jueves, 5 de abril de 2012

Es preciso que los sacerdotes, con su vida y obras, se distingan por un vigoroso testimonio evangélico” Homilia Misa Crisma 2012 Santiago de Chile





"Nos presentamos en todo como Ministros de Dios"

Homilía del Arzobispo de Santiago, monseñor Ricardo Ezzati, en la Misa Crismal celebrada en la Catedral de Santiago el 5 de abril de 2012

Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio.

Estimados diáconos permanentes, consagrados, consagradas, seminaristas, laicos y laicas de la Iglesia de Santiago

1.- La concelebración eucarística de todo el Presbiterio, junto a su Obispo, viene a sellar, con la gracia, el poder y la fecundidad del Espíritu, el anhelo supremo de Jesús: “Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mi y yo en ti; que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.”(Jn 17,21). El encuentro fraterno de hoy, en el que, como presbiterio de la Arquidiócesis de Santiago, en comunión con todos los sacerdotes del mundo, celebramos el día de la Institución del Sacerdocio, nos llena de alegría y de esperanza. Nos encontramos en el corazón visible de la Santa Iglesia de Santiago, la Catedral Metropolitana. Aquí es donde, la inmensa mayoría de quienes concelebran, han recibido la sagrada ordenación presbiteral por la imposición de las manos del Obispo y la oración litúrgica de consagración. A ese día queremos volver con el corazón agradecido y lleno de asombro. ¡Cuántas esperanzas de nuestra Iglesia y de la patria entera se han fraguado en este lugar de gracia! Aquí, año tras año, hemos vuelto a escuchar la voz del Señor que nos dice: “Ya no los llamo siervos, sino amigos.”(Jn 15,15); hemos renovando las promesas sacerdotales; hemos consolidando la decisión de seguirlo y permanecer fieles a la llamada, consagrándole la vida, felices de compartirla con Él, en el anuncio del Evangelio del Reino, vocación y misión que sigue identificándonos y regalándonos plenitud de vida. 




 2.- También hoy, sin comprender del todo la inmensidad del misterio de amor que nos envuelve, reiteramos nuestro “fiat” a la vocación recibida y la decisión de conformar la existencia con la del Señor. Llamándonos “amigos”, él nos descubre los inmensos horizontes de su Corazón, Siervo, Pastor y Buen Samaritano de su pueblo, y nos introduce en la maternidad de la Iglesia, nacida de su cruz redentora. Nos invita a plasmar el corazón y nuestros propios horizontes humanos, con su corazón y sentimientos de Maestro y Señor que no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate de muchos. Nos invita a vivir en el asombro de la amistad y la misión: “Vengan conmigo y Yo haré de Ustedes pescadores de hombres” (Mc.1,17). “Ustedes son mis amigos…, no los llamo siervos…, a Ustedes los he llamado amigos… Yo los he elegido y los he destinado a que vayan y den fruto, un fruto que permanezca.”( Jn 15,14 ss.). Se trata de un asombro que nunca se agota, el asombro de “haber sido escogidos para el Evangelio de Dios.” (Rom.1,1), “investidos misteriosamente del ministerio de colaboradores de Dios.” (2ªCor 4,1).

3.- La celebración de hoy, Jueves Santo, se presenta como un “kairós” que no podemos ni debemos desperdiciar. Es una gracia que invita, en primer lugar, a no “perder de vista a Jesús, apóstol y sumo sacerdote de la fe que profesamos.” (Heb 3,1), a “permanecer en su amor.”(Jn15,9), fuente única de una vida sacerdotal hermosa y fecunda, ya que solo en comunión con Él, podremos ser, de verdad, pastores según su corazón.

Esta gracia no aparta nuestra mirada del pueblo que nos ha sido confiado. Para el pueblo somos sacramentos de Cristo, para el pueblo somos pastores.. “Un buen pastor, un pastor según el corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia, y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina”, recordaba el Santo Cura de Ars. Nuestra identidad es ser sacerdote de Cristo para la humanidad. “Ser de” (de Cristo) y “ser para” (para la humanidad), nos recuerda la fuente y meta del ideal de nuestra vida presbiteral.

4.- Con estas actitudes de fe, nos acercamos a la Palabra que el Señor nos ha dirigido. En ella queremos descubrir la luz que orienta nuestros pasos y la certeza que robustece nuestra esperanza, en este tiempo difícil.

“El Espíritu del Señor está sobre mi, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena Noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor, el día del desquite de nuestro Dios; para consolar a los afligidos, para cambiar su ceniza en corona, su traje de luto en perfume de fiesta, su abatimiento en cánticos”. 

