79. Los principales elementos de la Plegaria eucarística pueden distinguirse de esta manera:
a) Acción de gracias (que se expresa principalmente en el Prefacio), en la cual el sacerdote, en nombre de todo el pueblo santo, glorifica a Dios Padre y le da gracias por la obra de la salvación o por algún aspecto particular de la misma, según los diversos días, fiestas o tiempos.
b) Aclamación: con ella toda la comunidad, uniéndose a los coros celestiales, canta el Santo.
Esta aclamación, que forma parte de la Plegaria eucarística, es proferida por todo el pueblo junto con el sacerdote.
c) Epíclesis: con ella la Iglesia, por medio de invocaciones peculiares, implora la fuerza del Espíritu Santo, para que los dones ofrecidos por los hombres sean consagrados; es decir, se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y para que la víctima inmaculada que se va a recibir en la Comunión, sea para salvación de quienes van a participar de ella.
d) Narración de la institución y consagración: por las palabras y acciones de Cristo, se realiza el sacrificio que el mismo Cristo instituyó en la última Cena, cuando ofreció su Cuerpo y Sangre bajo las especies de pan y vino, y lo dio a los Apóstoles como comida y bebida y les dejó el mandato de perpetuar el misterio.
e) Anámnesis: con ella la Iglesia, cumpliendo el mandato que recibió de Cristo el Señor por medio de los Apóstoles, realiza el memorial del mismo Cristo recordando especialmente su bienaventurada pasión, su gloriosa resurrección y su ascensión al cielo.
f) Oblación: por ella, en este memorial la Iglesia, y principalmente la que está aquí y ahora congregada, ofrece al Padre en el Espíritu Santo la víctima inmaculada. La Iglesia procura que los fieles no sólo ofrezcan la víctima inmaculada, sino que también aprendan a ofrecerse a sí mismos, se perfeccionen día a día por Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, para que finalmente Dios sea todo en todos.
g) Intercesiones: por las que se expresa que la Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia del cielo y de la tierra, y que la ofrenda se hace por ella misma y por todos sus miembros, vivos y difuntos, que han sido llamados a participar de la redención y de la salvación adquirida por el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
h) Doxología final: en ella se expresa la glorificación de Dios, y se confirma y concluye con la aclamación: Amén del pueblo.
Exclusivamente ellos, ministros ordenados para actuar “in Persona Christi congregantis ecclesian suam” en el sacrificio de la misa, pueden ocupar el centro del altar. Y ningún otro.
El altar es el lugar donde se “confecciona” la Eucaristía, desde la presentación de los dones hasta la comunión de los fieles.
A lo largo del texto de la IGMR, se nota esta insistencia: diáconos, otros ministros, detalles secundarios como la preparación del cáliz, el lavabo, la purificación de los vasos sagrados, y todo lo que no se refiere directamente con la Liturgia eucarística, las normas insisten con la fórmula: “a un lado del altar”.
Fuera de esta parte de la misa -la Liturgia eucarística- Obispos y sacerdotes no deben utilizar el centro del altar; o sea, desde el inicio de la misa hasta la presentación de los dones.
Después de besar el altar, la rubrica dice: el que preside “se dirige a la sede”:
El altar no es el lugar del acto penitencial, kyrie, gloria colecta, lecturas.
No es tampoco (como en la TV, pésima información) el lugar de la prédica, ni de la oración universal, lo cual se hace desde la sede o del ambón.
- Tampoco para la preparación del cáliz y lavabo: se hace “a un costado del altar”; la purificación de los vasos: nunca cara a la asamblea: también a un costado o delante del altar, espalda al pueblo, allí donde está el corporal, en el borde de delante.
BOLETÍN DE INFORMACIÓN, SERVICIOS Y COORDINACIÓN DE LA COMISIÓN NACIONAL DE LITURGIA - CHILE
Serie Nueva N° 63 MAYO 2003
Sacerdote creativo, haciendo lo contrario proclamando el evangelio desde el centro del altar y no del Ambón donde se han leido la primera lectura,el salmo y la Epistola.
Llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José.
Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía.
Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: "Dame de beber".
Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos.
La samaritana le respondió: "¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?". Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos.
Jesús le respondió: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: 'Dame de beber', tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva".
"Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva?
¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?".
Jesús le respondió: "El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed,
pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna".
"Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla".
Jesús le respondió: "Ve, llama a tu marido y vuelve aquí".
