En
el relato de la Navidad hay también una segunda palabra sobre la que quisiera
reflexionar con vosotros: el himno de alabanza que los ángeles entonan después
del mensaje sobre el Salvador recién nacido: «Gloria a Dios en el cielo, y en
la tierra paz a los hombres en quienes él se complace». Dios es glorioso. Dios
es luz pura, esplendor de la verdad y del amor. Él es bueno. Es el verdadero
bien, el bien por excelencia. Los ángeles que lo rodean transmiten en primer
lugar simplemente la alegría de percibir la gloria de Dios. Su canto es una
irradiación de la alegría que los inunda. En sus palabras oímos, por decirlo
así, algo de los sonidos melodiosos del cielo. En ellas no se supone ninguna
pregunta sobre el porqué, aparece simplemente el hecho de estar llenos de la
felicidad que proviene de advertir el puro esplendor de la verdad y del amor de
Dios. Queremos dejarnos embargar de esta alegría: existe la verdad. Existe la
pura bondad. Existe la luz pura. Dios es bueno y él es el poder supremo por
encima de todos los poderes. En esta noche, deberíamos simplemente alegrarnos
de este hecho, junto con los ángeles y los pastores.
(Parte de la Homilia del Papa Benedicto XVI en la Misa de Nochebuena)
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