Meditación de Benedicto XVI durante la primera Congregación General
sinodo
Lunes, 8 de octubre de 2012
Queridos hermanos:Mi meditación trata sobre la palabra «evangelium» «euangelisasthai» (cfr. Lc 4,18). En este Sínodo queremos conocer mejor qué es lo que nos dice el Señor y qué es lo que podemos o debemos hacer nosotros. Está dividida en dos partes: una primera reflexión sobre el significado de estas palabras, y después querría probar a interpretar el Himno de la Hora Tercia «Nunc, Sancte, nobis Spìritus», en la página 5 del Libro de Horas.
La palabra «evangelium» «euangelisasthai» tiene una larga historia. Aparece en Homero: es el anuncio de una victoria, y, por tanto, anuncio de un bien, de alegría, de felicidad. Luego aparece en el Segundo Isaías (cfr Is 40,9), como voz que anuncia la alegría que viene de Dios, como voz que hace comprender que Dios no ha olvidado a su pueblo, que Dios, el Cual, aparentemente, casi se había retirado de la historia, está aquí, está presente. Y Dios tiene poder, Dios da alegría, abre las puertas del exilio; después de la larga noche del exilio, su luz aparece y da la posibilidad del regreso a su pueblo, renueva la historia del bien, la historia de su amor. En este contexto de la evangelización, aparecen sobre todo tres palabras: dikaiosyne, eirene, soteria - justicia, paz, salvación. Jesús mismo retomó las palabras de Isaías en Nazaret, cuando habló de este «Evangelio» que lleva precisamente ahora a los marginados, a los encarcelados, a los que sufren y a los pobres.
Pero para el significado de la palabra «evangelium» en el Nuevo Testamento, además de esto – el Deutero-Isaías, que abre la puerta -, es importante también el uso de la palabra que hizo el Imperio Romano, empezando por el emperador Augusto. Aquí el término «evangelium» indica una palabra, un mensaje que viene del Emperador. El mensaje del Emperador – como tal – es positivo: es renovación del mundo, es salvación. El mensaje imperial es, como tal, un mensaje de potencia y de poder; es un mensaje de salvación, de renovación y de salud. El Nuevo Testamento acepta esta situación. San Lucas compara explícitamente al Emperador Augusto con el Niño nacido en Belén: «evangelium» – dice – sí, es una palabra del Emperador, del verdadero Emperador del mundo. El verdadero Emperador del mundo se ha hecho oír, habla con nosotros.Y este hecho, como tal, es redención, porque el gran sufrimiento del hombre – entonces como ahora – es precisamente este: detrás del silencio del universo, detrás de las nubes de la historia ¿existe un Dios o no existe? y, si existe este Dios, ¿nos conoce, tiene algo que ver con nosotros?
Este Dios es bueno, y la realidad del bien ¿tiene poder en el mundo o no? Esta pregunta hoy es tan actual como lo era entonces. Mucha gente se pregunta: ¿Dios es una hipótesis o no? ¿Es una realidad o no? ¿Por qué no se hace oír? «Evangelio» quiere decir: Dios ha roto su silencio, Dios ha hablado, Dios existe. Este hecho como tal es salvación: Dios nos conoce, Dios nos ama, ha entrado en la historia. Jesús es su Palabra, el Dios con nosotros, el Dios que nos enseña que nos ama, que sufre con nosotros hasta la muerte y resucita. Este es el Evangelio mismo. Dios ha hablado, ya no es el gran desconocido, sino que se ha mostrado a sí mismo y esta es la salvación. La cuestión para nosotros es: Dios ha hablado, ha roto verdaderamente el gran silencio, se ha mostrado, pero ¿cómo podemos hacer llegar esta realidad al hombre de hoy para que se transforme en salvación? El hecho de que haya hablado es por sí mismo la salvación, es la redención. Pero ¿cómo puede saberlo el hombre? Este punto me parece que es un interrogante, pero también una pregunta, una orden para nosotros: podemos encontrar una respuesta meditando sobre el Himno de la Hora Tercia «Nunc, Sancte, nobis Spìritus». La primera estrofa dice: «Dignàre promptus ingeri nostro refusus, péctori», es decir, oremos para que venga el Espíritu Santo, esté en nosotros y con nosotros. En otras palabras: nosotros no podemos hacer la Iglesia, podemos sólo dar a conocer lo que ha hecho Él. La Iglesia no empieza con el «hacer» nuestro, sino con el «hacer» y el «hablar» de Dios. Así, los Apóstoles no dijeron, después de algunas asambleas: ahora queremos crear una Iglesia, y con la forma de una constituyente habrían elaborado una constitución. No, ellos oraron y en oración esperaron, porque sabían que sólo Dios mismo puede crear su Iglesia, que Dios es el primer agente: si Dios no obra, nuestras cosas son sólo nuestras y son insuficientes; sólo Dios puede dar testimonio de que es Él quien habla y ha hablado.