La mujer respondió: "No tengo marido". Jesús continuó: "Tienes razón al decir que no tienes marido,
porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad".
La mujer le dijo: "Señor, veo que eres un profeta.
Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar".
Jesús le respondió: "Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre.
Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.
Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre.
Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad".
La mujer le dijo: "Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo".
Jesús le respondió: "Soy yo, el que habla contigo".
En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: "¿Qué quieres de ella?" o "¿Por qué hablas con ella?".
La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente:
"Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?".
Salieron entonces de la ciudad y fueron a su encuentro.
Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: "Come, Maestro".
Pero él les dijo: "Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen".
Los discípulos se preguntaban entre sí: "¿Alguien le habrá traído de comer?".
Jesús les respondió: "Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra.
Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega.
Ya el segador recibe su salario y recoge el grano para la Vida eterna; así el que siembra y el que cosecha comparten una misma alegría.
Porque en esto se cumple el proverbio: 'no siembra y otro cosecha'
Yo los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos".
Muchos samaritanos de esta ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: "Me ha dicho todo lo que hice".
Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días.
Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra.
Y decían a la mujer: "Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo".
Las obras de arte sacra a menudo se presentan como ayuda para la práctica de la meditación, ofreciendo la posibilidad de vivir como
presente lo que viene representado. Resulta ser una extraordinaria aplicación pictórica de esta práctica meditativa, por ejemplo la Pasión de Cristo de Hans Memling (conservada en la Galería Sabauda de Turín), en el que podemos observar una representación de la ciudad de Jerusalén, con los distintos momentos de la Pasión de Jesús ambientados en varios lugares: el fiel puede, de esta manera, recorrer el cuadro, meditando y contemplando la pasión de Cristo. (Rodolfo Papa historiador de arte)
Característico de su persona es un carisma de paternidad sacerdotal, fruto de una profunda vinculación filial a la Santísima Virgen en cuyas manos fue un instrumento fiel.
En la Solemnidad de San José, presentamos un bellísimo artículo sobre este gran santo que ha sido ofrecido a nuestro blog por Javier Luiz Candelario Diéguez, presidente de la Sociedad Una Voce Cuba.
Aprovechamos la ocasión para elevar a Dios una oración por nuestro Santo Padre Benedicto XVI con ocasión de su onomástico, pidiendo que sea bendecido con la protección y asistencia de su celestial patrono.
***
Por encima de los mártires y de las vírgenes santas, más encumbrado que los patriarcas y los profetas, y aún más elevado que los apóstoles y los coros angélicos, se encuentra en singular trono de gloria San José. Pues así como en la tierra no hubo nadie después de la Santísima Virgen, más próximo a Jesús, que él, así tampoco después de la Virgen María, en los cielos lo hay más cercano a Dios que San José. Y es precisamente, en proporción con esta gloria tan excelsa, de donde deriva su tan poderosa intercesión. Nuestro Señor Jesucristo, que en la tierra le estuvo sujeto, rindiéndole obediencia y respeto como a verdadero Padre, no dejará de conceder en el cielo todo aquello por cuanto San José le ruegue. Bien enseña Santo Tomas de Aquino, que le está concedido el socorrer en toda necesidad y negocio, el defender y favorecer y tratar con paternal afecto a todos los que acuden a él. A propósito de lo cual decía Santa Teresa de Ávila: “Parece que algunos Santos han recibido de Dios la gracia de socorrer en una necesidad particular; este en cambio socorre en todas, según lo sé por experiencia, y quien no se fiara de mis palabras que lo ponga a prueba…” Sin embargo sorprende y contrasta que aun hoy en día San José continué siendo el santo olvidado de muchos.
La solemnidad de Ntro. Padre y Señor san José, cada 19 de Marzo, es un momento realmente especial en el Año Litúrgico. En este día la Santa Madre Iglesia reconoce los méritos y virtudes de Aquel, a quién estuvieron confiados la guarda y cuidado de la Sagrada Familia. Mas, el padre adoptivo del Redentor y Purísimo Esposo de la Madre de Dios, continúa desde el cielo velando e intercediendo por la Familia de su Hijo: la Iglesia Católica; de quien es solicito patrono universal y defensor.
San José es el varón justo y dichoso que toco a María por esposo, al que le fue concedido ver y oír, alimentar y sostener, educar, llevar en brazos, besar, vestir y custodiar a Jesús, el Verbo eterno del Padre, a quien tanto los profetas anunciaron, a quien la humanidad entera por siglos espero y a quien los reyes y los sabios murieron deseando conocer. San José es el carpintero humilde y decidido que acepta el plan de Dios y como María también brinda un si generoso.
