سَلامي أُعطيكُم (Mi paz os doy) (Jn 14,27)
Vengo también para decir lo importante que es la presencia de Dios en la vida de cada uno y cómo la forma de vivir juntos, esta convivencia que desea testimoniar vuestro país, será profunda en la medida en que esté fundada en una actitud de acogida y benevolencia hacia el otro, en la medida que esté enraizada en Dios, que desea que todos los hombres sean hermanos. El famoso equilibrio libanés, que quiere seguir siendo una realidad, se puede prolongar gracias a la buena voluntad y al empeño de todos los libaneses. Sólo entonces podrá servir de modelo para los habitantes de toda la región, y del mundo entero. No se trata únicamente de una obra humana, sino de un don de Dios que hay que pedir con insistencia, preservar a cualquier precio, y consolidar con determinación.
Más allá de vuestro país, vengo también hoy simbólicamente a todos los países de Oriente Medio, como un peregrino de paz, como un amigo de Dios, y como un amigo de todos los habitantes de todos los países de la región, cualquiera que sea su pertenencia y su creencia. Cristo les dice también a ellos: «سَلامي أُعطيكُم». Vuestros gozos y penas están continuamente presentes en la oración del Papa y pido a Dios que os acompañe y alivie. Os puedo asegurar que rezo particularmente por todos los que sufren en esta región, que son muchos. La imagen de san Marón me recuerda lo que vivís y soportáis.
DISCURSO
DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI Aeropuerto Internacional Rafik Hariri, Beirut Viernes 14 de
septiembre de 2012
Es providencial que
este acto tenga lugar precisamente en el día de la Fiesta de la Cruz gloriosa, cuya
celebración nació en Oriente en el año 335, al día siguiente de la Dedicación de la Basílica de la Resurrección,
construida sobre el Gólgota y el sepulcro de Nuestro Señor, por el emperador
Constantino el Grande, al que veneráis como santo. Dentro de un mes se
celebrará el 1.700 aniversario de la aparición que le hizo ver, en la noche
simbólica de su incredulidad, el crismón resplandeciente, al mismo tiempo que
una voz le decía: «Con este signo vencerás». Más tarde, Constantino firmó el
edicto de Milán y dio su nombre a Constantinopla. Pienso que la Exhortación puede ser
leída e interpretada a la luz de la fiesta de la Cruz gloriosa y, de modo
particular, a partir del crismón, la
X (khi) y la P
(rhô), las dos primeras letras de la palabra Χριστός. Esa lectura conduce a un
verdadero redescubrimiento de la identidad del bautizado y de la Iglesia y, al mismo
tiempo, constituye como una llamada al testimonio en la comunión y a través de
ella. La comunión y el testimonio cristiano, ¿acaso no se fundan en el Misterio
pascual, en la crucifixión, en la muerte y resurrección de Cristo? ¿No alcanzan
en él su pleno cumplimiento? Hay un vínculo inseparable entre la cruz y la
resurrección, que un cristiano no puede olvidar. Sin este vínculo, exaltar la
cruz significaría justificar el sufrimiento y la muerte, no viendo en ello más
que un fin inevitable. Para un cristiano, exaltar la cruz quiere decir entrar
en comunión con la totalidad del amor incondicional de Dios por el hombre. Es
hacer un acto de fe. Exaltar la cruz, en la perspectiva de la resurrección, es
desear vivir y manifestar la totalidad de este amor. Es hacer un acto de amor.
Exaltar la cruz lleva a comprometerse a ser heraldos de la comunión fraterna y
eclesial, fuente del verdadero testimonio cristiano. Es hacer un acto de
esperanza.
Ecclesia in Medio Oriente ofrece elementos que pueden ayudar a un examen de conciencia personal y comunitario, a una evaluación objetiva del compromiso y del deseo de santidad de todo discípulo de Cristo. La Exhortación abre a un verdadero diálogo interreligioso basado en la fe en Dios Uno y Creador. Quiere también contribuir a un ecumenismo lleno de fervor humano, espiritual y caritativo, en la verdad y el amor evangélico, que extrae su fuerza del mandato del Resucitado: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28,19-20).
