Nuestra madre Teresa es conocida por su obra para con los pobres. No todo el mundo es inmediatamente consciente de la finalidad de nuestro trabajo, que es “llevar las almas a Dios y Dios a las almas”. Cuando el Ministro de Asuntos Sociales preguntó a la madre Teresa cuál era la diferencia entre su trabajo y el trabajo que hacía ella, le respondió: “Usted lo hace por algo, nosotras lo hacemos por Alguien”. Desde los primeros años de la Congregación, la Madre sabía que llevar adelante su trabajo iba a requerir profundas y fervorosas oraciones y mucha penitencia. Con una fe firme y un espíritu de confianza amorosa, con abandono total y alegría, deseaba únicamente apagar la sed de amor y de almas de Jesús. Contemplando a Jesús en la cruz sabía cómo vivir los votos de pobreza, obediencia y caridad, y así nos lo ha enseñado. Nuestra vocación no es el trabajo, sino pertenecer a Jesús y, como Jesús dijo a nuestra Madre: “Vuestra vocación es amar, sufrir y salvar almas”.
En numerosos países las hermanas llevan medicinas a los pueblos del interior, donde no conocen a Jesús. Acogemos a los enfermos más graves en nuestras casas, donde reciben tratamiento principalmente para la tuberculosis. Durante el tiempo que están con nosotros comparten los momentos de oración con las hermanas. Escuchan la Palabra de Dios, asisten a la Santa Misa y la Adoración eucarística. Conocen al amor misericordioso del Señor hacia ellos y aprenden a rezar el rosario. Sus preguntas más profundas sobre la vida reciben una respuesta. Cuando regresan a su pueblo cuentan su experiencia de Jesús a su familia y a sus vecinos.
A Calcuta llegan voluntarios de numerosos países para colaborar en el servicio a los pobres en nuestras casas. Provienen de todos los caminos de vida, con expectativas muy diferentes. Invitamos a estos jóvenes a participar en la Santa Misa, a las seis de la mañana. Después de su servicio, donde han tocado a Jesús en los pobres, vuelven a la Casa Madre para adorar a Jesús en la Eucaristía, a las seis de la tarde. Normalmente hay un sacerdote para las confesiones. En los últimos tiempos, ha aumentado el número de voluntarios chinos.
Un día una joven se acercó a la Madre radiante de alegría:
“He encontrado a Jesús en la casa de los moribundos”. Y un muchacho contaba su
experiencia con estas palabras: “Vine para cambiar Calcuta, y ahora veo que
Calcuta me ha cambiado a mí”.
Nuestra Madre extendió el Reino del Corazón Inmaculado dando una medalla milagrosa a todas las personas que encontraba. Nosotras vamos siempre de dos en dos, con el rosario en la mano, y la Virgen María nos abre las puertas y los corazones de los pobres para que Jesús pueda entrar.
Por favor, pidan por nosotras, para que hagamos que la Iglesia esté plenamente presente a través de nuestro amor por Jesús y por los pobres, dondequiera que el Señor nos envíe.
Doy las gracias a Su Santidad y a ustedes, queridos Obispos, porque cuidan amorosamente de las necesidades espirituales de nuestras hermanas en vuestras diócesis.
Las hermanas y los pobres piden por ustedes y para que este Sínodo sea fecundo.
Prof. Yong Suk Francis Xavier OH,
Secretario General de la "Catholic Lay Apostolate Council of Korea"
(COREA)
Querría comenzar mi intervención llamando la atención sobre la expresión “de evangelizada a evangelizadora” que aparece en el nº 13 del Instrumentum Laboris, especialmente en la palabra “evangelizada”. Está muy claro porque la nueva evangelización requiere que la Iglesia sea “evangelizada” antes de evangelizar. Fijémonos en la Iglesia coreana, conocida mundialmente por ser una Iglesia dinámica. Actualmente, cerca del 60% de los nuevos bautizados católicos coreanos se alejan de la Iglesia en de un período de tres años. Sólo alrededor del 30% de los católicos coranos van a Misa cada semana y, lo que es peor, en una archidiócesis el porcentaje ha caído por debajo del 20% . Es como llenar un pozo sin fondo. Los problemas no conciernen solamente a los fieles laicos. Recientemente, algunos sacerdotes y religiosos ha abandonado la Iglesia para seguir una pseudo-religión, no autorizada y privada, basada en una hermenéutica equivocada del Libro de la Revelación. La raíz de todo esto es la falta de evangelización. Por consiguiente, la Iglesia necesita “una constante renovación interior, una continua progresión”. La cuestión es cómo hacerlo. En este sentido, se espera mucho de las parroquias y las familias.
Querría comenzar mi intervención llamando la atención sobre la expresión “de evangelizada a evangelizadora” que aparece en el nº 13 del Instrumentum Laboris, especialmente en la palabra “evangelizada”. Está muy claro porque la nueva evangelización requiere que la Iglesia sea “evangelizada” antes de evangelizar. Fijémonos en la Iglesia coreana, conocida mundialmente por ser una Iglesia dinámica. Actualmente, cerca del 60% de los nuevos bautizados católicos coreanos se alejan de la Iglesia en de un período de tres años. Sólo alrededor del 30% de los católicos coranos van a Misa cada semana y, lo que es peor, en una archidiócesis el porcentaje ha caído por debajo del 20% . Es como llenar un pozo sin fondo. Los problemas no conciernen solamente a los fieles laicos. Recientemente, algunos sacerdotes y religiosos ha abandonado la Iglesia para seguir una pseudo-religión, no autorizada y privada, basada en una hermenéutica equivocada del Libro de la Revelación. La raíz de todo esto es la falta de evangelización. Por consiguiente, la Iglesia necesita “una constante renovación interior, una continua progresión”. La cuestión es cómo hacerlo. En este sentido, se espera mucho de las parroquias y las familias.
Un Padre coreano me contó el caso de una joven que se convirtió al Budismo. Era hija de padres católicos devotos y su hermano era un fraile salesiano, que ahora trabaja como psiquiatra para los jóvenes. Estaba considerada como alguien que había crecido en una familia evangelizada. Cuando le preguntaron “¿por qué razón decidiste convertirte al Budismo?” respondió: “como católica, siempre me sentí como si me faltara algo. Un día, en un autobús, oí a un monje budista que hablaba por la radio. Sentí que lo que estaba diciendo podía ser verdad, así que pedí una serie de cintas grabadas con sus conferencias”. Lamentablemente no había logrado encontrar la “fuente del pueblo” que habría saciado mejor su sed de satisfacción espiritual.
Pienso que la nueva evangelización necesita un espíritu comunitario lleno de afecto, como el que mostró el beato Papa Juan Pablo II con un sacerdote descarriado, que se había rebajado convirtiéndose en un mendigo. El Papa le pidió que le confesara, diciendo: “Un sacerdote es siempre un sacerdote”.
- Sra. Rita María PETRIRENA HERNÁNDEZ,
Responsable del Departamento del Ministerio de Coordinación de la Conferencia Episcopal de Cuba (CUBA)
Como muchos países de Europa de Este hemos sufrido por décadas la promoción de una cultura marxista con sus consecuencias, hubo momentos muy complejos y difíciles para la Iglesia, pero ella no renunció a su fidelidad a Cristo y al pueblo. Se vivieron años de silencio, fue un silencio oblativo, fue un silencio fecundo. Queríamos escuchar mejor a Dios que hablaba al corazón de la comunidad cristiana para situarse en medio de esa nueva realidad.
Como muchos países de Europa de Este hemos sufrido por décadas la promoción de una cultura marxista con sus consecuencias, hubo momentos muy complejos y difíciles para la Iglesia, pero ella no renunció a su fidelidad a Cristo y al pueblo. Se vivieron años de silencio, fue un silencio oblativo, fue un silencio fecundo. Queríamos escuchar mejor a Dios que hablaba al corazón de la comunidad cristiana para situarse en medio de esa nueva realidad.
Me gustaría decirles desde nuestra experiencia que cuando a la Iglesia se le hace difícil su misión, la Iglesia se vuelve creativa, la Iglesia es capaz de encontrar nuevos caminos. La Iglesia se hace humilde porque sabe que es frágil, pobre y pequeña. Pero como dijera el apóstol San Pablo mi fuerza se muestra en la debilidad, entonces la Iglesia revela mejor el rostro del Maestro.
Desde hace años, a través de sus planes de pastoral, la Iglesia en Cuba ha puesto sus acentos en ser una iglesia orante, misionera y encarnada y por ello ha tenido que ser necesariamente la Iglesia de la apertura, la Iglesia del diálogo, la Iglesia de la participación, la Iglesia del perdón, la Iglesia de la diaconía.
En Cuba uno de los rostros de la Nueva Evangelización ha sido el trienio que preparó el Año Jubilar que estamos celebrando por los 400 años del hallazgo de la imagen de la patrona de Cuba, esa pequeña comunidad cristiana que no llega al 2 por cierto de la población ha sido puente entre la Gracia y el pueblo cuando millones de cubanos salieron a las calles a encontrarse con la Virgen peregrina que recorrió toda la isla.En comunión con la Iglesia que peregrina en América Latina y el Caribe, según nos invita el Documento de Aparecida, queremos ser discípulos y misioneros por desborde de gratitud. Llamados a comunicar a nuestros pueblos la Vida en Jesucristo.
- Prof. Carl Albert ANDERSON,
Caballero Supremo de la Orden de los Caballeros de Colón (ESTADOS
UNIDOS DE AMÉRICA)
La familia cristiana es esencialmente misionera. Pero su misión, que fluye de su naturaleza, es mucho mayor que cualquier actividad de evangelización externa, o reforma social o política en las cuales las familias cristianas se comprometan. Cada una de estas actividades dará realmente fruto si nace de la misión fundamental, que sitúa a la familia basada en el matrimonio sacramental en el corazón de la misión propia de la Iglesia. Con palabras de Juan Pablo II, “la familia tiene la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor”, el amor que es un reflejo de la comunión trinitaria y que participa “del amor de Dios por la humanidad” (cfr. Familiaris Consortio, nº 17).
La familia cristiana es esencialmente misionera. Pero su misión, que fluye de su naturaleza, es mucho mayor que cualquier actividad de evangelización externa, o reforma social o política en las cuales las familias cristianas se comprometan. Cada una de estas actividades dará realmente fruto si nace de la misión fundamental, que sitúa a la familia basada en el matrimonio sacramental en el corazón de la misión propia de la Iglesia. Con palabras de Juan Pablo II, “la familia tiene la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor”, el amor que es un reflejo de la comunión trinitaria y que participa “del amor de Dios por la humanidad” (cfr. Familiaris Consortio, nº 17).
En la misión evangelizadora de la Iglesia, sólo el amor es “eficaz”, el amor del Señor, crucificado y resucitado. Los esposos cristianos reciben este amor primero como un don divino y una tarea. Ninguna acumulación de influencia o poder mundanos puede ocupar el lugar de este don. Como observa el Instrumentum Laboris, este amor, que la familia tiene la tarea de vivir y comunicar, es el motor de la evangelización. Es lo que permite el anuncio del Evangelio que “impregna y transforma todo el orden temporal, asumiendo y renovando las culturas” (nº 92). Sólo este amor, si las familias lo viven de modo auténtico, puede ser el fundamento de una renovación de aquella cultura auténticamente humana que el beato Juan Pablo II llamó la “civilización del amor”.
Muchos de nuestros pastores son cada vez más conscientes de la apremiante necesidad de una nueva evangelización de la familia cristiana, para ayudarla en su misión de “ser lo que es” (cfr. Familiaris consortio, nº 17), un icono de la comunión de Dios. Esta es la única manera de que la familia pueda ser un lugar de curación y de humanidad para los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Por encima de todo, las familias necesitan la ayuda pastoral para ser conscientes de lo que son: una “comunidad salvada y salvadora” (cfr. Familiaris consortio, nº 49), una realidad sacramental en el corazón de la misión evangelizadora de la Iglesia.Muchos Padres sinodales han encomendado nuestro trabajo a la intercesión de la santísima Virgen María, Estrella de la nueva evangelización. En el hemisferio occidental, el beato Juan Pablo II, en su exhortación apostólica Ecclesia in America, encomendó nuestros esfuerzos a Nuestra Señora de Guadalupe, con el título de Estrella de la nueva evangelización.
Hace cinco siglos María se apareció en nuestro hemisferio durante un gran enfrentamiento entre civilizaciones. En ella, los pueblos nativos se vieron auténticamente reflejados a sí mismos y, al mismo tiempo, vieron una expresión perfecta de una nueva inculturación de la fe cristiana. Su mensaje de reconciliación, unidad y amor dio vida a una gran evangelización en todo el hemisferio. Hoy en muchos aspectos estamos ante un gran enfrentamiento de civilizaciones, que el acelerado proceso de globalización hace todavía más problemático. Miremos también nosotros hoy, como el beato Juan Pablo II, a Nuestra Señora de Guadalupe como un camino seguro para la nueva evangelización.
Por último, vemos en todos los continentes graves amenazas contra la libertad de la Iglesia. Tanto si estas amenazas surgen de un fundamentalismo religioso militante como de un ateísmo militante, la globalización de estas amenazas y la complicidad de numerosos gobiernos con ellas nos urge a una nueva solidaridad en defensa de la libertad religiosa como condición para la nueva evangelización.
- Dr. José María SIMÓN CASTELLVÍ,
Presidente de la Federación Internacional de Asociaciones Médicas Católicas -
F.I.A.M.C. (ESPAÑA)
Muchos médicos católicos creemos que es extremamente importante para el futuro de la Iglesia y de la humanidad que demos un impulso real a las enseñanzas de la encíclica Humanae vitae de Pablo VI. Quien respecta la H.v. procura ser fiel a su esposo o esposa, no mata a sus hijos en el aborto, no se reproduce artificialmente sino que procrea y ve a los hijos como un exquisito don del Cielo. Si es necesario por motivos graves, utilizará los modernos medios naturales de regulación de la fertilidad y nunca un anticonceptivo.
Muchos médicos católicos creemos que es extremamente importante para el futuro de la Iglesia y de la humanidad que demos un impulso real a las enseñanzas de la encíclica Humanae vitae de Pablo VI. Quien respecta la H.v. procura ser fiel a su esposo o esposa, no mata a sus hijos en el aborto, no se reproduce artificialmente sino que procrea y ve a los hijos como un exquisito don del Cielo. Si es necesario por motivos graves, utilizará los modernos medios naturales de regulación de la fertilidad y nunca un anticonceptivo.
La transmisión de la vida humana es uno de los puntos más íntimos de contacto entre Dios y el Hombre. ( ... ) Ambos realizan una Obra que será eterna. ¡ Los hijos son para siempre! Es por ello que es necesario que las escuelas, universidades, seminarios y otros medios de apostolado de la Iglesia promuevan esta sana doctrina sin esconderla ni maltratarla, sin cobardías y con perseverancia.
Los médicos católicos llevamos años detectando una disminución radical del número de especialistas en Obstetricia que siguen las enseñanzas de la Iglesia. Creemos que sería necesario impulsar a partir de este Sínodo un plan "Marshall" a favor de la Maternidad. Las madres mueren en países pobres por falta de atención Obstétrica básica y las madres son manipuladas en los países ricos para que no tengan apenas hijos.
