lunes, 20 de mayo de 2013

El papa Francisco nos habla del Espíritu Santo





Les hago esta propuesta: invoquemos cada día al Espíritu Santo.
Audiencia general miércoles 15 de mayo, papa Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy me quiero centrar en la acción que el Espíritu Santo realiza en la guía de la Iglesia y de cada uno de nosotros a la Verdad. Jesús mismo dice a sus discípulos: el Espíritu Santo "les guiará en toda la verdad" (Jn. 16,13), siendo él mismo "el Espíritu de la Verdad" (cf. Jn 14,17; 15,26; 16,13). 
Vivimos en una época en la que se es más bien escéptico con respecto a la verdad. Benedicto XVI ha hablado muchas veces de relativismo, es decir, la tendencia a creer que no hay nada definitivo, y a pensar que la verdad está dada por el consenso general o por lo que nosotros queremos. Surge la pregunta: ¿existe realmente "la" verdad? ¿Qué es "la" verdad? ¿Podemos conocerla? ¿Podemos encontrarla? Aquí me viene a la memoria la pregunta del procurador romano Poncio Pilato cuando Jesús le revela el sentido profundo de su misión: "¿Qué es la verdad?" (Jn. 18,37.38). Pilato no llega a entender que "la" Verdad está frente a él, no es capaz de ver en Jesús el rostro de la verdad, que es el rostro de Dios. Y sin embargo, Jesús es esto: la Verdad, la cual, en la plenitud de los tiempos, "se hizo carne" (Jn. 1,1.14), que vino entre nosotros para que la conociéramos. La verdad no se aferra como una cosa, la verdad se encuentra. No es una posesión, es un encuentro con una Persona.
Pero, ¿quién nos hace reconocer que Jesús es "la" Palabra de la verdad, el Hijo unigénito de Dios Padre? San Pablo enseña que «nadie puede decir: “Jesús es el Señor”, si no está impulsado por el Espíritu Santo» (1 Cor. 12,3). Es solo el Espíritu Santo, el don de Cristo Resucitado, quien nos hace reconocer la verdad. Jesús lo define el "Paráclito", que significa "el que viene en nuestra ayuda", el que está a nuestro lado para sostenernos en este camino de conocimiento; y, en la Última Cena, Jesús asegura a sus discípulos que el Espíritu Santo les enseñará todas las cosas, recordándoles sus palabras (cf. Jn. 14,26).
¿Cuál es entonces la acción del Espíritu Santo en nuestras vidas y en la vida de la Iglesia para guiarnos a la verdad? En primer lugar, recuerda e imprime en los corazones de los creyentes las palabras que Jesús dijo, y precisamente a través de estas palabras, la ley de Dios --como lo habían anunciado los profetas del Antiguo Testamento--, se inscribe en nuestros corazones y en nosotros se convierte en un principio de valoración de las decisiones y de orientación de las acciones cotidianas; se convierte en un principio de vida. Se realiza la gran profecía de Ezequiel: "Los purificaré de todas sus impurezas y de todos sus ídolos. Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo… infundiré mi espíritu en ustedes y les haré vivir según mis preceptos, y les haré observar y poner en práctica mis leyes” (36, 25-27). Es un hecho que de lo profundo de nosotros mismos nacen nuestras acciones: es el corazón el que debe convertirse a Dios, y el Espíritu Santo lo transforma si nosotros nos abrimos a Él.