La Exhortación, en todas y cada una de sus partes, quiere ayudar a cada discípulo del Señor a vivir plenamente y a transmitir realmente lo que él ha llegado a ser por el bautismo: un hijo de la luz, un ser iluminado por Dios, una nueva lámpara en la oscuridad inquietante del mundo, para que en las tinieblas resplandezca la luz (cf. Jn 1,4-5 y 2 Co 4,1-6). Este documento quiere contribuir a despojar a la fe de lo que la desfigura, de todo lo que puede oscurecer el esplendor de la luz de Cristo. La comunión es entonces una verdadera adhesión a Cristo, y el testimonio es un resplandor del Misterio pascual, que da pleno sentido a la cruz gloriosa. Nosotros seguimos y «predicamos a Cristo crucificado […] fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1 Co 1, 23-24; cf. Tercera parte de la Exhortación).
«No temas, pequeño rebaño» (Lc 12,32) y acuérdate de la promesa hecha a Constantino: «Con este signo vencerás». Iglesias de Oriente Medio, no tengáis miedo, pues el Señor está verdaderamente con vosotras hasta el fin del mundo. No tengáis miedo, pues la Iglesia universal os acompaña con su cercanía humana y espiritual. Con estos sentimientos de esperanza y de aliento a ser protagonistas activos de la fe por la comunión y el testimonio, mañana entregaré la Exhortación postsinodal Ecclesia in Medio Oriente a mis venerados hermanos patriarcas, arzobispos y obispos, a todos los sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas, a los seminaristas y a los fieles laicos. «Tened valor» (Jn 16,33). Por intercesión de la Virgen María, la Theotókos, invoco con afecto sobre todos vosotros la abundancia de los dones divinos. Que Dios conceda a todos los pueblos de Oriente Medio vivir en paz, fraternidad y libertad religiosa. لِيُبَارِك الربُّ جميعَكُم [Que Dios os bendiga].
VISITA A LA BASÍLICA DE SAN PABLO
DE HARISSA Y FIRMA DE LA
EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POST-SINODAL DISCURSO
DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI Harissa
Viernes 14 de septiembre de 2012
Acabo de plantar con
vosotros un cedro del Líbano, símbolo de vuestro hermoso país. Al ver este
arbolito y las atenciones que necesitará para fortalecerse y llegar a extender
majestuosamente sus ramas, pienso en vuestro país y su destino, en los
libaneses y sus esperanzas, en todas las personas de esta región del mundo que
parece conocer los dolores de un alumbramiento sin fin. He pedido a Dios que os
bendiga, que bendiga al Líbano y a todos los habitantes de esta región que ha
visto nacer grandes religiones y nobles culturas. ¿Por qué ha elegido Dios esta
región? ¿Por qué vive en la turbulencia? Pienso que Dios la ha elegido para que
sirva de ejemplo, para que dé testimonio de cara al mundo de la posibilidad que
tiene el hombre de vivir concretamente su deseo de paz y reconciliación. Esta
aspiración está inscrita desde siempre en el plan de Dios, que la ha grabado en
el corazón del hombre. Me gustaría hablar con vosotros de la paz, pues Jesús ha
dicho: سَلامي أُعطيكُم (Mi paz os doy).