La Iglesia católica puede, y humildemente creo que debe, superar la inversión multimillonaria de la Fundación Bill Gates, con una opción preferencial por las madres, ni exclusiva ni excluyente, pero ciertamente preferencial para con ellas y sus hijos.
- Dra. Chiara AMIRANTE, Fundadora y
Presidente de la Comunidad Nuovi Orizzonti (ITALIA)
En 1991 he comenzado a ir de noche, por la calle, a las zonas más peligrosas de Roma, animada por un simple deseo: compartir la alegría del encuentro con Cristo Resucitado precisamente con aquellos hermanos más desesperados. Escuchando el grito del pueblo de la noche, descubrí rápidamente que el verdadero mal que acomunaba a tantos hermanos desesperados que encontraba en la calle no era tanto la droga, la prostitución, el alcohol, la depresión, la soledad..... sino la ‘muerte del alma’ (“el salario del pecado es la muerte”, Rm 6,23). Y así se presentó con fuerza una certeza: sólo el encuentro con Cristo Resucitado podía devolverles la vida a todos esos hermanos“muertos” que cada noche encontraba en la calle. Así, en el 94, abrí una sencilla comunidad de acogida para jóvenes de la calle basada en el Evangelio y, desde entonces, miles de jóvenes, después de haber descubierto el amor de Dios, después de un camino de curación del corazón, de formación humana y de evangelización, se han convertido en testigos del amor de Dios entre sus coetáneos y han trabajado sistemáticamente en iniciativas de evangelización.
En 1991 he comenzado a ir de noche, por la calle, a las zonas más peligrosas de Roma, animada por un simple deseo: compartir la alegría del encuentro con Cristo Resucitado precisamente con aquellos hermanos más desesperados. Escuchando el grito del pueblo de la noche, descubrí rápidamente que el verdadero mal que acomunaba a tantos hermanos desesperados que encontraba en la calle no era tanto la droga, la prostitución, el alcohol, la depresión, la soledad..... sino la ‘muerte del alma’ (“el salario del pecado es la muerte”, Rm 6,23). Y así se presentó con fuerza una certeza: sólo el encuentro con Cristo Resucitado podía devolverles la vida a todos esos hermanos“muertos” que cada noche encontraba en la calle. Así, en el 94, abrí una sencilla comunidad de acogida para jóvenes de la calle basada en el Evangelio y, desde entonces, miles de jóvenes, después de haber descubierto el amor de Dios, después de un camino de curación del corazón, de formación humana y de evangelización, se han convertido en testigos del amor de Dios entre sus coetáneos y han trabajado sistemáticamente en iniciativas de evangelización.
En seis años, más de 250.000 personas han querido dedicarse a la nueva evangelización para llevar la revolución del Amor al mundo. Además, se han multiplicado los Centros y las iniciativas de evangelización: 174 centros de acogida, de formación para la evangelización, de familias abiertas a la acogida; 152 equipos de Servicio que se ocupan de: comunicación y medios de comunicación de masas, animación y espectáculo, formación y publicación, cooperación internacional, servicios sociales. Esto nos da la posibilidad de encontrarnos con un promedio de dos millones de personal al año, a través de distintas iniciativas de evangelización ,y de darnos cuenta de que, actualmente, el 80 % de los jóvenes que conocemos (también en las colegios de las zonas “más exclusivas”) viven situaciones sumamente difíciles. Los jóvenes buscan la felicidad a través de los caminos de la “muerte” que los profetas de la mentira proponen con insistencia: éxito, poder, dinero, placer. Es verdaderamente fundamental dedicar un esfuerzo renovado al primer anuncio, a la utilización de los medios de comunicación, al testimonio, dado con la vida, de que Jesús es el camino para encontrar la plenitud de la Alegría, de la paz, de la vida. Espero que este sínodo contribuya a grabar en el corazón de todos los cristianos las palabras de San Pablo “Si anuncio el Evangelio, no lo hago para gloriarme: al contrario, es para mí una necesidad imperiosa. ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! (1Co. 9,16)”.
- Rev.da Hna. Rekha (Mary Joseph)
CHENNATTU, R.A., Profesora de Nuevo Testamento en el Pontificio Instituto
de Filosofía y Religión en Pune (INDIA)
Querría abrir mi intervención contando uno de los momentos más intensos de evangelización en mi vida personal. Ocurrió hace veinte años, cuando fui enviado a estudiar la Biblia al Pontificio Instituto Bíblico de Roma. Mi abuelo, que tenía 92 años, me dijo: “Cuando estudies la Biblia en Roma, no deberá ser un ejercicio intelectual, sino una experiencia espiritual de despertar/edificar. ¡Recuerda siempre que estudiar la Biblia no significa hacerse dueño de la Palabra de Dios, sino dejar que la Palabra sea dueña de tu vida! Para mi ha sido más fácil enseñar matemáticas y física; enseñar el Nuevo Testamento es una tarea difícil y me reta constantemente a entrar en un proceso de kénosis, es decir, de renuncia de uno mismo, de sacrificio y sufrimiento por amor de los valores del Evangelio. Mi ministerio de la enseñanza se ha convertido en un modo de participar en el Misterio Pascual de Cristo en mi vida cotidiana.
Cuando pienso en la Nueva Evangelización, no puedo evitar hacerlo en el Evangelio de San Juan, que es el Libro del Nuevo Testamento que prefiero. El paradigma del estilo de vida cristiano que aparece en el capítulo 15 (la vid y los sarmientos) está caracterizado por la contemplación (permanecer en el amor de Dios), por la comunión (amarse los unos a los otros) y por el compromiso (dar frutos). (1) La contemplación es el modo en el que permanecemos en el amor nede Dios a través de la comunicación constante y la profunda comunión con Dios, nuestro encuentro y nuestra relación personal con Dios/Jesús. Esta contemplación nos lleva a una relación duradera de los unos con los otros. (2) La comunión atañe a nuestra misión ad intra: en el capítulo 13, Juan presenta “el amor de los unos por los otros” como signo de identidad cristiana en el mundo, y el Jesús de San Juan reza por la unidad de los cristianos “para que sean uno” (17). La iglesia se vuelve morada de Dios en el mundo secularizado, caracterizado por las relaciones deterioradas. (3) El compromiso atañe a nuestra misión ad extra. La misión consiste en revelar el amor generoso, misericordioso e inmenso de Dios en el mundo actual a través de nuestra participación activa en la misión de Dios a favor de los pobres, los necesitados y los que sufren. La Nueva Evangelización empieza cuando hay una mayor integración entre los tres aspectos fundamentales de nuestro estilo de vida cristiano -contemplación, comunión y compromiso-, es decir, cuando dejamos que la palabra de Dios sea dueña de nuestra vida.
Querría abrir mi intervención contando uno de los momentos más intensos de evangelización en mi vida personal. Ocurrió hace veinte años, cuando fui enviado a estudiar la Biblia al Pontificio Instituto Bíblico de Roma. Mi abuelo, que tenía 92 años, me dijo: “Cuando estudies la Biblia en Roma, no deberá ser un ejercicio intelectual, sino una experiencia espiritual de despertar/edificar. ¡Recuerda siempre que estudiar la Biblia no significa hacerse dueño de la Palabra de Dios, sino dejar que la Palabra sea dueña de tu vida! Para mi ha sido más fácil enseñar matemáticas y física; enseñar el Nuevo Testamento es una tarea difícil y me reta constantemente a entrar en un proceso de kénosis, es decir, de renuncia de uno mismo, de sacrificio y sufrimiento por amor de los valores del Evangelio. Mi ministerio de la enseñanza se ha convertido en un modo de participar en el Misterio Pascual de Cristo en mi vida cotidiana.
Cuando pienso en la Nueva Evangelización, no puedo evitar hacerlo en el Evangelio de San Juan, que es el Libro del Nuevo Testamento que prefiero. El paradigma del estilo de vida cristiano que aparece en el capítulo 15 (la vid y los sarmientos) está caracterizado por la contemplación (permanecer en el amor de Dios), por la comunión (amarse los unos a los otros) y por el compromiso (dar frutos). (1) La contemplación es el modo en el que permanecemos en el amor nede Dios a través de la comunicación constante y la profunda comunión con Dios, nuestro encuentro y nuestra relación personal con Dios/Jesús. Esta contemplación nos lleva a una relación duradera de los unos con los otros. (2) La comunión atañe a nuestra misión ad intra: en el capítulo 13, Juan presenta “el amor de los unos por los otros” como signo de identidad cristiana en el mundo, y el Jesús de San Juan reza por la unidad de los cristianos “para que sean uno” (17). La iglesia se vuelve morada de Dios en el mundo secularizado, caracterizado por las relaciones deterioradas. (3) El compromiso atañe a nuestra misión ad extra. La misión consiste en revelar el amor generoso, misericordioso e inmenso de Dios en el mundo actual a través de nuestra participación activa en la misión de Dios a favor de los pobres, los necesitados y los que sufren. La Nueva Evangelización empieza cuando hay una mayor integración entre los tres aspectos fundamentales de nuestro estilo de vida cristiano -contemplación, comunión y compromiso-, es decir, cuando dejamos que la palabra de Dios sea dueña de nuestra vida.
- S. G. IRINEJ [Bulović], Obispo de Bačka (SERBIA Y MONTENEGRO)
1. Para cada generación de cristianos, la evangelización del mundo es siempre una nueva evangelización. O mejor dicho, no es esencialmente nueva pero es realizada de nuevo cada vez, de una manera nueva, en otras condiciones de diálogo en cada nueva época, con una mayor o menor renovada inculturación. Por otra parte, Dios-Hombre Jesucristo es Uno y el mismo, ayer, hoy y para siempre.
2. El proceso teándrico de evangelización es individual y unitario, pero bastante variado y polifacético en sus formas y métodos. Nos dirigimos al hombre despersonalizado y secularizado de Europa Occidental y de América de un modo bastante distinto a cómo nos dirigimos al hombre igualmente despersonalizado y espiritualmente devastado, aunque de forma distinta, de Europa del Este y de los antiguos países soviéticos, y anunciamos la Buena Nueva de Cristo tanto al uno como al otro de manera diferente a como lo hacían nuestros predecesores hace sólo unas décadas en una sociedad que era mayoritariamente, o al menos formalmente, cristiana.
Sin embargo, los modelos y caminos tradicionales básicos de evangelización siguen siendo necesarios y útiles, de hecho irremplazables. Desde luego, el éxito en la evangelización no es posible hoy día sin la utilización de todas las posibilidades tecnológicas modernas (radio, televisión, internet, etc.), pero no debe olvidarse que nada puede reemplazar la palabra viva y el testimonio directo de nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor.3. El objetivo de la evangelización no debe ser el simple aumento del número de cristianos y, especialmente, no la creación de cristianos nuevos y separados de los ya existentes, o incluso semi-cristianos (si bien esto es mejor que nada); más bien, el objetivo debe ser el crecimiento verdadero del Cuerpo de Cristo en altura y en anchura, como también el crecimiento y maduración espiritual de los cristianos como personalidades auténticamente virtuosas y libres, es decir, en un estado dinámico de santidad, deificación, cristificación, que en práctica significa eclesialización (ekklesiasmós).
La evangelización es moverse en dos direcciones paralelas: ad intra y ad extra. La primera, interna, dirigida a los cristianos, es la condición previa y el requisito previo para tener éxito en la segunda, externa, orientada hacia los futuros cristianos potenciales.
4. Para poder evangelizar a nuestros vecinos, primero debemos evangelizarnos nosotros, en sinergía con el Espíritu Santo, el Paráclito que nos purifica y nos salva. La potestad en la Iglesia emana del sacrificio y el servicio, y no se funda sobre el poder y la sumisión. El tiempo del triunfalismo es para la Iglesia una cosa del pasado, y esto es bueno: la evangelización contemporánea es exclusivamente kenótica, humilde, diaconal, relativa a la crucifixión-resurrección.
No sólo las personas necesitan una nueva evangelización: también la necesitan los servicios eclesiásticos, es decir, las mismas instituciones eclesiásticas. El innatural antagonismo espiritual entre carisma e institución debe ser superado: la institución eclesiástica es, por definición, carismática. En este contexto, la nueva evangelización es también bienvenida para la vida monástica cristiana.
5. Dónde y cuándo sea posible, creo que deberíamos llevar adelante la evangelización ad extra con un esfuerzo común, apoyándonos mutuamente los unos a los otros. La mayoría de las veces esto se realiza fácilmente. No hay peligro que durante nuestro testimonio común sobre las verdades fundamentales de la fe y la vida ante nuestros contemporáneos se creen discusiones sobre cuestiones dogmáticas.
Especialmente válido es nuestro testimonio común sobre los actuales problemas vitales de la humanidad, incluyendo los problemas bioéticos y ecológicos, como también las comparecencias comunes ante los órganos de gobierno, los medios de comunicación y las distintas entidades seculares. Nosotros en Serbia poseemos una experiencia relativamente larga y fecunda en este tipo de actividades evangélicas ecuménicas o comunes por parte de los cristianos.
Una relación de este tipo requiere apertura sincera, confianza mutua y, sobre todo, amor. Creo que la irradiación espiritual del Concilio Vaticano II entre vosotros, y el auténtico espíritu y la Tradición viva de la Iglesia Ortodoxa entre nosotros tiene un efecto más sólido que el espíritu del provincialismo sectario. “Pues el que está en vosotros es más que el que está en el mundo” (1 Jn 4, 4).
1. Para cada generación de cristianos, la evangelización del mundo es siempre una nueva evangelización. O mejor dicho, no es esencialmente nueva pero es realizada de nuevo cada vez, de una manera nueva, en otras condiciones de diálogo en cada nueva época, con una mayor o menor renovada inculturación. Por otra parte, Dios-Hombre Jesucristo es Uno y el mismo, ayer, hoy y para siempre.
2. El proceso teándrico de evangelización es individual y unitario, pero bastante variado y polifacético en sus formas y métodos. Nos dirigimos al hombre despersonalizado y secularizado de Europa Occidental y de América de un modo bastante distinto a cómo nos dirigimos al hombre igualmente despersonalizado y espiritualmente devastado, aunque de forma distinta, de Europa del Este y de los antiguos países soviéticos, y anunciamos la Buena Nueva de Cristo tanto al uno como al otro de manera diferente a como lo hacían nuestros predecesores hace sólo unas décadas en una sociedad que era mayoritariamente, o al menos formalmente, cristiana.
Sin embargo, los modelos y caminos tradicionales básicos de evangelización siguen siendo necesarios y útiles, de hecho irremplazables. Desde luego, el éxito en la evangelización no es posible hoy día sin la utilización de todas las posibilidades tecnológicas modernas (radio, televisión, internet, etc.), pero no debe olvidarse que nada puede reemplazar la palabra viva y el testimonio directo de nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor.3. El objetivo de la evangelización no debe ser el simple aumento del número de cristianos y, especialmente, no la creación de cristianos nuevos y separados de los ya existentes, o incluso semi-cristianos (si bien esto es mejor que nada); más bien, el objetivo debe ser el crecimiento verdadero del Cuerpo de Cristo en altura y en anchura, como también el crecimiento y maduración espiritual de los cristianos como personalidades auténticamente virtuosas y libres, es decir, en un estado dinámico de santidad, deificación, cristificación, que en práctica significa eclesialización (ekklesiasmós).
