Con
estas palabras del Señor, san Juan nos ilustra el desenlace último, el
verdadero desenlace de la historia de la viña de Dios. Dios no fracasa. Al
final, él vence, vence el amor. En la parábola de la viña propuesta por el
evangelio de hoy y en sus palabras conclusivas se encuentra ya una velada
alusión a esta verdad. También allí la muerte del Hijo no es tampoco el fin de
la historia, aunque no se narra directamente el desenlace del relato. Pero
Jesús expresa esta muerte mediante una nueva imagen tomada del Salmo:
"La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular"
(Mt 21, 42; Sal 117, 22).
De la muerte del Hijo
brota la vida, se forma un nuevo edificio, una nueva viña. Él, que en Caná
transformó el agua en vino, convirtió su sangre en el vino del verdadero amor,
y así convierte el vino en su sangre. En el Cenáculo anticipó su muerte, y la
transformó en el don de sí mismo, en un acto de amor radical. Su sangre es don, es
amor y, por eso, es el verdadero vino que el Creador esperaba. De este modo,
Cristo mismo se ha convertido en la vid, y esta vid da siempre buen
fruto: la presencia de su amor por nosotros, que es indestructible.
SOLEMNE MISA DE APERTURA DE
LA
XI ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS
XI ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS
HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
Basílica
Vaticana
Domingo 2 de octubre de 2005
Domingo 2 de octubre de 2005
Extracto
Que María, Mujer eucarística, nos ayude a estar enamorados de ella y a "permanecer" en el amor de Cristo
Queridos amigos, todos debemos recomenzar desde la Eucaristía. Que María, Mujer eucarística, nos ayude a estar enamorados de ella y a "permanecer" en el amor de Cristo, para que él nos renueve íntimamente. Así, dócil a la acción del Espíritu y atenta a las necesidades de los hombres, la Iglesia será cada vez más faro de luz, de verdadera alegría y de esperanza, realizando plenamente su misión de "signo e instrumento de unidad de todo el género humano" (Lumen gentium, 1).
SOLEMNE CONCLUSIÓN DE LA XI ASAMBLEA GENERAL
ORDINARIA
DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS, DEL AÑO DE LA EUCARISTÍA
Y CANONIZACIÓN DE LOS BEATOS:
JÓZEF BILCZEWSKI
CAYETANO CATANOSO
SEGISMUNDO GORAZDOWSKI
ALBERTO HURTADO CRUCHAGA;
FÉLIX DE NICOSIA
DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS, DEL AÑO DE LA EUCARISTÍA
Y CANONIZACIÓN DE LOS BEATOS:
JÓZEF BILCZEWSKI
CAYETANO CATANOSO
SEGISMUNDO GORAZDOWSKI
ALBERTO HURTADO CRUCHAGA;
FÉLIX DE NICOSIA
HOMILÍA
DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVIPlaza de San Pedro
Jornada mundial de las misiones
Domingo 23 de octubre de 2005
Jornada mundial de las misiones
Domingo 23 de octubre de 2005
Extracto
Dijo "sí": "He aquí la esclava del Señor"
Para
comprender el significado de esta palabra y, por tanto, de esta oración del
Apóstol por esta comunidad y por las comunidades de todos los tiempos, también
por nosotros, debemos contemplar a la persona gracias a la cual se realizó de
modo único, singular, la venida del Señor: la Virgen María. María
pertenecía a la parte del pueblo de Israel que en el tiempo de Jesús esperaba
con todo su corazón la venida del Salvador, y gracias a las palabras y a los
gestos que nos narra el Evangelio podemos ver cómo ella vivía realmente según
las palabras de los profetas. Esperaba con gran ilusión la venida del Señor,
pero no podía imaginar cómo se realizaría esa venida. Quizá esperaba una venida
en la gloria. Por eso, fue tan sorprendente para ella el momento en el que el
arcángel Gabriel entró en su casa y le dijo que el Señor, el Salvador, quería
encarnarse en ella, de ella, quería realizar su venida a través de ella.
