Ciudad del
Vaticano, 1 febrero 2013 (VIS).-”Creer en la caridad suscita caridad. Hemos
conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él” es el título del
Mensaje del Santo Padre para la Cuaresma 2013. El documento, publicado en ocho
idiomas (alemán, árabe, español, francés, inglés, italiano, polaco y portugués)
está fechado en el Vaticano el 15 de octubre de 2012.
Ofrecemos a continuación
el texto completo:
La
celebración de la Cuaresma, en el marco del Año de la fe, nos ofrece una
ocasión preciosa para meditar sobre la relación entre fe y caridad: entre creer
en Dios, el Dios de Jesucristo, y el amor, que es fruto de la acción del
Espíritu Santo y nos guía por un camino de entrega a Dios y a los demás.
1. La fe como respuesta al amor de Dios
En mi
primera Encíclica expuse ya algunos elementos para comprender el estrecho
vínculo entre estas dos virtudes teologales, la fe y la caridad. Partiendo de
la afirmación fundamental del apóstol Juan: “Hemos conocido el amor que Dios
nos tiene y hemos creído en él", recordaba que "no se comienza a ser
cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con
ello, una orientación decisiva... Y puesto que es Dios quien nos ha amado
primero , ahora el amor ya no es sólo un “mandamiento”, sino la respuesta al
don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro",. La fe
constituye la adhesión personal - que incluye todas nuestras facultades - a la
revelación del amor gratuito y "apasionado"que Dios tiene por
nosotros y que se manifiesta plenamente en Jesucristo. El encuentro con Dios
Amor no sólo comprende el corazón, sino también el entendimiento: "El
reconocimiento del Dios vivo es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra
voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto
único del amor. Sin embargo, éste es un proceso que siempre está en camino: el
amor nunca se da por “concluido” y completado". De aquí deriva para todos
los cristianos y, en particular, para los "agentes de la caridad", la
necesidad de la fe, del "encuentro con Dios en Cristo que suscite en ellos
el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo
ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una
consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad". El
cristiano es una persona conquistada por el amor de Cristo y movido por este
amor - "caritas Christi urget nos" -, está abierto de modo profundo y
concreto al amor al prójimo (cf. ib., 33). Esta actitud nace ante todo de la
conciencia de que el Señor nos ama, nos perdona, incluso nos sirve, se inclina
a lavar los pies de los apóstoles y se entrega a sí mismo en la cruz para
atraer a la humanidad al amor de Dios.
"La fe
nos muestra a Dios que nos ha dado a su Hijo y así suscita en nosotros la firme
certeza de que realmente es verdad que Dios es amor... La fe, que hace tomar
conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la
cruz, suscita a su vez el amor. El amor es una luz -en el fondo la única- que
ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y
actuar". Todo esto nos lleva a comprender que la principal actitud
característica de los cristianos es precisamente "el amor fundado en la fe
y plasmado por ella"
2. La caridad como vida en la fe
Toda la vida
cristiana consiste en responder al amor de Dios. La primera respuesta es
precisamente la fe, acoger llenos de estupor y gratitud una inaudita iniciativa
divina que nos precede y nos reclama. Y el "sí"de la fe marca el
comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda
nuestra existencia y le da pleno sentido. Sin embargo, Dios no se contenta con
que nosotros aceptemos su amor gratuito. No se limita a amarnos, quiere
atraernos hacia sí, transformarnos de un modo tan profundo que podamos decir
con san Pablo: ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí .
Cuando
dejamos espacio al amor de Dios, nos hace semejantes a él, partícipes de su
misma caridad. Abrirnos a su amor significa dejar que él viva en nosotros y nos
lleve a amar con él, en él y como él; sólo entonces nuestra fe llega
verdaderamente "a actuar por la caridad" y él mora en nosotros .
La fe es
conocer la verdad y adherirse a ella; la caridad es "caminar"en la
verdad. Con la fe se entra en la amistad con el Señor; con la caridad se vive y
se cultiva esta amistad. La fe nos hace acoger el mandamiento del Señor y
Maestro; la caridad nos da la dicha de ponerlo en práctica. En la fe somos engendrados
como hijos de Dios ; la caridad nos hace perseverar concretamente en este
vínculo divino y dar el fruto del Espíritu Santo . La fe nos lleva a reconocer
los dones que el Dios bueno y generoso nos encomienda; la caridad hace que
fructifiquen.
3. El lazo indisoluble entre fe y caridad
A la luz de
cuanto hemos dicho, resulta claro que nunca podemos separar, o incluso oponer,
fe y caridad. Estas dos virtudes teologales están íntimamente unidas por lo que
es equivocado ver en ellas un contraste o una "dialéctica". Por un
lado, en efecto, representa una limitación la actitud de quien hace fuerte
hincapié en la prioridad y el carácter decisivo de la fe, subestimando y casi
despreciando las obras concretas de caridad y reduciéndolas a un humanitarismo
genérico. Por otro, sin embargo, también es limitado sostener una supremacía
exagerada de la caridad y de su laboriosidad, pensando que las obras puedan
sustituir a la fe. Para una vida espiritual sana es necesario rehuir tanto el
fideísmo como el activismo moralista.