La evangelización es moverse en dos direcciones paralelas: ad intra y ad extra. La primera, interna, dirigida a los cristianos, es la condición previa y el requisito previo para tener éxito en la segunda, externa, orientada hacia los futuros cristianos potenciales.
4. Para poder evangelizar a nuestros vecinos, primero debemos evangelizarnos nosotros, en sinergía con el Espíritu Santo, el Paráclito que nos purifica y nos salva. La potestad en la Iglesia emana del sacrificio y el servicio, y no se funda sobre el poder y la sumisión. El tiempo del triunfalismo es para la Iglesia una cosa del pasado, y esto es bueno: la evangelización contemporánea es exclusivamente kenótica, humilde, diaconal, relativa a la crucifixión-resurrección.
No sólo las personas necesitan una nueva evangelización: también la necesitan los servicios eclesiásticos, es decir, las mismas instituciones eclesiásticas. El innatural antagonismo espiritual entre carisma e institución debe ser superado: la institución eclesiástica es, por definición, carismática. En este contexto, la nueva evangelización es también bienvenida para la vida monástica cristiana.
5. Dónde y cuándo sea posible, creo que deberíamos llevar adelante la evangelización ad extra con un esfuerzo común, apoyándonos mutuamente los unos a los otros. La mayoría de las veces esto se realiza fácilmente. No hay peligro que durante nuestro testimonio común sobre las verdades fundamentales de la fe y la vida ante nuestros contemporáneos se creen discusiones sobre cuestiones dogmáticas.
Especialmente válido es nuestro testimonio común sobre los actuales problemas vitales de la humanidad, incluyendo los problemas bioéticos y ecológicos, como también las comparecencias comunes ante los órganos de gobierno, los medios de comunicación y las distintas entidades seculares. Nosotros en Serbia poseemos una experiencia relativamente larga y fecunda en este tipo de actividades evangélicas ecuménicas o comunes por parte de los cristianos.
Una relación de este tipo requiere apertura sincera, confianza mutua y, sobre todo, amor. Creo que la irradiación espiritual del Concilio Vaticano II entre vosotros, y el auténtico espíritu y la Tradición viva de la Iglesia Ortodoxa entre nosotros tiene un efecto más sólido que el espíritu del provincialismo sectario. “Pues el que está en vosotros es más que el que está en el mundo” (1 Jn 4, 4).
En la Vigésima Congregación General de hoy, viernes 26
de octubre de 2012, los Padres Sinodales han aprobado el Mensaje, como
conclusión de la XIII
Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos.
Publicamos a continuación el texto integral de la versión en español:
Hermanos y hermanas:
“Gracia a vosotros de parte de Dios, nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (Rm 1, 7). Obispos de todo el mundo, invitados por el Obispo de Roma, el Papa Benedicto XVI, nos hemos reunido para reflexionar juntos sobre “la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana” y, antes de volver a nuestras Iglesias particulares, queremos dirigirnos a todos vosotros, para animar y orientar el servicio al Evangelio en los diversos contextos en los que estamos llamados a dar hoy testimonio.
1. Como la samaritana en el pozo.
Nos dejamos iluminar por una página del Evangelio: el encuentro de Jesús con la mujer samaritana (cf. Jn 4, 5-42). No hay hombre o mujer que en su vida, como la mujer de Samaría, no se encuentre junto a un pozo con un cántaro vacío, con la esperanza de saciar el deseo más profundo del corazón, aquel que sólo puede dar significado pleno a la existencia. Hoy son muchos los pozos que se ofrecen a la sed del hombre, pero conviene hacer discernimiento para evitar aguas contaminadas. Es urgente orientar bien la búsqueda, para no caer en desilusiones que pueden ser ruinosas.
Como Jesús, en el pozo de Sicar, también la Iglesia siente el deber de sentarse junto a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, para hacer presente al Señor en sus vidas, de modo que puedan encontrarlo, porque sólo su Espíritu es el agua que da la vida verdadera y eterna. Sólo Jesús es capaz de leer hasta lo más profundo del corazón y desvelarnos nuestra verdad: “Me ha dicho todo lo que he hecho”, cuenta la mujer a sus vecinos. Esta palabra de anuncio - a la que se une la pregunta que abre a la fe: “¿Será Él el Cristo?” - muestra que quien ha recibido la vida nueva del encuentro con Jesús, a su vez no puede hacer menos que convertirse en anunciador de verdad y esperanza para con los demás. La pecadora convertida se convierte en mensajera de salvación y conduce a toda la ciudad hacia Jesús. De la acogida del testimonio la gente pasará después a la experiencia directa del encuentro: “Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo”.
2. Una nueva evangelización.
Conducir a los hombres y las mujeres de nuestro tiempo hacia Jesús, al encuentro con Él, es una urgencia que aparece en todas las regiones, tanto las de antigua como las de reciente evangelización. En todos los lugares se siente la necesidad de reavivar una fe que corre el riesgo de apagarse en contextos culturales que obstaculizan su enraizamiento personal, su presencia social, la claridad de sus contenidos y sus frutos coherentes. No se trata de comenzar todo de nuevo, sino – con el ánimo apostólico de Pablo, el cual afirma: “¡Ay de mí si non anuncio el Evangelio!” (1 Cor 9,16) - de insertarse en el largo camino de proclamación del Evangelio que, desde los primeros siglos de la era cristiana hasta el presente, ha recorrido la historia y ha edificado comunidades de creyentes por toda la tierra. Por pequeñas o grandes que sean, éstas son el fruto de la entrega de tantos misioneros y de no pocos mártires, de generaciones de testigos de Jesús, de los cuales guardamos una memoria agradecida.
Los cambios sociales, culturales, económicos, políticos y religiosos nos llaman, sin embargo, a algo nuevo: a vivir de un modo renovado nuestra experiencia comunitaria de fe y el anuncio, mediante una evangelización “nueva en su ardor, en sus métodos, en sus expresiones” (Juan Pablo II, Discurso a la XIX Asamblea del CELAM, Port-au-Prince 9 marzo 1983, n. 3) como dijo Juan Pablo II. Una evangelización dirigida, como nos ha recordado Benedicto XVI, “principalmente a las personas que, habiendo recibido el bautismo, se han alejado de la Iglesia viven sin referencia alguna a la vida cristiana [...], para favorecer en estas personas un nuevo encuentro con el Señor, el único que llena de significado profundo y de paz nuestra existencia; para favorecer el redescubrimiento de la fe, fuente de gracia que lleva consigo alegría y esperanza para la vida personal, familiar y social”. (Benedicto XVI, Homilía en la celebración eucarística para la solemne inauguración de la XIII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, Roma 7 octubre 2012)
3. El encuentro personal con Jesucristo en la Iglesia.
Antes de entrar en la cuestión sobre la forma que debe adoptar esta nueva evangelización, sentimos la exigencia de deciros, con profunda convicción, que la fe se decide, sobre todo, en la relación que establecemos con la persona de Jesús, que sale a nuestro encuentro. La obra de la nueva evangelización consiste en proponer de nuevo al corazón y a la mente, no pocas veces distraídos y confusos, de los hombres y mujeres de nuestro tiempo y, sobre todo a nosotros mismos, la belleza y la novedad perenne del encuentro con Cristo. Os invitamos a todos a contemplar el rostro del Señor Jesucristo, a entrar en el misterio de su existencia, entregada por nosotros hasta la cruz, ratificada como don del Padre por su resurrección de entre los muertos y comunicada a nosotros mediante el Espíritu. En la persona de Jesús se revela el misterio de amor de Dios Padre por la entera familia humana. Él no ha querido dejarla a la deriva de su imposible autonomía, sino que la ha unido a si mismo por medio de una renovada alianza de amor.
La Iglesia es el espacio ofrecido por Cristo en la historia para poderlo encontrar, porque Él le ha entregado su Palabra, el bautismo que nos hace hijos de Dios, su Cuerpo y su Sangre, la gracia del perdón del pecado, sobre todo en el sacramento de la Reconciliación, la experiencia de una comunión que es reflejo mismo del misterio de la Santísima Trinidad y la fuerza del Espíritu que nos mueve a la caridad hacia los demás.
Hemos de constituir comunidades acogedoras, en las cuales todos los marginados se encuentren como en su casa, con experiencias concretas de comunión que, con la fuerza ardiente del amor, -“Mirad como se aman” (Tertulliano, Apologetico, 39, 7) – atraigan la mirada desencantada de la humanidad contemporánea. La belleza de la fe debe resplandecer, en particular, en la sagrada liturgia, sobre todo en la Eucaristía dominical. Justo en las celebraciones litúrgicas la Iglesia muestra su rostro de obra de Dios y hace visible, en las palabras y en los gestos, el significado del Evangelio.
Es nuestra tarea hoy el hacer accesible esta experiencia de Iglesia y multiplicar, por tanto, los pozos a los cuales invitar a los hombres y mujeres sedientos y posibilitar su encuentro con Jesús, ofrecer oasis en los desiertos de la vida. De esto son responsables las comunidades cristianas y, en ellas, cada discípulo del Señor. Cada uno debe dar un testimonio insustituible para que el Evangelio pueda cruzarse con la existencia de tantas personas. Por eso, se nos exige la santidad de vida.
4. Las ocasiones del encuentro con Jesús y la escucha de la Escritura
Algunos preguntarán cómo llevar a cabo todo esto. No se trata de inventar nuevas estrategias, casi como si el Evangelio fuera un producto para poner en el mercado de las religiones sino descubrir los modos mediante los cuales, ante el encuentro con Jesús, las personas se han acercado a Él y por Él se han sentido llamadas y adaptarlos a las condiciones de nuestro tiempo.
Recordamos, por ejemplo, cómo Pedro, Andrés, Santiago y Juan han sido llamados por Jesús en el contexto de su trabajo, cómo Zaqueo ha podido pasar de la simple curiosidad al calor de la mesa compartida con el Maestro, cómo el centurión pide la intervención del Señor ante la enfermedad de una persona cercana, como el ciego de nacimiento lo ha invocado como liberador de su propia marginación, como Marta y María han visto recompensada su hospitalidad con su propia presencia. Podemos continuar aún recorriendo las páginas de los Evangelios y encontrando tantos y tantos modos en los que la vida de las personas se ha abierto, desde diversas condiciones, a la presencia de Cristo. Y lo mismo podemos hacer con todo lo que la Escritura nos dice de la experiencia misionera de los apóstoles en la Iglesia naciente.
La lectura frecuente de la Sagrada Escritura, iluminada por la Tradición de la Iglesia que nos la entrega y la interpreta auténticamente, no sólo es un paso obligado para conocer el contenido mismo del Evangelio, esto es, la persona de Jesús en el contexto de la historia de la salvación, sino que, además, nos ayuda a hallar espacios nuevos de encuentro con Él, nuevas formas de acción verdaderamente evangélicas, enraizadas en las dimensiones fundamentales de la vida humana: la familia, el trabajo, la amistad, la pobreza y las pruebas de la vida, etc.
5. Evangelizarnos a nosotros mismos y disponernos a la conversión
Queremos resaltar que la nueva evangelización se refiere, en primer lugar, a nosotros mismos. En estos días, muchos obispos nos han recordado que, para poder evangelizar el mundo, la Iglesia debe, ante todo, ponerse a la escucha de la Palabra. La invitación a evangelizar se traduce en una llamada a la conversión.
Sentimos sinceramente el deber de convertirnos a la potencia de Cristo, que es capaz de hacer todas las cosas nuevas, sobre todo nuestras pobres personas. Hemos de reconocer con humildad que la miseria, las debilidades de los discípulos de Jesús, especialmente de sus ministros, hacen mella en la credibilidad de la misión. Somos plenamente conscientes, nosotros los Obispos los primeros, de no poder estar nunca a la altura de la llamada del Señor y del Evangelio que nos ha entregado para su anuncio a las gentes. Sabemos que hemos de reconocer humildemente nuestra debilidad ante las heridas de la historia y no dejamos de reconocer nuestros pecados personales. Estamos, además, convencidos de que la fuerza del Espíritu del Señor puede renovar su Iglesia y hacerla de nuevo esplendorosa si nos dejamos transformar por Él. Lo muestra la vida de los santos, cuya memoria y el relato de sus vidas son instrumentos privilegiados de la nueva evangelización.
Si esta renovación fuese confiada a nuestras fuerzas, habría serios motivos de duda, pero en la Iglesia la conversión y la evangelización no tienen como primeros actores a nosotros, pobres hombres, sino al mismo Espíritu del Señor. Aquí está nuestra fuerza y nuestra certeza, que el mal no tendrá jamás la última palabra, ni en la Iglesia ni en la historia: “No se turbe vuestro corazón y no tengáis miedo” (Jn 14, 27), ha dicho Jesús a sus discípulos.
La tarea de la nueva evangelización descansa sobre esta serena certeza. Nosotros confiamos en la inspiración y en la fuerza del Espíritu, que nos enseñará lo que debemos decir y lo que debemos hacer, aún en las circunstancias más difíciles. Es nuestro deber, por eso, vencer el miedo con la fe, el cansancio con la esperanza, la indiferencia con el amor.
6. Reconocer en el mundo de hoy nuevas oportunidades de evangelización
Este sereno coraje sostiene también nuestra mirada sobre el mundo contemporáneo. No nos sentimos atemorizados por las condiciones del tiempo en que vivimos. Nuestro mundo está lleno de contradicciones y de desafíos, pero sigue siendo creación de Dios, y aunque herido por el mal, siempre es objeto de su amor y terreno suyo, en el que puede ser resembrada la semilla de la Palabra para que vuelva a dar fruto.
No hay lugar para el pesimismo en las mentes y en los corazones de aquellos que saben que su Señor ha vencido a la muerte y que su Espíritu actúa con fuerza en la historia. Con humildad, pero también con decisión - aquella que viene de la certeza de que la verdad siempre vence - nos acercamos a este mundo y queremos ver en él una invitación del Resucitado a ser testigos de su nombre. Nuestra Iglesia está viva y afronta los desafíos de la historia con la fortaleza de la fe y del testimonio de tantos hijos suyos.
Sabemos que en el mundo debemos afrontar una batalla contra “los Principados y las Potencias” y “los espíritus del mal” (Ef 6,12). No ocultamos los problemas que tales desafíos suponen, pero no nos atemorizan. Esto lo señalamos especialmente ante los fenómenos de globalización, que deben ser para nosotros oportunidad para extender la presencia del Evangelio. También las migraciones - aún con el peso del sufrimiento que conllevan, y con las que queremos estar sinceramente cercanos, con la acogida propia de los hermanos - son ocasiones, como ha sucedido en el pasado, de difusión de la fe y de comunión en todas sus formas. La secularización y la crisis del primado de la política y del Estado piden a la Iglesia repensar su propia presencia en la sociedad, sin renunciar a ella. Las muchas y siempre nuevas formas de pobreza abren espacios inéditos al servicio de la caridad: la proclamación del Evangelio compromete a la Iglesia a estar al lado de los pobres y compartir con ellos sus sufrimientos, como lo hacía Jesús. También en las formas más ásperas de ateísmo y agnosticismo podemos reconocer, aún en modos contradictorios, no un vacío, sino una nostalgia, una espera que requiere una respuesta adecuada.