Podemos imaginar la conmoción de la Virgen. María, con un gran acto de fe y de obediencia,
dijo "sí": "He aquí la esclava del Señor". Así se
convirtió en "morada" del Señor, en verdadero "templo" en
el mundo y en "puerta" por la que el Señor entró en la tierra.
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
BENEDICTO XVI
DURANTE EL REZO DE LAS PRIMERAS VÍSPERAS
DEL PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO
Sábado 26 de noviembre de 2005
DURANTE EL REZO DE LAS PRIMERAS VÍSPERAS
DEL PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO
Sábado 26 de noviembre de 2005
Extracto
Ella es el vástago, del que deriva el árbol de la redención y de los redimidos.
María
no sólo tiene una relación singular con Cristo, el Hijo de Dios, que como
hombre quiso convertirse en hijo suyo. Al estar totalmente unida a Cristo, nos pertenece
también totalmente a nosotros. Sí, podemos decir que María está cerca de
nosotros como ningún otro ser humano, porque Cristo es hombre para los hombres
y todo su ser es un "ser para nosotros".
Cristo,
dicen los Padres, como Cabeza es inseparable de su Cuerpo que es la Iglesia,
formando con ella, por decirlo así, un único sujeto vivo. La Madre de la Cabeza
es también la Madre de toda la Iglesia; ella está, por decirlo así, por
completo despojada de sí misma; se entregó totalmente a Cristo, y con él se nos
da como don a todos nosotros. En efecto, cuanto más se entrega la persona
humana, tanto más se encuentra a sí misma.
El Concilio quería decirnos esto: María está tan unida al gran misterio de la Iglesia, que ella y la Iglesia son inseparables, como lo son ella y Cristo. María refleja a la Iglesia, la anticipa en su persona y, en medio de todas las turbulencias que afligen a la Iglesia sufriente y doliente, ella sigue siendo siempre la estrella de la salvación. Ella es su verdadero centro, del que nos fiamos, aunque muy a menudo su periferia pesa sobre nuestra alma.
El Concilio quería decirnos esto: María está tan unida al gran misterio de la Iglesia, que ella y la Iglesia son inseparables, como lo son ella y Cristo. María refleja a la Iglesia, la anticipa en su persona y, en medio de todas las turbulencias que afligen a la Iglesia sufriente y doliente, ella sigue siendo siempre la estrella de la salvación. Ella es su verdadero centro, del que nos fiamos, aunque muy a menudo su periferia pesa sobre nuestra alma.
Ella
es el retoño que, en la oscura noche invernal de la historia, florece del
tronco abatido de David. En ella se cumplen las palabras del salmo: "La tierra ha dado su
fruto" (Sal 67, 7).
Ella es el vástago, del que deriva el árbol de la redención y de los redimidos.
Dios no ha fracasado, como podía parecer al inicio de la historia con Adán y
Eva, o durante el período del exilio babilónico, y como parecía nuevamente en
el tiempo de María, cuando Israel se había convertido en un pueblo sin
importancia en una región ocupada, con muy pocos signos reconocibles de su
santidad. Dios no ha fracasado. En la humildad de la casa de Nazaret vive el
Israel santo, el resto puro. Dios salvó y salva a su pueblo. Del tronco abatido
resplandece nuevamente su historia, convirtiéndose en una nueva fuerza viva que
orienta e impregna el mundo. María es el Israel santo; ella dice "sí"
al Señor, se pone plenamente a su disposición, y así se convierte en el templo
vivo de Dios.