El Espíritu Santo, entonces, como promete Jesús, nos guía "en toda la verdad" (Jn. 16,13); nos lleva no solo al encuentro con Jesús, plenitud de la Verdad, sino que nos guía "en" la Verdad, es decir, nos hace entrar en una comunión siempre más profunda con Jesús, dándonos la inteligencia de las cosas de Dios. Y esta no la podemos alcanzar con nuestras fuerzas. Si Dios no nos ilumina interiormente, nuestro ser cristianos será superficial. La Tradición de la Iglesia afirma que el Espíritu de la verdad actúa en nuestros corazones, suscitando aquel "sentido de la fe" (sensus fidei), a través del cual, como afirma el Concilio Vaticano II, el Pueblo de Dios, bajo la guía del Magisterio, indefectiblemente se adhiere a la fe transmitida, la profundiza con un juicio recto y la aplica más plenamente en la vida (cf. Constitución dogmática Lumen Gentium, 12). Probemos a preguntarnos: ¿estoy abierto a la acción del Espíritu Santo, le pido para que me ilumine, y me haga más sensible a las cosas de Dios?
Esta es una oración que tenemos que rezar todos los días: Espíritu Santo, haz que mi corazón esté abierto a la Palabra de Dios, que mi corazón esté abierto al bien, que mi corazón esté abierto a la belleza de Dios, todos los días. Me gustaría hacerles una pregunta a todos ustedes: ¿Cuántos de ustedes rezan cada día al Espíritu Santo, eh? ¡Serán pocos, eh! pocos, unos pocos, pero nosotros tenemos que cumplir este deseo de Jesús y orar cada día al Espíritu Santo para que abra nuestros corazones a Jesús.
Pensemos en María que «conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón " (Lc. 2,19.51). La recepción de las palabras y las verdades de fe, para que se conviertan en vida, se realiza y crece bajo la acción del Espíritu Santo. En este sentido, debemos aprender de María, reviviendo su "sí", su total disponibilidad para recibir al Hijo de Dios en su vida, que desde ese momento la transformó. A través del Espíritu Santo, el Padre y el Hijo establecen su morada en nosotros: nosotros vivimos en Dios y para Dios. ¿Pero nuestra vida está verdaderamente animada por Dios? ¿Cuántas cosas interpongo antes que Dios?
Queridos hermanos y hermanas, tenemos que dejarnos impregnar con la luz del Espíritu Santo, para que Él nos introduzca en la Verdad de Dios, que es el único Señor de nuestra vida. En este Año de la Fe, preguntémonos si en realidad hemos dado algunos pasos para conocer mejor a Cristo y las verdades de la fe, con la lectura y la meditación de las Escrituras, en el estudio del Catecismo, acercándonos con asiduidad a los Sacramentos. Pero preguntémonos al mismo tiempo cuántos pasos estamos dando para que la fe dirija toda nuestra existencia. No se es cristiano "por momentos", solo algunas veces, en algunas circunstancias, en algunas ocasiones. ¡No, no se puede ser cristiano así! ¡Se es cristiano en todo momento! Totalmente.
La verdad de Cristo, que el Espíritu Santo nos enseña y nos regala, forma parte para siempre y totalmente de nuestra vida cotidiana. Invoquémosle con más frecuencia, para que nos guíe en el camino de los discípulos de Cristo. Invoquémosle todos los días. Les hago esta propuesta: invoquemos cada día al Espíritu Santo. ¿Lo harán? No oigo, eh, ¡todos los días, eh! Y así el Espíritu nos acercará a Jesucristo. Gracias.