“Hoy se cumple esta Escritura que acaban de escuchar” (Lc 4, 21) Las palabras del profeta Isaías que, en el Evangelio según San Lucas, Jesús dice cumplidas en Él, nos invitan a contemplar al Señor y, en Él, a contemplar la elección y la misión que nos ha sido confiada.




 5.- El Señor es fiel… Nos ilumina, la experiencia vivida por el apóstol Pedro narrada en el capítulo 21 del Evangelio según San Juan; una historia que tiene una sola explicación: la fidelidad de Dios que triunfa sobre la infidelidad del hombre. “El amor es más fuerte. Puede más, mucho más”. “El mal no tiene la última palabra de la historia. Dios es capaz de abrir nuevos espacios a una esperanza que no defrauda” 

¿Qué habrá pasado por el corazón de Pedro la noche que, en la casa de Anás y Caifás, experimentó el pecado y el peso de su infidelidad? …El llamado a ser pescador de hombres, los tres años de discipulado, la cercanía amorosa del Maestro, la promesa del primado, la experiencia de los milagros, la transfiguración y su decidido: “yo daré mi vida por ti”…, frente a la pregunta de la portera, en un momento, todo se derrumba. ¡ Cuán desestabilizadora y dolorosa habrá sido la vergüenza y la confusión de Pedro que, a pesar de haber llorado amargamente su pecado y haber sido testigo asombrado de los hechos pascuales, lo llevó considerar que era más propio para él, volver a su antigua profesión de pescador del lago de Galilea! Así lo decidió: “Voy a pescar”, y arrastra con él también a varios de sus compañeros: “también nosotros vamos contigo”... “Fueron, subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada”. No pescaron nada… ¡Pobre Pedro: ni buen discípulo, ni buen pescador!

¡Cómo habrá vivido, entonces, ese diálogo clarificador con el Señor resucitado?, un diálogo que lo transformó y lo devolvió al amor primero, al amor que había deslumbrado su vida: “Simón, hijo e Juan, ¿me amas más que éstos? ... ¿me amas? ... ¿ me quieres?”. Dicho de otra maneras, Pedro, ¿te fías de mi? ¿Te dejas amar por mi? ¿Crees que mi fidelidad supera infinitamente tu infidelidad? ¿Qué tiene más peso en tu vida: mi amor o la presunción de sentirte intachable?




 A Pedro le faltaba una experiencia fundamental para construir su propia fidelidad y ser guía de la fidelidad de las ovejas y corderos. Le faltaba experimentar la fidelidad del Señor, una fidelidad que nunca falla y que permite decir: “Señor, Tú lo sabes todo: tú sabes que te quiero”. Solo la inmensa fidelidad del Señor, permite la pequeña fidelidad de quienes han sido llamados a seguirlo. Para ser pastor, Pedro debía experimentar, en su propia carne, que “este tesoro lo llevaba en vasijas de barro, para que todos vieran que una fuerza tan extraordinaria procede de Dios y no de nosotros.”(2Cor 4,7); debía transformar en vida de su propia vida lo que había expresado con sus labios, cuando Jesús había manifestado que debían comer su carne y beber su sangre para alcanzar la vida eterna: “Señor, ¿dónde quien vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos que Tu eres el Santo de Dios”(Jn 6 68), y esa otra expresión de fe: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16).

Hoy, jueves santo, día de nuestro sacerdocio, volvamos, una y otra vez, a la fidelidad que Dios nos tiene. Desde nuestra pequeñez, renovemos el propósito de dejarnos amar por Él. “Dios que comenzó en ti esta obra buena, Él mismo la lleve a término”, nos dijo el Obispo el día de nuestra ordenación. 
No, “No hay motivos para rendirse al despotismo del mal.” (Benedicto XVI).

Aquí en esta misma Iglesia Catedral, hace 25 años, el Beato Juan Pablo II nos recordó las palabra de Pablo en la Primera Carta a los Corintios: “No hay entre vosotros muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles” (1 Cor. 1, 26). Ved, hermanos míos, el punto de partida que el apóstol quiere resaltar: la insuficiencia de nuestros recursos humanos, el escaso valor de nuestras facultades para la misión que Cristo ha confiado a los ministros de su Iglesia. Sin embargo, esta misma realidad –la clara conciencia de la indignidad personal- nos sitúa, con actitud evangélica, “más cerca” de la elección divina, y subraya ulteriormente la índole sobrenatural y gratuita de la llamada de que hemos sido objeto. Sí, amadísimos hermanos, Dios nos ha escogido no por nuestros méritos, sino en virtud de su misericordia” (Juan Pablo II, Catedral de Santiago, miércoles 1° de abril de 1987).

