Les hago esta propuesta: invoquemos cada día al Espíritu Santo.
Audiencia general miércoles 15 de mayo, papa Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy
me quiero centrar en la acción que el Espíritu Santo realiza en la guía de la
Iglesia y de cada uno de nosotros a la Verdad. Jesús mismo dice a sus
discípulos: el Espíritu Santo "les guiará en toda la verdad" (Jn.
16,13), siendo él mismo "el Espíritu de la Verdad" (cf. Jn 14,17;
15,26; 16,13).
Vivimos
en una época en la que se es más bien escéptico con respecto a la verdad.
Benedicto XVI ha hablado muchas veces de relativismo, es decir, la tendencia a
creer que no hay nada definitivo, y a pensar que la verdad está dada por el
consenso general o por lo que nosotros queremos. Surge la pregunta: ¿existe
realmente "la" verdad? ¿Qué es "la" verdad? ¿Podemos
conocerla? ¿Podemos encontrarla? Aquí me viene a la memoria la pregunta del
procurador romano Poncio Pilato cuando Jesús le revela el sentido profundo de
su misión: "¿Qué es la verdad?" (Jn. 18,37.38). Pilato no llega a
entender que "la" Verdad está frente a él, no es capaz de ver en
Jesús el rostro de la verdad, que es el rostro de Dios. Y sin embargo, Jesús es
esto: la Verdad, la cual, en la plenitud de los tiempos, "se hizo
carne" (Jn. 1,1.14), que vino entre nosotros para que la conociéramos. La
verdad no se aferra como una cosa, la verdad se encuentra. No es una posesión,
es un encuentro con una Persona.
Pero,
¿quién nos hace reconocer que Jesús es "la" Palabra de la verdad, el
Hijo unigénito de Dios Padre? San Pablo enseña que «nadie puede decir: “Jesús
es el Señor”, si no está impulsado por el Espíritu Santo» (1 Cor. 12,3). Es
solo el Espíritu Santo, el don de Cristo Resucitado, quien nos hace reconocer
la verdad. Jesús lo define el "Paráclito", que significa "el que
viene en nuestra ayuda", el que está a nuestro lado para sostenernos en
este camino de conocimiento; y, en la Última Cena, Jesús asegura a sus
discípulos que el Espíritu Santo les enseñará todas las cosas, recordándoles
sus palabras (cf. Jn. 14,26).
¿Cuál
es entonces la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas y en la vida de la
Iglesia para guiarnos a la verdad? En primer lugar, recuerda e imprime en los
corazones de los creyentes las palabras que Jesús dijo, y precisamente a través
de estas palabras, la ley de Dios --como lo habían anunciado los profetas del
Antiguo Testamento--, se inscribe en nuestros corazones y en nosotros se convierte
en un principio de valoración de las decisiones y de orientación de las
acciones cotidianas; se convierte en un principio de vida. Se realiza la gran
profecía de Ezequiel: "Los purificaré de todas sus impurezas y de todos
sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo…
infundiré mi espíritu en ustedes y les haré vivir según mis preceptos, y les
haré observar y poner en práctica mis leyes” (36, 25-27). Es un hecho que de lo
profundo de nosotros mismos nacen nuestras acciones: es el corazón el que debe
convertirse a Dios, y el Espíritu Santo lo transforma si nosotros nos abrimos a
Él.
El
Espíritu Santo, entonces, como promete Jesús, nos guía "en toda la
verdad" (Jn. 16,13); nos lleva no solo al encuentro con Jesús, plenitud de
la Verdad, sino que nos guía "en" la Verdad, es decir, nos hace
entrar en una comunión siempre más profunda con Jesús, dándonos la inteligencia
de las cosas de Dios. Y esta no la podemos alcanzar con nuestras fuerzas. Si
Dios no nos ilumina interiormente, nuestro ser cristianos será superficial. La
Tradición de la Iglesia afirma que el Espíritu de la verdad actúa en nuestros
corazones, suscitando aquel "sentido de la fe" (sensus fidei),
a través del cual, como afirma el Concilio Vaticano II, el Pueblo de Dios, bajo
la guía del Magisterio, indefectiblemente se adhiere a la fe transmitida, la
profundiza con un juicio recto y la aplica más plenamente en la vida (cf.
Constitución dogmática Lumen Gentium,
12). Probemos a preguntarnos: ¿estoy abierto a la acción del Espíritu Santo, le
pido para que me ilumine, y me haga más sensible a las cosas de Dios?