En
el día de la Inmaculada debemos aprender más bien esto: el hombre que se
abandona totalmente en las manos de Dios no se convierte en un títere de Dios,
en una persona aburrida y conformista; no pierde su libertad. Sólo el hombre
que se pone totalmente en manos de Dios encuentra la verdadera libertad, la
amplitud grande y creativa de la libertad del bien. El hombre que se dirige
hacia Dios no se hace más pequeño, sino más grande, porque gracias a Dios y
junto con él se hace grande, se hace divino, llega a ser verdaderamente él
mismo. El hombre que se pone en manos de Dios no se aleja de los demás,
retirándose a su salvación privada; al contrario, sólo entonces su corazón se
despierta verdaderamente y él se transforma en una persona sensible y, por
tanto, benévola y abierta.
Cuanto
más cerca está el hombre de Dios, tanto más cerca está de los hombres. Lo vemos
en María. El hecho de que está totalmente en Dios es la razón por la que está
también tan cerca de los hombres. Por eso puede ser la Madre de todo consuelo y
de toda ayuda, una Madre a la que todos, en cualquier necesidad, pueden osar
dirigirse en su debilidad y en su pecado, porque ella lo comprende todo y es
para todos la fuerza abierta de la bondad creativa.
En ella Dios graba su propia imagen, la imagen de Aquel que sigue la oveja perdida hasta las montañas y hasta los espinos y abrojos de los pecados de este mundo, dejándose herir por la corona de espinas de estos pecados, para tomar la oveja sobre sus hombros y llevarla a casa.
Como Madre que se compadece, María es la figura anticipada y el retrato permanente del Hijo. Y así vemos que también la imagen de la Dolorosa, de la Madre que comparte el sufrimiento y el amor, es una verdadera imagen de la Inmaculada. Su corazón, mediante el ser y el sentir con Dios, se ensanchó. En ella, la bondad de Dios se acercó y se acerca mucho a nosotros. Así, María está ante nosotros como signo de consuelo, de aliento y de esperanza. Se dirige a nosotros, diciendo: "Ten la valentía de osar con Dios. Prueba. No tengas miedo de él. Ten la valentía de arriesgar con la fe. Ten la valentía de arriesgar con la bondad. Ten la valentía de arriesgar con el corazón puro. Comprométete con Dios; y entonces verás que precisamente así tu vida se ensancha y se ilumina, y no resulta aburrida, sino llena de infinitas sorpresas, porque la bondad infinita de Dios no se agota jamás".
En ella Dios graba su propia imagen, la imagen de Aquel que sigue la oveja perdida hasta las montañas y hasta los espinos y abrojos de los pecados de este mundo, dejándose herir por la corona de espinas de estos pecados, para tomar la oveja sobre sus hombros y llevarla a casa.
Como Madre que se compadece, María es la figura anticipada y el retrato permanente del Hijo. Y así vemos que también la imagen de la Dolorosa, de la Madre que comparte el sufrimiento y el amor, es una verdadera imagen de la Inmaculada. Su corazón, mediante el ser y el sentir con Dios, se ensanchó. En ella, la bondad de Dios se acercó y se acerca mucho a nosotros. Así, María está ante nosotros como signo de consuelo, de aliento y de esperanza. Se dirige a nosotros, diciendo: "Ten la valentía de osar con Dios. Prueba. No tengas miedo de él. Ten la valentía de arriesgar con la fe. Ten la valentía de arriesgar con la bondad. Ten la valentía de arriesgar con el corazón puro. Comprométete con Dios; y entonces verás que precisamente así tu vida se ensancha y se ilumina, y no resulta aburrida, sino llena de infinitas sorpresas, porque la bondad infinita de Dios no se agota jamás".
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
BENEDICTO XVI
DURANTE LA SOLEMNE CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
EN LA BASÍLICA DE SAN PEDRO
Jueves 8 de diciembre de 2005
DURANTE LA SOLEMNE CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
EN LA BASÍLICA DE SAN PEDRO
Jueves 8 de diciembre de 2005
Extracto
María corrió inmediatamente a comunicar su alegría a su prima Isabel.