Un país es rico, ante
todo, por las personas que viven en su seno. Su futuro depende de cada una de
ellas y de su conjunto, y de su capacidad de comprometerse por la paz. Este
compromiso sólo será posible en una sociedad unida. Sin embargo, la unidad no
es uniformidad. La cohesión de la sociedad está asegurada por el respeto
constante de la dignidad de cada persona y su participación responsable según
sus capacidades, aportando lo mejor que tiene. Con el fin de asegurar el
dinamismo necesario para construir y consolidar la paz, hay que volver
incansablemente a los fundamentos del ser humano. La dignidad del hombre es
inseparable del carácter sagrado de la vida que el Creador nos ha dado. En el
designio de Dios, cada persona es única e irremplazable. Viene al mundo en una
familia, que es su primer lugar de humanización y, sobre todo, la primera que
educa a la paz. Para construir la paz, nuestra atención debe dirigirse a la
familia para facilitar su cometido, y apoyarla, promoviendo de este modo por
doquier una cultura de la vida. La eficacia del compromiso por la paz depende
de la concepción que el mundo tenga de la vida humana. Si queremos la paz,
defendamos la vida. Esta lógica no solamente descalifica la guerra y los actos
terroristas, sino también todo atentado contra la vida del ser humano, criatura
querida por Dios. La indiferencia o la negación de lo que constituye la
verdadera naturaleza del hombre impide que se respete esta gramática
que es la ley natural inscrita en el corazón humano (cf. Mensaje
para la Jornada Mundial de la Paz 2007, 3). La grandeza y la razón de
ser de toda persona sólo se encuentra en Dios. Así, el reconocimiento
incondicional de la dignidad de todo ser humano, de cada uno de nosotros, y la
del carácter sagrado de la vida, comportan la responsabilidad de todos ante
Dios. Por tanto, debemos unir nuestras fuerzas para desarrollar una sana
antropología que integre la unidad de la persona. Sin ella, no será posible
construir la paz verdadera.
Aún siendo más evidentes en los países que sufren conflictos armados –esas guerras llenas de vanidad y de horror-, los atentados contra la integridad y la vida de las personas existen también en otros países. El desempleo, la pobreza, la corrupción, las distintas adicciones, la explotación, el tráfico de todo tipo y el terrorismo comportan, además del sufrimiento inaceptable de los que son sus víctimas, un deterioro del potencial humano. La lógica económica y financiera quiere imponer sin cesar su yugo y hacer que prime el tener sobre el ser. Pero la pérdida de cada vida humana es una pérdida para la humanidad entera. Ésta es una gran familia de la que todos somos responsables. Ciertas ideologías, cuestionando directa o indirectamente, e incluso legalmente, el valor inalienable de toda persona y el fundamento natural de la familia, socavan las bases de la sociedad. Debemos ser conscientes de estos ataques contra la construcción y la armonía del vivir juntos. Sólo una solidaridad efectiva constituye el antídoto a todo esto. Solidaridad para rechazar lo que impide el respeto de todo ser humano, solidaridad para apoyar las políticas y las iniciativas que actúan para unir los pueblos de modo honesto y justo. Es grato ver los gestos de colaboración y verdadero diálogo que construyen una nueva manera de vivir juntos. Una mejor calidad de vida y de desarrollo integral sólo es posible compartiendo las riquezas y las competencias, respetando la identidad de cada uno. Pero un modo de vida como éste, compartido, sereno y dinámico, únicamente es posible confiando en el otro, quienquiera que sea. Hoy, las diferencias culturales, sociales, religiosas, deben llevar a vivir un tipo nuevo de fraternidad, donde lo que une es justamente el común sentido de la grandeza de toda persona, y el don que representa para ella misma, para los otros y para la humanidad. En esto se encuentra el camino de la paz. En ello reside el compromiso que se nos pide. Ahí está la orientación que debe presidir las opciones políticas y económicas, en cualquier nivel y a escala mundial.