Esta
es una oración que tenemos que rezar todos los días: Espíritu Santo, haz que mi
corazón esté abierto a la Palabra de Dios, que mi corazón esté abierto al bien,
que mi corazón esté abierto a la belleza de Dios, todos los días. Me gustaría
hacerles una pregunta a todos ustedes: ¿Cuántos de ustedes rezan cada día al
Espíritu Santo, eh? ¡Serán pocos, eh! pocos, unos pocos, pero nosotros tenemos
que cumplir este deseo de Jesús y orar cada día al Espíritu Santo para que abra
nuestros corazones a Jesús.
Pensemos
en María que «conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón " (Lc.
2,19.51). La recepción de las palabras y las verdades de fe, para que se
conviertan en vida, se realiza y crece bajo la acción del Espíritu Santo. En
este sentido, debemos aprender de María, reviviendo su "sí", su total
disponibilidad para recibir al Hijo de Dios en su vida, que desde ese momento
la transformó. A través del Espíritu Santo, el Padre y el Hijo establecen su
morada en nosotros: nosotros vivimos en Dios y para Dios. ¿Pero nuestra vida
está verdaderamente animada por Dios? ¿Cuántas cosas interpongo antes que Dios?
Queridos
hermanos y hermanas, tenemos que dejarnos impregnar con la luz del Espíritu
Santo, para que Él nos introduzca en la Verdad de Dios, que es el único Señor
de nuestra vida. En este Año de la Fe, preguntémonos si en realidad hemos dado
algunos pasos para conocer mejor a Cristo y las verdades de la fe, con la lectura
y la meditación de las Escrituras, en el estudio del Catecismo, acercándonos
con asiduidad a los Sacramentos. Pero preguntémonos al mismo tiempo cuántos
pasos estamos dando para que la fe dirija toda nuestra existencia. No se es
cristiano "por momentos", solo algunas veces, en algunas
circunstancias, en algunas ocasiones. ¡No, no se puede ser cristiano así! ¡Se
es cristiano en todo momento! Totalmente.
La
verdad de Cristo, que el Espíritu Santo nos enseña y nos regala, forma parte
para siempre y totalmente de nuestra vida cotidiana. Invoquémosle con más
frecuencia, para que nos guíe en el camino de los discípulos de Cristo.
Invoquémosle todos los días. Les hago esta propuesta: invoquemos cada día al
Espíritu Santo. ¿Lo harán? No oigo, eh, ¡todos los días, eh! Y así el Espíritu
nos acercará a Jesucristo. Gracias.
VIGILIA DE PENTECOSTÉS CON LOS MOVIMENTOS DE LA IGLESIA
Ciudad del
Vaticano, 18 de mayo 2013 (VIS).-En el ámbito del Año de la Fe hoy y mañana se
dan cita en Roma los movimientos de las nuevas comunidades, asociaciones y
agregaciones laicas que reflexionan sobre el tema “Creo. Aumenta mi fe”. Más de
120.000 personas llenaban esta tarde la Plaza de San Pedro a la que el Papa ha
llegado a las 17,30 y donde, después de saludar a los peregrinos, ha dado
inicio a la Vigilia de Pentecostés.
Después del
saludo del arzobispo Rino Fisichella, Presidente del Pontificio Consejo para la
Nueva Evangelización, ha tenido lugar la entronización de la imagen de María
“Salus Populi Romani”, llevada en procesión al centro de la Plaza. Después de
una serie de lecturas, cantos y testimonios, el Papa Francisco ha respondido a
cuatro preguntas planteadas por representantes de los movimientos. Las
publicamos a continuación, junto con un resumen de las respuestas del Santo
Padre.
“¿Cómo ha
alcanzado en su vida la certeza de la fe y que camino nos indica para vender la
fragilidad de la fe?”, ha sido la primera pregunta.
R.- “He
tenido la gracia de crecer en una familia en que la fe se vivía de forma simple
y concreta... El primer anuncio en casa, con la familia. Y esto me hace pensar
en el amor de tantas madres y abuelas en la transmisión de la fe... No
encontramos la fe en lo abstracto; no. Es siempre una persona que predica, que
nos dice quien es Jesús, que nos transmite la fe y nos da el primer anuncio...