Pentecostés es la condición del nacimiento de la Iglesia sólo porque Dios ha obrado antes, los Apóstoles pueden obrar con Él y con su presencia y hacer presente todo lo que Él hace. Dios ha hablado y este «ha hablado» es lo perfecto de la fe, pero también es siempre un presente: lo perfecto de Dios no es sólo un pasado, porque es un pasado verdadero que lleva siempre en sí el presente y el futuro. Dios ha hablado quiere decir: «habla». Y como en aquel entonces sólo con la iniciativa de Dios podía nacer la Iglesia, podía ser conocido el Evangelio, el hecho de que Dios ha hablado y habla, de esta forma también hoy sólo Dios puede comenzar, nosotros sólo podemos cooperar, pero el principio debe venir de Dios. Por eso no es una mera formalidad si empezamos cada día nuestra Asamblea con la oración: esto responde a la realidad misma. Sólo el preceder de Dios hace posible nuestro caminar, nuestro cooperar, que es siempre cooperar, no una pura decisión nuestra. Por eso es importante saber siempre que la primera palabra, la iniciativa verdadera, la actividad verdadera viene de Dios y sólo si entramos en esta iniciativa divina, sólo si imploramos esta iniciativa divina, podremos también ser – con Él y en Él – evangelizadores. Dios es el principio siempre, y siempre sólo Él puede hacer Pentecostés, puede crear la Iglesia, puede mostrar la realidad de su estar con nosotros. Pero, por otro lado, este Dios, que es siempre el principio, también quiere nuestra participación, quiere que participemos con nuestra actividad, por lo que las actividades son teándricas, es decir, hechas por Dios, pero con nuestra participación e incluyendo nuestro ser, toda nuestra actividad.
Por tanto, cuando hacemos nosotros la nueva evangelización es siempre cooperación con Dios, está en el conjunto con Dios, está fundada en la oración y en su presencia real.
Ahora, este nuestro obrar, que viene de la iniciativa de Dios, lo encontramos descrito en la segunda estrofa de este Himno: «Os, lingua, mens, sensus, vigor, confessionem personent,flammescat igne caritas, accendat ardor proximos». Aquí tenemos, en dos líneas, dos sustantivos determinantes: «confessio» en las primeras líneas, y «caritas» en las segundas dos líneas. «Confessio» y «caritas», como los dos modos con los que Dios nos hace partícipes, nos hace obrar con Él, en Él y para la humanidad, para su criatura: «confessio» y «caritas». Y se han añadido los verbos: en el primer caso «personent» y en el segundo «caritas» interpretado con la palabra fuego, ardor, encender, echar llamas.
Veamos el primero: «confessionem personent». La fe tiene un contenido: Dios se comunica, pero este Yo de Dios se muestra realmente en la figura de Jesús y está interpretado en la «confesión» que nos habla de su concepción virginal del Nacimiento, de la Pasión, de la Cruz, de la Resurrección. Este mostrarse de Dios es todo una Persona: Jesús como el Verbo, con un contenido muy concreto que se expresa en la «confessio». Por tanto, el primer punto es que nosotros debemos entrar en esta «confesión», penetrar en ella, de forma que «personent» – como dice el Himno – en nosotros y mediante nosotros. Aquí es importante observar también una pequeña realidad filológica: «confessio» en el latín precristiano no se diría «confessio» sino «professio» (profiteri): esto es el presentar positivamente una realidad. En cambio la palabra «confessio» se refiere a la situación en un tribunal, en un proceso donde uno abre su mente y confiesa. En otras palabras, esta palabra «confessio», que en el latín cristiano ha sustituido la palabra «professio», lleva en sí el elemento martirológico, el elemento de dar testimonio ante las instancias enemigas de la fe, dar testimonio incluso en situaciones de pasión y de peligro de muerte. A la confesión cristiana pertenece esencialmente la disponibilidad al sufrimiento: esto me parece muy importante.