Ser padre de Jesús y esposo castísimo de la Virgen María son los principales títulos de la grandeza de san José, sin excluir otros, claro está, pero sólo a partir de estos se supone un caudal asombroso de gracias y santidad; directamente proporcionados a la excelsitud de su misión. En el hogar y taller de Nazaret San José es cabeza y guía de la Sagrada Familia, maestro de la vida interior, que nos enseña caminos concretos, modos humanos y divinos de acercarnos a Jesús, a tratar a Nuestro Dios a ser limpios; dignos de ser otros Cristos… Trabajador empeñado en su tarea, servidor fiel de Dios en relación continúa con Jesús, que experimento lo que es ser de Dios y estar plenamente entre los hombres, santificando el mundo. Con el homenaje de su veneración, los magos ofrecieron a Jesús oro, incienso y mirra; San José en cambio le había dado, por entero su corazón joven y enamorado. Coloca el dulce nombre de Jesús al Salvador y derrama lágrimas de dolor al perderle en el templo. Arriesga y sacrifica todo, por estar junto a Jesús y a María, salvando la vida del Niño al huir a Egipto, para terminar luego de toda una vida a su lado muriendo tranquilo en sus brazos.
“Ite ad Joseph”, acudid a San José, como ha dicho la tradición cristiana con una frase tomada del Antiguo Testamento porque la devoción a San José no pueden faltar en ninguna alma cristiana. Pedir e imitar sus elevadas virtudes, solicitar su auxilio, implorar su patrocinio es prenda segura de bienaventuranza. La misma Iglesia nos brinda ejemplo, pues no ha querido transitar por el mundo moderno, sin antes confiarse a su cuidado, mandando colocar su nombre en el Canon de La Misa, y declarándole su solicito patrono universal. Que la devoción al Santo Patriarca esté presente en nuestra vida diaria de cristianos, particularmente durante el mes de Marzo y cada miércoles del año, día especialmente dedicado a su culto y honra. Y nunca olvidemos invocarle en toda necesidad, pero sobre todo a favor de los agonizantes y moribundos de quien es especial protector. En las apariciones de Fátima bien que se nos presenta con el Niño Jesús en brazos bendiciendo al mundo, prueba que desde la gloria no olvida a la débil humanidad caída de quien un día formo parte y es padre solicito, dispuesto siempre a mediar por ella.
En la vida del Santo Patriarca, tenemos los cristianos, el modelo perfecto de la vida interior. Modestia, recogimiento, pureza de corazón, sencillez y rectitud de intención, solo serian las primeras joyas de su diadema. No escatimaba San Pedro Crisólogo al decir: "San José fue un hombre perfecto, que poseyó todo género de virtudes" En efecto, San José es ejemplo especial para los solteros, por su castidad; para los casados, como padre de la Sagrada Familia; para los religiosos por su entrega a Jesús y María; para los sacerdotes por su respeto al tratar a Cristo; para los trabajadores, pues fue siempre un trabajador ejemplar, para los seminaristas; al ser el educador de Cristo y por las controvertidas decisiones que tuvo que tomar antes de aceptar la decisión de recibir a María como esposa y ser padre custodio de Jesús. Además es el patrono de la buena muerte, ya que murió en los brazos de Jesús y María y de la Iglesia Universal, pues el hogar de Nazaret fue en verdad Iglesia domestica.
Una Voce Cuba, conocedora de su valimiento y especial poder ante Nuestro Señor, atestiguado en los milagros por su medio alcanzados y avalados por el testimonio de innumerables santos, le profesa singular devoción y acogiéndose también ella a su intercesión, le toma y elige por patrono. ¡San José, ayúdanos a hacer y a enseñar como Cristo, los caminos divinos –ocultos y luminosos- diciendo a los hombres que pueden tener de continuo aquí en la tierra una eficacia espiritual extraordinaria. Se tú mismo nuestro camino, porque tu conoces la senda y el atajo cierto, que llevan por tu amor al amor de Jesucristo!
Pidamos al glorioso San José, la gracia de imitarle en su vida santa, al tiempo que nos socorra con su valimiento y auxilio. "Querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso Santo, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud; porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan. Paréceme ha algunos años que cada año en su día le pido una cosa, y siempre la veo cumplida. Si va algo torcida la petición, él la endereza para más bien mío." Santa Teresa de Ávila.
