Sagrada Escritura: 
     
    Primera: Is 40, 1-5.9-11; 
    Segunda: Tit 2, 11-14; 3, 4-7; 
    Evangelio: Lc 3, 15-16.21-22 
     
     
    Nexo entre las lecturas 
     
    Sin que aparezca la palabra novedad, nuevo en los textos litúrgicos, todos
    ellos se refieren, en cierta manera, a la novedad de la acción de Dios en
    la historia. Es nuevo el lenguaje de Dios en Isaías: “ha terminado la
    esclavitud..., que todo valle sea elevado y todo monte y cerro rebajado...,
    ahí viene el Señor Yahvéh con poder y su brazo lo sojuzga todo”. Es
    absolutamente nuevo que Jesús sea bautizado por Juan, que el cielo se abra,
    que el Espíritu descienda en forma de paloma, que se oiga una voz del cielo:
    “Tú eres mi hijo predilecto”. Es nueva la realidad del hombre que ha
    recibido el bautismo: “un baño de regeneración y de renovación del Espíritu
    Santo, que derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo
    nuestro Señor”. 
     
     
    Mensaje doctrinal 
     
    1. La novedad viene de Dios. El hombre, desde los mismos
    inicios, lleva en sí el deterioro y la vieja carne del pecado. En ella está
    inmerso, como en un pozo profundo, del que es imposible salir por sí mismo.
    Como se trata de una realidad común a toda la humanidad, tampoco nadie, por
    su propio valer y querer, puede ayudar a otros a salir. Esta es la triste
    condición humana. El hombre puede gritar, desesperarse, blasfemar; o puede
    sentir el peso de la culpa, pedir perdón y ayuda, esperar. Lo que está claro
    es que sólo Dios puede echarle una mano; sólo Dios puede cambiar su vieja
    carne en pura novedad de gracia y misericordia. Está igualmente claro que
    Dios quiere echar una mano y actuar en favor del hombre, porque “ha sido
    creado a imagen y semejanza suya”. La liturgia presenta tres momentos
    históricos de la intervención de Dios: primero interviene para liberar al
    pueblo israelita de la esclavitud de Babilonia (primera lectura), luego
    para revelar al mundo la filiación divina de Jesús (evangelio), finalmente para
    manifestar a los hombres la nueva situación creada en quienes han recibido
    el bautismo (segunda lectura). La consecuencia es lógica: Si Dios ha
    intervenido en el pasado con una irrupción de vida y esperanza nuevas, Dios
    interviene en el presente e intervendrá en el futuro, porque el nombre más
    propio de Dios es la fidelidad. 
     
    2. La novedad es invisible. La novedad que Dios infunde en
    el corazón de los hombres incide y repercute en la historia, pero en sí es
    invisible, interior, netamente espiritual. Primero hace nuevo el corazón,
    luego desde el corazón del hombre y con la ayuda del hombre, trasmuta
    también la realidad histórica. En los exiliados de Babilonia primero creó
    la añoranza de Sión, el deseo y la decisión del retorno, luego dispuso los
    hilos de la historia para que tal deseo y decisión llegase a cumplimiento.
    En el caso de Jesús, la teofanía del bautismo nos hace descubrir una
    novedad inicial, que se irá desplegando a lo largo de toda su vida pública
    y sobre todo en el misterio de su muerte y resurrección. La novedad del
    bautizado sólo se irá percibiendo con el tiempo, en la medida en que exista
    una coherencia vital entre la novedad infundida por Dios y la existencia
    concreta y diaria del cristiano. Para quienes juzgamos desde fuera, no
    pocas veces resulta difícil desvelar la relación entre la novedad interior
    y sus manifestaciones históricas en la vida ordinaria de cada ser humano.
    Por eso, ¡cuán difícil es juzgar sobre la vida verdadera, la interior, de
    los hombres, y con cuánta facilidad nos podemos equivocar! 
     
    3. La novedad es eficaz. Si viene de Dios, no puede ser de
    otro modo. La acción de Dios se lleva a cabo, si el hombre no la
    obstaculiza. La teofanía que nos narra el evangelio supuso el que Jesús,
    Hijo de Dios, fuese bautizado por un hombre, Juan; sin esta acción de
    Jesús, tal teofanía no hubiese tenido lugar. La regeneración y renovación
    interior del hombre están aseguradas, “si el hombre renuncia a la impiedad
    y a las pasiones mundanas” (segunda lectura), que como tales impiden
    cualquier acción del Espíritu de Dios. Por otra parte, hemos de admitir que
    la eficacia de Dios no es manipulable a nuestro antojo y arbitrio. Dios
    muestra su eficacia cuando quiere y como quiere. No son los exiliados en
    Babilonia los que ponen a Dios los plazos y modos de actuar para librarlos
    de la esclavitud; es Dios quien los determina y los realiza. 
     
     
    Sugerencias pastorales 
     
    1. Bautismo, epifanía de Dios. En el evangelio el bautismo
    de Jesús es una epifanía. Eso mismo debe ser el bautismo del cristiano: una
    epifanía de lo que Dios es y de lo que Dios hace en el hombre. El
    bautizado, podríamos decir, es un hombre en quien se manifiesta el Dios
    trinitario, en virtud de la relación personal que mantiene con cada una de
    las personas divinas. Como hijo del Padre vive una verdadera relación
    filial, sobretodo en la oración y adoración. Como redimido por el Hijo y
    sumergido en su misma vida, entabla con él una relación principalmente de
    seguimiento e imitación. Como templo del Espíritu Santo, vive con la
    conciencia de una relación sagrada, santificante, vivificadora de su
    existir cotidiano, modeladora de su vida familiar, profesional y social. El
    bautizado es al mismo tiempo epifanía de la acción de Dios en el hombre:
    una acción purificadora, que manifiesta el perdón de Dios; una acción
    transformante, que pone de relieve el poder de Dios; una acción unificadora
    de las energías y capacidades del cristiano, que subraya el misterio
    unitario de Dios; una acción vivificante, que revela, por medio del hombre,
    la extraordinaria vida de Dios uno y trino... Es importante que la
    predicación y catequesis tengan muy en cuenta y desarrollen y expliquen
    estos aspectos espirituales y pastorales del sacramento del bautismo. Así
    el bautismo no será el sacramento de la “inconsciencia”, sino el sacramento
    de la epifanía diaria de Dios en la vida, en la fe y en el obrar del
    bautizado.  
  
  
 2. Bautizados para siempre. En el catecismo se dice que el
    bautismo imprime carácter, es decir, el bautismo se recibe una sola vez y
    para toda la vida. ¿Qué pasa, entonces, cuando no se vive como cristiano?
    ¿cuando se reniega de la propia fe? ¿cuando se cambia de religión y credo?
    La huella de la impresión bautismal queda. Una huella que es memoria, y es
    invitación: “Recuerda que eres un bautizado”, “Sé lo que eres, vive lo que
    eres”. Eres libre, pero la huella divina te indica el verdadero camino para
    tu libertad, lejos de los espejismos engañosos. ¿Y qué pasa con el
    bautizado que quiere vivir como bautizado? Tiene que ratificar cada día con
    la vida la huella divina, que lleva impresa. Tiene que testimoniar
    decididamente y con valentía la transformación que Dios ha operado en su
    ser por el bautismo. Tiene que ser un bautizado que viva consciente de su
    bautismo día tras día, por siempre. 
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