Ciudad del
Vaticano, 10 abril 2013 (VIS).-El Santo Padre ha dedicado la catequesis de la
audiencia general de los miércoles al valor salvífico de la resurrección de
Jesús. Después de haber recorrido la Plaza de San Pedro en automóvil
descubierto y saludado a los miles de personas que aplaudían a su paso, el Papa
ha explicado que la fe cristiana “se basa en la muerte y resurrección de
Cristo, como una casa construida sobre los cimientos: si estos ceden, toda la
casa se derrumba. En la cruz, Jesús se ofrece a sí mismo ;tomando sobre sí
nuestros pecados y descendiendo en el abismo de la muerte y en la resurrección
los derrota, los elimina y abre el camino para renacer a una nueva vida”.
“Con la
resurrección de Jesús -ha proseguido- sucede algo absolutamente nuevo: somos
liberados de la esclavitud del pecado y nos convertimos en hijos de Dios, somos
engendrados a una nueva vida. ¿Cuando ocurre ésto? En el Sacramento del
Bautismo que en la antigüedad, se recibía normalmente por inmersión ... después
del cual los bautizados salían de la pila y se ponían la nueva vestidura
blanca, es decir nacían a una nueva vida, sumergiéndose en la muerte y
resurrección de Cristo. En la Carta a los Romanos San Pablo escribe: “Habéis
recibido el Espíritu que os hace hijos adoptivos, por medio del cual
exclamamos:" ¡Abba! Padre ". El
Espíritu que hemos recibido en el bautismo nos enseña, nos empuja a llamar a
Dios “Padre” o mejor. “Abbà” que significa “papá”. Así es nuestro Dios: es un papá para nosotros. Este es el
don más grande que recibimos del Misterio Pascual de Jesús. Dios nos trata como
hijos, nos comprende, nos perdona, nos abraza, nos ama aun cuando nos
equivocamos”.
Sin embargo,
esta relación filial con Dios “no es como un tesoro que escondemos en un rincón
de nuestras vidas: debe crecer, ser alimentada cada día con la escucha de su
Palabra la oración, la participación en los sacramentos, sobre todo la
Penitencia y la Eucaristía y la caridad. ¡Podemos vivir como hijos! Esta
es nuestra dignidad, tenemos dignidad de hijos. Comportémonos como
verdaderos hijos. Esto significa que cada día tenemos que dejar que Cristo nos
transforme ...significa tratar de vivir como cristianos, tratar de seguirle,
incluso si vemos nuestras limitaciones y nuestras debilidades. La tentación de
dejar de lado a Dios para ponernos a nosotros mismos en el centro nos acecha
siempre...Por eso tenemos que tener el valor de la fe y no dejarnos llevar por
la mentalidad de quien nos dice: "Dios no hace falta, no es importante
para ti." Al contrario, sólo comportándonos como hijos de Dios, sin
desanimarnos por las caídas, sintiendo que nos ama nuestra vida será nueva,
inspirada por la serenidad y la alegría. ¡Dios es nuestra fuerza! ¡Dios es
nuestra esperanza!
“Nosotros
somos los primeros que tienen que mantenerse firmes en esta esperanza y ser un
signo visible, claro y brillante para todos- ha subrayado el Obispo de Roma- El
Señor resucitado es la esperanza que no falla, que no defrauda . ¿Cuántas veces
en nuestra vida las esperanzas se desvanecen? ¿Cuántas veces las expectativas
de nuestros corazones no se hacen realidad? La esperanza de los cristianos es
fuerte, segura, arraigada en esta tierra, donde Dios nos ha llamado a caminar,
y está abierta a la eternidad, porque está fundada en Dios, que es siempre
fiel... Ser cristiano no se reduce a seguir unas órdenes: quiere decir estar en
Cristo, pensar, actuar y amar como Él, es dejar que él tome posesión de nuestra
vida y la cambie, la transforme, para liberarla de la oscuridad del mal y del
pecado”.
“A quien nos
pide dar cuenta de la esperanza que hay en nosotros, mostremósle a Cristo
Resucitado y hagámoslo con el anuncio de la Palabra, pero sobre todo con
nuestra vida de resucitados. Mostremos la alegría de ser hijos de Dios, que nos
da la libertad de vivir en Cristo, que es la verdadera libertad, la de la
esclavitud del mal, del pecado y de la muerte! Miremos a la patria celestial y
así tendremos una nueva luz y más fuerza en nuestras tareas y esfuerzos
diarios. Es un valioso servicio que tenemos que prestar a este mundo nuestro
que a menudo ya no es capaz de levantar la mirada hacia arriba, hacia Dios”.
Al final de
la audiencia el Papa ha bajado a la Plaza para saludar y abrazar a las personas
discapacitadas que asistían a la catequesis.
Fuente: visnews-es.blogspot.com
CATEQUESIS COMPLETA
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!:
En la
última Catequesis, nos hemos centrado en el acontecimiento de la Resurrección
de Jesús, en el que las mujeres tuvieron un rol particular. Hoy me gustaría
reflexionar sobre su significado salvífico. ¿Qué significa la Resurrección para
nuestra vida? ¿Y por qué sin ella es vana nuestra fe? Nuestra fe se basa en la
muerte y resurrección de Cristo, así como una casa construida sobre los
cimientos: si estos ceden, se derrumba toda la casa.