José, Santo
Esposo de la Virgen María, Marzo 19
José, Santo
Esposo de la Virgen María
Martirologio Romano: Solemnidad de san José, esposo de la bienaventurada Virgen María, varón justo, nacido de la estirpe de David, que hizo las veces de padre al Hijo de Dios, Cristo Jesús, el cual quiso ser llamado hijo de José y le estuvo sujeto como un hijo a su padre. La Iglesia lo venera con especial honor como patrón, a quien el Señor constituyó sobre su familia. Etimológicamente; José = Aquel al que Dios ayuda, es de origen hebreo.
DATOS BIOGRÁFICOS DE SAN JOSE
Las fuentes biográficas que se refieren a san José son, exclusivamente, los pocos pasajes de los Evangelios de Mateo y de Lucas. Los evangelios apócrifos no nos sirven, porque no son sino leyendas. “José, hijo de David”, así lo llama el ángel. El hecho sobresaliente de la vida de este hombre “justo” es el matrimonio con María. La tradición popular imagina a san José en competencia con otros jóvenes aspirantes a la mano de María. La elección cayó sobre él porque, siempre según la tradición, el bastón que tenía floreció prodigiosamente, mientras el de los otros quedó seco. La simpática leyenda tiene un significado místico: del tronco ya seco del Antiguo Testamento refloreció la gracia ante el nuevo sol de la redención.
El matrimonio de José con María fue un verdadero matrimonio, aunque virginal. Poco después del compromiso, José se percató de la maternidad de María y, aunque no dudaba de su integridad, pensó “repudiarla en secreto”. Siendo “hombre justo”, añade el Evangelio -el adjetivo usado en esta dramática situación es como el relámpago deslumbrador que ilumina toda la figura del santo-, no quiso admitir sospechas, pero tampoco avalar con su presencia un hecho inexplicable. La palabra del ángel aclara el angustioso dilema. Así él “tomó consigo a su esposa” y con ella fue a
Belén para el censo, y allí el Verbo eterno apareció en este mundo, acogido por el homenaje de los humildes pastores y de los sabios y ricos magos; pero también por la hostilidad de Herodes, que obligó a la Sagrada Familia a huir a Egipto. Después regresaron a la tranquilidad de Nazaret, hasta los doce años, cuando hubo el paréntesis de la pérdida y hallazgo de Jesús en el templo.
Después de este episodio, el Evangelio parece despedirse de José con una sugestiva imagen de la Sagrada Familia: Jesús obedecía a María y a José y crecía bajo su mirada “en sabiduría, en estatura y en gracia”. San José vivió en humildad el extraordinario privilegio de ser el padre putativo de Jesús, y probablemente murió antes del comienzo de la vida pública del Redentor.
Su imagen permaneció en la sombra aun después de la muerte. Su culto, en efecto, comenzó sólo durante el siglo IX. En 1621 Gregorio V declaró el 19 de marzo fiesta de precepto (celebración que se mantuvo hasta la reforma litúrgica del Vaticano II) y Pío IX proclamó a san José Patrono de la Iglesia universal. El último homenaje se lo tributó Juan XXIII, que introdujo su nombre en el canon de la misa.
Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado.
Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz.
De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.
Pedro dijo a Jesús: "Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías".
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: "Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo".
Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor.
Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: "Levántense, no tengan miedo".
Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo.
Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: "No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos".
Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio.
Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre.
Y el tentador, acercándose, le dijo: "Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes".
Jesús le respondió: "Está escrito: El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios".
Luego el demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del Templo, diciéndole: "Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra".
Jesús le respondió: "También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios".
El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor,
y le dijo: "Te daré todo esto, si te postras para adorarme".
Jesús le respondió: "Retírate, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto".
Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo.
Comenzamos hoy el tiempo litúrgico de la Cuaresma con el sugerente rito de la imposición de las cenizas, a través del cual queremos asumir el compromiso de convertir nuestro corazón hacia los horizontes de Gracia. En general, en la opinión común, este tiempo corre el riesgo de ser connotado por la tristeza, por la oscuridad de la vida. En cambio, es un don precioso de Dios, es un tiempo fuerte y denso de significados en el camino de la Iglesia, es el itinerario hacia la Pascua del Señor. Las lecturas bíblicas de la celebración de hoy nos ofrecen indicaciones para vivir en plenitud esta experiencia espiritual.