VIGILIA DE PENTECOSTÉS CON LOS MOVIMENTOS DE LA IGLESIA










Ciudad del Vaticano, 18 de mayo 2013 (VIS).-En el ámbito del Año de la Fe hoy y mañana se dan cita en Roma los movimientos de las nuevas comunidades, asociaciones y agregaciones laicas que reflexionan sobre el tema “Creo. Aumenta mi fe”. Más de 120.000 personas llenaban esta tarde la Plaza de San Pedro a la que el Papa ha llegado a las 17,30 y donde, después de saludar a los peregrinos, ha dado inicio a la Vigilia de Pentecostés.

Después del saludo del arzobispo Rino Fisichella, Presidente del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, ha tenido lugar la entronización de la imagen de María “Salus Populi Romani”, llevada en procesión al centro de la Plaza. Después de una serie de lecturas, cantos y testimonios, el Papa Francisco ha respondido a cuatro preguntas planteadas por representantes de los movimientos. Las publicamos a continuación, junto con un resumen de las respuestas del Santo Padre.

“¿Cómo ha alcanzado en su vida la certeza de la fe y que camino nos indica para vender la fragilidad de la fe?”, ha sido la primera pregunta.

R.- “He tenido la gracia de crecer en una familia en que la fe se vivía de forma simple y concreta... El primer anuncio en casa, con la familia. Y esto me hace pensar en el amor de tantas madres y abuelas en la transmisión de la fe... No encontramos la fe en lo abstracto; no. Es siempre una persona que predica, que nos dice quien es Jesús, que nos transmite la fe y nos da el primer anuncio... Pero hay un día muy importante: el 21 de septiembre de 1953, Tenía casi 17 años. Era el Día del Estudiante... Antes de ir a la fiesta pasé por la parroquia y encontré un sacerdote que no conocía y sentí la necesidad de confesarme,, Después de la confesión sentí que algo había cambiado. Yo no era el mismo,,. Había sentido como una voz, una llamada; estaba convencido de que tenía ser sacerdote. Esta experiencia de la fe es importante, Decimos que tenemos que buscar a Dios, ir a pedirle perdón; pero cuando vamos ya nos está esperando. El llega antes... Y esto te deja estupefacto,,, y así va creciendo la fe. Con el encuentro con una persona, con el Señor... Respecto a la fragilidad; el enemigo más fuerte es el miedo...No tengáis miedo... Somos frágiles y lo sabemos... Pero El es más fuerte... Si vas con Él no hay problema. Un niño es fragilísimo pero si está con su padre y su madre está seguro... Con el Señor estamos seguros... La fe crece con el Señor, yendo de su mano”.

La segunda pregunta ha sido sobre el reto de la evangelización y qué debían hacer los movimientos para poner en práctica la tarea a la que habían sido llamados.

R.- “Diré solo tres palabras... La primera es Jesús... Si vamos adelante con la organización, con otras cosas, incluso bellas, pero sin Jesús, no funcionamos...Jesús es lo más importante... La segunda palabra es la oración. Mirar el rostro de Dios pero sobre todo ... sentirse mirados... Y tercera el testimonio... La comunicación de la fe se puede efectuar solo con el testimonio y este es el amor. No con nuestras ideas, sino con el evangelio vivido en la existencia propia... No hablar tanto, sino hablar con toda la vida... la coherencia de vida... que es vivir el cristianismo como un encuentro con Jesús que me lleva a los demás y no como un hecho social... Socialmente somos así... somos cristianos, encerrados en nosotros.. ¡No , así, no! El testimonio es lo que cuenta.”.

La tercera pregunta ha sido cómo vivir una Iglesia pobre y para los pobres.

R.- “Antes que nada, vivir el Evangelio es la primera aportación que podemos dar. La Iglesia no es un movimiento político, ni una estructura bien organizada; no es esto...La Iglesia es la sal de la tierra, es luz del mundo; está llamada a hacer presente en la sociedad la levadura del Reino de Dios y lo hace en primer lugar con su testimonio, el testimonio del amor fraterno, de la solidaridad... Cuando se oye decir que la solidaridad no es un valor, sino una “actitud primaria” que debe desaparecer,,,algo no funciona... Los momentos de crisis, como el actual, no consisten sólo en una crisis económica o cultural, Se trata de una crisis del ser humano,,.Lo que puede ser destruido es el ser humano... Pero el hombre es imagen de Dios... En estos momentos de crisis no podemos preocuparnos solo por nosotros mismos, encerrarnos en la soledad, en el desaliento... Por favor, no os encerréis.. Es un peligro; nos encerramos en la parroquia, con los amigos, en el movimiento, con los que piensan como nosotros.. Pero ¿sabéis que pasa? Cuando la Iglesia se encierra, enferma... La Iglesia debe salir de sí misma.. ¿Hacia dónde? Hacia las periferias existenciales, cualesquiera que sean, pero salir... La fe es un encuentro con Jesús y nosotros tenemos que hacer lo mismo que Jesús: encontrar a los demás... Tenemos que salir a su encuentro y crear con nuestra fe una “cultura del encuentro”... en la que podamos hablar también con los que no piensan como nosotros... incluso con los que tienen otra fe... Todos tienen algo en común con nosotros: son imágenes e hijos de Dios... Salir al encuentro sin negociar nuestra pertenencia. Y hay otro punto importante: con los pobres... Si salimos de nosotros mismos encontramos la pobreza.. Hoy pensar que tantos niños no tienen qué comer no es noticia y esto es grave... No podemos quedarnos tranquilos...No podemos ser cristianos almidonados, esos cristianos tan educados, que discuten de teología mientras toman el te, tranquilamente... ¡No! Tenemos que ser cristianos valientes e ir a buscar a aquellos que son la carne de Cristo... La pobreza, para nosotros, los cristianos, no es una categoría sociológica o filosófica o cultural; es una categoría teologal. Podría decir que es la primera categoría, porque ese Dios, el Hijo de Dios, se rebajó, se hizo pobre para recorrer con nosotros el camino. Esta es nuestra pobreza: la pobreza de la carne de Cristo, la pobreza que nos trajo el Hijo de Dios con su encarnación”.