La
primera palabra que quisiera meditar con vosotros es el saludo del ángel a
María. En la traducción italiana el ángel dice: "Te saludo,
María". Pero la palabra griega original —"Kaire"— significa de
por sí "alégrate", "regocíjate". Y aquí hay un primer
aspecto sorprendente: el saludo entre los judíos era "shalom",
"paz", mientras que el saludo en el mundo griego era
"Kaire", "alégrate". Es sorprendente que el ángel, al
entrar en la casa de María, saludara con el saludo de los griegos:
"Kaire", "alégrate", "regocíjate". Y los griegos,
cuando leyeron este evangelio cuarenta años después, pudieron ver aquí un
mensaje importante: pudieron comprender que con el inicio del Nuevo
Testamento, al que se refería esta página de san Lucas, se había producido
también la apertura al mundo de los pueblos, a la universalidad del pueblo de
Dios, que ya no sólo incluía al pueblo judío, sino también al mundo en su
totalidad, a todos los pueblos. En este saludo griego del ángel aparece la
nueva universalidad del reino del verdadero Hijo de David.
Pero
conviene destacar, en primer lugar, que las palabras del ángel son la
repetición de una promesa profética del libro del profeta Sofonías. Encontramos
aquí casi literalmente ese saludo. El profeta Sofonías, inspirado por Dios,
dice a Israel: "Alégrate, hija de Sión; el Señor está contigo y
viene a morar dentro de ti" (cf. Sf 3, 14). Sabemos que María conocía
bien las sagradas Escrituras.
Su Magníficat es un tapiz tejido con hilos del Antiguo Testamento. Por eso, podemos tener la seguridad de que la Virgen santísima comprendió en seguida que estas eran las palabras del profeta Sofonías dirigidas a Israel, a la "hija de Sión", considerada como morada de Dios.
Y ahora lo sorprendente, lo que hace reflexionar a María, es que esas palabras, dirigidas a todo Israel, se las dirigen de modo particular a ella, María. Y así entiende con claridad que precisamente ella es la "hija de Sión", de la que habló el profeta y que, por consiguiente, el Señor tiene una intención especial para ella; que ella está llamada a ser la verdadera morada de Dios, una morada no hecha de piedras, sino de carne viva, de un corazón vivo; que Dios, en realidad, la quiere tomar como su verdadero templo precisamente a ella, la Virgen. ¡Qué indicación! Y entonces podemos comprender que María comenzó a reflexionar con particular intensidad sobre lo que significaba ese saludo.
Pero detengámonos ahora en la primera palabra: "alégrate", "regocíjate". Es propiamente la primera palabra que resuena en el Nuevo Testamento, porque el anuncio hecho por el ángel a Zacarías sobre el nacimiento de Juan Bautista es una palabra que resuena aún en el umbral entre los dos Testamentos. Sólo con este diálogo, que el ángel Gabriel entabla con María, comienza realmente el Nuevo Testamento. Por tanto, podemos decir que la primera palabra del Nuevo Testamento es una invitación a la alegría: "alégrate", "regocíjate". El Nuevo Testamento es realmente "Evangelio", "buena noticia" que nos trae alegría. Dios no está lejos de nosotros, no es desconocido, enigmático, tal vez peligroso. Dios está cerca de nosotros, tan cerca que se hace niño, y podemos tratar de "tú" a este Dios.
El mundo griego, sobre todo, percibió esta novedad; sintió profundamente esta alegría, porque para ellos no era claro que existiera un Dios bueno, o un Dios malo, o simplemente un Dios. La religión de entonces les hablaba de muchas divinidades; por eso, se sentían rodeados por divinidades muy diversas entre sí, opuestas unas a otras, de modo que debían temer que, si hacían algo en favor de una divinidad, la otra podía ofenderse o vengarse.
Así,
vivían en un mundo de miedo, rodeados de demonios peligrosos, sin saber nunca
cómo salvarse de esas fuerzas opuestas entre sí. Era un mundo de miedo, un
mundo oscuro. Y ahora escuchaban decir: "Alégrate; esos demonios no
son nada; hay un Dios verdadero, y este Dios verdadero es bueno, nos ama, nos
conoce, está con nosotros hasta el punto de que se ha hecho carne". Esta
es la gran alegría que anuncia el cristianismo. Conocer a este Dios es
realmente la "buena noticia", una palabra de redención.