“Volved a mí de todo corazón (Jl 2,12). En la primera lectura, tomada del libro del profeta Joel, hemos escuchado estas palabras con las que Dios invita al pueblo judío a un arrepentimiento sincero y no aparente. No se trata de un a conversión superficial y transitoria, sino más bien de un itinerario espiritual que tiene que ver profundamente con las actitudes de la conciencia y que supone un sincero propósito de arrepentimiento. El profeta parte de la plaga de la invasión de las langostas que se había abatido sobre el pueblo destruyendo las cosechas, para invitar a una penitencia interior, a rasgarse el corazón y no las vestiduras (cfr 2,13). Se trata, por tanto, de poner en práctica una actitud de conversión auténtica a Dios – volver a Él –, reconociendo su santidad, su poder, su majestad. Y esta conversión es posible porque Dios es rico en misericordia y grande en el amor. La suya es una misericordia regeneradora, que crea en nosotros un corazón puro, renueva en el interior un espíritu firme, restituyéndonos la alegría de la salvación (cfr Sal 50,14). Dios, de hecho, no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (cfr Ez 33,11). Así el profeta Joel ordena, en nombre del Señor que se cree un ambiente penitencial propicio: es necesario sonar la trompeta, convocar la reunión, despertar las conciencias. El periodo cuaresmal nos propone este ámbito litúrgico y penitencial: un camino de cuarenta días donde experimentar de modo eficaz el amor misericordioso de Dios. Hoy resuena para nosotros la llamada “Volved a mi con todo el corazón”; hoy somos nosotros los llamados a convertir nuestro corazón a Dios, conscientes siempre de no poder llevar a cabo nuestra conversión nosotros solos, con nuestras fuerzas, porque es Dios quien nos convierte. Él nos ofrece una vez más su perdón, invitándonos a volver a Él para darnos un corazón nuevo, purificado del mal que lo oprime, para hacernos tomar parte en su alegría. Nuestro mundo necesita ser convertido por Dios, necesita de su perdón, de su amor, necesita un corazón nuevo.
“Dejaos reconciliar con Dios” (2Cor 5,20). En la segunda lectura, san Pablo nos ofrece otro elemento en el camino de la conversión. El Apóstol invita a quitar la mirada de él y a dirigir en cambio la atención hacia quien le ha enviado y hacia el contenido del mensaje que trae: “Nosotros somos, por tanto, embajadores de Cristo, y es Dios el que exhorta a los hombres por medio nuestro. Por eso, os suplicamos en nombre de Cristo: Dejaos reconciliar con Dios” (ibid.). Un embajador repite lo que ha oído pronunciar a su Señor y habla con la autoridad y dentro de los límites que ha recibido. Quien desempeña el oficio de embajador no debe atraer el interés sobre sí mismo, sino que debe ponerse al servicio del mensaje que tiene que transmitir y de quien le ha mandado. Así actúa san Pablo al desempeñar su ministerio de predicador de la Palabra de Dios y de Apóstol de Jesucristo. Él no se echa atrás frente a la tarea recibida, sino que la lleva a cabo con dedicación total, invitando a abrirnos a la Gracia, a dejar que Dios nos convierta: “Y porque somos sus colaboradores – escribe –, os exhortamos a no recibir en vano la gracia de Dios” (2Cor 6,1). “Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión – nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica – sigue resonando en la vida de los cristianos. [...]es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que 'recibe en su propio seno a los pecadores' y que siendo 'santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante,busca sin cesar la penitencia y la renovación' (LG 8). Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del 'corazón contrito' (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (cf Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (cf 1 Jn 4,10)” (n. 1428). San Pablo habla a los cristianos de Corinto, pero a través de ellos pretende dirigirse a todos los hombres. Todos de hecho tienen necesidad de la gracia de Dios, que ilumine la mente y el corazón. Y el Apóstol añade: “Este es el tiempo favorable, este es el día de la salvación” (2Cor 6,2). Todos pueden abrirse a la acción de Dios, a su amor; con nuestro testimonio evangélico, los cristianos debemos ser un mensaje viviente, al contrario, en muchos casos somos el único Evangelio que los hombres de hoy leen aún. Esta es nuestra responsabilidad, tras las huellas de san Pablo, he ahí un motivo más para vivir bien la Cuaresma: ofrecer el testimonio de la fe vivida a un mundo en dificultad que necesita volver a Dios, que tiene necesidad de conversión.
