La Eucaristía hace
presente constantemente a Cristo resucitado, que se sigue entregando a
nosotros, llamándonos a participar en la mesa de su Cuerpo y su Sangre. De la
comunión plena con él brota cada uno de los elementos de la vida de la Iglesia,
en primer lugar la comunión entre todos los fieles, el compromiso de anuncio y
de testimonio del Evangelio, y el ardor de la caridad hacia todos,
especialmente hacia los pobres y los pequeños.
Se lo pido de manera especial a los sacerdotes, en los que pienso en este momento con gran afecto. El sacerdocio ministerial nació en el Cenáculo, junto con la Eucaristía, como tantas veces subrayó mi venerado predecesor Juan Pablo II. "La existencia sacerdotal ha de tener, por un título especial, "forma eucarística"", escribió en su última Carta con ocasión del Jueves santo (n. 1). A este objetivo contribuye mucho, ante todo, la devota celebración diaria del sacrificio eucarístico, centro de la vida y de la misión de todo sacerdote.
(Papa emérito Benedicto XVIi, missa pro eclesial primer mensaje de su santidad
benedicto xvi al final de la concelebración eucarística con los cardenales
electores en la capilla Sixtina miércoles 20 de abril de 2005)
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