Frente a los interrogantes que las culturas dominantes plantean a la fe y a la Iglesia, renovamos nuestra fe en el Señor, ciertos de que también en estos contextos el Evangelio es portador de luz y capaz de sanar la debilidad del hombre. No somos nosotros quienes para conducir la obra de la evangelización, sino Dios. Como nos ha recordado el Papa: “La primera palabra, la iniciativa verdadera, la actividad verdadera viene de Dios y sólo introduciéndonos en esta iniciativa divina, sólo implorando esta iniciativa divina, podemos nosotros también llegar a ser –con él y en él- evangelizadores”. (Benedicto XVI, Meditación de la primera congregación general de la XIII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, Roma 8 octubre 2012)
7. Evangelización, familia y vida consagrada
Desde la primera evangelización la transmisión de la fe, en el transcurso de las generaciones, ha encontrado un lugar natural en la familia. En ella - con un rol muy significativo desarrollado por las mujeres, sin que con esto queramos disminuir la figura paterna y su responsabilidad - los signos de la fe, la comunicación de las primeras verdades, la educación en la oración, el testimonio de los frutos del amor, han sido infundidos en la vida de los niños y adolescentes en el contexto del cuidado que toda familia reserva al crecimiento de sus pequeños. A pesar de la diversidad de las situaciones geográficas, culturales y sociales, todos los obispos del Sínodo han confirmado este papel esencial de la familia en la transmisión de la fe. No se puede pensar en una nueva evangelización sin sentirnos responsables del anuncio del Evangelio a las familias y sin ayudarles en la tarea educativa.
No escondemos el hecho de que hoy la familia, que se constituye con el matrimonio de un hombre y una mujer que los hace “una sola carne” (Mt 19,6) abierta a la vida, está atravesada por todas partes por factores de crisis, rodeada de modelos de vida que la penalizan, olvidada de las políticas de la sociedad, de la cual es célula fundamental, no siempre respetada en sus ritmos ni sostenida en sus esfuerzos por las propias comunidades eclesiales. Precisamente por esto, nos vemos impulsados a afirmar que tenemos que desarrollar un especial cuidado por la familia y por su misión en la sociedad y en la Iglesia, creando itinerarios específicos de acompañamiento antes y después del matrimonio.en las formas más penosas de atey son un signo de esta fuente de vida plena para los hombres en la sociedad. Las muchas y siempr Queremos expresar nuestra gratitud a tantos esposos y familias cristianas que con su testimonio continúan mostrando al mundo una experiencia de comunión y de servicio que es semilla de una sociedad más fraterna y pacífica.
Nuestra reflexión se ha dirigido también a las situaciones familiares y de convivencia en las que no se muestra la imagen de unidad y de amor para toda la vida que el Señor nos ha enseñado. Hay parejas que conviven sin el vínculo sacramental del matrimonio; se extienden situaciones familiares irregulares construidas sobre el fracaso de matrimonios anteriores: acontecimientos dolorosos que repercuten incluso sobre la educación en la fe de los hijos. A todos ellos les queremos decir que el amor de Dios no abandona a nadie, que la Iglesia los ama y es una casa acogedora con todos, que siguen siendo miembros de la Iglesia, aunque no puedan recibir la absolución sacramental ni la Eucaristía. Que las comunidades católicas estén abiertas a acompañar a cuantos viven estas situaciones y favorezcan caminos de conversión y de reconciliación.
La vida familiar es el primer lugar en el cual el Evangelio se encuentra con la vida ordinaria y muestra su capacidad de transformar las condiciones fundamentales de la existencia en el horizonte del amor. Pero no menos importante es, para el testimonio de la Iglesia, mostrar como esta vida en el tiempo se abre a una plenitud que va más allá de la historia de los hombres y que conduce a la comunión eterna con Dios. Jesús no se presenta a la mujer samaritana simplemente como aquel que da la vida sino como el que da la “vida eterna” (Jn 4, 14). El don de Dios que la fe hace presente, no es simplemente la promesa de unas mejores condiciones de vida en este mundo, sino el anuncio de que el sentido último de nuestra vida va más allá de este mundo y se encuentra en aquella comunión plena con Dios que esperamos en el final de los tiempos.
De este sentido de la vida humana más allá de lo terrenal son particulares testigos en la Iglesia y en el mundo cuantos el Señor ha llamado a la vida consagrada, una vida que, precisamente porque está dedicada totalmente a él, en el ejercicio de la pobreza, la castidad y la obediencia, es el signo de un mundo futuro que relativiza cualquier bien de este mundo. Que de la Asamblea del Sínodo de los Obispos llegue a estos hermanos y hermanas nuestros la gratitud por su fidelidad a la llamada del Señor y por la contribución que han hecho y hacen a la misión de la Iglesia, la exhortación a la esperanza en situaciones nada fáciles para ellos en estos tiempos de cambio y la invitación a reafirmarse como testigos y promotores de nueva evangelización en los varios ámbitos de la vida en que los carismas de cada instituto los sitúa.
8. La comunidad eclesial y los diversos agentes de la evangelización
La obra de la evangelización no es labor exclusiva de alguien en la Iglesia sino del conjunto de las comunidades eclesiales, donde se tiene acceso a la plenitud de los instumentos del encuentro con Jesús: la Palabra, los sacramentos, la comunión fraterna, el servicio de la caridad, la misión.
En esta perspectiva emerge sobre todo el papel de la parroquia como presencia de la Iglesia en el territorio en el que viven los hombres, “fuente de la villa”, como le gustaba llamarla a Juan XXIII, en la que todos pueden beber encontrando la frescura del Evangelio. Su función permanece imprescindible, aunque las condiciones particulares pueden requerir una articulación en pequeñas comunidades o vínculos de colaboración en contextos más amplios. Sentimos, ahora, el deber de exhortar a nuestras parroquias a unir a la tradicional cura pastoral del Pueblo de Dios las nuevas formas de misión que requiere la nueva evangelización. Éstas, deben alcanzar también a las variadas formas de piedad popular.
En la parroquia continúa siendo decisivo el ministerio del sacerdote, padre y pastor de su pueblo. A todos los presbíteros, los obispos de esta Asamblea sinodal expresan gratitud y cercanía fraterna por su no fácil tarea y les invitamos a unirse cada vez más al presbiterio diocesano, a una vida espiritual cada vez más intensa y a una formación permanente que los haga capaces de afrontar los cambios sociales.
Junto a los sacerdotes reconocemos la presencia de los diáconos así como la acción pastoral de los catequistas y de tantas figuras ministeriales y de animación en el campo del anuncio y de la catequesis, de la vida litúrgica, del servicio caritativo, así como las diversas formas de participación y de corresponsabilidad de parte de los fieles, hombres y mujeres, cuya dedicación en los diversos servicios de nuestras comunidades no será nunca suficientemente reconocida. También a todos ellos les pedimos que orienten su presencia y su servicio en la Iglesia en la óptica de la nueva evangelización, cuidando su propia formación humana y cristiana, el conocimiento de la fe y la sensibilidad a los fenómenos culturales actuales.
Mirando a los laicos, una palabra específica se dirige a las varias formas de asociación, antiguas y nuevas, junto con los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades. Todas ellas son expresiones de la riqueza de los dones que el Espíritu entrega a la Iglesia. También a estas formas de vida y compromiso en la Iglesia expresamos nuestra gratitud, exhortándoles a la fidelidad al propio carisma y a la plena comunión eclesial, de modo especial en el ámbito de las Iglesias particulares.
Dar testimonio del Evangelio no es privilegio exclusivo de nadie. Reconocemos con gozo la presencia de tantos hombres y mujeres que con su vida son signos del Evangelio en medio del mundo. Lo reconocemos también en tantos de nuestros hermanos y hermanas cristianos con los cuales la unidad no es todavía perfecta, aunque han sido marcados con el bautismo del Señor y son sus anunciadores. En estos días nos ha conmovido la experiencia de escuchar las voces de tantos responsables de Iglesias y Comunidades eclesiales que nos han dado testimonio de su sed de Cristo y de su dedicación al anuncio del Evangelio, convencidos también ellos de que el mundo tiene necesidad de una nueva evangelización. Estamos agradecidos al Señor por esta unidad en la exigencia de la misión.
9. Para que los jóvenes puedan encontrarse con Cristo
Nos sentimos cercanos a los jóvenes de un modo muy especial, porque son parte relevante del presente y del futuro de la humanidad y de la Iglesia. La mirada de los obispos hacia ellos es todo menos pesimista. Preocupada, sí, pero no pesimista. Preocupada porque justo sobre ellos vienen a confluir los embates más agresivos de estos tiempos; no pesimista, sin embargo, sobre todo porque, lo resaltamos, el amor de Cristo es quien mueve lo profundo de la historia y además, porque descubrimos en nuestros jóvenes aspiraciones profundas de autenticidad, de verdad, de libertad, de generosidad, de las cuales estamos convencidos que sólo Cristo puede ser respuesta capaz de saciarlos.
Queremos ayudarles en su búsqueda e invitamos a nuestras comunidades a que, sin reservas, entren en una dinámica de escucha, de diálogo y de propuestas valientes ante la difícil condición juvenil. Para aprovechar y no apagar la potencia de su entusiasmo. Y para sostener en su favor la justa batalla contra los lugares comunes y las especulaciones interesadas de las fuerzas de este mundo, esforzadas en disipar sus energías y a agotarlas en su propio interés, suprimiendo en ellos cualquier memoria agradecida por el pasado y cualquier planteamiento serio por el futuro.
La nueva evangelización tiene un campo particularmente árduo pero al mismo tiempo apasionante en el mundo de los jóvenes, como muestran no pocas experiencias, desde las más multitudinarias como las Jornadas Mundiales de la Juventud, a aquellas más escondidas pero no menos importantes, como las numerosas y diversas experiencias de espiritualidad, servicio y misión. A los jóvenes les reconocemos un rol activo en la obra de la evangelización, sobre todo en su ambientes.
10. El Evangelio en diálogo con la cultura y la experiencia humana y con las religiones.
La nueva evangelización tiene su centro en Cristo y en la atención a la persona humana, para hacer posible el encuentro con él. Pero su horizonte es tan ancho como el mundo y no se cierra a ninguna experiencia del hombre. Eso significa que ella cultiva, con particular atención, el diálogo con las culturas, con la confianza de poder encontrar en todas ellas las “semillas del Verbo” de las que hablaban los Santos Padres. En particular, la nueva evangelización tiene necesidad de una renovada alianza entre fe y razón, con la convicción de que la fe tiene recursos suficientes para acoger los frutos de una sana razón abierta a la trascendencia y tiene, al mismo tiempo, la fuerza de sanar los límites y las contradicciones en las que la razón puede tropezar. La fe no deja de contemplar los lacerantes interrogantes que supone la presencia del mal en la vida y la historia de los hombres, encontrando la luz de su esperanza en la Pascua de Cristo.
El encuentro entre fe y razón nutre el esfuerzo de la comunidad cristiana en el mundo de la educación y la cultura. Un lugar especial en este campo lo ocupan las instituciones educativas y de investigación: escuelas y universidades. Donde se desarrolla el conocimiento sobre el hombre y se da una acción educativa, la Iglesia se ve impulsada a testimoniar su propia experiencia y a contribuir a una formación integral de la persona. En este ámbito merecen una atención especial las escuelas y universidades católicas, en las que la apertura a la trascendencia, propia de todo itinerario cultural sincero y educativo, debe completarse con caminos de encuentro con la persona de Jesucristo y de su Iglesia. Vaya la gratitud de los obispos a todos los que, en condiciones muchas veces difíciles, desempeñan esta tarea.
La evangelización exige que se preste gran atención al mundo de la comunicaciones sociales, que son un camino, especialmente en el caso de los nuevos medios, en el que se cruzan tantas vidas, tantos interrogantes y tantas expectativas. Son el lugar donde en muchas ocasiones se forman las conciencias y se muestran los hechos de la propia vida y deben ser una oportunidad nueva para llegar al corazón de los hombres.
Un particular ámbito de encuentro entre fe y razón se da hoy en el diálogo con el conocimiento científico. Éste, por otro lado, no se encuentra lejos de la fe, siendo manifestación de aquel principio espiritual que Dios ha puesto en sus criaturas y que les permite comprender las estructuras racionales que se encuentran en la base de la creación. Cuando la ciencia y la técnica no presumen de encerrar la concepción del hombre y del mundo en un árido materialismo se convierten, entonces, en un precioso aliado para el desarrollo de la humanización de la vida. También a los responsables de esta delicada tarea se dirige nuestro agradecimiento.
Queremos, además, agradecer su esfuerzo a los hombres y mujeres que se dedican a otra expresión del genio humano: el arte en sus varias formas, desde las más antiguas a las más recientes. En sus obras, en cuanto tienden a dar forma a la tensión del hombre hacia la belleza, reconocemos un modo particularmente significativo de expresión de la espiritualidad. Estamos especialmente agradecidos cuando sus bellas creaciones nos ayudan a hacer evidente la belleza del rostro de Dios y de sus criaturas. La vía de la belleza es un camino particularmente eficaz de la nueva evangelización.
Más allá del arte, toda obra del hombre es un espacio en el que, mediante el trabajo, él se hace cooperador de la creación divina. Al mundo de la economía y del trabajo queremos recordar como de la luz del Evangelio surgen algunas llamadas urgentes: liberar el trabajo de aquellas condiciones que no pocas veces lo transforman en un peso insoportable con una perspectiva incierta, amenazada por el desempleo, especialmente entre los jóvenes, poner a la persona humana en el centro del desarrollo económico y pensar este mismo desarrollo como una ocasión de crecimiento de la humanidad en justicia y unidad. El hombre, a través del trabajo con el que transforma el mundo, está llamado a salvaguardar el rostro que Dios ha querido dar a su creación, también por responsabilidad hacia las generaciones venideras.
El Evangelio ilumina también las situaciones de sufrimiento en la enfermedad. En ellas, los cristianos están llamados a mostrar la cercanía de la Iglesia para con los enfermos y discapacitados y con los que con profesionalidad y humanidad trabajan por su salud.
Un ámbito en el que la luz de Evangelio puede y debe iluminar los pasos de la humanidad es el de la vida política, a la cual se le pide un compromiso de cuidado desinteresado y transparente por el bien común, desde el respeto total a la dignidad de la persona humana desde su concepción hasta su fin natural, de la familia fundada sobre el matrimonio de un hombre y una mujer, de la libertad educativa, en la promoción de la libertad religiosa, en la eliminación de las injusticias, las desigualdades, las discriminaciones, la violencia, el racismo, el hambre y la guerra. A los políticos cristianos que viven el precepto de la caridad se les pide un testimonio claro y transparente en el ejercicio de sus responsabilidades.
El diálogo de la Iglesia tiene su natural destinatario, finalmente, en los seguidores de las religiones. Si evangelizamos es porque estamos convencidos de la verdad de Cristo, y no porque estemos contra nadie. El Evangelio de Jesús es paz y alegría y sus discípulos se alegran de reconocer cuanto de bueno y verdadero el espíritu religioso humano ha sabido descubrir en el mundo creado por Dios y ha expresado en las diferentes religiones.