Esta
alegría que hemos recibido no podemos guardarla sólo para nosotros. La alegría
se debe compartir siempre. Una alegría se debe comunicar. María corrió
inmediatamente a comunicar su alegría a su prima Isabel. Y desde que fue elevada
al cielo distribuye alegrías en todo el mundo; se ha convertido en la gran
Consoladora, en nuestra Madre, que comunica alegría, confianza, bondad, y nos
invita a distribuir también nosotros la alegría.
"No
temas". María nos dice esta palabra también a nosotros. Ya he destacado
que nuestro mundo actual es un mundo de miedos: miedo a la miseria y a la
pobreza, miedo a las enfermedades y a los sufrimientos, miedo a la soledad y a
la muerte. En nuestro mundo tenemos un sistema de seguros muy desarrollado:
está bien que existan. Pero sabemos que en el momento del sufrimiento profundo,
en el momento de la última soledad, de la muerte, ningún seguro podrá
protegernos. El único seguro válido en esos momentos es el que nos viene del
Señor, que nos dice también a nosotros: "No temas, yo estoy siempre
contigo". Podemos caer, pero al final caemos en las manos de Dios, y las
manos de Dios son buenas manos.
"Hágase
la voluntad de Dios": María nos invita a decir también nosotros este
"sí", que a veces resulta tan difícil. Sentimos la tentación de
preferir nuestra voluntad, pero ella nos dice: "¡Sé valiente!, di
también tú: "Hágase tu voluntad"", porque esta voluntad es
buena. Al inicio puede parecer un peso casi insoportable, un yugo que no se
puede llevar; pero, en realidad, la voluntad de Dios no es un peso. La voluntad
de Dios nos da alas para volar muy alto, y así con María también nosotros nos
atrevemos a abrir a Dios la puerta de nuestra vida, las puertas de este mundo,
diciendo "sí" a su voluntad, conscientes de que esta voluntad es el
verdadero bien y nos guía a la verdadera felicidad.
HOMILÍA DEL PAPA BENEDICTO
XVI
DURANTE LA MISA CELEBRADA EN LA PARROQUIA ROMANA
DE NUESTRA SEÑORA DE LA CONSOLACIÓN
Domingo 18 de diciembre de 2005
DURANTE LA MISA CELEBRADA EN LA PARROQUIA ROMANA
DE NUESTRA SEÑORA DE LA CONSOLACIÓN
Domingo 18 de diciembre de 2005
Extracto
Cuando celebramos la Eucaristía nos encontramos en Belén, en la “casa del pan”
Además,
la palabra paz ha adquirido un significado muy especial para los cristianos: se
ha convertido en una palabra para designar la comunión en la Eucaristía. En
ella está presente la paz de Cristo. A través de todos los lugares donde se
celebra la Eucaristía se extiende en el mundo entero una red de paz. Las
comunidades reunidas en torno a la Eucaristía forman un reino de paz vasto como
el mundo. Cuando celebramos la Eucaristía nos encontramos en Belén, en la “casa
del pan”. Cristo se nos da, y así nos da su paz. Nos la da para que llevemos la
luz de la paz en lo más hondo de nuestro ser y la comuniquemos a los demás;
para que seamos artífices de paz y contribuyamos así a la paz en el mundo. Por
eso pidamos: Realiza tu promesa, Señor. Haz que donde hay discordia nazca la
paz; que surja el amor donde reina el odio; que surja la luz donde dominan las
tinieblas. Haz que seamos portadores de tu paz. Amén.
MISA DE NOCHEBUENA
SOLEMNIDAD
DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR
HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Basílica
Vaticana
Sábado 24 de diciembre de 2005
Sábado 24 de diciembre de 2005
extracto
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