Aún siendo más evidentes en los países que sufren conflictos armados –esas guerras llenas de vanidad y de horror-, los atentados contra la integridad y la vida de las personas existen también en otros países. El desempleo, la pobreza, la corrupción, las distintas adicciones, la explotación, el tráfico de todo tipo y el terrorismo comportan, además del sufrimiento inaceptable de los que son sus víctimas, un deterioro del potencial humano. La lógica económica y financiera quiere imponer sin cesar su yugo y hacer que prime el tener sobre el ser. Pero la pérdida de cada vida humana es una pérdida para la humanidad entera. Ésta es una gran familia de la que todos somos responsables. Ciertas ideologías, cuestionando directa o indirectamente, e incluso legalmente, el valor inalienable de toda persona y el fundamento natural de la familia, socavan las bases de la sociedad. Debemos ser conscientes de estos ataques contra la construcción y la armonía del vivir juntos. Sólo una solidaridad efectiva constituye el antídoto a todo esto. Solidaridad para rechazar lo que impide el respeto de todo ser humano, solidaridad para apoyar las políticas y las iniciativas que actúan para unir los pueblos de modo honesto y justo. Es grato ver los gestos de colaboración y verdadero diálogo que construyen una nueva manera de vivir juntos. Una mejor calidad de vida y de desarrollo integral sólo es posible compartiendo las riquezas y las competencias, respetando la identidad de cada uno. Pero un modo de vida como éste, compartido, sereno y dinámico, únicamente es posible confiando en el otro, quienquiera que sea. Hoy, las diferencias culturales, sociales, religiosas, deben llevar a vivir un tipo nuevo de fraternidad, donde lo que une es justamente el común sentido de la grandeza de toda persona, y el don que representa para ella misma, para los otros y para la humanidad. En esto se encuentra el camino de la paz. En ello reside el compromiso que se nos pide. Ahí está la orientación que debe presidir las opciones políticas y económicas, en cualquier nivel y a escala mundial.
Para abrir a las
generaciones futuras un porvenir de paz, la primera tarea es la de educar en la
paz, para construir una cultura de paz.
El espíritu humano
tiene el sentido innato de la belleza, del bien y la verdad. Es el sello de lo
divino, la marca de Dios en él. De esta aspiración universal se desprende una
concepción moral sólida y justa, que pone siempre a la persona en el centro.
Evidentemente, hay
que desterrar la violencia verbal o física. Ésta es siempre un atentado contra
la dignidad humana, tanto del culpable como de la víctima.
La educación en la
paz formará así hombres y mujeres generosos y rectos, atentos a todos y, de
modo particular, a las personas más débiles. Pensamientos de paz, palabras de
paz y gestos de paz crean una atmósfera de respeto, de honestidad y
cordialidad, donde las faltas y las ofensas pueden ser reconocidas con verdad
para avanzar juntos hacia la reconciliación. Que los hombres de Estado y los responsables
religiosos reflexionen sobre ello.
Debemos ser muy
conscientes de que el mal no es una fuerza anónima que actúa en el mundo de
modo impersonal o determinista. El mal, el demonio, pasa por la libertad
humana, por el uso de nuestra libertad. Busca un aliado, el hombre. El mal
necesita de él para desarrollarse. Así, habiendo trasgredido el primer
mandamiento, el amor de Dios, trata de pervertir el segundo, el amor al
prójimo. Con él, el amor al prójimo desaparece en beneficio de la mentira y la
envidia, del odio y la muerte. Pero es posible no dejarse vencer por el mal y
vencer el mal con el bien (cf. Rm 12,21). Estamos llamados a esta
conversión del corazón. Sin ella, las tan deseadas “liberaciones” humanas
defraudan, puesto que se mueven en el reducido espacio que concede la estrechez
del espíritu humano, su dureza, sus intolerancias, sus favoritismos, sus deseos
de revancha y sus pulsiones de muerte. Se necesita la transformación profunda
del espíritu y el corazón para encontrar una verdadera clarividencia e
imparcialidad, el sentido profundo de la justicia y el del bien común. Una
mirada nueva y más libre hará que sea posible analizar y poner en cuestión los
sistemas humanos que llevan a un callejón sin salida, con la finalidad de
avanzar, teniendo en cuenta el pasado, con sus efectos devastadores, para no
volver a repetirlo. Esta conversión que se requiere es exaltante, pues abre
nuevas posibilidades, al despertar los innumerables recursos que anidan en el
corazón de tantos hombres y mujeres deseosos de vivir en paz y dispuestos a
comprometerse por ella. Pero es particularmente exigente: hay que decir no a la
venganza, hay que reconocer las propias culpas, aceptar las disculpas sin
exigirlas y, en fin, perdonar. Puesto que sólo el perdón ofrecido y recibido
pone los fundamentos estables de la reconciliación y la paz para todos (cf. Rm
12,16b.18).