También en la esencia de la «confessio» de nuestro Credo está incluida la disponibilidad a la pasión, al sufrimiento, es más, al don de la vida. Y precisamente esto garantiza la credibilidad: la «confessio» no es cualquier cosa que se pueda dejar pasar; la «confessio» implica la disponibilidad a dar mi vida, aceptar la pasión. Esto es precisamente también la verificación de la «confessio». Se ve que para nosotros la «confessio» no es una palabra, es más que el dolor, es más que la muerte. Por la «confessio» realmente merece la pena sufrir, merece la pena sufrir hasta la muerte. Quien hace esta «confessio» demuestra así que lo que confiesa es verdaderamente más que vida: es la vida misma, el tesoro, la perla preciosa e infinita.
Precisamente en la dimensión martirológica de la palabra «confessio» aparece la verdad: se verifica sólo para una realidad por la que merece la pena sufrir, que es incluso más fuerte que la muerte, y demuestra que es la verdad que tengo en la mano, que estoy más seguro, que «guío» mi vida porque encuentro la vida en esta confesión.
Ahora veamos dónde debería penetrar esta «confesión»: «Os, lingua, mens, sensus, vigor». Por San Pablo, Epístola a los Romanos 10, sabemos que el puesto de la «confesión» está en el corazón y en la boca: debe estar en lo profundo del corazón, pero también debe ser pública; debe ser anunciada la fe que se lleva en el corazón: no es sólo una realidad en el corazón, sino que quiere ser comunicada, ser confesada realmente ante los ojos del mundo. Así debemos aprender, por una parte, a ser realmente – digamos – penetrados en el corazón por la «confesión», así se forma nuestro corazón, y desde el corazón también debemos encontrar, junto con la gran historia de la Iglesia, la palabra y el coraje de la palabra, y la palabra que indica nuestro presente, esta «confesión» que, sin embargo, es siempre una. «Mens»: la «confesión» non es sólo algo del corazón y la boca, sino también de la inteligencia; debe ser pensada y así, pensada e inteligentemente concebida, llega al otro y significa que mi pensamiento está realmente situado en la «confesión». «Sensus»: no es algo puramente abstracto e intelectual, la «confessio» debe penetrar también en los sentidos de nuestra vida. San Bernardo de Claraval nos ha dicho que Dios, en su revelación, en la historia de la salvación, le ha dado a nuestros sentidos la posibilidad de ver, de tocar, de gustar la revelación. Dios ya no es algo sólo espiritual: ha entrado en el mundo de los sentidos y nuestros sentidos deben estar llenos de este gusto, de esta belleza de la Palabra de Dios, que es realidad. «Vigor»: es la fuerza vital de nuestro ser y también el vigor jurídico de una realidad. Con toda nuestra vitalidad y fuerza debemos ser penetrados por la «confessio», que debe realmente «personare»; la melodía de Dios debe entonar nuestro ser en su totalidad.
«Confessio» es la primera columna – por así decirlo – de la evangelización y la segunda es «caritas». La «confessio» no es algo abstracto, es «caritas», es amor. Sólo así es realmente el reflejo de la verdad divina, que, como verdad, es inseparablemente también amor. El texto describe, con palabras muy contundentes, este amor: es ardor, es llama, enciende a los demás.
