor es una realidad histórica, pero también mística, es solidaridad con
el hombre, y a la vez juicio y justificación del hombre pecador, o sea,
misterio de salvación. El relato de la pasión según san Lucas nos lleva
como de la mano a la contemplación orante de Cristo en los diversos
episodios de este misterio de dolor: Contemplamos el dolor contenido,
discretamente manifestado, de Jesús en el Cenáculo ante la traición de
Judas (Lc 22, 22) o frente a la discusión inoportuna de los discípulos
sobre rangos y primeros puestos (Lc 22, 24ss). Vemos el dolor intenso,
extenuante y extremo en Getsemaní, hasta el punto de derramar gotas de
sangre a causa de la soledad, del abandono de los hombres y de su mismo
Padre, el peso del pecado del mundo. Repasamos interiormente el dolor
inefable del amor renegado por Pedro, el dolor dignísimo del amor burlado
por la soldadesca entre blasfemias y bajezas, el dolor noble del inocente
condenado por los jefes del pueblo y por el poder dominante, el dolor
sagrado y puro por la deshonra que le ha sido infligida al ser pospuesto a
un criminal, el dolor físico de los clavos traspasando sus manos y sus
pies, y el último dolor de la agonía. Cristo "varón de dolores y
familiarizado con el sufrimiento". Cristo que recoge en su cuerpo y en
su alma, como en un cuenco, todo dolor y toda pena.
2. Cristo no está solo en su dolor. Ya el Siervo de Yahvéh,
figura de Cristo, tiene la seguridad de que, en medio de sus dolores,
"el Señor le ayuda" (primera lectura). En Getsemaní el Padre le
envía un ángel, no para librarle del dolor, sino para confortarlo (cf. Lc
22,43). Camino del Calvario le acompaña un grupo de mujeres, "que se
golpeaban el pecho y se lamentaban por él" (Lc 23, 27). Crucificado a
la derecha de Jesús está el buen ladrón, que reprende a su compañero de
crímenes y proclama la inocencia de Jesús: "Éste no ha hecho nada
malo". A lo largo de la pasión Jesús ha sentido sea el abandono del
Padre sea su íntima e inefable compañía y proximidad, y por eso puede
exclamar antes de expirar: "Padre, a tus manos confío mi
espíritu". La glorificación del dolor de Cristo -y la consiguiente
solidaridad con Él- la señala san Lucas después de su muerte mediante la
confesión del centurión: "verdaderamente este hombre era justo",
mediante el arrepentimiento de la multitud que "volvía a la ciudad
golpeándose el pecho" y sobre todo mediante el anuncio a las mujeres
que han acudido al sepulcro: "No está aquí. Ha resucitado". La
segunda lectura subraya la cercanía de Dios a Cristo obediente hasta la
muerte con términos de exaltación: "Le dio el nombre por encima de
todo nombre". Ni Dios ni el hombre dejaron a Cristo solo en el dolor.
Esta afirmación es válida para todo hombre. El hombre, al igual que Jesús,
encontrará en los hombres la causa de su dolor, y en ellos hallará también
la presencia amiga y el consuelo solidario.
Sugerencias pastorales
1. El dolor, un tesoro escondido. El hombre actual tiene miedo
del dolor. Quisiera eliminarlo, arrancarlo de la vida humana, e incluso de
la vida animal. Parece como si el dolor fuera solo mal, un mal abominable,
un agujero negro en el gran universo humano que devora todo lo que entra en
su campo de acción. Parece como si la gran batalla de la historia actual
fuera contra el dolor en lugar de por el hombre. Hay que reflexionar sobre
esto, porque a veces resulta que logramos destruir el dolor, pero de tal
manera que destruimos también algo del hombre. Los padres, para que sus
hijos no sufran, no les niegan nada, les dejan hacer todos sus caprichos,
pero... ¿no están de esta manera perjudicándolos a largo plazo? A los
ancianos, a los enfermos terminales se les amortiguan los dolores con
medicinas que les hacen perder en gran parte la conciencia. ¿No se les hace
perder así libertad y nobleza de espíritu ante el dolor? No abogo por el
sufrimiento en sí, es necesario aliviarlo lo más posible, abogo por la
asunción humana del sufrimiento. No son infrecuentes los casos de jóvenes y
adultos que ante el fracaso escolar o profesional, ante una decepción
amorosa, ante un escándalo de corrupción, prefieren acabar con la vida, a
enfrentarse con el rostro doloroso de la situación. ¿Por qué? No se conoce,
no se ha descubierto el tesoro escondido en el dolor. Para el hombre es un
tesoro escondido de humanización. Para el cristiano es un tesoro escondido
de asimilación del estilo de Cristo, de valor redentor. Juan Pablo II ha
tenido la osadía de hablar del Evangelio del sufrimiento, ciertamente del
sufrimiento de Cristo, pero, junto con Él, del sufrimiento del cristiano.
Estamos llamados a vivir este Evangelio en las pequeñas penas de la vida,
estamos llamados a predicarlo con sinceridad y con amor.
2. Consuelo en el dolor. La medicina en nuestros días está
descubriendo que la presencia amiga junto al lecho del enfermo puede
aliviar el dolor más que una inyección de morfina. Hay una relación
estrecha entre el alma y el cuerpo, y el consuelo espiritual de una
cercanía suaviza los más terribles sufrimientos. Las obras de misericordia
espirituales (instruir, consolar, confortar, sufrir con paciencia...) y
corporales (dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene,
vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los
muertos...), son formas tradicionales de ayudar al hombre en su dolor. Son
formas que continúan siendo válidas e indispensables. Junto a ellas surgen
y surgirán nuevas formas según las necesidades de nuestro tiempo. Lo que
importa es tener conciencia de que como cristianos hemos de acompañar a los
hombres en su dolor, hemos de ser solidarios con sus penas, hemos de
aliviar con nuestra cercanía y nuestro consuelo sus sufrimientos. ¿No es
una buena forma de alivio el enseñar a los que sufren a dar sentido y valor
a sus sufrimientos?
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