En la cruz,
Jesús se ofreció a sí mismo tomando sobre sí nuestros pecados y, descendiendo
al abismo de la muerte, es con la Resurrección que la vence, la pone a un lado
y nos abre el camino para renacer a una nueva vida. San Pedro lo expresa
brevemente al comienzo de su Primera carta, como hemos escuchado: "Bendito
sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien por su gran
misericordia, mediante la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos
ha reengendrado a una esperanza viva, a una herencia incorruptible,
inmaculada e inmarcesible" (1, 3-4).
El Apóstol
nos dice que con la resurrección de Jesús llega algo nuevo: somos liberados de
la esclavitud del pecado y nos volvemos hijos de Dios, somos engendrados por lo
tanto a una vida nueva. ¿Cuando se realiza esto para nosotros? En el Sacramento
del Bautismo. En la antigüedad, este se recibía normalmente por inmersión. El
que sería bautizado, bajaba a una bañera grande del Baptisterio, dejando sus
ropas, y el obispo o el presbítero le vertía por tres veces el agua sobre la
cabeza, bautizándolo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
A
continuación, el bautizado salía de la bañera y se ponía un vestido nuevo, que
era blanco: había nacido así a una vida nueva, sumergiéndose en la muerte y
resurrección de Cristo. Se había convertido en hijo de Dios. San Pablo en la
Carta a los Romanos dice: "Ustedes han recibido un espíritu de hijos
adoptivos, que nos hace exclamar:" ¡Abbá, Padre!" (Rm. 8,15).
Es el mismo
Espíritu que hemos recibido en el bautismo que nos enseña, nos impulsa a decir
a Dios: "Padre", o más bien, " Abbá", que significa
"padre". Así es nuestro Dios, es un padre para nosotros. El Espíritu
Santo suscita en nosotros esta nueva condición de hijos de Dios. Y esto es el
mejor regalo que recibimos del Misterio Pascual de Jesús. Es Dios que nos trata
como hijos, nos comprende, nos perdona, nos abraza, nos ama aún cuando
cometemos errores. Ya en el Antiguo Testamento, el profeta Isaías dice que
aunque una madre pueda olvidarse del hijo, Dios nunca nos olvida, en ningún
momento (cf. 49,15). ¡Y esto es hermoso!
Sin
embargo, esta relación filial con Dios no es como un tesoro que guardamos en un
rincón de nuestras vidas, sino que debe crecer, debe ser alimentado cada día
por la escucha de la Palabra de Dios, la oración, la participación en los
sacramentos, especialmente de la Penitencia y de la Eucaristía, y de la
caridad. ¡Podemos vivir como hijos!
Y esta es
nuestra dignidad --tenemos la dignidad de hijos. ¡Comportémonos como verdaderos
hijos! Esto significa que cada día debemos dejar que Cristo nos transforme y
nos haga semejantes a Él; significa tratar de vivir como cristianos, tratar de
seguirlo, a pesar de nuestras limitaciones y debilidades. La tentación de dejar
a Dios a un lado para ponernos al centro nosotros, siempre está a la puerta y
la experiencia del pecado daña nuestra vida cristiana, nuestra condición de
hijos de Dios.
Por eso
debemos tener la valentía de la fe y no dejarnos llevar por la mentalidad que
nos dice: "Dios no es necesario, no es importante para ti", y otras
cosas más. Es justamente lo contrario: solo comportándonos como hijos de Dios,
sin desanimarnos por nuestras caídas, por nuestros pecados, sentiéndonos amados
por Él, nuestra vida será nueva, inspirados en la serenidad y en la alegría.
¡Dios es nuestra fuerza! ¡Dios es nuestra esperanza!
Queridos
hermanos y hermanas, antes que nada debemos tener bien firme
esta esperanza, y debemos ser un signo visible, claro y brillante para todos.
El Señor resucitado es la esperanza que no falla, que no defrauda (cf. Rm.
5,5). La esperanza no defrauda. ¡Aquella del Señor! ¡Cuántas veces en nuestra
vida las esperanzas se desvanecen, cuántas veces las expectativas que llevamos
en nuestro corazón no se realizan! La esperanza de nosotros los cristianos es
fuerte, segura y sólida en esta tierra, donde Dios nos ha llamado a caminar, y
está abierta a la eternidad, porque está fundada en Dios, que es siempre fiel.
No hay que
olvidarlo: Dios es siempre fiel; Dios es siempre fiel a nosotros. Estar
resucitados con Cristo por el bautismo, con el don de la fe, para una herencia
que no se corrompe, nos lleva a buscar aún más las cosas de Dios, a pensar más
en Él, a rezarle más. Ser cristiano no se reduce a seguir órdenes, sino que
significa estar en Cristo, pensar como él, actuar como él, amar como Él; es
dejar que él tome posesión de nuestra vida y que la cambie, la transforme, la
libere de las tinieblas del mal y del pecado.
Queridos
hermanos y hermanas, a los que nos piden razones de la esperanza que está en
nosotros (cf. 1 P. 3,15), señalemos al Cristo Resucitado.
Señalémoslo con la proclamación de la Palabra, pero sobre todo con nuestra vida
de resucitados. ¡Mostremos la alegría de ser hijos de Dios, la libertad que nos
da al vivir en Cristo, que es la verdadera libertad, la que nos salva de la
esclavitud del mal, del pecado y de la muerte!
Miremos a
la Patria celeste, tendremos una nueva luz y fuerza aún en nuestras
obligaciones y en el esfuerzo cotidiano. Es un valioso servicio que le debemos
dar a nuestro mundo, que a menudo ya no puede mirar a lo alto, que no es capaz
de elevar la mirada hacia Dios.
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