Hay una pasión nuestra que debe crecer desde la fe, que debe transformarse en el fuego de la caridad. Jesús nos ha dicho: He venido para echar fuego a la tierra y como querría que ya estuviese encendido. Orígenes nos ha transmitido una palabra del Señor: «Quien está cerca de mí está cerca del fuego». El cristiano no debe ser tibio. El Apocalipsis nos dice que este es el mayor peligro del cristiano: que no diga no, sino un sí muy tibio. Esta tibieza desacredita al cristianismo. La fe tiene que ser en nosotros llama del amor, una llama que realmente encienda mi ser, que sea una gran pasión de mi ser, y así encienda al próximo. Este es el modo de la evangelización:: «Accéndat ardor proximos», que la verdad se vuelva en mí caridad y la caridad encienda como fuego también al otro. Sólo con este encender al otro por medio de la llama de nuestra caridad crece realmente la evangelización, la presencia del Evangelio, que ya no es sólo palabra, sino también realidad vivida.
San Lucas nos cuenta que en Pentecostés, en esta fundación de la Iglesia de Dios, el Espíritu Santo era un fuego que ha transformado el mundo, pero un fuego en forma de lengua, es decir,un fuego que sin embargo también es razonable, que es espíritu, que es también comprensión; un fuego que está unido a la mente, a la «mens». Y precisamente este fuego inteligente, esta «sobria ebrietas», imprime carácter al cristianismo. Sabemos que el fuego está en el inicio de la cultura humana, el fuego es luz, es calor, es fuerza de transformación. La cultura humana empieza en el momento en el que el hombre tiene el poder de crear el fuego: con el fuego puede destruir, pero con el fuego también puede transformar, renovar. El fuego de Dios es un fuego que transforma, fuego de pasión – por supuesto – que también destruye mucho en nosotros, que lleva a Dios, pero es sobre todo un fuego que transforma, renueva y crea una novedad del hombre, que se vuelve luz en Dios.
Así, al final, sólo podemos pedir al Señor que la «confessio» esté fundada en nosotros profundamente y que se vuelva fuego que enciende a los demás; de esta forma el fuego de su presencia, la novedad de su estar con nosotros, se vuelve realmente visible y una fuerza del presente y del futuro.
Relación del Card. Marc Ouellet sobre la aplicación de la “Verbum Domini”
RESUMENDos años después de la publicación de la Exhortación apostólica Verbum Domini en 2010, que cerró una reflexión sinodal que desde 2006 se llevaba a cabo cubriendo un arco de cuatro años, la apertura de este nuevo Sínodo nos lleva a reflexionar sobre la recepción de ese documento post-sinodal, para hacer balance sobre la puesta en práctica de sus orientaciones que quieren renovar la fe de la Iglesia.
Aunque es muy pronto para juzgar su recepción en conjunto, constatamos sin embargo un mayor interés de los fieles en la Palabra de Dios. Numerosas iniciativas evidencian la toma de conciencia progresiva del lugar central de la Palabra de Dios en la vida parroquial y un buen número de países han utilizado los medios de comunicación social para dar a conocer la Exhortación apostólica y sus implicaciones en la vida eclesial.
En cuanto a la liturgia, la convicción profunda confirmada por la Verbum Domini, según la cual la liturgia es el lugar privilegiado donde Dios nos habla, ha tenido un gran eco entre los pastores, los liturgistas y los catequistas, sobre todo italianos, hispanos y anglófonos. El Sínodo, por otra parte, ha inspirado una publicación importante, que ha desarrollado el modelo catequístico de la narración de los Discípulos de Emaús. Y el relanzamiento del Catecismo de la Iglesia Católica con ocasión del Año de la Fe ha sido también una oportunidad privilegiada para la recepción de la Verbum Domini. En cuanto a la investigación científica y la relación fundamental entre exegesis y teología, no hay que esperarse un cambio rápido en el modo de pensar, pero existe una apertura a un diálogo constructivo y riguroso, que respete las diferencias de carisma y los métodos. Los ambientes universitarios en general reaccionan lentamente a las intervenciones del Magisterio eclesial, pero la lentitud no significa necesariamente oposición o indiferencia. En Roma, en Polonia y en América se han organizado algunos congresos científicos sobre la Verbum Domini.
Hemos observado con satisfacción la originalidad y la novedad del desarrollo doctrinal del Verbum Domini sobre la Palabra de Dios, cuyos múltiples significados llevan a Cristo como punto de referencia principal. Esta cristología de la Palabra recoge las intuiciones teológicas que fueron formuladas por eminentes teólogos después de Karl Barth, cuyo cristocentrismo tuvo una gran influencia ecuménica.
