Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo

Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo
Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo

domingo, 10 de febrero de 2013

Isaías, Pedro, Pablo, tres paradigmas de la libertad de Dios en la elección de los hombres para la gran tarea de colaborar con Él en la redención de la humanidad.

Autor: P. Antonio Izquierdo | Fuente: es.catholic.net
C - Domingo 5o. del Tiempo Ordinario


C - Domingo 5o. del Tiempo Ordinario
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Sagrada Escritura

Primera: Is 6, 1-8
segunda: 1 Cor 15, 1-11
Evangelio: Lc 5, 1-11





NEXO ENTRE LAS LECTURAS

El misterio de la libre y gratuita elección de Dios permea las tres lecturas litúrgicas. Isaías es elegido durante una acción litúrgica en el templo de Jerusalén: "Oí la voz del Señor que me decía: ¿A quién enviaré? (primera lectura). Pedro, por su parte, percibe la elección divina en medio de su oficio de pescador: "No temas, desde ahora serás pescador de hombres" (Evangelio). Finalmente, Pablo evoca la aparición de Jesús resucitado, camino de Damasco, a él, "el menor de los apóstoles...pero por la gracia de Dios soy lo que soy" (segunda lectura).


MENSAJE DOCTRINAL

1. Un Dios libérrimo en la elección. Sólo un Dios libre puede apelar a la libertad del hombre. Sólo si Dios es libre, se puede hablar de elección, no de coacción. La Biblia entera testimonia la soberana libertad de Dios en todas las cosas y en toda situación. Los textos litúrgicos atestiguan la libertad divina en la elección de los hombres. Dios es libérrimo para elegir a la persona que quiera: A Isaías, nacido en Jerusalén de familia acomodada, posiblemente de estirpe sacerdotal; a Pedro, proveniente de Betsaida, pescador en el lago de Tiberíades; a Pablo, oriundo de Tarso de Cilicia, con título académico de rabino, por un tiempo perseguidor de la Iglesia de Cristo. Dios es libérrimo para elegir en el modo y en el tiempo que desee: a Isaías durante una liturgia en el templo de Jerusalén, mediante una teofanía cúltica; a Pedro, sobre una barca, después de una pesca milagrosa, signo de una presencia divina; a Pablo, en el camino hacia la ciudad de Damasco, con el corazón ardiendo de odio por los cristianos. Isaías, Pedro, Pablo, tres paradigmas de la libertad de Dios en la elección de los hombres para la gran tarea de colaborar con Él en la redención de la humanidad.

2. Elección y experiencia de Dios. En sus misteriosos designios Dios ha querido unir la elección a una experiencia fuerte de Dios por parte del elegido. Las formas de llevarse a cabo tal experiencia difiere de unos a otros, pero la experiencia es común a toda elección. Esto significa que sólo en esa experiencia profunda, según edad, circunstancia, educación y carácter, el hombre puede caer en la cuenta de la elección divina. En esta experiencia de Dios se percibe con una lucidez meridiana, por un lado, la distancia y trascendencia de Dios, y, por otro, la indignidad del hombre. Isaías, por un lado, entra en el misterio de Dios, Rey y Señor todopoderoso, por otro, se siente perdido e impuro para ver y hablar de parte de Dios (primera lectura). A Pedro, ante la grandiosidad de la pesca, sólo posible por el poder de Dios, no le cabe otra reacción sino exclamar: "Apártate de mí, Señor, que soy un pecador" (Evangelio). La aparición de Jesús resucitado a Pablo le hace caer del caballo a tierra, quedar ciego, humillarse ante el poder de Dios, y finalmente recibir el bautismo de manos de Ananías. El Dios tres veces santo no puede irrumpir en la historia sin que el hombre sea desquiciado de sus seguridades humanas, y sea invitado a poner toda su confianza en el mismo Dios.