“Tened cuidado de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos” (Mt 6,1). Jesús, en el Evangelio de hoy, relee las tres obras fundamentales de piedad previstas por la ley mosaica. La limosna, la oración y el ayuno caracterizan al judío observante de la ley. Con el paso del tiempo, estas prescripciones habían sido manchadas por la herrumbre del formalismo exterior, o incluso se habían transformado en un signo de superioridad. Jesús pone en evidencia en estas tres obras de piedad una tentación común. Cuando se realiza algo bueno, casi instintivamente nace el deseo de ser estimados y admirados por la buena acción, de tener una satisfacción. Y esto, por una parte nos cierra en nosotros mismos, y por la otra nos saca de nosotros mismos, porque vivimos proyectados hacia lo que los demás piensan de nosotros y admiran en nosotros. Al volver a proponer estas prescripciones, el Señor Jesús no pide un respeto formal a una ley extraña al hombre, impuesta por un legislador severo como una carga pesada, sino que nos invita a redescubrir estas tres obras de piedad viviéndolas de modo más profundo, no por amor propio sino por amor de Dios, como medios en el camino de conversión a Él. Limosna, oración y ayuno: es el trazado de la pedagogía divina que nos acompaña, no solo en Cuaresma, hacia el encuentro con el Señor Resucitado; un trazado que recorrer sin ostentación, en la certeza de que el Padre celeste sabe leer y ver también en el secreto de nuestro corazón.
Queridos hermanos y hermanas, comencemos confiados y gozosos este itinerario cuaresmal. Cuarenta días nos separan de la Pascua; este tiempo “fuerte” del año litúrgico es un tiempo propicio para atender, con mayor empeño, a nuestra conversión, para intensificar la escucha de la Palabra de Dios, la oración y la penitencia, abriendo el corazón a la dócil acogida de la voluntad divina, para una práctica más generosa de la mortificación, gracias a la cual ir más ampliamente en ayuda del prójimo necesitado: un itinerario espiritual que nos prepara a revivir el Misterio Pascual.
Que María, nuestra guía en el camino cuaresmal, nos conduzca a un conocimiento cada vez más profundo de Cristo, muerto y resucitado, nos ayude en el combate espiritual contra el pecado, nos sostenga al invocar con fuerza: Converte nos, Deus salutaris noster – Conviértenos a Ti, oh Dios, nuestra salvación”. ¡Amen!
Homilía del Papa en la Misa del Miércoles de Ceniza en la Basílica romana de Santa Sabina
jueves, 10 de marzo de 2011
Benedicto XVI: El recorrido bautismal de la Cuaresma
Hoy en la Audiencia General
Queridos hermanos y hermanas,
Hoy, marcados por el austero símbolo de las Cenizas, entramos en el Tiempo de Cuaresma, iniciando un itinerario espiritual que nos prepara a celebrar dignamente los misterios pascuales. La ceniza bendecida impuesta sobre nuestra cabeza es un signo que nos recuerda nuestra condición de criaturas, nos invita a la penitencia y a intensificar el empeño de conversión para seguir cada vez más al Señor.