Otro tema importante digno de atención es el de la actuación de la Palabra, es decir, su carácter dinámico y eficaz que asume, en el contexto litúrgico, una dimensión sacramental. La actuación natural de la Palabra alcanza también el nivel propiamente sacramental de una comunión personal, demostrando así que la Palabra de Dios es más que una información y una enseñanza.
La hermenéutica eclesial de la Escritura se enraiza en la naturaleza misma de la Escritura como testimonio conjunto del Espíritu y de la Iglesia. Esta hermenéutica supone una integración armoniosa de la fe y la razón, igual que una comunión en la vida de la Iglesia y el conocimiento de la vida de los santos, cánones vivientes de interpretación.
Como resultado de la Exhortación apostólica Verbum Domini, el Papa Benedicto XVI ha formulado una oración ferviente por la Nueva Evangelización, deseando que nuestro tiempo se dedique sobre todo a escuchar la Palabra de Dios.
La Nueva Evangelización, como la Primera, debe depender del Espíritu Santo, gran protagonista de la misión de la Iglesia ad gentes y de todas las formas actuales de nueva evangelización. La evangelización del mundo ha levantado verdaderamente el vuelo con el kairos de Pentecostés, y sólo podemos empezar de nuevo desde aquí.
A una distancia de cincuenta años del Concilio Vaticano II, la reforma emprendida con la Constitución dogmática Dei Verbum se confirma e incluso se desarrolla. En este sentido, la Verbum Domini es un gran ejercicio de recepción del Concilio Ecuménico Vaticano II.
Intervención de Mons. Claude Dagens, Arzobispo de Angoulême
S.E.R. Mons. Claude DAGENSArzobispo de Angoulême (Francia)
Martes, 9 de octubre de 2012
Este Sínodo es una ocasión favorable para responder a la pregunta decisiva
de Jesús a sus discípulos: “¿Qué buscáis?”.Buscamos ser más numerosos, reunir más fieles en la Eucaristía, manifestar con más fuerza la presencia católica en nuestras sociedades secularizadas.
Pero no nos conformamos con estas perspectivas de cantidad. Estamos llamados también a un trabajo interior de renovación de nuestra vida cristiana, que comporta tres exigencias:
Primera exigencia: un acto de discernimiento sobre este tiempo en el que vivimos. Son tiempos de prueba para la misión cristiana debido a los efectos de la secularización. Pero, en medio de las pruebas, vemos manifestadas también expectativas espirituales sobre cuestiones de vida y muerte. A ellas debemos dar respuesta.
Segunda exigencia: comprometerse para progresar en nuestro conocimiento de Dios vivo, purificando nuestra fe de cuanto la recarga, osando hablar a Dios de los otros que encontramos, antes de hablar a éstos de Dios.
Tercera exigencia: comprender que el objetivo de la Iglesia no es la misma Iglesia, sino el encuentro de los hombres con el Dios vivo. No se trata sólo, por tanto, de estar presentes en el mundo, sino de ser de Cristo para el mundo.
Intervención de Mons. Catalino Claudio Giménez Medina, Obispo de Caacupe
S.E.R. Mons. Catalino Claudio GIMÉNEZ MEDINA, dei Padri di SchönstattObispo de Caacupé (Paraguay)
Presidente de la Conferencia Episcopal
Martes, 9 de octubre de 2012
La presencia de María -en sus innumerables advocaciones- en la Primera Evangelización
en América Latina y el Caribe ha sido fundamental.Como Madre de la Iglesia no la podemos soslayar en la N.E. en su calidad original de Portadora de la Palabra y del Espíritu, transmitiendo gozo.
La Visitacion resalta:
1) la figura de María como la primera mujer laica misionera con participación activa protagónica (DA, 364).
2) La reacción de María al instante: escucha la Palabra y se pone en acción (Lc. 8,19-21; 11,27s).
3) Su permanencia con Isabel habla de amor, paciencia, dedicación y espíritu de servicio (Lc. 1, 56).
4) Cómo María visita hoy a sus hijos, transmitiendo a Cristo (DA, 553s).
5) Una N.E. con obras, y no sólo con palabras, con su estancia de tres meses posibilitó un encuentro prolongado de Isabel y su entorno familiar con la Palabra hecha carne en la cotidianeidad.