3. La única respuesta digna. El hombre, que Dios ha elegido, puede dar diversas respuestas, pero digna de Dios y del hombre sólo hay una: La humilde aceptación. Tenemos también en los textos litúrgicos de hoy tres paradigmas diferentes de una única actitud: Isaías, a la pregunta de Dios: "¿A quién enviaré?", responde: "Aquí estoy yo, envíame". Pedro, al escuchar a Jesús que le llama a ser "pescador de hombres", junto con sus compañeros de faena, reacciona generosamente: "Dejaron todo y lo siguieron". No menos generosa es la actitud de Pablo, después del costalazo en la tierra y de haber oído la voz de Jesús resucitado, él pregunta a su interlocutor: "¿Qué quieres que haga?". Luego, en la primera carta a los corintios (segunda lectura), al recordar esa visión de Jesús, por un lado se considera el menor de los apóstoles e indigno de llevar ese nombre, pero, por otro, está convencido de que "he trabajado más que todos los demás; bueno, no yo, sino la gracia de Dios conmigo".


SUGERENCIAS PASTORALES

1. Un Dios necesitado de los hombres. En la historia de la salvación aparece claro que Dios ha querido salvar a los hombres por medio de otros hombres. El único Salvador es Dios, pero los hombres son sus manos para distribuirla a todos los que la pidan, son sus labios para predicarla en las miles de lenguas de nuestro planeta , son sus pies para llevarla a todos los rincones de la tierra, sobre todo allí donde todavía no la conocen, aunque la anhelen vivamente. ¡Es un gesto imponente de la condescendencia de Dios para con la humanidad, de su infinito amor hasta rebajarse a ser mendigo del hombre! Dios mendiga de tí, sacerdote o laico, religioso o voluntario, tu ayuda. ¿Se la negarás? Mendiga de tí, joven, tu juventud para ofrecer su salvación a los jóvenes del mundo, y quizás no sólo tu juventud, sino toda tu vida para salvar al hombre, para liberarlo de sí mismo, para ennoblecer su vida de hijo de Dios. Mendiga de tí, adulto, tu adultez, en el estado de vida en que te halles, para que colabores con Él en la salvación de ti mismo, en la salvación de quienes viven en tu entorno familiar, profesional, social, cultural. Mendiga de tí, jubilado, anciano, tu tiempo, tu experiencia humana y espiritual, tu sabiduría de la vida, para que la transmitas a los demás, para que contribuyas a construir un mundo más humano y más cristiano. ¿Escucharemos los hombres el grito de Dios que pide nuestra ayuda?

2. Libertad de Dios, disponibilidad del hombre. Dios apela libremente a hombres dotados de libertad, una libertad que Él nos ha dado al crearnos y que debemos ejercitar para ser idénticos, para ser verdaderamente hombres. Dios no fuerza al hombre, ni lo hará jamás, a ser y comportarse como tal. El hombre puede usar su libertad para degradarse como las bestias, para renegar del mismo Dios que le dio la vida, para construir su existencia sobre el egocentrismo, para vivir sin esperanza. Ese tal no está disponible ante la libertad de Dios. Dios quiere que se realice como hombre, que se haga hombre, y él no está disponible, prefiere revolcarse en el lodazal de los cuadrúpedos. Dios se le propone como Señor de su vida, y él no está disponible, anhela más bien ser él su propio dueño y señor. Dios le llama a construir su existencia y su felicidad sobre la entrega, la donación de sí, pero él no está disponible, no tiene oídos sino para las sirenas encantadoras de su ego, que le atraen y sofocan en él todo altruísmo, toda humana fraternidad. Dios quiere infundirle una esperanza de eternidad, de victoria de la vida sobre la muerte, y él tampoco está disponible, está tan apegado al tiempo y a la materia, que hasta considera impensable la eternidad, un más allá del tiempo, una vida feliz con Dios y con los hijos de Dios en el cielo. ¿Qué puedo hacer para estar siempre disponible para Dios, para que también otros estén igualmente disponibles?

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