La última pregunta ha sido : “¿Cómo ayudar a nuestros hermanos si se puede hacer poco para cambiar su contexto político-social?”.

R.- “Para anunciar el Evangelio son necesarias dos virtudes: el valor y la paciencia. Los cristianos que sufren están en la Iglesia de la paciencia. Sufren y hoy hay más mártires que en los primeros siglos de la Iglesia... Hay que precisar que muchos veces los conflictos no tienen un origen religioso; a menudo hay otras causas, de tipo social o político y, desgraciadamente, la pertenencia religiosa se utiliza como gasolina encima del fuego. Un cristiano debe saber responder al mal con el bien, aunque a menudo sea difícil. Intentemos conseguir que estos hermanos y hermanas nuestros sientan que estamos profundamente unidos a ellos... que sabemos que son cristianos “entrados en la paciencia”. Cuando Jesús va al encuentro de la Pasión entra en la paciencia... Ellos experimentan el límite... entre la vida y la muerte. Y también para nosotros; esta experiencia tiene que llevarnos a promover la libertad religiosa para todos. Todo hombre y toda mujer deben ser libres en su propia confesión religiosa, cualquiera que ésta sea, ¿Por qué? Porque ese hombre y esa mujer son hijos de Dios”.

La Vigilia ha concluido con la profesión de fe, las invocaciones de oración y el canto del Regina Coeli.





En la Iglesia, la armonía la hace el Espíritu Santo.

Homilía del papa en la misa de Pentecostés. 19 de marzo
Queridos hermanos y hermanas:


En este día, contemplamos y revivimos en la liturgia la efusión del Espíritu Santo que Cristo resucitado derramó sobre la Iglesia, un acontecimiento de gracia que ha desbordado el cenáculo de Jerusalén para difundirse por todo el mundo.
Pero, ¿qué sucedió en aquel día tan lejano a nosotros, y sin embargo, tan cercano, que llega adentro de nuestro corazón? San Lucas nos da la respuesta en el texto de los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado (2,1-11). El evangelista nos lleva hasta Jerusalén, al piso superior de la casa donde están reunidos los Apóstoles. El primer elemento que nos llama la atención es el estruendo que de repente vino del cielo, «como de viento que sopla fuertemente», y llenó toda la casa; luego, las «lenguas como llamaradas», que se dividían y se posaban encima de cada uno de los Apóstoles. Estruendo y lenguas de fuego son signos claros y concretos que tocan a los Apóstoles, no sólo exteriormente, sino también en su interior: en su mente y en su corazón. Como consecuencia, «se llenaron todos de Espíritu Santo», que desencadenó su fuerza irresistible, con resultados llamativos: «Empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse». Asistimos, entonces, a una situación totalmente sorprendente: una multitud se congrega y queda admirada porque cada uno oye hablar a los Apóstoles en su propia lengua. Todos experimentan algo nuevo, que nunca había sucedido: «Los oímos hablar en nuestra lengua nativa». ¿Y de qué hablaban? «De las grandezas de Dios».

A la luz de este texto de los Hechos de los Apóstoles, deseo reflexionar sobre tres palabras relacionadas con la acción del Espíritu: novedad, armonía, misión.

1. La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos, planificamos nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades, gustos. Y esto nos sucede también con Dios. Con frecuencia lo seguimos, lo acogemos, pero hasta un cierto punto; nos resulta difícil abandonarnos a Él con total confianza, dejando que el Espíritu Santo anime, guíe nuestra vida, en todas las decisiones; tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos a los suyos. Pero, en toda la historia de la salvación, cuando Dios se revela, aparece su novedad - Dios ofrece siempre novedad -, trasforma y pide confianza total en Él: Noé, del que todos se ríen, construye un arca y se salva; Abrahán abandona su tierra, aferrado únicamente a una promesa; Moisés se enfrenta al poder del faraón y conduce al pueblo a la libertad; los Apóstoles, de temerosos y encerrados en el cenáculo, salen con valentía para anunciar el Evangelio. No es la novedad por la novedad, la búsqueda de lo nuevo para salir del aburrimiento, como sucede con frecuencia en nuestro tiempo. La novedad que Dios trae a nuestra vida es lo que verdaderamente nos realiza, lo que nos da la verdadera alegría, la verdadera serenidad, porque Dios nos ama y siempre quiere nuestro bien. Preguntémonos hoy: ¿Estamos abiertos a las “sorpresas de Dios”? ¿O nos encerramos, con miedo, a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad de respuesta? Nos hará bien hacernos estas preguntas durante toda la jornada.