El diálogo con los creyentes de las diversas religiones quiere ser una contribución a la paz, rechaza todo fundamentalismo y denuncia cualquier violencia que se produce contra los creyentes y las graves violaciones de los derechos humanos. Las Iglesias de todo el mundo son cercanas desde la oración y la fraternidad a los hermanos que sufren y piden a quienes tienen en sus manos los destinos de los pueblos que salvaguarden el derecho de todos a la libre elección, confesión y testimonio de la propia fe.
11. En el año de la fe, la memoria del Concilio Vaticano II y la referencia al Catecismo de la Iglesia Católica.
En el camino abierto por la nueva evangelización podremos sentirnos a veces como en un desierto, en medio de peligros y privados de referencias. El Santo Padre Benedicto XVI, en la homilía de la Misa de apertura del Año de la fe, ha hablado de una “«desertificación» espiritual” que ha avanzado en estos últimos decenios, pero él mismo nos ha dado fuerza afirmando que “a partir de esta experiencia de desierto, de este vacío, podemos nuevamente descubrir la alegría del creer, su importancia vital para nosotros, hombres y mujeres. En el desierto se descubre el valor de aquello que es esencial para vivir” (Benedicto XVI, Homilía en la celebración eucarística para la apertura del Año de la fe, Roma 11 octubre 2012). En el desierto, como la mujer la samaritana, se va en busca de agua y de un pozo del que sacarla: ¡dichoso el que en él encuentra a Cristo!
Agradecemos al Santo Padre por el don del Año de la fe, preciosa entrada en el itinerario de la nueva evangelización. Le damos las gracias también por haber unido este Año a la memoria gozosa por los cincuenta años de la apertura del Concilio Vaticano II, cuyo magisterio fundamental para nuestro tiempo se refleja en el Catecismo de la Iglesia Católica, repropuesto, a los veinte años de su publicación, como referencia segura de la fe. Son aniversarios importantes que nos permiten reafirmar nuestra plena adhesión a las enseñanzas del Concilio y nuestro convencido esfuerzo en continuar su puesta en marcha.
12. Contemplando el misterio y cercanos a los pobres
En esta óptica queremos indicar a todos los fieles dos expresiones de la vida de la fe que nos parecen de especial relevancia para incluirlas en la nueva evangelización.
El primero está constituído por el don y la experiencia de la contemplación. Sólo desde una mirada adorante al misterio de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, sólo desde la profundidad de un silencio que se pone como seno que acoge la única Palabra que salva, puede desarrollarse un testimonio creíble para el mundo. Sólo este silencio orante puede impedir que la palabra de la salvación se confunda en el mundo con los ruidos que lo invaden.Vuelve de nuevo a nuestros labios la palabra de agradecimiento, ahora dirigida a cuantos, hombres y mujeres, dedican su vida, en los monasterios y conventos, a la oración contemplativa. Necesitamos que momentos de contemplación se entrecrucen con la vida ordinaria de la gente. Lugares del espíritu y del territorio que son una llamada hacia Dios; santuarios interiores y templos de piedra que son cruce obligado por el flujo de experiencias que en ellos se suceden y en los cuales todos podemos sentirnos acogidos, incluso aquellos que no saben todavía lo que buscan.
El otro símbolo de autenticidad de la nueva evangelización tiene el rostro del pobre. Estar cercano a quien está al borde del camino de la vida no es sólo ejercicio de solidaridad, sino ante todo un hecho espiritual. Porque en el rostro del pobre resplandece el mismo rostro de Cristo: “Todo aquello que habéis hecho por uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt{lang1034 25, 40).
A los pobres les reconocemos un lugar privilegiado en nuestras comunidades, un puesto que no excluye a nadie, pero que quiere ser un reflejo de como Jesús se ha unido a ellos. La presencia de los pobres en nuestras comunidades es misteriosamente potente: cambia a las personas más que un discurso, enseña fidelidad, hace entender la fragilidad de la vida, exige oración; en definitiva, conduce a Cristo.
El gesto de la caridad, al mismo tiempo, debe ser acompañado por el compromiso con la justicia, con una llamada que se realiza a todos, ricos y pobres. Por eso es necesaria la introducción de la doctrina social de la Iglesia en los itinerarios de la nueva evangelización y cuidar la formación de los cristianos que trabajan al servicio de la convivencia humana desde la vida social y política.
13. Una palabra a las Iglesias de las diversas regiones del mundo.
La mirada de los obispos reunidos en Asamblea sinodal abraza a todas las comunidades eclesiales presentes en todo el mundo. Una mirada de unidad, porque única es la llamada al encuentro con Cristo, pero sin olvidar la diversidad.
Una consideración particular, llena de afecto y gratitud, reservamos los obispos reunidos en el Sínodo a vosotros, cristianos de las Iglesias Orientales Católicas, herederos de la primera difusión del Evangelio, experiencia custodiada por vosotros con amor y fidelidad y a vosotros, cristianos presentes en el Este de Europa. Hoy el Evangelio se os repropone como nueva evangelización a través de la vida litúrgica, la catequesis, la oración familiar diaria, el ayuno, la solidaridad entre las familias, la participación de los laicos en la vida de la comunidad y al diálogo con la sociedad. En no pocos lugares vuestras Iglesias son sometidas a prueba y tribulaciones que dan testimonio de vuestra participación en la cruz de Cristo; algunos fieles están obligados a emigrar y, manteniendo viva la pertenencia a sus propias comunidades de origen, pueden contribuir a la tarea pastoral y a la obra de la evangelización en los países de acogida. El Señor continue bendiciendo vuestra fidelidad y que sobre vuestro futuro brillen horizontes de firme confesión y práctica de la fe en condiciones de paz y de libertad religiosa.
Nos dirigimos a vosotros, hombres y mujeres, que vivís en los países de África y resaltamos inenuestra gratitud por el testimonio que ofrecéis del Evangelio muchas veces en situaciones humanas muy difíciles. Os exhortamos a relanzar la evangelización recibida en tiempos aún recientes, a edificaros como Iglesia “familia de Dios”, a reforzar la identidad de la familia y a sostener la labor de los sacerdotes y catequistas, especialmente en las pequeñas comunidades cristianas. Afirmamos, por otra parte, la exigencia de desarrollar el encuentro del Evangelio con las antiguas y nuevas culturas. Dirigimos una llamada de atención al mundo de la política y a los gobiernos de los diversos países africanos para que, con la colaboración de todos los hombres de buena voluntad, se promuevan los derechos humanos fundamentales y el continente sea liberados de la violencia y los conflictos que lo atormentan.
Los obispos de la Asamblea sinodal os invitan a los cristianos de Norteamérica a responder con gozo a la llamada de la nueva evangelización, mientras admiramos como en vuestra joven historia vuestras comunidades cristianas han dado frutos generosos de fe, caridad y misión. También conviene reconocer que muchas de las expresiones de la cultura de vuestra sociedad están lejos del Evangelio. Se hace, pues, necesario una invitación a la conversión, de la que nace un compromiso que no os coloca fuera de vuestra cultura, sino que os llama a ofrecer a todos la luz de la fe y la fuerza de la vida. Mientras acogéis en vuestras generosas tierras a nueva población de inmigrantes y refugiados, estad dispuestos a abrir las puertas de vuestras casas a la fe. Fieles a los compromisos adquiridos en la Asamblea sinodal para América, sed solidarios con la América Latina en la permanente tarea de evangelización de vuestro continente.
El mismo sentimiento de gratitud dirige la Asamblea del Sínodo a las Iglesia de América Latina y el Caribe. Nos llama la atención en particular cómo se han desarrollado a través de los siglos en vuestro países formas de piedad popular fuertemente enraizadas en los corazones de tantos de vosotros, formas de servicio en la caridad y de diálogo con las culturas. Ahora, frente a los desafíos del presente, sobre todo la pobreza y la violencia, la Iglesia en Latinoamérica y en el Caribe es exhortada a vivir en un estado permanente de misión, anunciando el Evangelio con esperanza y alegría, formando comunidades de verdaderos discípulos misioneros de Jesucristo, mostrando con vuestro testimonio como el Evangelio es fuente de una sociedad justa y fraterna. También el pluralismo religioso interroga a vuestras Iglesias y les exige un renovado anuncio del Evangelio.
También a vosotros, cristianos de Asia sentimos la necesidad de dirigiros una palabra de fortalecimiento y exhortación. Vuestra presencia, a pesar de ser una pequeña minoría en el continente en el que viven casi dos tercios de la población mundial, es una semilla profunda, confiada a la fuerza del Espíritu, que crece en el diálogo con las diversas culturas, con las antiguas religiones y con tantos pobres. Aunque a veces está situada al margen de la vida social y en diversos lugares incluso perseguida, la Iglesia de Asia, con su fe fuerte, es una presencia preciosa del Evangelio de Cristo que anuncia justicia, vida y armonía. Cristianos de Asia, sentid la cercanía fraterna de los cristianos de los demás países del mundo, los cuales no pueden olvidar que en vuestro continente, en la Tierra Santa, nació, vivió, murió y resucitó el mismo Jesús.
Una palabra de reconocimiento y de esperanza queremos dirigir los obispos a las Iglesias del continente europeo, hoy en parte marcado por una fuerte secularización, a veces agresiva, y todavía hoy herido por los largos decenios de gobiernos marcados por ideologías enemigas de Dios y del hombre. Reconocemos vuestro pasado y también vuestro presente, en el cual el Evangelio ha creado en Europa certezas y experiencias de fe concretas y decisivas para la evangelización del mundo entero, muchas veces rebosantes de santidad: riqueza del pensamiento teológico, variedad de expresiones carismáticas, formas variadas al servicio de la caridad con los pobres, profundas experiencias contemplativas, creación de una cultura humanística que ha contribuido a dar rostro a la dignidad de la persona y a la construcción del bien común. Las dificultades del presentes no os pueden dejar abatidos, queridos cristianos europeos: éstas os deben desafiar a un anuncio más gozoso y vivo de Cristo y de su Evangelio de vida.
Los obispos de la Asamblea sinodal saludan, finalmente, a los pueblos de Oceanía, que viven bajo la protección de la Cruz del Sur, y les damos gracias por el testimonio del Evangelio de Jesús. Nuestra plegaria por vosotros es para que, como la mujer samaritana en el pozo, también vosotros sintáis viva la sed de una vida nueva y podáis escuchar la Palabra de Jesús que dice: “¡Si conocieras el don de Dios!” (Jn 4, 10). Comprometeos a predicar el Evangelio y a dar a conocer a Jesús en el mundo de hoy. Os exhortamos a encontrarlo en vuestra vida cotidiana, a escucharle y a descubrir, mediante la oración y la meditación, la gracia de poder decir: “Sabemos que este es verdaderamente el salvador del mundo” (Jn 4, 42).
14. La estrella de María ilumina el desierto
A punto de finalizar esta experiencia de comunión entre los obispos de todo el mundo y de colaboración con el ministerio del Sucesor de Pedro, sentimos resonar en nosotros el mandato de Jesús a sus apóstoles: “Id y haced discípulos de todos los pueblo [...]. Sabed que yo estoy con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19-20). La misión de la Iglesia no se dirige a un territorio en concreto, sino que sale al encuentro de la pliegues más oscuros del corazón de nuestros contemporáneos, para llevarlos al encuentro con Jesús, el Viviente que se hace presente en nuestras comunidades.
Esta presencia llena de gozo nuestros corazones. Agradecidos por el don recibido de él en estos días le dirigimos nuestro canto de alabanza: “Proclama mi alma la grandeza del Señor [...] Ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1, 46.49). Las palabras de María son también las nuestras: el Señor ha hecho realmente grandes cosas a través de los siglos por su Iglesia en los diversos rincones del mundo y nosotros lo alabamos, con la certeza de que no dejará de mirar nuestra pobreza para desplegar la potencia de su brazo incluso en nuestros días y sostenernos en el camino de la nueva evangelización.
La figura de María nos orienta en el camino. Este camino, como nos ha dicho Benedicto XVI, podrá parecer una ruta en el desierto; sabemos que tenemos que recorrerlo llevando con nosotros lo esencial: el don del Espíritu Santo, la cercanía de Jesús, la verdad de su Palabra, el pan eucarístico que nos alimenta, la fraternidad de la comunión eclesial y el impulso de la caridad. Es el agua del pozo la que hace florecer el desierto y como en la noche en el desierto las estrellas se hacen más brillantes, así en el cielo de nuestro camino resplandece con vigor la luz de María, la Estrella de la nueva evangelización a quien, confiados, nos encomendamos.
Publicamos a continuación el texto integral de la versión en español:
Hermanos y hermanas:
“Gracia a vosotros de parte de Dios, nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (Rm 1, 7). Obispos de todo el mundo, invitados por el Obispo de Roma, el Papa Benedicto XVI, nos hemos reunido para reflexionar juntos sobre “la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana” y, antes de volver a nuestras Iglesias particulares, queremos dirigirnos a todos vosotros, para animar y orientar el servicio al Evangelio en los diversos contextos en los que estamos llamados a dar hoy testimonio.
1. Como la samaritana en el pozo.
Nos dejamos iluminar por una página del Evangelio: el encuentro de Jesús con la mujer samaritana (cf. Jn 4, 5-42). No hay hombre o mujer que en su vida, como la mujer de Samaría, no se encuentre junto a un pozo con un cántaro vacío, con la esperanza de saciar el deseo más profundo del corazón, aquel que sólo puede dar significado pleno a la existencia. Hoy son muchos los pozos que se ofrecen a la sed del hombre, pero conviene hacer discernimiento para evitar aguas contaminadas. Es urgente orientar bien la búsqueda, para no caer en desilusiones que pueden ser ruinosas.
Como Jesús, en el pozo de Sicar, también la Iglesia siente el deber de sentarse junto a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, para hacer presente al Señor en sus vidas, de modo que puedan encontrarlo, porque sólo su Espíritu es el agua que da la vida verdadera y eterna. Sólo Jesús es capaz de leer hasta lo más profundo del corazón y desvelarnos nuestra verdad: “Me ha dicho todo lo que he hecho”, cuenta la mujer a sus vecinos. Esta palabra de anuncio - a la que se une la pregunta que abre a la fe: “¿Será Él el Cristo?” - muestra que quien ha recibido la vida nueva del encuentro con Jesús, a su vez no puede hacer menos que convertirse en anunciador de verdad y esperanza para con los demás. La pecadora convertida se convierte en mensajera de salvación y conduce a toda la ciudad hacia Jesús. De la acogida del testimonio la gente pasará después a la experiencia directa del encuentro: “Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo”.
2. Una nueva evangelización.
Conducir a los hombres y las mujeres de nuestro tiempo hacia Jesús, al encuentro con Él, es una urgencia que aparece en todas las regiones, tanto las de antigua como las de reciente evangelización. En todos los lugares se siente la necesidad de reavivar una fe que corre el riesgo de apagarse en contextos culturales que obstaculizan su enraizamiento personal, su presencia social, la claridad de sus contenidos y sus frutos coherentes. No se trata de comenzar todo de nuevo, sino – con el ánimo apostólico de Pablo, el cual afirma: “¡Ay de mí si non anuncio el Evangelio!” (1 Cor 9,16) - de insertarse en el largo camino de proclamación del Evangelio que, desde los primeros siglos de la era cristiana hasta el presente, ha recorrido la historia y ha edificado comunidades de creyentes por toda la tierra. Por pequeñas o grandes que sean, éstas son el fruto de la entrega de tantos misioneros y de no pocos mártires, de generaciones de testigos de Jesús, de los cuales guardamos una memoria agradecida.