La
existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con
Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de
éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios.
En la Sagrada Escritura vemos que el celo de los apóstoles en el anuncio del
Evangelio que suscita la fe está estrechamente vinculado a la solicitud
caritativa respecto al servicio de los pobres. En la Iglesia, contemplación y
acción, simbolizadas de alguna manera por las figuras evangélicas de las
hermanas Marta y María, deben coexistir e integrarse. La prioridad corresponde
siempre a la relación con Dios y el verdadero compartir evangélico debe estar
arraigado en la fe . A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el
término "caridad"a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. En
cambio, es importante recordar que la mayor obra de caridad es precisamente la
evangelización, es decir, el "servicio de la Palabra". Ninguna acción
es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de
la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio,
introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción más
alta e integral de la persona humana. Como escribe el siervo de Dios el Papa
Pablo VI en la Encíclica Populorum progressio, es el anuncio de Cristo el
primer y principal factor de desarrollo. La verdad originaria del amor de Dios
por nosotros, vivida y anunciada, abre nuestra existencia a aceptar este amor
haciendo posible el desarrollo integral de la humanidad y de cada hombre.
En
definitiva, todo parte del amor y tiende al amor. Conocemos el amor gratuito de
Dios mediante el anuncio del Evangelio. Si lo acogemos con fe, recibimos el
primer contacto - indispensable - con lo divino, capaz de hacernos
"enamorar del Amor", para después vivir y crecer en este Amor y
comunicarlo con alegría a los demás.
A propósito
de la relación entre fe y obras de caridad, unas palabras de la Carta de san
Pablo a los Efesios resumen quizá muy bien su correlación: "Pues habéis
sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino
que es un don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. En
efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas
obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos". Aquí se percibe que
toda la iniciativa salvífica viene de Dios, de su gracia, de su perdón acogido
en la fe; pero esta iniciativa, lejos de limitar nuestra libertad y nuestra
responsabilidad, más bien hace que sean auténticas y las orienta hacia las
obras de la caridad. Éstas no son principalmente fruto del esfuerzo humano, del
cual gloriarse, sino que nacen de la fe, brotan de la gracia que Dios concede
abundantemente. Una fe sin obras es como un árbol sin frutos: estas dos
virtudes se necesitan recíprocamente. La cuaresma, con las tradicionales
indicaciones para la vida cristiana, nos invita precisamente a alimentar la fe
a través de una escucha más atenta y prolongada de la Palabra de Dios y la
participación en los sacramentos y, al mismo tiempo, a crecer en la caridad, en
el amor a Dios y al prójimo, también a través de las indicaciones concretas del
ayuno, de la penitencia y de la limosna.
4. Prioridad de la fe, primado de la caridad
Como todo
don de Dios, fe y caridad se atribuyen a la acción del único Espíritu Santo (ese Espíritu que grita en nosotros "¡Abbá, Padre!", y que nos hace
decir: "¡Jesús es el Señor!" y "¡Maranatha!".
La fe, don y
respuesta, nos da a conocer la verdad de Cristo como Amor encarnado y
crucificado, adhesión plena y perfecta a la voluntad del Padre e infinita
misericordia divina para con el prójimo; la fe graba en el corazón y la mente
la firme convicción de que precisamente este Amor es la única realidad que
vence el mal y la muerte. La fe nos invita a mirar hacia el futuro con la
virtud de la esperanza, esperando confiadamente que la victoria del amor de
Cristo alcance su plenitud. Por su parte, la caridad nos hace entrar en el amor
de Dios que se manifiesta en Cristo, nos hace adherir de modo personal y
existencial a la entrega total y sin reservas de Jesús al Padre y a sus
hermanos. Infundiendo en nosotros la caridad, el Espíritu Santo nos hace
partícipes de la abnegación propia de Jesús: filial para con Dios y fraterna
para con todo hombre .
La relación
entre estas dos virtudes es análoga a la que existe entre dos sacramentos
fundamentales de la Iglesia: el bautismo y la Eucaristía. El bautismo
(sacramentum fidei) precede a la Eucaristía (sacramentum caritatis), pero está
orientado a ella, que constituye la plenitud del camino cristiano.
Análogamente, la fe precede a la caridad, pero se revela genuina sólo si
culmina en ella. Todo parte de la humilde aceptación de la fe ("saber que
Dios nos ama"), pero debe llegar a la verdad de la caridad ("saber
amar a Dios y al prójimo"), que permanece para siempre, como cumplimiento
de todas las virtudes.
Queridos
hermanos y hermanas, en este tiempo de cuaresma, durante el cual nos preparamos
a celebrar el acontecimiento de la cruz y la resurrección, mediante el cual el
amor de Dios redimió al mundo e iluminó la historia, os deseo a todos que
viváis este tiempo precioso reavivando la fe en Jesucristo, para entrar en su mismo
torrente de amor por el Padre y por cada hermano y hermana que encontramos en
nuestra vida. Por esto, elevo mi oración a Dios, a la vez que invoco sobre cada
uno y cada comunidad la Bendición del Señor”.
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