En el Líbano, el cristianismo y el Islam habitan el mismo espacio desde hace siglos. No es raro ver en la misma familia las dos religiones. Si en una misma familia es posible, ¿por qué no lo puede ser con respecto al conjunto de la sociedad?
En el Líbano, el cristianismo y el Islam habitan el mismo espacio desde hace siglos. No es raro ver en la misma familia las dos religiones. Si en una misma familia es posible, ¿por qué no lo puede ser con respecto al conjunto de la sociedad?
Una sociedad plural sólo existe con el respeto recíproco, con el deseo de conocer al otro y del diálogo continuo. Este diálogo entre los hombres es posible únicamente siendo conscientes de que existen valores comunes a todas las grandes culturas, porque están enraizadas en la naturaleza de la persona humana. Estos valores que están como subyacentes, manifiestan los rasgos auténticos y característicos de la humanidad. Pertenecen a los derechos de todo ser humano. Con la afirmación de su existencia, las diferentes religiones ofrecen una aportación decisiva.
La libertad religiosa
tiene una dimensión social y política indispensable para la paz. Ella promueve
una coexistencia y una vida armoniosa a causa del compromiso común al servicio
de causas nobles y de la búsqueda de la verdad que no se impone por la
violencia sino por «la fuerza de la misma verdad» (Dignitatis
humanae, 1), la Verdad
que está en Dios. Puesto que la creencia vivida lleva invariablemente al amor.
La creencia auténtica no puede llevar a la muerte. El artífice de la paz es
humilde y justo. Los creyentes tienen hoy, por tanto, un papel esencial, el de
testimoniar la paz que viene de Dios y que es un don que se da a todos en la
vida personal, familiar, social, política y económica (cf. Mt 5,9; Heb
12,14). No se puede consentir que el mal triunfe por la pasividad de los
hombres de bien. Sería peor que no hacer nada.
ENCUENTRO CON LOS MIEMBROS DEL
GOBIERNO, DE LAS INSTITUCIONES DE LA REPÚBLICA, EL CUERPO DIPLOMÁTICO, LOS RESPONSABLES RELIGIOSOS Y
LOS REPRESENTANTES DEL MUNDO DE LA CULTURA DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI Salón 25 de Mayo del Palacio Presidencial de Baabda
Sábado 15 de septiembre de 2012
LOS REPRESENTANTES DEL MUNDO DE LA CULTURA DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI Salón 25 de Mayo del Palacio Presidencial de Baabda
Sábado 15 de septiembre de 2012
Tenéis un lugar
privilegiado en mi corazón y en toda la Iglesia, porque la Iglesia es siempre joven. La Iglesia confía en
vosotros. Cuenta con vosotros. Sed jóvenes en la Iglesia. Sed jóvenes
con la Iglesia. La
Iglesia necesita vuestro entusiasmo y creatividad. La juventud es el momento en
el que se aspira a grandes ideales, y el periodo en que se estudia para
prepararse a una profesión y a un porvenir. Esto es importante y exige su
tiempo. Buscad lo que es hermoso y gozad en hacer el bien. Dad testimonio de la
grandeza y la dignidad de vuestro cuerpo, que es «para el Señor» (1 Co
6,13b). Tened la delicadeza y la rectitud de los corazones puros. Como el beato
Juan Pablo II, yo también os repito: «No tengáis miedo. Abrid las puertas de
vuestro espíritu y vuestro corazón a Cristo». El encuentro con él «da un nuevo
horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Deus
caritas est, 1). En él encontraréis la fuerza y el valor para avanzar
en el camino de vuestra vida, superando así las dificultades y aflicciones. En
él encontraréis la fuente de la alegría. Cristo os dice: سَلامي أُعطيكُم (Mi
paz os doy). Aquí está la revolución que Cristo ha traído, la revolución
del amor.