Los cambios sociales, culturales, económicos, políticos y religiosos nos llaman, sin embargo, a algo nuevo: a vivir de un modo renovado nuestra experiencia comunitaria de fe y el anuncio, mediante una evangelización “nueva en su ardor, en sus métodos, en sus expresiones” (Juan Pablo II, Discurso a la XIX Asamblea del CELAM, Port-au-Prince 9 marzo 1983, n. 3) como dijo Juan Pablo II. Una evangelización dirigida, como nos ha recordado Benedicto XVI, “principalmente a las personas que, habiendo recibido el bautismo, se han alejado de la Iglesia viven sin referencia alguna a la vida cristiana [...], para favorecer en estas personas un nuevo encuentro con el Señor, el único que llena de significado profundo y de paz nuestra existencia; para favorecer el redescubrimiento de la fe, fuente de gracia que lleva consigo alegría y esperanza para la vida personal, familiar y social”. (Benedicto XVI, Homilía en la celebración eucarística para la solemne inauguración de la XIII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, Roma 7 octubre 2012)
3. El encuentro personal con Jesucristo en la Iglesia.
Antes de entrar en la cuestión sobre la forma que debe adoptar esta nueva evangelización, sentimos la exigencia de deciros, con profunda convicción, que la fe se decide, sobre todo, en la relación que establecemos con la persona de Jesús, que sale a nuestro encuentro. La obra de la nueva evangelización consiste en proponer de nuevo al corazón y a la mente, no pocas veces distraídos y confusos, de los hombres y mujeres de nuestro tiempo y, sobre todo a nosotros mismos, la belleza y la novedad perenne del encuentro con Cristo. Os invitamos a todos a contemplar el rostro del Señor Jesucristo, a entrar en el misterio de su existencia, entregada por nosotros hasta la cruz, ratificada como don del Padre por su resurrección de entre los muertos y comunicada a nosotros mediante el Espíritu. En la persona de Jesús se revela el misterio de amor de Dios Padre por la entera familia humana. Él no ha querido dejarla a la deriva de su imposible autonomía, sino que la ha unido a si mismo por medio de una renovada alianza de amor.
La Iglesia es el espacio ofrecido por Cristo en la historia para poderlo encontrar, porque Él le ha entregado su Palabra, el bautismo que nos hace hijos de Dios, su Cuerpo y su Sangre, la gracia del perdón del pecado, sobre todo en el sacramento de la Reconciliación, la experiencia de una comunión que es reflejo mismo del misterio de la Santísima Trinidad y la fuerza del Espíritu que nos mueve a la caridad hacia los demás.
Hemos de constituir comunidades acogedoras, en las cuales todos los marginados se encuentren como en su casa, con experiencias concretas de comunión que, con la fuerza ardiente del amor, -“Mirad como se aman” (Tertulliano, Apologetico, 39, 7) – atraigan la mirada desencantada de la humanidad contemporánea. La belleza de la fe debe resplandecer, en particular, en la sagrada liturgia, sobre todo en la Eucaristía dominical. Justo en las celebraciones litúrgicas la Iglesia muestra su rostro de obra de Dios y hace visible, en las palabras y en los gestos, el significado del Evangelio.
Es nuestra tarea hoy el hacer accesible esta experiencia de Iglesia y multiplicar, por tanto, los pozos a los cuales invitar a los hombres y mujeres sedientos y posibilitar su encuentro con Jesús, ofrecer oasis en los desiertos de la vida. De esto son responsables las comunidades cristianas y, en ellas, cada discípulo del Señor. Cada uno debe dar un testimonio insustituible para que el Evangelio pueda cruzarse con la existencia de tantas personas. Por eso, se nos exige la santidad de vida.
4. Las ocasiones del encuentro con Jesús y la escucha de la Escritura
Algunos preguntarán cómo llevar a cabo todo esto. No se trata de inventar nuevas estrategias, casi como si el Evangelio fuera un producto para poner en el mercado de las religiones sino descubrir los modos mediante los cuales, ante el encuentro con Jesús, las personas se han acercado a Él y por Él se han sentido llamadas y adaptarlos a las condiciones de nuestro tiempo.
Recordamos, por ejemplo, cómo Pedro, Andrés, Santiago y Juan han sido llamados por Jesús en el contexto de su trabajo, cómo Zaqueo ha podido pasar de la simple curiosidad al calor de la mesa compartida con el Maestro, cómo el centurión pide la intervención del Señor ante la enfermedad de una persona cercana, como el ciego de nacimiento lo ha invocado como liberador de su propia marginación, como Marta y María han visto recompensada su hospitalidad con su propia presencia. Podemos continuar aún recorriendo las páginas de los Evangelios y encontrando tantos y tantos modos en los que la vida de las personas se ha abierto, desde diversas condiciones, a la presencia de Cristo. Y lo mismo podemos hacer con todo lo que la Escritura nos dice de la experiencia misionera de los apóstoles en la Iglesia naciente.
La lectura frecuente de la Sagrada Escritura, iluminada por la Tradición de la Iglesia que nos la entrega y la interpreta auténticamente, no sólo es un paso obligado para conocer el contenido mismo del Evangelio, esto es, la persona de Jesús en el contexto de la historia de la salvación, sino que, además, nos ayuda a hallar espacios nuevos de encuentro con Él, nuevas formas de acción verdaderamente evangélicas, enraizadas en las dimensiones fundamentales de la vida humana: la familia, el trabajo, la amistad, la pobreza y las pruebas de la vida, etc.
5. Evangelizarnos a nosotros mismos y disponernos a la conversión
Queremos resaltar que la nueva evangelización se refiere, en primer lugar, a nosotros mismos. En estos días, muchos obispos nos han recordado que, para poder evangelizar el mundo, la Iglesia debe, ante todo, ponerse a la escucha de la Palabra. La invitación a evangelizar se traduce en una llamada a la conversión.
Sentimos sinceramente el deber de convertirnos a la potencia de Cristo, que es capaz de hacer todas las cosas nuevas, sobre todo nuestras pobres personas. Hemos de reconocer con humildad que la miseria, las debilidades de los discípulos de Jesús, especialmente de sus ministros, hacen mella en la credibilidad de la misión. Somos plenamente conscientes, nosotros los Obispos los primeros, de no poder estar nunca a la altura de la llamada del Señor y del Evangelio que nos ha entregado para su anuncio a las gentes. Sabemos que hemos de reconocer humildemente nuestra debilidad ante las heridas de la historia y no dejamos de reconocer nuestros pecados personales. Estamos, además, convencidos de que la fuerza del Espíritu del Señor puede renovar su Iglesia y hacerla de nuevo esplendorosa si nos dejamos transformar por Él. Lo muestra la vida de los santos, cuya memoria y el relato de sus vidas son instrumentos privilegiados de la nueva evangelización.
Si esta renovación fuese confiada a nuestras fuerzas, habría serios motivos de duda, pero en la Iglesia la conversión y la evangelización no tienen como primeros actores a nosotros, pobres hombres, sino al mismo Espíritu del Señor. Aquí está nuestra fuerza y nuestra certeza, que el mal no tendrá jamás la última palabra, ni en la Iglesia ni en la historia: “No se turbe vuestro corazón y no tengáis miedo” (Jn 14, 27), ha dicho Jesús a sus discípulos.
La tarea de la nueva evangelización descansa sobre esta serena certeza. Nosotros confiamos en la inspiración y en la fuerza del Espíritu, que nos enseñará lo que debemos decir y lo que debemos hacer, aún en las circunstancias más difíciles. Es nuestro deber, por eso, vencer el miedo con la fe, el cansancio con la esperanza, la indiferencia con el amor.
6. Reconocer en el mundo de hoy nuevas oportunidades de evangelización
Este sereno coraje sostiene también nuestra mirada sobre el mundo contemporáneo. No nos sentimos atemorizados por las condiciones del tiempo en que vivimos. Nuestro mundo está lleno de contradicciones y de desafíos, pero sigue siendo creación de Dios, y aunque herido por el mal, siempre es objeto de su amor y terreno suyo, en el que puede ser resembrada la semilla de la Palabra para que vuelva a dar fruto.
No hay lugar para el pesimismo en las mentes y en los corazones de aquellos que saben que su Señor ha vencido a la muerte y que su Espíritu actúa con fuerza en la historia. Con humildad, pero también con decisión - aquella que viene de la certeza de que la verdad siempre vence - nos acercamos a este mundo y queremos ver en él una invitación del Resucitado a ser testigos de su nombre. Nuestra Iglesia está viva y afronta los desafíos de la historia con la fortaleza de la fe y del testimonio de tantos hijos suyos.
Sabemos que en el mundo debemos afrontar una batalla contra “los Principados y las Potencias” y “los espíritus del mal” (Ef 6,12). No ocultamos los problemas que tales desafíos suponen, pero no nos atemorizan. Esto lo señalamos especialmente ante los fenómenos de globalización, que deben ser para nosotros oportunidad para extender la presencia del Evangelio. También las migraciones - aún con el peso del sufrimiento que conllevan, y con las que queremos estar sinceramente cercanos, con la acogida propia de los hermanos - son ocasiones, como ha sucedido en el pasado, de difusión de la fe y de comunión en todas sus formas. La secularización y la crisis del primado de la política y del Estado piden a la Iglesia repensar su propia presencia en la sociedad, sin renunciar a ella. Las muchas y siempre nuevas formas de pobreza abren espacios inéditos al servicio de la caridad: la proclamación del Evangelio compromete a la Iglesia a estar al lado de los pobres y compartir con ellos sus sufrimientos, como lo hacía Jesús. También en las formas más ásperas de ateísmo y agnosticismo podemos reconocer, aún en modos contradictorios, no un vacío, sino una nostalgia, una espera que requiere una respuesta adecuada.
Frente a los interrogantes que las culturas dominantes plantean a la fe y a la Iglesia, renovamos nuestra fe en el Señor, ciertos de que también en estos contextos el Evangelio es portador de luz y capaz de sanar la debilidad del hombre. No somos nosotros quienes para conducir la obra de la evangelización, sino Dios. Como nos ha recordado el Papa: “La primera palabra, la iniciativa verdadera, la actividad verdadera viene de Dios y sólo introduciéndonos en esta iniciativa divina, sólo implorando esta iniciativa divina, podemos nosotros también llegar a ser –con él y en él- evangelizadores”. (Benedicto XVI, Meditación de la primera congregación general de la XIII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, Roma 8 octubre 2012)
7. Evangelización, familia y vida consagrada
Desde la primera evangelización la transmisión de la fe, en el transcurso de las generaciones, ha encontrado un lugar natural en la familia. En ella - con un rol muy significativo desarrollado por las mujeres, sin que con esto queramos disminuir la figura paterna y su responsabilidad - los signos de la fe, la comunicación de las primeras verdades, la educación en la oración, el testimonio de los frutos del amor, han sido infundidos en la vida de los niños y adolescentes en el contexto del cuidado que toda familia reserva al crecimiento de sus pequeños. A pesar de la diversidad de las situaciones geográficas, culturales y sociales, todos los obispos del Sínodo han confirmado este papel esencial de la familia en la transmisión de la fe. No se puede pensar en una nueva evangelización sin sentirnos responsables del anuncio del Evangelio a las familias y sin ayudarles en la tarea educativa.
No escondemos el hecho de que hoy la familia, que se constituye con el matrimonio de un hombre y una mujer que los hace “una sola carne” (Mt 19,6) abierta a la vida, está atravesada por todas partes por factores de crisis, rodeada de modelos de vida que la penalizan, olvidada de las políticas de la sociedad, de la cual es célula fundamental, no siempre respetada en sus ritmos ni sostenida en sus esfuerzos por las propias comunidades eclesiales. Precisamente por esto, nos vemos impulsados a afirmar que tenemos que desarrollar un especial cuidado por la familia y por su misión en la sociedad y en la Iglesia, creando itinerarios específicos de acompañamiento antes y después del matrimonio.en las formas más penosas de atey son un signo de esta fuente de vida plena para los hombres en la sociedad. Las muchas y siempr Queremos expresar nuestra gratitud a tantos esposos y familias cristianas que con su testimonio continúan mostrando al mundo una experiencia de comunión y de servicio que es semilla de una sociedad más fraterna y pacífica.
Nuestra reflexión se ha dirigido también a las situaciones familiares y de convivencia en las que no se muestra la imagen de unidad y de amor para toda la vida que el Señor nos ha enseñado. Hay parejas que conviven sin el vínculo sacramental del matrimonio; se extienden situaciones familiares irregulares construidas sobre el fracaso de matrimonios anteriores: acontecimientos dolorosos que repercuten incluso sobre la educación en la fe de los hijos. A todos ellos les queremos decir que el amor de Dios no abandona a nadie, que la Iglesia los ama y es una casa acogedora con todos, que siguen siendo miembros de la Iglesia, aunque no puedan recibir la absolución sacramental ni la Eucaristía. Que las comunidades católicas estén abiertas a acompañar a cuantos viven estas situaciones y favorezcan caminos de conversión y de reconciliación.
La vida familiar es el primer lugar en el cual el Evangelio se encuentra con la vida ordinaria y muestra su capacidad de transformar las condiciones fundamentales de la existencia en el horizonte del amor. Pero no menos importante es, para el testimonio de la Iglesia, mostrar como esta vida en el tiempo se abre a una plenitud que va más allá de la historia de los hombres y que conduce a la comunión eterna con Dios. Jesús no se presenta a la mujer samaritana simplemente como aquel que da la vida sino como el que da la “vida eterna” (Jn 4, 14). El don de Dios que la fe hace presente, no es simplemente la promesa de unas mejores condiciones de vida en este mundo, sino el anuncio de que el sentido último de nuestra vida va más allá de este mundo y se encuentra en aquella comunión plena con Dios que esperamos en el final de los tiempos.
De este sentido de la vida humana más allá de lo terrenal son particulares testigos en la Iglesia y en el mundo cuantos el Señor ha llamado a la vida consagrada, una vida que, precisamente porque está dedicada totalmente a él, en el ejercicio de la pobreza, la castidad y la obediencia, es el signo de un mundo futuro que relativiza cualquier bien de este mundo. Que de la Asamblea del Sínodo de los Obispos llegue a estos hermanos y hermanas nuestros la gratitud por su fidelidad a la llamada del Señor y por la contribución que han hecho y hacen a la misión de la Iglesia, la exhortación a la esperanza en situaciones nada fáciles para ellos en estos tiempos de cambio y la invitación a reafirmarse como testigos y promotores de nueva evangelización en los varios ámbitos de la vida en que los carismas de cada instituto los sitúa.
8. La comunidad eclesial y los diversos agentes de la evangelización
La obra de la evangelización no es labor exclusiva de alguien en la Iglesia sino del conjunto de las comunidades eclesiales, donde se tiene acceso a la plenitud de los instumentos del encuentro con Jesús: la Palabra, los sacramentos, la comunión fraterna, el servicio de la caridad, la misión.
