martes, 19 de febrero de 2013

Que el Señor alimente también en mí un amor semejante, para que no descanse ante la urgencia del anuncio evangélico en el mundo de hoy. Homiias del papa Benedicto XVI






Queridos amigos, como Sucesor de Pedro, estoy aquí para reavivar en la fe esta "gracia del apostolado", porque Dios, según otra expresión del Apóstol de los gentiles, me ha confiado la "solicitud por todas las Iglesias" (2 Co 11, 28). Ante nuestros ojos tenemos el ejemplo de mi amado y venerado predecesor Juan Pablo II, un Papa misionero, cuya actividad tan intensa, testimoniada por más de cien viajes apostólicos fuera de los confines de Italia, es realmente inimitable. ¿Qué lo impulsaba a semejante dinamismo, sino el mismo amor a Cristo que transformó la existencia de san Pablo? (cf. 2 Co 5, 14). Que el Señor alimente también en mí un amor semejante, para que no descanse ante la urgencia del anuncio evangélico en el mundo de hoy. La Iglesia, por su misma naturaleza, es misionera; su tarea principal es la evangelización. El concilio ecuménico Vaticano II dedicó a la actividad misionera el decreto denominado precisamente Ad gentes, que recuerda cómo "los Apóstoles (...), siguiendo las huellas de Cristo, "predicaron la palabra de la verdad y engendraron las Iglesias" (san Agustín, Enarr. in Ps. 44, 23:  PL 36, 508)", y que "es deber de sus sucesores perpetuar esta obra para que "la palabra de Dios se difunda y glorifique" (2 Ts 3, 1), y se anuncie e instaure el reino de Dios en toda la tierra" (n. 1). 

HOMILÍA DEL PAPA BENEDICTO XVI  DURANTE LA CELEBRACIÓN DE LA PALABRA 
EN LA BASÍLICA DE SAN PABLO EXTRAMUROS
 
Lunes 25 de abril de 2005
Extracto



En la Eucaristía, nosotros aprendemos el amor de 

Cristo. 


Aquel que es titular del ministerio petrino debe tener conciencia de que es un hombre frágil y débil, como son frágiles y débiles sus fuerzas, y necesita constantemente  purificación y conversión. Pero debe tener también conciencia de que del Señor le viene la fuerza para confirmar a sus hermanos en la fe y mantenerlos unidos en la confesión de Cristo crucificado y resucitado. 

El Papa no es un soberano absoluto, cuyo pensamiento y voluntad son ley. Al contrario:  el ministerio del Papa es garantía de la obediencia a Cristo y a su Palabra. No debe proclamar sus propias ideas, sino vincularse constantemente a sí mismo y la Iglesia a la obediencia a la Palabra de Dios, frente a todos los intentos de adaptación y alteración, así como frente a todo oportunismo. 

En su carta a los Romanos se refiere a la Iglesia de Roma como a "aquella que preside en el amor", expresión muy significativa. No sabemos con certeza qué es lo que pensaba realmente Ignacio al usar estas palabras. Pero, para la Iglesia antigua, la palabra amor, ágape, aludía al misterio de la Eucaristía. En este misterio, el amor de Cristo se hace siempre tangible en medio de nosotros. Aquí, él se entrega siempre de nuevo. Aquí, se hace traspasar el corazón siempre de nuevo; aquí, mantiene su promesa, la promesa según la cual, desde la cruz, atraería a todos a sí. 

En la Eucaristía, nosotros aprendemos el amor de Cristo. Ha sido gracias a este centro y corazón, gracias a la Eucaristía, como los santos han vivido, llevando de modos y formas siempre nuevos el amor de Dios al mundo. Gracias a la Eucaristía, la Iglesia renace siempre de nuevo. La Iglesia es la red -la comunidad eucarística- en la que todos nosotros, al recibir al mismo Señor, nos transformamos en un solo cuerpo y abrazamos a todo el mundo. 

En definitiva, presidir en la doctrina y presidir en el amor deben ser una sola cosa: toda la doctrina de la Iglesia, en resumidas cuentas, conduce al amor. Y la Eucaristía, como amor presente de Jesucristo, es el criterio de toda doctrina. Del amor dependen toda la Ley y los Profetas, dice el Señor (cf. Mt 22, 40). El amor es la Ley en su plenitud, escribió san Pablo a los Romanos (cf. Rm13, 10). 

HOMILÍA DEL PAPA BENEDICTO XVI 
EN LA MISA DE TOMA DE POSESIÓN DE SU CÁTEDRA
 
Basílica de San Juan de Letrán
Sábado 7 de mayo de 2005
Extracto



Dejaos atraer siempre de nuevo a la santa Eucaristía, a la comunión de vida con Cristo.



Queridos ordenandos, de este modo el mensaje de Pentecostés se dirige ahora directamente a vosotros. La escena de Pentecostés, en el evangelio de san Juan, habla de vosotros y a vosotros. A cada uno de vosotros, de modo muy personal, el Señor le dice:  ¡la paz con vosotros!, ¡la paz contigo! Cuando el Señor  dice esto, no da algo, sino que se da a sí mismo, pues él mismo es la paz (cf. Ef 2, 14). 

En este saludo del Señor podemos vislumbrar también una referencia al gran misterio de la fe, a la santa Eucaristía, en la que él se nos da continuamente a sí mismo y, de este modo, nos da la verdadera paz. Así, este saludo se sitúa en el centro de vuestra misión sacerdotal:  el Señor os confía el misterio de este sacramento. En su nombre podéis decir:  "este es mi cuerpo", "esta es mi sangre". Dejaos atraer siempre de nuevo a la santa Eucaristía, a la comunión de vida con Cristo.

Considerad como centro de toda jornada el poder celebrarla de modo digno. Conducid siempre de nuevo a los hombres a este misterio. A partir de ella, ayudadles a llevar la paz de Cristo al mundo.

Finalmente, queridos ordenandos, os recomiendo el amor a la Madre del Señor. Haced como san Juan, que la acogió en lo más íntimo de su corazón. Dejaos renovar constantemente por su amor materno. Aprended de ella a amar a Cristo. Que el Señor bendiga vuestro camino sacerdotal. Amén.




MISA CON ORDENACIONES SACERDOTALES
HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Domingo 15 de mayo de 2005
Solemnidad de Pentecostés
Extracto





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