Pero hay un día muy importante: el 21 de septiembre de 1953, Tenía casi 17
años. Era el Día del Estudiante... Antes de ir a la fiesta pasé por la
parroquia y encontré un sacerdote que no conocía y sentí la necesidad de
confesarme,, Después de la confesión sentí que algo había cambiado. Yo no era
el mismo,,. Había sentido como una voz, una llamada; estaba convencido de que
tenía ser sacerdote. Esta experiencia de la fe es importante, Decimos que
tenemos que buscar a Dios, ir a pedirle perdón; pero cuando vamos ya nos está
esperando. El llega antes... Y esto te deja estupefacto,,, y así va creciendo
la fe. Con el encuentro con una persona, con el Señor... Respecto a la
fragilidad; el enemigo más fuerte es el miedo...No tengáis miedo... Somos
frágiles y lo sabemos... Pero El es más fuerte... Si vas con Él no hay
problema. Un niño es fragilísimo pero si está con su padre y su madre está
seguro... Con el Señor estamos seguros... La fe crece con el Señor, yendo de su
mano”.
La segunda
pregunta ha sido sobre el reto de la evangelización y qué debían hacer los
movimientos para poner en práctica la tarea a la que habían sido llamados.
R.- “Diré
solo tres palabras... La primera es Jesús... Si vamos adelante con la
organización, con otras cosas, incluso bellas, pero sin Jesús, no
funcionamos...Jesús es lo más importante... La segunda palabra es la oración.
Mirar el rostro de Dios pero sobre todo ... sentirse mirados... Y tercera el
testimonio... La comunicación de la fe se puede efectuar solo con el testimonio
y este es el amor. No con nuestras ideas, sino con el evangelio vivido en la
existencia propia... No hablar tanto, sino hablar con toda la vida... la
coherencia de vida... que es vivir el cristianismo como un encuentro con Jesús
que me lleva a los demás y no como un hecho social... Socialmente somos así...
somos cristianos, encerrados en nosotros.. ¡No , así, no! El testimonio es lo
que cuenta.”.
La tercera
pregunta ha sido cómo vivir una Iglesia pobre y para los pobres.
R.- “Antes
que nada, vivir el Evangelio es la primera aportación que podemos dar. La
Iglesia no es un movimiento político, ni una estructura bien organizada; no es
esto...La Iglesia es la sal de la tierra, es luz del mundo; está llamada a
hacer presente en la sociedad la levadura del Reino de Dios y lo hace en primer
lugar con su testimonio, el testimonio del amor fraterno, de la solidaridad...
Cuando se oye decir que la solidaridad no es un valor, sino una “actitud
primaria” que debe desaparecer,,,algo no funciona... Los momentos de crisis,
como el actual, no consisten sólo en una crisis económica o cultural, Se trata
de una crisis del ser humano,,.Lo que puede ser destruido es el ser humano...
Pero el hombre es imagen de Dios... En estos momentos de crisis no podemos
preocuparnos solo por nosotros mismos, encerrarnos en la soledad, en el
desaliento... Por favor, no os encerréis.. Es un peligro; nos encerramos en la
parroquia, con los amigos, en el movimiento, con los que piensan como
nosotros.. Pero ¿sabéis que pasa? Cuando la Iglesia se encierra, enferma... La
Iglesia debe salir de sí misma.. ¿Hacia dónde? Hacia las periferias
existenciales, cualesquiera que sean, pero salir... La fe es un encuentro con
Jesús y nosotros tenemos que hacer lo mismo que Jesús: encontrar a los demás...
Tenemos que salir a su encuentro y crear con nuestra fe una “cultura del
encuentro”... en la que podamos hablar también con los que no piensan como
nosotros... incluso con los que tienen otra fe... Todos tienen algo en común
con nosotros: son imágenes e hijos de Dios... Salir al encuentro sin negociar
nuestra pertenencia. Y hay otro punto importante: con los pobres... Si salimos
de nosotros mismos encontramos la pobreza.. Hoy pensar que tantos niños no
tienen qué comer no es noticia y esto es grave... No podemos quedarnos
tranquilos...No podemos ser cristianos almidonados, esos cristianos tan
educados, que discuten de teología mientras toman el te, tranquilamente... ¡No!
Tenemos que ser cristianos valientes e ir a buscar a aquellos que son la carne
de Cristo... La pobreza, para nosotros, los cristianos, no es una categoría
sociológica o filosófica o cultural; es una categoría teologal. Podría decir
que es la primera categoría, porque ese Dios, el Hijo de Dios, se rebajó, se
hizo pobre para recorrer con nosotros el camino. Esta es nuestra pobreza: la
pobreza de la carne de Cristo, la pobreza que nos trajo el Hijo de Dios con su
encarnación”.