Las frustraciones que
se presentan no os deben conducir a refugiaros en mundos paralelos como, entre
otros, el de las drogas de cualquier tipo, o el de la tristeza de la
pornografía. En cuanto a las redes sociales, son interesantes, pero pueden
llevar fácilmente a una dependencia y a la confusión entre lo real y lo
virtual. Buscad y vivid relaciones ricas de amistad verdadera y noble. Adoptad
iniciativas que den sentido y raíces a vuestra existencia, luchando contra la
superficialidad y el consumo fácil. También os acecha otra tentación, la del
dinero, ese ídolo tirano que ciega hasta el punto de sofocar a la persona y su
corazón. Los ejemplos que os rodean no siempre son los mejores. Muchos olvidan
la afirmación de Cristo, cuando dice que no se puede servir a Dios y al dinero
(cf. Lc 16,13). Buscad buenos maestros, maestros espirituales, que
sepan indicaros la senda de la madurez, dejando lo ilusorio, lo llamativo y la
mentira.
Sed portadores del
amor de Cristo. ¿Cómo? Volviendo sin reservas a Dios, su Padre, que es la
medida de lo justo, lo verdadero y lo bueno. Meditad la Palabra de Dios. Descubrid
el interés y la actualidad del Evangelio. Orad. La oración, los sacramentos,
son los medios seguros y eficaces para ser cristianos y vivir «arraigados y
edificados en Cristo, afianzados en la fe» (Col 2,7). El Año de la
fe que está para comenzar será una ocasión para descubrir el tesoro de la
fe recibida en el bautismo. Podéis profundizar en su contenido estudiando el Catecismo,
para que vuestra fe sea viva y vivida. Entonces os haréis testigos del amor de
Cristo para los demás
Por tanto, Cristo os
invita a hacer como él, a acoger sin reservas al otro, aunque pertenezca a otra
cultura, religión o país. Hacerle sitio, respetarlo, ser bueno con él, nos hace
siempre más ricos en humanidad y fuertes en la paz del Señor.
La fraternidad es una
anticipación del cielo. Y la vocación del discípulo de Cristo es ser «levadura»
en la masa, como dice san Pablo: «Un poco de levadura hace fermentar toda la
masa» (Ga 5,9). Sed los mensajeros del evangelio de la vida y de los
valores de la vida. Resistid con valentía a aquello que la niega: el aborto, la
violencia, el rechazo y desprecio del otro, la injusticia, la guerra. Así
irradiaréis la paz en vuestro entorno.
Él no ha vencido el
mal con otro mal, sino tomándolo sobre sí y aniquilándolo en la cruz mediante
el amor vivido hasta el extremo. Descubrir de verdad el perdón y la
misericordia de Dios, permite recomenzar siempre una nueva vida. No es fácil
perdonar. Pero el perdón de Dios da la fuerza de la conversión y, a la vez, el
gozo de perdonar. El perdón y la reconciliación son caminos de paz, y abren un
futuro.
Jóvenes libaneses,
sois la esperanza y el futuro de vuestro país. Vosotros sois el Líbano, tierra
de acogida, de convivencia, con una increíble capacidad de adaptación. Y, en
estos momentos, no podemos olvidar a esos millones de personas que forman la
diáspora libanesa, y que mantienen fuertes lazos con su país de origen. Jóvenes
del Líbano, sed acogedores y abiertos, como Cristo os pide y como vuestro país
os enseña.Para
terminar, volvámonos a María, la
Madre del Señor, Nuestra Señora del Líbano. Ella os protege y
acompaña desde lo alto de la colina de Harissa, vela como madre por todos los
libaneses y por tantos peregrinos que acuden de todas partes para encomendarle
sus alegrías y sus penas. Esta tarde, confiamos a la Virgen María y al
Beato Juan Pablo II, que me precedió aquí, vuestras vidas, las de todos los jóvenes
del Líbano y de los países de la región, especialmente de los que sufren la
violencia o la soledad, de los que necesitan consuelo. Que Dios os bendiga a
todos. Y ahora, todos juntos, la imploramos.