2. Una segunda idea: el Espíritu Santo, aparentemente, crea desorden en el Iglesia, porque produce diversidad de carismas, de dones; sin embargo, bajo su acción, todo esto es una gran riqueza, porque el Espíritu Santo es el Espíritu de unidad, que no significa uniformidad, sino reconducir todo a la armonía. En la Iglesia, la armonía la hace el Espíritu Santo. Un Padre de la Iglesia tiene una expresión que me gusta mucho: el Espíritu Santo “ipse harmonia est”. Él es precisamente la armonía. Sólo Él puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad. En cambio, cuando somos nosotros los que pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos la división; y cuando somos nosotros los que queremos construir la unidad con nuestros planes humanos, terminamos por imponer la uniformidad, la homologación. Si, por el contrario, nos dejamos guiar por el Espíritu, la riqueza, la variedad, la diversidad nunca provocan conflicto, porque Él nos impulsa a vivir la variedad en la comunión de la Iglesia. Caminar juntos en la Iglesia, guiados por los Pastores, que tienen un especial carisma y ministerio, es signo de la acción del Espíritu Santo; la eclesialidad es una característica fundamental para los cristianos, para cada comunidad, para todo movimiento. La Iglesia es quien me trae a Cristo y me lleva a Cristo; los caminos paralelos son muy peligrosos. Cuando nos aventuramos a ir más allá (proagon) de la doctrina y de la Comunidad eclesial – dice el Apóstol Juan en la segunda lectura -  y no permanecemos en ellas, no estamos unidos al Dios de Jesucristo (cf. 2Jn 1,9). Así, pues, preguntémonos: ¿Estoy abierto a la armonía del Espíritu Santo, superando todo exclusivismo? ¿Me dejo guiar por Él viviendo en la Iglesia y con la Iglesia?

3. El último punto. Los teólogos antiguos decían: el alma es una especie de barca de vela; el Espíritu Santo es el viento que sopla la vela para hacerla avanzar; la fuerza y el ímpetu del viento son los dones del Espíritu. Sin su fuerza, sin su gracia, no iríamos adelante. El Espíritu Santo nos introduce en el misterio del Dios vivo, y nos salvaguarda del peligro de una Iglesia gnóstica y de una Iglesia autorreferencial, cerrada en su recinto; nos impulsa a abrir las puertas para salir, para anunciar y dar testimonio de la bondad del Evangelio, para comunicar el gozo de la fe, del encuentro con Cristo. El Espíritu Santo es el alma de la misión. Lo que sucedió en Jerusalén hace casi dos mil años no es un hecho lejano, es algo que llega hasta nosotros, que cada uno de nosotros podemos experimentar. El Pentecostés del cenáculo de Jerusalén es el inicio, un inicio que se prolonga. El Espíritu Santo es el don por excelencia de Cristo resucitado a sus Apóstoles, pero Él quiere que llegue a todos. Jesús, como hemos escuchado en el Evangelio, dice: «Yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros» (Jn 14,16). Es el Espíritu Paráclito, el «Consolador», que da el valor para recorrer los caminos del mundo llevando el Evangelio. El Espíritu Santo nos muestra el horizonte y nos impulsa a las periferias existenciales para anunciar la vida de Jesucristo. Preguntémonos si tenemos la tendencia a cerrarnos en nosotros mismos, en nuestro grupo, o si dejamos que el Espíritu Santo nos conduzca a la misión. 

Recordemos hoy estas tres palabras: novedad, armonía, misión.
La liturgia de hoy es una gran oración, que la Iglesia con Jesús eleva al Padre, para que renueve la efusión del Espíritu Santo. Que cada uno de nosotros, cada grupo, cada movimiento, en la armonía de la Iglesia, se dirija al Padre para pedirle este don. También hoy, como en su nacimiento, junto con María, la Iglesia invoca: «Veni Sancte Spiritus! – Ven, Espíritu Santo, llena el corazón de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor». Amén.
























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