La última
pregunta ha sido : “¿Cómo ayudar a nuestros hermanos si se puede hacer poco
para cambiar su contexto político-social?”.
R.- “Para
anunciar el Evangelio son necesarias dos virtudes: el valor y la paciencia. Los
cristianos que sufren están en la Iglesia de la paciencia. Sufren y hoy hay más
mártires que en los primeros siglos de la Iglesia... Hay que precisar que
muchos veces los conflictos no tienen un origen religioso; a menudo hay otras
causas, de tipo social o político y, desgraciadamente, la pertenencia religiosa
se utiliza como gasolina encima del fuego. Un cristiano debe saber responder al
mal con el bien, aunque a menudo sea difícil. Intentemos conseguir que estos
hermanos y hermanas nuestros sientan que estamos profundamente unidos a
ellos... que sabemos que son cristianos “entrados en la paciencia”. Cuando
Jesús va al encuentro de la Pasión entra en la paciencia... Ellos experimentan
el límite... entre la vida y la muerte. Y también para nosotros; esta
experiencia tiene que llevarnos a promover la libertad religiosa para todos.
Todo hombre y toda mujer deben ser libres en su propia confesión religiosa,
cualquiera que ésta sea, ¿Por qué? Porque ese hombre y esa mujer son hijos de
Dios”.
La Vigilia ha concluido con la profesión de fe, las invocaciones de oración y el canto del Regina Coeli.
En la
Iglesia, la armonía la hace el Espíritu Santo.
Homilía del
papa en la misa de Pentecostés. 19 de marzo
Queridos
hermanos y hermanas:
En este
día, contemplamos y revivimos en la liturgia la efusión del Espíritu Santo que
Cristo resucitado derramó sobre la Iglesia, un acontecimiento de gracia que ha
desbordado el cenáculo de Jerusalén para difundirse por todo el mundo.
Pero, ¿qué
sucedió en aquel día tan lejano a nosotros, y sin embargo, tan cercano, que
llega adentro de nuestro corazón? San Lucas nos da la respuesta en el texto de
los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado (2,1-11). El
evangelista nos lleva hasta Jerusalén, al piso superior de la casa donde están
reunidos los Apóstoles. El primer elemento que nos llama la atención es el
estruendo que de repente vino del cielo, «como de viento que sopla
fuertemente», y llenó toda la casa; luego, las «lenguas como llamaradas», que
se dividían y se posaban encima de cada uno de los Apóstoles. Estruendo y
lenguas de fuego son signos claros y concretos que tocan a los Apóstoles, no
sólo exteriormente, sino también en su interior: en su mente y en su corazón.
Como consecuencia, «se llenaron todos de Espíritu Santo», que desencadenó su
fuerza irresistible, con resultados llamativos: «Empezaron a hablar en otras
lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse». Asistimos, entonces, a una
situación totalmente sorprendente: una multitud se congrega y queda admirada
porque cada uno oye hablar a los Apóstoles en su propia lengua. Todos
experimentan algo nuevo, que nunca había sucedido: «Los oímos hablar en nuestra
lengua nativa». ¿Y de qué hablaban? «De las grandezas de Dios».
A la luz de
este texto de los Hechos de los Apóstoles, deseo reflexionar
sobre tres palabras relacionadas con la acción del Espíritu: novedad, armonía,
misión.
1. La novedad nos
da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si tenemos todo
bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos, planificamos
nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades, gustos. Y esto nos sucede
también con Dios. Con frecuencia lo seguimos, lo acogemos, pero hasta un cierto
punto; nos resulta difícil abandonarnos a Él con total confianza, dejando que
el Espíritu Santo anime, guíe nuestra vida, en todas las decisiones; tenemos
miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes
con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos a los suyos. Pero,
en toda la historia de la salvación, cuando Dios se revela, aparece su novedad
- Dios ofrece siempre novedad -, trasforma y pide confianza total en Él: Noé,
del que todos se ríen, construye un arca y se salva; Abrahán abandona su
tierra, aferrado únicamente a una promesa; Moisés se enfrenta al poder del
faraón y conduce al pueblo a la libertad; los Apóstoles, de temerosos y
encerrados en el cenáculo, salen con valentía para anunciar el Evangelio. No es
la novedad por la novedad, la búsqueda de lo nuevo para salir del aburrimiento,
como sucede con frecuencia en nuestro tiempo. La novedad que Dios trae a
nuestra vida es lo que verdaderamente nos realiza, lo que nos da la verdadera
alegría, la verdadera serenidad, porque Dios nos ama y siempre quiere nuestro
bien. Preguntémonos hoy: ¿Estamos abiertos a las “sorpresas de Dios”? ¿O nos
encerramos, con miedo, a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a
recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos
atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad de
respuesta? Nos hará bien hacernos estas preguntas durante toda la jornada.