La Cuaresma es un camino, es acompañar a Jesús que sube a Jerusalén, lugar del cumplimiento de su misterio de pasión, muerte y resurrección; nos recuerda que la vida cristiana es un “camino” que recorrer, que consiste no tanto en una ley que observar, sino la persona misma de Cristo, a la que hay que encontrar, acoger, seguir. Jesús, de hecho, nos dice: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga" (Lc 9,23). Es decir, nos dice que para llegar con Él a la luz y a la alegría de la resurrección, a la victoria de la vida, del amor, del bien. También nosotros debemos tomar la cruz de cada día, como nos exhorta una bella página de la Imitación de Cristo: "Carga con tu cruz y sigue a Jesús; así irás hacia la vida eterna. Él fue delante, llevando su propia cruz y murió por ti en la cruz para que tú lleves tu propia cruz y estés dispuesto a morir en ella. Porque si mueres con Él con Él igualmente vivirás. Y si eres su socio en la pena también lo serás en el triunfo” (L. 2, c. 12, n. 2). En la Santa Misa del Primer Domingo de Cuaresma rezaremos: Oh Dios nuestro Padre, con la celebración de esta Cuaresma, signo sacramental de nuestra conversión, concede a tus fieles crecer en el conocimiento del misterio de Cristo y de dar testimonio de él con una digna conducta de vida” (Colecta). Es una invoación que dirigimos a Dios porque sabemos que sólo Él puede convertir nuestro corazón. Y es sobre todo en la Liturgia, en la participación en los santos misterios, donde somos llevados a recorrer este camino con el Señor; es un ponernos a la escuela de Jesús, recorrer los acontecimientos que nos han traido la salvación, pero no como una simple conmemoración, un recuerdo de hechos pasados. En las acciones litúrgicas, Cristo se hace presente a través de la obra del Espíritu Santo, esos acontecimientos salvíficos se vuelven actuales. Hay una palabra-clave a la que se recurre a menudo en la Liturgia para indicar esto: la palabra “hoy”; y esta debe entenderse en el sentido original, no metafórico. Hoy Dios revela su ley y nos da a elegir hoy entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte (cfr Dt 30,19); hoy "el Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15);hoy Cristo ha muerto en el Calvario y ha resucitado de entre los muertos; ha subido al cielo y se ha sentado a la derecha del Padre; hoy se nos da el Espíritu Santo; hoy es el tiempo favorable. Participar en la Liturgia significa entonces sumergir la propia vida en el misterio de Cristo, en su presencia permanente, recorrer un camino en el que entramos en su muerte y resurrección para tener la vida.
En los domingos de Cuaresma, de forma muy particular en este año litúrgico del ciclo A, somos introducidos a vivir un itinerario bautismal, casi a recorrer el camino de los catecúmenos, de quellos que se preparan a recibir el Bautosmo, para reavivar en nosotros este don y para hacer de modo que nuestra vida recupere las exigencias y los compromisos de este Sacramento, que está en la base de nuestra vida cristiana. En el mensaje que he enviado para esta Cuaresma, que querido recordar el nexo particular que liga el Tiempo cuaresmal al Bautismo. Desde siempre la Iglesia asocia la Vigilia Pascual a la celebración del Bautismo, paso a paso: en él se realiza ese gran misterio por el que el hombre, muerto al pecado, es hecho partícipe de la vida nueva en Cristo Resucitado y recibe el Espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos (cfr Rm 8,11). Las Lecturas que escucharemos en los próximos domingos y a las que os invito a prestar especial atención, se toman precisamente de la tradición antigua, que acompañaba al catecúmeno en el descubrimiento del Bautismo: son el gran anuncio de lo que Dios obra en este Sacramento, una estupenda catequesis bautismal dirigida a cada uno de nosotros. El Primer Domingo, llamado Domingo de la tentación, porque presenta las tentaciones de Jesús en el desierto, nos invita a renovar nuestra decisión definitiva por Dios y a afrontar con valor la lucha que nos espera para permanecerle fieles. Siempre está de nuevo esta necesidad de la decisión, de resistir al mal, de seguir a Jesús. En este Domingo la Iglesia, tras haber oído el testimonio de los padrinos y catequistas, celebra la elección de aquellos que son admitidos a los Sacramentos Pascuales. El Segundo Domingo es llamado de Abraham y de la Transfiguración. El Bautismo es el sacramento de la fe y de la filiación divina; como Abraham, padre de los creyentes, también nosotros somos invitados a partir, a salir de nuestra tierra, a dejar las seguridades que nos hemos construido, para volver a poner nuestra confianza en Dios; la meta se entrevé en la transfiguración de Cristo, el Hijo amado, en el que también nosotros nos convertimos en “hijos de Dios”. En los domingos sucesivos se presenta el Bautismo en las imágenes del agua, de la luz y de la vida. El Tercer Domingo nos hace encontrar a la Samaritana (cfr Jn 4,5-42). Como Israel en el Éxodo, también nosotros en el Bautismo hemos recibido el agua que salva; Jesús, como dice a la Samaritana, tiene un agua de vida, que extingue toda sed; y este agua es su mismo Espíritu. La Iglesia en este Domingo celebra el primer escrutinio de los catecúmenos y durante la semana les entrega el Símbolo: la Profesión de la fe, el Credo. El Cuarto Domingo nos hace reflexionar sobre la experiencia del “ciego de nacimiento" (cfr Jn 9,1-41). En el Bautismo somos liberados de las tinieblas del mal y recibimos la luz de Cristo para vivir como hijos de la luz. También nosotros debemos aprender a ver la presencia de Dios en el rostro de Cristo y así la luz. En el camino de los catecúmenos se celebra el segundo escrutinio. Finalmente, el Quinto Domingo nos presenta la resurrección de Lázaro (cfr Jn 11,1-45). En el Bautismo hemos pasado de la muerte a la vida y somos hechos capaces de gustar a Dios, de hacer morir el hombre viejo para vivir del Espíritu del Resucitado. Para los catecúmenos, se celebra el tercer escrutinio y durante la semana se les entrega la oración del Señor, el Padrenuestro.