ENCUENTRO CON LOS JÓVENESDISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI Explanada frente al Patriarcado maronita de Bkerké Sábado 15 de septiembre de 2012
ENCUENTRO CON LOS JÓVENESDISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI Explanada frente al Patriarcado maronita de Bkerké Sábado 15 de septiembre de 2012
Al anunciar a sus discípulos que él deberá sufrir y ser ajusticiado antes de resucitar, Jesús quiere hacerles comprender quién es de verdad. Un Mesías sufriente, un Mesías servidor, no un libertador político todopoderoso. Él es siervo obediente a la voluntad de su Padre hasta entregar su vida. Es lo que anunciaba ya el profeta Isaías en la primera lectura. Así, Jesús va contra lo que muchos esperaban de él. Su afirmación sorprende e inquieta. Y eso explica la réplica y los reproches de Pedro, rechazando el sufrimiento y la muerte de su maestro. Jesús se muestra severo con él, y le hace comprender que quien quiera ser discípulo suyo, debe aceptar ser un servidor, como él mismo se ha hecho siervo.
Decidirse a seguir a Jesús, es tomar su Cruz para acompañarle en su camino, un camino arduo, que no es el del poder o el de la gloria terrena, sino el que lleva necesariamente a la renuncia de sí mismo, a perder su vida por Cristo y el Evangelio, para ganarla. Pues se nos asegura que este camino conduce a la resurrección, a la vida verdadera y definitiva con Dios. Optar por acompañar a Jesucristo, que se ha hecho siervo de todos, requiere una intimidad cada vez mayor con él, poniéndose a la escucha atenta de su Palabra, para descubrir en ella la inspiración de nuestras acciones. Al promulgar el Año de la fe, que comenzará el próximo 11 de octubre, he querido que todo fiel se comprometa de forma renovada en este camino de conversión del corazón. A lo largo de todo este año, os animo vivamente, pues, a profundizar vuestra reflexión sobre la fe, para que sea más consciente, y para fortalecer vuestra adhesión a Jesucristo y su evangelio.
Hermanos y hermanas, el camino por el que Jesús nos quiere llevar es un camino de esperanza para todos. La gloria de Jesús se revela en el momento en que, en su humanidad, él se manifiesta el más frágil, especialmente después de la encarnación y sobre la cruz. Así es como Dios muestra su amor, haciéndose siervo, entregándose por nosotros. ¿Acaso no es esto un misterio extraordinario, a veces difícil de admitir? El mismo apóstol Pedro lo comprenderá sólo más tarde.
En la segunda lectura, Santiago nos ha recordado cómo este seguir a Jesús, para ser auténtico, exige actos concretos: «Yo con mis obras, te mostraré la fe» (2,18). Servir es una exigencia imperativa para la Iglesia y, para los cristianos, el ser verdaderos servidores, a imagen de Jesús. El servicio es un elemento fundacional de la identidad de los discípulos de Cristo (cf. Jn 13,15-17). La vocación de la Iglesia y del cristiano es servir, como el Señor mismo lo ha hecho, gratuitamente y a todos, sin distinción. Por tanto, en un mundo donde la violencia no cesa de extender su rastro de muerte y destrucción, servir a la justicia y la paz es una urgencia, para comprometerse en aras de una sociedad fraterna, para fomentar la comunión. Queridos hermanos y hermanas, imploro particularmente al Señor que conceda a esta región de Oriente Medio servidores de la paz y la reconciliación, para que todos puedan vivir pacíficamente y con dignidad. Es un testimonio esencial que los cristianos deben dar aquí, en colaboración con todas las personas de buena voluntad. Os hago un llamamiento a todos a trabajar por la paz. Cada uno como pueda y allí dónde se encuentre.
