Ciudad del Vaticano, 24 febrero 2013 (VIS).-Más de doscientas mil
personas han asistido esta mañana al último ángelus del pontificado de
Benedicto XVI. En los alrededores de la Plaza de San Pedro, estaban instaladas
cuatro pantallas gigantes para que los fieles que no cabían en la plaza
pudieran ver al Papa asomarse a la ventana de su estudio poco antes de
mediodía.
El Santo Padre ha sido recibido con un gran aplauso y, antes de empezar
su breve meditación, ha correspondido diciendo : “Gracias, muchas gracias”.
Después, ha comentado el evangelio de esta segundo domingo de Cuaresma: el
relato de la Transfiguración del Señor.
“El evangelista Lucas - ha dicho- pone especial atención al hecho de que
Jesús se transfiguró mientras oraba: la suya es una experiencia profunda de
relación con el Padre en una suerte de retiro espiritual que vive en un monte
alto en compañía de Pedro, Santiago y Juan, los tres discípulos siempre
presentes en los momentos de la manifestación divina del Maestro. El Señor, que
poco antes había predicho su muerte y resurrección, ofrece a sus discípulos una
anticipación de su gloria. Y también en la Transfiguración, como en el
bautismo, se oye la voz del Padre celestial: "Este es mi Hijo, el elegido,
escuchadle" . La presencia de Moisés y Elías, que representan la Ley y los
Profetas de la Antigua Alianza, es muy significativa: toda la historia de la
Alianza se orienta hacia Él, el Cristo, que lleva a cabo un nuevo
"éxodo": no hacia la tierra prometida como en los tiempos de Moisés,
sino hacia el Cielo. La intervención de Pedro: "Maestro, que bien estamos
aquí" representa el intento imposible de detener esta experiencia mística.
San Agustín dice: "Pedro... en la montaña tenía a Cristo como alimento del
alma. ¿Por qué iba a bajar para volver a los trabajos y a los dolores, mientras
allí estaba lleno de sentimientos de amor santo hacia Dios y que, por lo tanto,
le inspiraban una conducta santa? “.
“Si meditamos en este pasaje del Evangelio - ha proseguido- notamos una
enseñanza muy importante. En primer lugar, la primacía de la oración, sin la
cual todo el compromiso del apostolado y de la caridad se reduce a activismo.
En Cuaresma, aprendemos a dar su debido tiempo a la oración, tanto personal
como comunitaria, que da aliento a nuestra vida espiritual. Además, la oración
no es aislarse del mundo y de sus contradicciones, como en el Tabor hubiera
querido hacer Pedro; al contrario, la oración reconduce al camino, a la acción.
“La existencia cristiana -como he escrito en el Mensaje para esta Cuaresma-
consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después
volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de
servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios”.
“Esta Palabra de Dios la siento especialmente dirigida a mí, en este
momento de mi vida. El Señor me ha llamado a "subir al monte", para
dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa
abandonar la Iglesia; en efecto, si Dios me pide esto es sólo para que yo pueda
seguir sirviéndola con la misma dedicación y el mismo amor con que he
intentado hacerlo hasta ahora, pero de una manera más adecuada para mi
edad y para mis fuerzas. Invoquemos la intercesión de la Virgen María: !Que nos
ayude a seguir siempre al Señor Jesús en la oración y en la caridad
laboriosa!”.
Después de rezar el Ángelus, en los saludos en las diversas lenguas, el
Papa ha dado nuevamente las gracias a todos por haberle manifestado en estos
días su cercanía y tenerlo presente en sus oraciones y ha añadido: “Demos
también gracias a Dios por este sol que tenemos hoy”, ya que en Roma,
contrariamente a lo previsto, no llovía.
Después, dirigiéndose a los peregrinos polacos ha reafirmado que en el
monte Tabor, Cristo “reveló a sus discípulos el esplendor de su divinidad,
dándoles la certeza de que , a través del sufrimiento y la cruz se puede
alcanzar la resurrección. Tenemos que percibir siempre su presencia, su gloria
y su divinidad en la vida de la Iglesia, en la contemplación y en los
acontecimientos de todos los días”.
Al final, hablando a los numerosos italianos procedentes de diversas
diócesis de la península, se ha despedido diciendo: “Gracias, de nuevo. Siempre
estaremos cerca en la oración”.
Fuente: visnews-es.
TEXTO COMPLETO
¡Queridos hermanos
y hermanas!
En el segundo
domingo de Cuaresma la Liturgia nos presenta siempre el Evangelio de la
Transfiguración del Señor. El evangelista Lucas destaca de modo especial el
hecho de que Jesús se transfigurara mientras oraba: la suya es una experiencia
profunda de relación con el Padre durante una especie de retiro espiritual que
Jesús vive sobre un alto monte en compañía de Pedro, Santiago y Juan, los tres
discípulos siempre presentes en los momentos de la manifestación divina del
Maestro (Lc 5,10; 8,51; 9,28). El Señor, que poco antes había
preanunciado su muerte y resurrección (9,22), ofrece a los discípulos un
anticipo de su gloria. Y también en la Transfiguración, como en el bautismo,
resuena la voz del Padre celeste: «Este es mi hijo, el predilecto,
¡Escuchadle!» (9,35). La presencia luego de Moisés y de Elías, que representan
la Ley y los Profetas de la antigua Alianza, es muy significativa: toda la
historia de la Alianza está orientada a El, el Cristo, que realiza un nuevo
«éxodo» (9,31), no hacia la tierra prometida, como en el tiempo de Moisés, sino
hacia el Cielo. La intervención de Pedro: «Maestro, qué bien estamos aquí»
(9,33) representa el intento imposible de detener tal experiencia mística.
Comenta san Agustín: «[Pedro]… sobre el monte… tenía a Cristo como alimento del
alma. ¿Para qué descender para volver a las fatigas y a los dolores, mientras
allí arriba estaba lleno de sentimientos de santo amor hacia Dios y que le
inspiraban por ello una santa conducta?» (Discurso 78,3).
Meditando este
pasaje del Evangelio, podemos extraer una enseñanza muy importante. Sobre todo,
el primado de la oración, sin la cual todo el empeño del apostolado y de la
caridad se reduce a activismo. En la Cuaresma, aprendemos a dar el justo tiempo
a la oración, personal y comunitaria, que da aliento a nuestra vida espiritual.
Además, la oración no es un aislarse del mundo y de sus contradicciones, como
hubiera querido hacer Pedro sobre el Tabor, sino que la oración reconduce al
camino, a la acción. «La existencia cristiana –escribí en el Mensaje para esta
Cuaresma– consiste en un contínuo subir al monte del encuentro con Dios, para
luego volver a bajar llevando el amor y la fuerza que de ello derivan, para
servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios» (n. 3).
Queridos hermanos y
hermanas, esta Palabra de Dios la siento de modo especial dirigida a mí, en
este momento de mi vida. El Señor me llama a "subir al monte", a
dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar
a la Iglesia, al contrario, si Dios me pide esto es justamente para que yo
pueda seguir sirviéndola con la misma dedicación y el mismo amor con el que lo
he hecho hasta ahora, pero en un modo más adecuado a mi edad y mis fuerzas.
Invoquemos la intercesión de la Virgen María: Ella nos ayude a todos a seguir
siempre al Señor Jesús, en la oración y en la caridad activa.
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