Este itinerario cuaresmal que somos invitados a recorrer en Cuaresma se caracteriza, en la tradición de la Iglesia, por algunas prácticas: el ayuno, la limosna y la oración. El ayuno significa la abstinencia de la comida pero comprende otras formas de privación en aras de una vida más sobria. Todo esto no constituye todavía la realidad plena del ayuno: es el signo externo de una realidad interior, de nuestro compromiso, con la ayuda de Dios, de abstenernos del mal y de vivir el Evangelio. No ayuna de verdad quien no sabe nutrirse de la Palabra de Dios.
El ayuno, en la tradición cristiana, está ligado estrechamente a la limosna. San León Magno enseñaba en uno de sus discursos sobre la Cuaresma: “Cuanto todo cristiano hace siempre, tiene ahora que practicarlo con mayor dedicación y devoción, para cumplir la norma apostólica del ayuno cuaresmal consistente en la abstinencia no sólo de la comida, sino que sobre todo abstinencia de los pecados. A este obligado y santo ayuno, no se le puede añadir obra más útil que la limosna, la que bajo el nombre único de 'misericordia' comprende muchas obras buenas. Inmenso es el campo de las obras de misericordia. No sólo los ricos y pudientes pueden beneficiar a otros con la limosna, también los de modesta o pobre condición. De esta manera, aunque desiguales en los bienes, todos pueden ser iguales en los sentimientos de piedad del alma” (Discurso 6 sobre la Cuaresma, 2: PL 54, 286). San Gregorio Magno recordaba en su Regla Pastoral, que el ayuno es santo por las virtudes que lo acompañan, sobre todo por la caridad, por cada gesto de generosidad que da a los pobres y necesitados el fruto de nuestra privación (cfr 19,10-11).
La Cuaresma, además, es un tiempo privilegiado para la oración. San Agustín dice que el ayuno y la limosna son “las dos alas de la oración”, que le permiten alcanzar mayor impulso y llegar a Dios. Este afirma: “De tal modo nuestra oración, hecha con humildad y caridad, en el ayuno y la limosna, en la templanza y el perdón de las ofensas, dando cosas buenas y no devolviendo las malas, alejándose del mal y haciendo el bien, busca la paz y la consigue. Con las alas de estas virtudes nuestra oración vuela segura y es llevada con más seguridad hasta el cielo, donde Cristo, nuestra paz, nos ha precedido” (Sermón 206, 3 sobre la Cuaresma: PL 38,1042). La Iglesia sabe que, por nuestra debilidad, es muy fatigoso hacer silencio para ponerse delante de Dios, y tomar conciencia de nuestra condición de criaturas que dependen de Él y de pecadores necesitados de su amor; por esto en Cuaresma, nos invita a una oración más fiel e intensa y a una meditación prolongada sobre la Palabra de Dios. San Juan Crisóstomo nos exhorta: “Embellece tu casa con modestia y humildad a través de la práctica de la oración . Vuelve espléndida tu casa con la luz de la justicia; adorna sus paredes con las obras buenas como si fuesen una pátina de oro puro y en lugar de muros y de piedras preciosas coloca la fe y la sobrenatural magnanimidad, poniendo sobre todas las cosas, en alto del frontón, la oración como decoración de todo el complejo. Así preparas al Señor una morada digna, así lo acoges en un espléndido palacio. Él te concederá transformar tu alma en templo de su presencia” (Homilía 6 sobre la Oración: PG64,466).
Queridos amigos, en este camino cuaresmal estemos atentos a acoger la invitación de Cristo a seguirlo de un modo más decidido y coherente, renovando la gracia y los compromisos de nuestro Bautismo, para abandonar el hombre viejo que está en nosotros y revestirnos de Cristo, para, renovados, alcanzar la Pascua y poder decir con san Pablo “no vivo yo, es Cristo que vive en mí” (Gal 2,20). ¡Buen camino cuaresmal a todos vosotros!¡Gracias!