SANTA MISA Y ENTREGA DE LA
EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL
PARA ORIENTE MEDIOHOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
PARA ORIENTE MEDIOHOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Beirut
City Center Waterfront Domingo 16 de septiembre de 2012
Queridos hermanos y hermanas, dirijámonos ahora a María, Nuestra Señora del
Líbano, en torno a la cual se encuentran los cristianos y los musulmanes.
Pidámosle que interceda ante su divino Hijo por vosotros y, en particular,
implorando el don de la paz para los habitantes de Siria y los países vecinos.
Conocéis bien la tragedia de los conflictos y de la violencia, que genera tantos
sufrimientos. Desgraciadamente, el ruido de las armas continúa escuchándose, así
como el grito de las viudas y de los huérfanos. La violencia y el odio invaden
sus vidas, y las mujeres y los niños son las primeras víctimas. ¿Por qué tanto
horror? ¿Por qué tanta muerte? Apelo a la comunidad internacional. Apelo a los
países árabes de modo que como hermanos, propongan soluciones viables que
respeten la dignidad de toda persona humana, sus derechos y su religión. Quien
quiere construir la paz debe dejar de ver en el otro un mal que debe eliminar.
No es fácil ver en el otro una persona que se debe respetar y amar, y sin
embargo es necesario, si se quiere construir la paz, si se quiere la fraternidad
(cf. 1 Jn 2,10-11; 1 P 3,8-12). Que Dios conceda a vuestro país, a
Siria y a Oriente Medio el don de la paz de los corazones, el silencio de las
armas y el cese de toda violencia. Que los hombres entiendan que todos son
hermanos. María, que es nuestra Madre, comprende nuestras preocupaciones y
necesidades. Con los patriarcas y los obispos aquí presentes, encomiendo a
Oriente Medio bajo su materna protección (cf. Proposición 44). Que con la
ayuda de Dios nos convirtamos, trabajando con ardor por instaurar la paz
necesaria para una vida armoniosa entre hermanos, no importa su proveniencia o
convicciones religiosas. Ahora oremos: Angelus Domini...
BENEDICTO XVI ÁNGELUS Beirut City Center Waterfront Domingo 16 de septiembre de 2012
Pido a Dios por el Líbano, para que viva en paz y resista con valentía todo lo que pueda destruirla o minarla. Deseo que el Líbano siga permitiendo la pluralidad de las tradiciones religiosas, sin dejarse llevar por la voz de aquellos que se lo quieren impedir. Le deseo que fortalezca la comunión entre todos sus habitantes, cualquiera que sea su comunidad o su religión, rechazando resueltamente todo lo que pueda llevar a la desunión y optando con determinación por la fraternidad. He aquí las flores que agradan a Dios, las virtudes posibles y que convendría consolidar enraizándolas más.
La Virgen María, venerada con tierna devoción por los fieles de las confesiones religiosas aquí presentes, es un modelo seguro para avanzar con esperanza por el camino de una fraternidad vivida y auténtica. El Líbano lo ha entendido bien al proclamar desde hace algún tiempo el 25 de marzo como día festivo, permitiendo así a todos sus habitantes vivir con más serenidad su unidad. Que la Virgen María, cuyos antiguos santuarios son tan numerosos en vuestro país, siga acompañándoos e inspirándoos.
CEREMONIA DE DESPEDIDA DISCURSO
DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Aeropuerto
Internacional Rafik Hariri, Beirut Domingo 16 de septiembre de 2012
Enlace:
Las alocuciones completa del Papa en su Peregrinación al Libano
EHORTACIÓN ECCLESIA IN MEDIO ORIENTE
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