6.- Nosotros también queremos ser fieles… Si nos asombra que la aventura de fe del Apóstol Pedro esté tan marcada por la fidelidad de Dios, no nos deja de asombrar la experiencia espiritual de Pablo, marcada a fuego por su propia búsqueda de fidelidad a Cristo, que lo llamó. La fidelidad que Dios reserva para con sus elegidos, es también, un poderoso llamado y estímulo a nuestra propia fidelidad: fidelidad a Él y a la misión que Él nos ha confiado en su Iglesia. 





“En la actualidad, -recordaba Benedicto XVI- como en los tiempos difíciles del Cura de Ars, es preciso que los sacerdotes, con su vida y obras, se distingan por un vigoroso testimonio evangélico”. “Ya que somos colaboradores de Dios, los exhortamos a que no reciban en vano la gracia divina”, advierte San Pablo, invitándonos a esmerarnos en nuestra propia fidelidad. El día de nuestra ordenación presbiteral, frente a Dios y frente a la comunidad, hemos prometido solemnemente ser fieles al ministerio recibido, no simplemente en la actitud pasiva de quien cumple una ley, sino en la fidelidad activa y gozosa que nace del amor, que todo lo renueva.

¡Qué hermoso ejemplo de fidelidad nos presenta San Pablo de sí mismo, apóstol de Cristo! : “A nadie damos motivo alguno para que pueda desprestigiar el ministerio”. Nos admira su amor incondicional a Cristo y a su Iglesia; nos asombra su entrega misionera, audaz y hasta temeraria; nos estimula el testimonio de su donación, y nos conmueve su confesión de fidelidad: “nos comportamos como ministros de Dios con mucha constancia, sufriendo, pasando gran necesidad y angustias, soportando golpes, prisiones, revueltas, duros trabajos, noches sin dormir y días sin comer.” (Ib.). 

Estas conmovedoras notas autobiográficas de Pablo nos evocan su celo pastoral, su empuje e incansable trabajo, urgido solo por el amor de Cristo, única riqueza verdadera de su vida, riqueza frente al cual todo lo demás es como basura. Es cierto, el mismo lo confiesa, en muchas ocasiones, se sintió atribulado, perplejo y derribado, pero nunca aplastado, desesperado o aniquilado. En la primera Carta a los Corintios atestigua: “Hasta el presente, pasamos hambre, sed, desnudez. Somos abofeteados, y andamos errantes. Nos fatigamos trabajando con nuestras manos. Si nos insultan, bendecimos. Si nos persiguen, soportamos. Si nos difaman, respondemos con bondad. Hemos venido a ser, hasta ahora, como la basura y el desecho del mundo”(1 Cor 4,11-13). Sin embargo, quien lo conforta es Cristo Jesús, el Señor de la gloria.

En 2a Carta a los Corintios, el Apóstol indica también el camino que, junto a la gracia de Cristo, ha asegurado su fidelidad y asegurará también la nuestra: la “transparencia del corazón”, llamada también rectitud de intención, ese corazón limpio y recto que no se deja desviar por la adulación, el elogio o los aplausos, ni se deja condicionar por la crítica, las modas o las corrientes. Es el corazón limpio y libre que permite predicar la “palabra de la verdad y la fuerza de Dios; el conocimiento de las cosas de Dios y la consolación del Espíritu”. 

7.- Hoy, deseamos renovar el estupor y el agradecimiento por el don del ministerio recibo, y reiterar el propósito de una renovada fidelidad, fidelidad obtenida, de rodillas, frente al Señor. Gracias a Dios, no faltan ejemplos de sacerdotes santos, fieles a Jesús, a su ministerio eclesial y dedicados enteramente al servicio de los hermanos. Muy cerca de nosotros, la figura sacerdotal de San Alberto Hurtado nos estimula a ser contemplativos en la acción y a unir en un solo amor, al Señor y a los hermanos. Concluyo con una palabra esperanzadora del Papa Benedicto XVI: “A pesar del mal que hay en el mundo, conservan siempre su actualidad las palabras de Cristo a sus discípulos en el Cenáculo: ‘En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo’ (Jn 16,33). La fe en el Maestro Divino nos da la fuerza para mirar con confianza el futuro.

Los óleos que bendecimos y consagramos, sean para nosotros y para los fieles profecía de la del poder de Dios que siempre salva.

María Madre de Cristo Sacerdote y Reina de los Apóstoles nos tienda su mano.

Amén.


† Ricardo Ezzati A. sdb
Arzobispo de Santiago


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