"El que come mi carne y bebe mi sangre,permanece en mi, y yo en él" ( Jn 6,36). Se trata de una profunda biunidad que, en virtud de la santa comunión , se hace permanente y más honda aun. Y más adelante nos dirá; " Yo y el Padre somos uno" (Jn10,30). Así como yo vivo del Padre y por el Padre, así también quien coma mi carne vivirá por mi( Jn 6,37). Difícilmente se puede expresar, con mayor transparencia y de manera clásica, esa misteriosa biunidad entre Jesús y nosotros, los que comulgamos con él, los que comulgamos su carne y bebemos su sangre. (P. José Kentenich)
En
la liturgia de hoy, el Evangelio según san Lucas presenta el pasaje de la
llamadas de los primeros discípulos, con una versión original respecto a los
otros dos sinópticos, Marcos y Mateo (cfr Mc 1,16-20; Mt 4,18-22).
La llamada, de hecho, está precedida de la enseñanza de Jesús a la multitud y
de la pesca milagrosa, cumplida por voluntad del Señor (Lc 5,1-6).
Mientras la multitud se reúne a las orillas del lago de Jerusalén para escuchar
a Jesús, Él ve a Simón desalentado por no haber pescado nada en toda la noche.
Primero le pide subir a la barca para predicar a la gente estando a poca
distancia de la orilla; después, terminada la predicación, le pide que vaya mar
adentro con sus compañeros y que echen las redes (cfr v. 5). Simón obedece y
pescan una cantidad increíble de pescado. De esta forma, el evangelista hace
ver como los primeros discípulos siguieron a Jesús fiándose de Él, fundándose
en su Palabra, acompañada también de signos prodigiosos. Observamos que, antes
de este signo, Simón se dirige a Jesús llamándole "Maestro" (v. 5),
mientras que después le llama "Señor" (v. 7). Es la pedagogía de la
llamada de Dios, que no mira tanto a la calidad de los elegidos, sino a su fe,
como la de Simón que dice: "En tu palabra, echaré las redes" (v. 5).
La
imagen de la pesca remite a la misión de la Iglesia. Comenta al respecto san
Agustín: «Dos veces los discípulos se pusieron a pescar por orden del Señor:
una vez antes de la pasión y otra después de la resurrección. En las dos pescas
está representada toda la Iglesia: la Iglesia como es ahora y como será después
de la resurrección de los muertos. Ahora acoge a una multitud imposible de
numerar, que comprende a los buenos y a los malos; después de la resurrección
comprenderá sólo a los buenos» (Discurso 248,1). La experiencia de
Pedro, ciertamente singular, es también representativa de la llamada de cada
apóstol del Evangelio, que no debe nunca desanimarse en el anunciar a Cristo a
todos lo hombres, hasta los confines del mundo. Además, el texto de hoy hace
reflexionar sobre la vocación al sacerdocio y a la vida consagrada. Esa es obra
de Dios. El hombre no es autor de la propia vocación, sino que es una respuesta
a la propuesta divina; y la debilidad humana no debe tener miedo si Dios llama.
Es necesario tener confianza en su fuerza que actúa precisamente en nuestra
pobreza; es necesario confiar cada vez más en la potencia de su misericordia,
que transforma y renueva.
(Ángelus Domini domingo 5 del tiempo ordinario,papa Benedicto XVI)
Lc 5, 1-11
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús
para escuchar la Palabra de Dios, y Él estaba de pie a la orilla del lago de
Genesaret. Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores
habían bajado y estaban limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas,
que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se
sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca. Cuando terminó de hablar, dijo
a Simón: «Navega mar adentro, y echen las redes». Simón le respondió: «Maestro,
hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si Tú lo dices,
echaré las redes». Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las
redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de
la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto
las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los
pies de Jesús y le dijo: “Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador”. El
temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de
peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de
Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: «No temas, de ahora en
adelante serás pescador de hombres». Ellos atracaron las barcas a la orilla y,
abandonándolo todo, lo siguieron.
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