2. Una
segunda idea: el Espíritu Santo, aparentemente, crea desorden en el Iglesia,
porque produce diversidad de carismas, de dones; sin embargo, bajo su acción,
todo esto es una gran riqueza, porque el Espíritu Santo es el Espíritu de
unidad, que no significa uniformidad, sino reconducir todo a la armonía. En
la Iglesia, la armonía la hace el Espíritu Santo. Un Padre de la Iglesia tiene
una expresión que me gusta mucho: el Espíritu Santo “ipse harmonia est”.
Él es precisamente la armonía. Sólo Él puede suscitar la diversidad, la
pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad. En cambio,
cuando somos nosotros los que pretendemos la diversidad y nos encerramos en
nuestros particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos la división; y
cuando somos nosotros los que queremos construir la unidad con nuestros planes
humanos, terminamos por imponer la uniformidad, la homologación. Si, por el
contrario, nos dejamos guiar por el Espíritu, la riqueza, la variedad, la
diversidad nunca provocan conflicto, porque Él nos impulsa a vivir la variedad
en la comunión de la Iglesia. Caminar juntos en la Iglesia, guiados por los
Pastores, que tienen un especial carisma y ministerio, es signo de la acción
del Espíritu Santo; la eclesialidad es una característica fundamental para los
cristianos, para cada comunidad, para todo movimiento. La Iglesia es quien me
trae a Cristo y me lleva a Cristo; los caminos paralelos son muy peligrosos.
Cuando nos aventuramos a ir más allá (proagon) de la doctrina y de la Comunidad
eclesial – dice el Apóstol Juan en la segunda lectura - y no permanecemos
en ellas, no estamos unidos al Dios de Jesucristo (cf. 2Jn 1,9).
Así, pues, preguntémonos: ¿Estoy abierto a la armonía del Espíritu Santo,
superando todo exclusivismo? ¿Me dejo guiar por Él viviendo en la Iglesia y con
la Iglesia?
3. El
último punto. Los teólogos antiguos decían: el alma es una especie de barca de
vela; el Espíritu Santo es el viento que sopla la vela para hacerla avanzar; la
fuerza y el ímpetu del viento son los dones del Espíritu. Sin su fuerza, sin su
gracia, no iríamos adelante. El Espíritu Santo nos introduce en el misterio del
Dios vivo, y nos salvaguarda del peligro de una Iglesia gnóstica y de una
Iglesia autorreferencial, cerrada en su recinto; nos impulsa a abrir las
puertas para salir, para anunciar y dar testimonio de la bondad del Evangelio,
para comunicar el gozo de la fe, del encuentro con Cristo. El Espíritu Santo es
el alma de la misión. Lo que sucedió en Jerusalén hace casi
dos mil años no es un hecho lejano, es algo que llega hasta nosotros, que cada
uno de nosotros podemos experimentar. El Pentecostés del cenáculo de Jerusalén
es el inicio, un inicio que se prolonga. El Espíritu Santo es el don por
excelencia de Cristo resucitado a sus Apóstoles, pero Él quiere que llegue a
todos. Jesús, como hemos escuchado en el Evangelio, dice: «Yo le pediré al
Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros» (Jn 14,16).
Es el Espíritu Paráclito, el «Consolador», que da el valor para recorrer los
caminos del mundo llevando el Evangelio. El Espíritu Santo nos muestra el
horizonte y nos impulsa a las periferias existenciales para anunciar la vida de
Jesucristo. Preguntémonos si tenemos la tendencia a cerrarnos en nosotros
mismos, en nuestro grupo, o si dejamos que el Espíritu Santo nos conduzca a la
misión.
Recordemos hoy estas tres palabras: novedad, armonía, misión.
La liturgia
de hoy es una gran oración, que la Iglesia con Jesús eleva al Padre, para que
renueve la efusión del Espíritu Santo. Que cada uno de nosotros, cada grupo,
cada movimiento, en la armonía de la Iglesia, se dirija al Padre para pedirle
este don. También hoy, como en su nacimiento, junto con María, la Iglesia
invoca: «Veni Sancte Spiritus! – Ven, Espíritu Santo, llena el corazón
de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor». Amén.
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