6) Un modelo sencillo (paradigma) de una nueva Iglesia en Misión Permanente, que se presenta más maternal, más acogedora, más humilde, pobre y servicial, en medio de sus hijos, en camino con el Pueblo de Dios, enseñando a vivir en Comunión (DA,362).
Hoy María es la protagonista de una Nueva Visitación, a los hogares de nuestros pueblos. Esta Nueva Visitación será bien acogida, a semejanza de la reacción de Isabel que con humildad y goze salió a recibir a María, preguntándose “quien era ella para que viniera a visitarla la Madre de su Señor” (Lc. 1,43). Las personas que visitan casa por casa ya están siendo bien recibidas en aquellas parroquias donde se realiza la Misión Permanente con esa modalidad (DA, 550).
7) La Palabra hecha carne va de casa en casa. Esta es la imagen de la N.E., producto de la Conversión Pastoral: la Iglesia como Madre, va al encuentro de sus hijos dispersos (DA, 370). Este método trae un nuevo ardor. Es una expresión eclesial que despierta mucha vida. Es como una onda expansiva, que sola se abre camino en los barrios.
S.E.R. Mons. José Elías RAUDA GUTIÉRREZ, O.F.M.
Obispo de San Vicente (El Salvador)
Martes, 9 de octubre de 2012
Mi intervención tiene como punto de referencia los números 69, 84 y 168 del
Intrumentum Laboris, que señalan los obstáculos internos y externos para la Nueva Evangelización;
uno de estos obstáculos lo constituye el mismo clero: pérdida del entusiasmo
pastoral; disminución del impulso misionero; las celebraciones litúrgicas
privadas de una profunda experiencia espiritual; la falta de alegría y de
esperanza es tan fuerte que incide en la misma vida de nuestras comunidades
cristianas … (IL 69), y en los sacerdotes se debilita la vivencia de la fe y la
caridad pastoral.La Nueva Evangelización es propuesta en estos contextos como una medicina para dar alegría y vida, contra cualquier tipo de miedo (IL 69, 168). Esta exige realizar la formación sacerdotal de manera que tengamos sacerdotes formados integralmente, capaces de evangelizar el mundo de hoy, convencidos, y fervientes ministros de la Nueva Evangelización, servidores fieles y apasionados por Cristo, por su misión y salvación (cf. PDV 10). Para lograr este proposito el Seminario deberá ser escuela y casa para la formación de discípulos y misioneros, en donde los candidatos vivan la vida a ejemplo de la comunión apostólica en torno a Cristo Resucitado (DA, 316). Pero, ante todo, deberá ser el lugar donde se forme y promueva la vida de fe, y facilite en los seminaristas adquirir “el espíritu del Evangelio y una relación profunda con Cristo” (CIC, 244). Sólo una fe sólida y robusta, propia de los mártires y santos puede dar ánimo a tantos proyectos pastorales, suscitar la creatividad pastoral e impulsar las diócesis y parroquias, los sacerdotes y fieles, a que transmitan con un nuevo ardor a través y los nuevos medios de Comunicación social la fe cristiana y el Evangelio de Cristo (Mc. 16,16; EN 5).
Intervención del Card. Timothy Michael Dolan, Arzobispo de Nueva York
S. Em. R. Card. Timothy Michael DOLAN
Arzobispo de Nueva York (EEUU)
Presidente de la Conferencia Episcopal
Martes, 9 de octubre de 2012
El gran predicador americano, el Venerable Arzobispo Fulton J. Sheen,
comentó: “La primera palabra de Jesús en el Evangelio fue ‘ven”; la última
palabra de Jesús fue ‘id’”.La Nueva Evangelización nos recuerda que los verdaderos agentes de la evangelización deben ser evangelizados primero.
San Bernardo dijo: “Si quieres ser un canal, antes debes ser un embalse”.
Por eso yo creo que el primer sacramento de la Nueva Evangelización es el sacramento de la penitencia, y agradezco al Papa Benedicto que nos lo haya recordado.
Sí, los sacramentos de iniciación – Bautismo, Confirmación, Eucaristía – encomiendan, retan y equipan a los agentes de la evangelización.