En esta perspectiva emerge sobre todo el papel de la parroquia como presencia de la Iglesia en el territorio en el que viven los hombres, “fuente de la villa”, como le gustaba llamarla a Juan XXIII, en la que todos pueden beber encontrando la frescura del Evangelio. Su función permanece imprescindible, aunque las condiciones particulares pueden requerir una articulación en pequeñas comunidades o vínculos de colaboración en contextos más amplios. Sentimos, ahora, el deber de exhortar a nuestras parroquias a unir a la tradicional cura pastoral del Pueblo de Dios las nuevas formas de misión que requiere la nueva evangelización. Éstas, deben alcanzar también a las variadas formas de piedad popular.
En la parroquia continúa siendo decisivo el ministerio del sacerdote, padre y pastor de su pueblo. A todos los presbíteros, los obispos de esta Asamblea sinodal expresan gratitud y cercanía fraterna por su no fácil tarea y les invitamos a unirse cada vez más al presbiterio diocesano, a una vida espiritual cada vez más intensa y a una formación permanente que los haga capaces de afrontar los cambios sociales.
Junto a los sacerdotes reconocemos la presencia de los diáconos así como la acción pastoral de los catequistas y de tantas figuras ministeriales y de animación en el campo del anuncio y de la catequesis, de la vida litúrgica, del servicio caritativo, así como las diversas formas de participación y de corresponsabilidad de parte de los fieles, hombres y mujeres, cuya dedicación en los diversos servicios de nuestras comunidades no será nunca suficientemente reconocida. También a todos ellos les pedimos que orienten su presencia y su servicio en la Iglesia en la óptica de la nueva evangelización, cuidando su propia formación humana y cristiana, el conocimiento de la fe y la sensibilidad a los fenómenos culturales actuales.
Mirando a los laicos, una palabra específica se dirige a las varias formas de asociación, antiguas y nuevas, junto con los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades. Todas ellas son expresiones de la riqueza de los dones que el Espíritu entrega a la Iglesia. También a estas formas de vida y compromiso en la Iglesia expresamos nuestra gratitud, exhortándoles a la fidelidad al propio carisma y a la plena comunión eclesial, de modo especial en el ámbito de las Iglesias particulares.
Dar testimonio del Evangelio no es privilegio exclusivo de nadie. Reconocemos con gozo la presencia de tantos hombres y mujeres que con su vida son signos del Evangelio en medio del mundo. Lo reconocemos también en tantos de nuestros hermanos y hermanas cristianos con los cuales la unidad no es todavía perfecta, aunque han sido marcados con el bautismo del Señor y son sus anunciadores. En estos días nos ha conmovido la experiencia de escuchar las voces de tantos responsables de Iglesias y Comunidades eclesiales que nos han dado testimonio de su sed de Cristo y de su dedicación al anuncio del Evangelio, convencidos también ellos de que el mundo tiene necesidad de una nueva evangelización. Estamos agradecidos al Señor por esta unidad en la exigencia de la misión.
9. Para que los jóvenes puedan encontrarse con Cristo
Nos sentimos cercanos a los jóvenes de un modo muy especial, porque son parte relevante del presente y del futuro de la humanidad y de la Iglesia. La mirada de los obispos hacia ellos es todo menos pesimista. Preocupada, sí, pero no pesimista. Preocupada porque justo sobre ellos vienen a confluir los embates más agresivos de estos tiempos; no pesimista, sin embargo, sobre todo porque, lo resaltamos, el amor de Cristo es quien mueve lo profundo de la historia y además, porque descubrimos en nuestros jóvenes aspiraciones profundas de autenticidad, de verdad, de libertad, de generosidad, de las cuales estamos convencidos que sólo Cristo puede ser respuesta capaz de saciarlos.
Queremos ayudarles en su búsqueda e invitamos a nuestras comunidades a que, sin reservas, entren en una dinámica de escucha, de diálogo y de propuestas valientes ante la difícil condición juvenil. Para aprovechar y no apagar la potencia de su entusiasmo. Y para sostener en su favor la justa batalla contra los lugares comunes y las especulaciones interesadas de las fuerzas de este mundo, esforzadas en disipar sus energías y a agotarlas en su propio interés, suprimiendo en ellos cualquier memoria agradecida por el pasado y cualquier planteamiento serio por el futuro.
La nueva evangelización tiene un campo particularmente árduo pero al mismo tiempo apasionante en el mundo de los jóvenes, como muestran no pocas experiencias, desde las más multitudinarias como las Jornadas Mundiales de la Juventud, a aquellas más escondidas pero no menos importantes, como las numerosas y diversas experiencias de espiritualidad, servicio y misión. A los jóvenes les reconocemos un rol activo en la obra de la evangelización, sobre todo en su ambientes.
10. El Evangelio en diálogo con la cultura y la experiencia humana y con las religiones.
La nueva evangelización tiene su centro en Cristo y en la atención a la persona humana, para hacer posible el encuentro con él. Pero su horizonte es tan ancho como el mundo y no se cierra a ninguna experiencia del hombre. Eso significa que ella cultiva, con particular atención, el diálogo con las culturas, con la confianza de poder encontrar en todas ellas las “semillas del Verbo” de las que hablaban los Santos Padres. En particular, la nueva evangelización tiene necesidad de una renovada alianza entre fe y razón, con la convicción de que la fe tiene recursos suficientes para acoger los frutos de una sana razón abierta a la trascendencia y tiene, al mismo tiempo, la fuerza de sanar los límites y las contradicciones en las que la razón puede tropezar. La fe no deja de contemplar los lacerantes interrogantes que supone la presencia del mal en la vida y la historia de los hombres, encontrando la luz de su esperanza en la Pascua de Cristo.
El encuentro entre fe y razón nutre el esfuerzo de la comunidad cristiana en el mundo de la educación y la cultura. Un lugar especial en este campo lo ocupan las instituciones educativas y de investigación: escuelas y universidades. Donde se desarrolla el conocimiento sobre el hombre y se da una acción educativa, la Iglesia se ve impulsada a testimoniar su propia experiencia y a contribuir a una formación integral de la persona. En este ámbito merecen una atención especial las escuelas y universidades católicas, en las que la apertura a la trascendencia, propia de todo itinerario cultural sincero y educativo, debe completarse con caminos de encuentro con la persona de Jesucristo y de su Iglesia. Vaya la gratitud de los obispos a todos los que, en condiciones muchas veces difíciles, desempeñan esta tarea.
La evangelización exige que se preste gran atención al mundo de la comunicaciones sociales, que son un camino, especialmente en el caso de los nuevos medios, en el que se cruzan tantas vidas, tantos interrogantes y tantas expectativas. Son el lugar donde en muchas ocasiones se forman las conciencias y se muestran los hechos de la propia vida y deben ser una oportunidad nueva para llegar al corazón de los hombres.
Un particular ámbito de encuentro entre fe y razón se da hoy en el diálogo con el conocimiento científico. Éste, por otro lado, no se encuentra lejos de la fe, siendo manifestación de aquel principio espiritual que Dios ha puesto en sus criaturas y que les permite comprender las estructuras racionales que se encuentran en la base de la creación. Cuando la ciencia y la técnica no presumen de encerrar la concepción del hombre y del mundo en un árido materialismo se convierten, entonces, en un precioso aliado para el desarrollo de la humanización de la vida. También a los responsables de esta delicada tarea se dirige nuestro agradecimiento.
Queremos, además, agradecer su esfuerzo a los hombres y mujeres que se dedican a otra expresión del genio humano: el arte en sus varias formas, desde las más antiguas a las más recientes. En sus obras, en cuanto tienden a dar forma a la tensión del hombre hacia la belleza, reconocemos un modo particularmente significativo de expresión de la espiritualidad. Estamos especialmente agradecidos cuando sus bellas creaciones nos ayudan a hacer evidente la belleza del rostro de Dios y de sus criaturas. La vía de la belleza es un camino particularmente eficaz de la nueva evangelización.
Más allá del arte, toda obra del hombre es un espacio en el que, mediante el trabajo, él se hace cooperador de la creación divina. Al mundo de la economía y del trabajo queremos recordar como de la luz del Evangelio surgen algunas llamadas urgentes: liberar el trabajo de aquellas condiciones que no pocas veces lo transforman en un peso insoportable con una perspectiva incierta, amenazada por el desempleo, especialmente entre los jóvenes, poner a la persona humana en el centro del desarrollo económico y pensar este mismo desarrollo como una ocasión de crecimiento de la humanidad en justicia y unidad. El hombre, a través del trabajo con el que transforma el mundo, está llamado a salvaguardar el rostro que Dios ha querido dar a su creación, también por responsabilidad hacia las generaciones venideras.
El Evangelio ilumina también las situaciones de sufrimiento en la enfermedad. En ellas, los cristianos están llamados a mostrar la cercanía de la Iglesia para con los enfermos y discapacitados y con los que con profesionalidad y humanidad trabajan por su salud.
Un ámbito en el que la luz de Evangelio puede y debe iluminar los pasos de la humanidad es el de la vida política, a la cual se le pide un compromiso de cuidado desinteresado y transparente por el bien común, desde el respeto total a la dignidad de la persona humana desde su concepción hasta su fin natural, de la familia fundada sobre el matrimonio de un hombre y una mujer, de la libertad educativa, en la promoción de la libertad religiosa, en la eliminación de las injusticias, las desigualdades, las discriminaciones, la violencia, el racismo, el hambre y la guerra. A los políticos cristianos que viven el precepto de la caridad se les pide un testimonio claro y transparente en el ejercicio de sus responsabilidades.
El diálogo de la Iglesia tiene su natural destinatario, finalmente, en los seguidores de las religiones. Si evangelizamos es porque estamos convencidos de la verdad de Cristo, y no porque estemos contra nadie. El Evangelio de Jesús es paz y alegría y sus discípulos se alegran de reconocer cuanto de bueno y verdadero el espíritu religioso humano ha sabido descubrir en el mundo creado por Dios y ha expresado en las diferentes religiones.
El diálogo con los creyentes de las diversas religiones quiere ser una contribución a la paz, rechaza todo fundamentalismo y denuncia cualquier violencia que se produce contra los creyentes y las graves violaciones de los derechos humanos. Las Iglesias de todo el mundo son cercanas desde la oración y la fraternidad a los hermanos que sufren y piden a quienes tienen en sus manos los destinos de los pueblos que salvaguarden el derecho de todos a la libre elección, confesión y testimonio de la propia fe.
11. En el año de la fe, la memoria del Concilio Vaticano II y la referencia al Catecismo de la Iglesia Católica.
En el camino abierto por la nueva evangelización podremos sentirnos a veces como en un desierto, en medio de peligros y privados de referencias. El Santo Padre Benedicto XVI, en la homilía de la Misa de apertura del Año de la fe, ha hablado de una “«desertificación» espiritual” que ha avanzado en estos últimos decenios, pero él mismo nos ha dado fuerza afirmando que “a partir de esta experiencia de desierto, de este vacío, podemos nuevamente descubrir la alegría del creer, su importancia vital para nosotros, hombres y mujeres. En el desierto se descubre el valor de aquello que es esencial para vivir” (Benedicto XVI, Homilía en la celebración eucarística para la apertura del Año de la fe, Roma 11 octubre 2012). En el desierto, como la mujer la samaritana, se va en busca de agua y de un pozo del que sacarla: ¡dichoso el que en él encuentra a Cristo!
Agradecemos al Santo Padre por el don del Año de la fe, preciosa entrada en el itinerario de la nueva evangelización. Le damos las gracias también por haber unido este Año a la memoria gozosa por los cincuenta años de la apertura del Concilio Vaticano II, cuyo magisterio fundamental para nuestro tiempo se refleja en el Catecismo de la Iglesia Católica, repropuesto, a los veinte años de su publicación, como referencia segura de la fe. Son aniversarios importantes que nos permiten reafirmar nuestra plena adhesión a las enseñanzas del Concilio y nuestro convencido esfuerzo en continuar su puesta en marcha.
12. Contemplando el misterio y cercanos a los pobres
En esta óptica queremos indicar a todos los fieles dos expresiones de la vida de la fe que nos parecen de especial relevancia para incluirlas en la nueva evangelización.
El primero está constituído por el don y la experiencia de la contemplación. Sólo desde una mirada adorante al misterio de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, sólo desde la profundidad de un silencio que se pone como seno que acoge la única Palabra que salva, puede desarrollarse un testimonio creíble para el mundo. Sólo este silencio orante puede impedir que la palabra de la salvación se confunda en el mundo con los ruidos que lo invaden.Vuelve de nuevo a nuestros labios la palabra de agradecimiento, ahora dirigida a cuantos, hombres y mujeres, dedican su vida, en los monasterios y conventos, a la oración contemplativa. Necesitamos que momentos de contemplación se entrecrucen con la vida ordinaria de la gente. Lugares del espíritu y del territorio que son una llamada hacia Dios; santuarios interiores y templos de piedra que son cruce obligado por el flujo de experiencias que en ellos se suceden y en los cuales todos podemos sentirnos acogidos, incluso aquellos que no saben todavía lo que buscan.
El otro símbolo de autenticidad de la nueva evangelización tiene el rostro del pobre. Estar cercano a quien está al borde del camino de la vida no es sólo ejercicio de solidaridad, sino ante todo un hecho espiritual. Porque en el rostro del pobre resplandece el mismo rostro de Cristo: “Todo aquello que habéis hecho por uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt{lang1034 25, 40).
A los pobres les reconocemos un lugar privilegiado en nuestras comunidades, un puesto que no excluye a nadie, pero que quiere ser un reflejo de como Jesús se ha unido a ellos. La presencia de los pobres en nuestras comunidades es misteriosamente potente: cambia a las personas más que un discurso, enseña fidelidad, hace entender la fragilidad de la vida, exige oración; en definitiva, conduce a Cristo.
El gesto de la caridad, al mismo tiempo, debe ser acompañado por el compromiso con la justicia, con una llamada que se realiza a todos, ricos y pobres. Por eso es necesaria la introducción de la doctrina social de la Iglesia en los itinerarios de la nueva evangelización y cuidar la formación de los cristianos que trabajan al servicio de la convivencia humana desde la vida social y política.
13. Una palabra a las Iglesias de las diversas regiones del mundo.
La mirada de los obispos reunidos en Asamblea sinodal abraza a todas las comunidades eclesiales presentes en todo el mundo. Una mirada de unidad, porque única es la llamada al encuentro con Cristo, pero sin olvidar la diversidad.
Una consideración particular, llena de afecto y gratitud, reservamos los obispos reunidos en el Sínodo a vosotros, cristianos de las Iglesias Orientales Católicas, herederos de la primera difusión del Evangelio, experiencia custodiada por vosotros con amor y fidelidad y a vosotros, cristianos presentes en el Este de Europa. Hoy el Evangelio se os repropone como nueva evangelización a través de la vida litúrgica, la catequesis, la oración familiar diaria, el ayuno, la solidaridad entre las familias, la participación de los laicos en la vida de la comunidad y al diálogo con la sociedad. En no pocos lugares vuestras Iglesias son sometidas a prueba y tribulaciones que dan testimonio de vuestra participación en la cruz de Cristo; algunos fieles están obligados a emigrar y, manteniendo viva la pertenencia a sus propias comunidades de origen, pueden contribuir a la tarea pastoral y a la obra de la evangelización en los países de acogida. El Señor continue bendiciendo vuestra fidelidad y que sobre vuestro futuro brillen horizontes de firme confesión y práctica de la fe en condiciones de paz y de libertad religiosa.
