sábado, 18 de agosto de 2012

ZENIT - Comprender cuál es la voluntad de Señor (Tiempo ordinario 20º, ciclo B)



En la primera lectura, tomada del libro de los Proverbios (9,1-6), vemos cómo la Sabiduría hace todo lo posible por atraer hacia sí a quienes no la conocen. Ella con mucha delicadeza e interés prepara un suculento banquete y manda a sus siervas a proclamar en voz alta su invitación a todos los que aún no la conocen, a los inexpertos y privados de sensatez: "Venid y comed de mi pan, bebed del vino que he mezclado" (v.5). Se trata del vino de la Sabiduría, que indica el camino justo para vivir en unión con Dios y para triunfar plenamente en la vida.
En el Evangelio de este domingo, que recoge el discurso de Jesús, después de la multiplicación de los panes (Jn 6,51-58), Él se presenta como el pan de vida bajado del cielo, y afirma: "Si uno come de este pan, vivirá para siempre" (v.51a). Él es el pan vivo y vivificante, que nos comunica la vida misma de Dios. Remarca la clara diferencia entre el pan que Él quiere darnos y el pan material. Este último es con el que poco antes han sido alimentados los destinatarios de su milagro obrado, y da sólo lo necesario a la vida física. Pero el pan vivo, que es Él mismo, es un pan que da la vida eterna. Ante un don tan extraordiario que requiere de la fe, los judíos se resisten a aceptar la veracidad de sus palabras y se ponen a discutirlas y a pedir explicaciones. Pero Jesús, en vez de consentir a su falta de fe, ratifica su afirmación: "En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (v.53). De este modo quiere que tomemos conciencia de que no hay otro camino para alcanzar la vida eterna que el de la comunión con Él, que requiere de la fe. Cuando comemos su carne y bebemos su sangre, tenemos ya la vida eterna. Con el bautismo hemos sido convertidos en hijos de Dios, y con la Eucaristía recibimos desde ahora la vida eterna. 
En la segunda lectura de la carta a los Efesios (5,15-20), el Apóstol nos presenta un aspecto muy hermoso de la vida eterna vivida ya desde ahora: "llenáos más bien del Espíritu" (v.18b). Con la presencia del Espíritu Santo en nosotros entramos en la posesión de la vida eterna. Una presencia que se convierte en guía y fortaleza para acoger y vivir la voluntad del Señor y gozar así de todos sus dones, como el don de Sí mismo en la Eucaristía.

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