Pero los sacramentos de reconciliación evangelizan a los evangelizadores, pues sacramentalmente nos acercan a Jesús, quien nos llama a una conversión del corazón y nos inspira a responder a Su invitación de arrepentimiento.
El Concilio Vaticano II hizo un llamamiento a la renovación del sacramento de la penitencia; en cambio lo que tristemente conseguimos, en muchos lugares, fue la desaparición de dicho sacramento.
Nos hemos ocupado mucho en reformar estructuras, sistemas, instituciones y a la gente más que a nosotros mismos. Sí, esto es bueno.
Pero la respuesta a la pregunta: “¿Qué es lo que va mal en el mundo?” no es la política, la economía, el secularismo, la contaminación, el calentamiento global… no. Como escribió Chesterton: ‘La respuesta a la pregunta ‘¿Qué es lo que va mal en el mundo? son dos palabras: Soy yo’”.
¡Soy yo! Admitir esto lleva a la conversión de nuestro corazón y al arrepentimiento, el centro de la invitación del Evangelio.
Esto sucede en el Sacramento de la Penitencia. Este es el sacramento de la Nueva Evangelización.
Intervención de Mons. Rino Fisichella, Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización
S.E.R. Mons. Salvatore FISICHELLA
Arzobispo titular de Voghenza
Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización (Ciudad del Vaticano)
Martes, 9 de octubre de 2012
La nueva evangelización se presenta como un proyecto pastoral que tendrá
ocupada a la Iglesia
en los próximos decenios. Antes de “hacer” es necesario encontrar el fundamento
de nuestro “ser” cristianos, de modo que la NE no sea vivida como un añadido en un momento de
crisis, sino como la constante misión de la Iglesia. Se debe
conjugar la exigencia de unidad, para ir más allá de lo fragmentario, con la
riqueza de las tradiciones eclesiales y culturales. Unidad de un proyecto
pastoral no equivale a uniformidad de realización; indica, más bien, la
exigencia de un lenguaje común y de signos compartidos que muestran el camino
de toda la Iglesia
más que la originalidad de una experiencia particular. Habría que explicar por
qué en un período de transición histórica como el nuestro, marcado por una
crisis general, se nos pide que vivamos hoy de manera extraordinaria nuestra
ordinaria vida eclesial. Tenemos que saber presentar la novedad que Jesucristo
y la Iglesia
representan en la vida de las personas. Sin embargo, el hombre de hoy no
percibe la ausencia de Dios como algo que falta a su vida. La ignorancia de los
contenidos básicos de la fe se conjuga con una forma de presunción que no tiene
precedentes. ¿De qué manera se puede expresar la novedad de Jesucristo en un
mundo impregnado sólo de cultura científica, modelado en la superficialidad de
contenidos efímeros e insensible a la propuesta de la Iglesia? Anunciar el
Evangelio equivale a cambiar de vida; pero el hombre de hoy parece muy ligado a
este tipo de vida de la que se siente dueño porque decide cuándo, cómo y quién
debe nacer y morir. Nuestras comunidades ya no presentan tal vez los rasgos que
permiten reconocernos como portadores de una bella noticia que transforma.
Parecen cansadas, repetitivas con fórmulas obsoletas que no comunican la
alegría del encuentro con Cristo y no están seguras del camino que deben
emprender. Nos hemos encerrado en nosotros mismos, mostramos una
autosuficiencia que nos impide relacionarnos como una comunidad viva y fecunda
que genera vocaciones a causa de lo mucho que hemos burocratizado la vida de fe
y sacramental. En una palabra, ya no se sabe que estar bautizados equivale a
ser evangelizadores. Incapaces de proponer el Evangelio, débiles en la
seguridad de la verdad que salva y cautos a la hora de hablar porque nos
sentimos oprimidos por el control del lenguaje, hemos perdido credibilidad y
nos arriesgamos a hacer vano el Pentecostés. No nos sirve en este momento echar
de menos los tiempos pasados ni la utopía para seguir los sueños, sino, más
bien, un análisis lúcido que no esconda las dificultades ni tampoco el gran
entusiasmo de tantas experiencias que en estos años han permitido poner en
práctica la NE.
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