Nos dirigimos a vosotros, hombres y mujeres, que vivís en los países de África y resaltamos inenuestra gratitud por el testimonio que ofrecéis del Evangelio muchas veces en situaciones humanas muy difíciles. Os exhortamos a relanzar la evangelización recibida en tiempos aún recientes, a edificaros como Iglesia “familia de Dios”, a reforzar la identidad de la familia y a sostener la labor de los sacerdotes y catequistas, especialmente en las pequeñas comunidades cristianas. Afirmamos, por otra parte, la exigencia de desarrollar el encuentro del Evangelio con las antiguas y nuevas culturas. Dirigimos una llamada de atención al mundo de la política y a los gobiernos de los diversos países africanos para que, con la colaboración de todos los hombres de buena voluntad, se promuevan los derechos humanos fundamentales y el continente sea liberados de la violencia y los conflictos que lo atormentan.
Los obispos de la Asamblea sinodal os invitan a los cristianos de Norteamérica a responder con gozo a la llamada de la nueva evangelización, mientras admiramos como en vuestra joven historia vuestras comunidades cristianas han dado frutos generosos de fe, caridad y misión. También conviene reconocer que muchas de las expresiones de la cultura de vuestra sociedad están lejos del Evangelio. Se hace, pues, necesario una invitación a la conversión, de la que nace un compromiso que no os coloca fuera de vuestra cultura, sino que os llama a ofrecer a todos la luz de la fe y la fuerza de la vida. Mientras acogéis en vuestras generosas tierras a nueva población de inmigrantes y refugiados, estad dispuestos a abrir las puertas de vuestras casas a la fe. Fieles a los compromisos adquiridos en la Asamblea sinodal para América, sed solidarios con la América Latina en la permanente tarea de evangelización de vuestro continente.
El mismo sentimiento de gratitud dirige la Asamblea del Sínodo a las Iglesia de América Latina y el Caribe. Nos llama la atención en particular cómo se han desarrollado a través de los siglos en vuestro países formas de piedad popular fuertemente enraizadas en los corazones de tantos de vosotros, formas de servicio en la caridad y de diálogo con las culturas. Ahora, frente a los desafíos del presente, sobre todo la pobreza y la violencia, la Iglesia en Latinoamérica y en el Caribe es exhortada a vivir en un estado permanente de misión, anunciando el Evangelio con esperanza y alegría, formando comunidades de verdaderos discípulos misioneros de Jesucristo, mostrando con vuestro testimonio como el Evangelio es fuente de una sociedad justa y fraterna. También el pluralismo religioso interroga a vuestras Iglesias y les exige un renovado anuncio del Evangelio.
También a vosotros, cristianos de Asia sentimos la necesidad de dirigiros una palabra de fortalecimiento y exhortación. Vuestra presencia, a pesar de ser una pequeña minoría en el continente en el que viven casi dos tercios de la población mundial, es una semilla profunda, confiada a la fuerza del Espíritu, que crece en el diálogo con las diversas culturas, con las antiguas religiones y con tantos pobres. Aunque a veces está situada al margen de la vida social y en diversos lugares incluso perseguida, la Iglesia de Asia, con su fe fuerte, es una presencia preciosa del Evangelio de Cristo que anuncia justicia, vida y armonía. Cristianos de Asia, sentid la cercanía fraterna de los cristianos de los demás países del mundo, los cuales no pueden olvidar que en vuestro continente, en la Tierra Santa, nació, vivió, murió y resucitó el mismo Jesús.
Una palabra de reconocimiento y de esperanza queremos dirigir los obispos a las Iglesias del continente europeo, hoy en parte marcado por una fuerte secularización, a veces agresiva, y todavía hoy herido por los largos decenios de gobiernos marcados por ideologías enemigas de Dios y del hombre. Reconocemos vuestro pasado y también vuestro presente, en el cual el Evangelio ha creado en Europa certezas y experiencias de fe concretas y decisivas para la evangelización del mundo entero, muchas veces rebosantes de santidad: riqueza del pensamiento teológico, variedad de expresiones carismáticas, formas variadas al servicio de la caridad con los pobres, profundas experiencias contemplativas, creación de una cultura humanística que ha contribuido a dar rostro a la dignidad de la persona y a la construcción del bien común. Las dificultades del presentes no os pueden dejar abatidos, queridos cristianos europeos: éstas os deben desafiar a un anuncio más gozoso y vivo de Cristo y de su Evangelio de vida.
Los obispos de la Asamblea sinodal saludan, finalmente, a los pueblos de Oceanía, que viven bajo la protección de la Cruz del Sur, y les damos gracias por el testimonio del Evangelio de Jesús. Nuestra plegaria por vosotros es para que, como la mujer samaritana en el pozo, también vosotros sintáis viva la sed de una vida nueva y podáis escuchar la Palabra de Jesús que dice: “¡Si conocieras el don de Dios!” (Jn 4, 10). Comprometeos a predicar el Evangelio y a dar a conocer a Jesús en el mundo de hoy. Os exhortamos a encontrarlo en vuestra vida cotidiana, a escucharle y a descubrir, mediante la oración y la meditación, la gracia de poder decir: “Sabemos que este es verdaderamente el salvador del mundo” (Jn 4, 42).
14. La estrella de María ilumina el desierto
A punto de finalizar esta experiencia de comunión entre los obispos de todo el mundo y de colaboración con el ministerio del Sucesor de Pedro, sentimos resonar en nosotros el mandato de Jesús a sus apóstoles: “Id y haced discípulos de todos los pueblo [...]. Sabed que yo estoy con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19-20). La misión de la Iglesia no se dirige a un territorio en concreto, sino que sale al encuentro de la pliegues más oscuros del corazón de nuestros contemporáneos, para llevarlos al encuentro con Jesús, el Viviente que se hace presente en nuestras comunidades.
Esta presencia llena de gozo nuestros corazones. Agradecidos por el don recibido de él en estos días le dirigimos nuestro canto de alabanza: “Proclama mi alma la grandeza del Señor [...] Ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1, 46.49). Las palabras de María son también las nuestras: el Señor ha hecho realmente grandes cosas a través de los siglos por su Iglesia en los diversos rincones del mundo y nosotros lo alabamos, con la certeza de que no dejará de mirar nuestra pobreza para desplegar la potencia de su brazo incluso en nuestros días y sostenernos en el camino de la nueva evangelización.
La figura de María nos orienta en el camino. Este camino, como nos ha dicho Benedicto XVI, podrá parecer una ruta en el desierto; sabemos que tenemos que recorrerlo llevando con nosotros lo esencial: el don del Espíritu Santo, la cercanía de Jesús, la verdad de su Palabra, el pan eucarístico que nos alimenta, la fraternidad de la comunión eclesial y el impulso de la caridad. Es el agua del pozo la que hace florecer el desierto y como en la noche en el desierto las estrellas se hacen más brillantes, así en el cielo de nuestro camino resplandece con vigor la luz de María, la Estrella de la nueva evangelización a quien, confiados, nos encomendamos.
SALUDO FINAL DEL PRESIDENTE DELEGADO
Beatísimo Padre,
al final de la bella estancia que la XIII Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos nos ha permitido tener en Roma, se me ha pedido que le dé las gracias en nombre de los participantes a esta asamblea sinodal. Lo hago con gran placer.
Pero antes de hacerlo, con Su Santidad y toda la Asamblea, demos gracias a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, fuente de la evangelización, por habernos dado las fuerzas necesarias para llevar a buen fin los trabajos del Sínodo, pues al inicio el tema de la nueva evangelización tenía motivos para hacernos retroceder. La Eucaristía de mañana será la ocasión para presentar al Señor los frutos de nuestras reflexiones y de nuestros debates. Ella constituirá, además, el culmen del Sínodo, como también el punto de partida de la puesta en marcha de la nueva evangelización y el Año de la Fe.
Ahora deseamos dirigirnos a usted, Beatísimo Padre, para expresarle cuán agradecidos estamos por diversos motivos. Ante todo, por habernos hechos partícipes de su inquietud sobre la evangelización de nuestro mundo, tan amado por Dios y que, sin embargo, cree que puede arreglárselas sin este Amor de Dios. Usted también decidió asociar el estudio de la nueva evangelización con el de la fe en Jesucristo “el mismo, ayer, hoy y por los siglos” (Hb 13, 8).
Le estamos agradecidos también, Beatísimo Padre, por haber dedicado su tiempo a participar en los Congregaciones Generales y, sobre todo, en las intervenciones libres, escuchando a todos y compartiendo nuestras preocupaciones. De este modo, Usted nos ha “apoyado en la fe” (Col 2, 7). Esta presencia de Pedro en medio de los otros sucesores de los Apóstoles ha dado un sello familiar a nuestras asambleas. Ha sido verdaderamente el Ecce quam bonum et quam jucundum habitare fratres in unum (¡Mira que es bueno y da gusto que los hermanos convivan juntos”) (Sal 133, 1).
Y que decir de las maravillosas indicaciones que nos han dado sus homilías, su meditación inicial, sus instrucciones durante las Audiencias públicas y el Ángelus. Ha sido así como palabras clave han ido apareciendo, poco a poco, sirviendo como orientaciones e indicaciones en el camino de la nueva evangelización: la evangelización empieza con el amor trinitario, fe - confesión - profesión - caridad - testimonio y martirio - sufrimiento - persecución - conversión y santidad de todos, especialmente de los agentes de la evangelización - familia, primera escuela de evangelización - parroquia, liturgia, movimientos, escuelas, monasterios, seminarios - la cultura - los sacramentos, sobre todo la penitencia y la reconciliación - la desertificación y el deseo de Dios - sacramentos de iniciación - la nueva evangelización nos incumbe todos - los migrantes - formación continua - discernimiento de los signos de los tiempos - el demonio como obstáculo a la evangelización. En pocas palabras, la nueva evangelización es el anuncio de Jesucristo al hombre de nuestro tiempo, mediante el diálogo, recordando que “la Iglesia no comienza con nuestro «hacer», sino con el «hacer» y el «hablar» de Dios” (Benedicto XVI) y que el “aggiornamento” (actualización) deseado por el Concilio Vaticano II es el desafío de la nueva evangelización de hoy.
Esto es lo que deseábamos decirle para darle las gracias y para asegurarle nuestro firme compromiso con el Año de la Fe y la nueva evangelización.
Le pedimos su bendición, Beatísimo Padre.
Beatísimo Padre,
al final de la bella estancia que la XIII Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos nos ha permitido tener en Roma, se me ha pedido que le dé las gracias en nombre de los participantes a esta asamblea sinodal. Lo hago con gran placer.
Pero antes de hacerlo, con Su Santidad y toda la Asamblea, demos gracias a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, fuente de la evangelización, por habernos dado las fuerzas necesarias para llevar a buen fin los trabajos del Sínodo, pues al inicio el tema de la nueva evangelización tenía motivos para hacernos retroceder. La Eucaristía de mañana será la ocasión para presentar al Señor los frutos de nuestras reflexiones y de nuestros debates. Ella constituirá, además, el culmen del Sínodo, como también el punto de partida de la puesta en marcha de la nueva evangelización y el Año de la Fe.
Ahora deseamos dirigirnos a usted, Beatísimo Padre, para expresarle cuán agradecidos estamos por diversos motivos. Ante todo, por habernos hechos partícipes de su inquietud sobre la evangelización de nuestro mundo, tan amado por Dios y que, sin embargo, cree que puede arreglárselas sin este Amor de Dios. Usted también decidió asociar el estudio de la nueva evangelización con el de la fe en Jesucristo “el mismo, ayer, hoy y por los siglos” (Hb 13, 8).
Le estamos agradecidos también, Beatísimo Padre, por haber dedicado su tiempo a participar en los Congregaciones Generales y, sobre todo, en las intervenciones libres, escuchando a todos y compartiendo nuestras preocupaciones. De este modo, Usted nos ha “apoyado en la fe” (Col 2, 7). Esta presencia de Pedro en medio de los otros sucesores de los Apóstoles ha dado un sello familiar a nuestras asambleas. Ha sido verdaderamente el Ecce quam bonum et quam jucundum habitare fratres in unum (¡Mira que es bueno y da gusto que los hermanos convivan juntos”) (Sal 133, 1).
Y que decir de las maravillosas indicaciones que nos han dado sus homilías, su meditación inicial, sus instrucciones durante las Audiencias públicas y el Ángelus. Ha sido así como palabras clave han ido apareciendo, poco a poco, sirviendo como orientaciones e indicaciones en el camino de la nueva evangelización: la evangelización empieza con el amor trinitario, fe - confesión - profesión - caridad - testimonio y martirio - sufrimiento - persecución - conversión y santidad de todos, especialmente de los agentes de la evangelización - familia, primera escuela de evangelización - parroquia, liturgia, movimientos, escuelas, monasterios, seminarios - la cultura - los sacramentos, sobre todo la penitencia y la reconciliación - la desertificación y el deseo de Dios - sacramentos de iniciación - la nueva evangelización nos incumbe todos - los migrantes - formación continua - discernimiento de los signos de los tiempos - el demonio como obstáculo a la evangelización. En pocas palabras, la nueva evangelización es el anuncio de Jesucristo al hombre de nuestro tiempo, mediante el diálogo, recordando que “la Iglesia no comienza con nuestro «hacer», sino con el «hacer» y el «hablar» de Dios” (Benedicto XVI) y que el “aggiornamento” (actualización) deseado por el Concilio Vaticano II es el desafío de la nueva evangelización de hoy.
Esto es lo que deseábamos decirle para darle las gracias y para asegurarle nuestro firme compromiso con el Año de la Fe y la nueva evangelización.
Le pedimos su bendición, Beatísimo Padre.
INTERVENCIÓN DEL SANTO PADRE
El agradecimiento, pero también el anuncio. Una vez concluida la lectura de la Lista final de las Propuestas de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, el Santo Padre Benedicto XVI ha comunicado la voluntad de trasladar la competencia sobre los seminarios de la Congregación para la Educación Católica a la Congregación para el Clero y la competencia sobre la catequesis, de la Congregación para el Clero al Pontifico Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización.
Todo ello, ha explicado, tiene lugar dentro del contexto sinodal y después de un camino de reflexión y oración. Por esto el Santo Padre ha anunciado que los nuevos ámbitos pastorales de los Dicasterios serán definidos con una Carta Apostólica bajo forma de Motu Proprio.
En esta ocasión, el Santo Padre ha querido felicitar a los nuevos Cardenales después del anuncio en la Audiencia General del miércoles pasado. El pequeño Consistorio de noviembre, ha añadido, nace con la intención de completar el de febrero, en el contexto de la Nueva Evangelización y mostrando la universalidad de la Iglesia, expresión de Pentecostés.
Universalidad, ha añadido el Santo Padre, que se ha visto claramente en esta última Asamblea Sinodal. A pesar de las dificultades y los vientos contrarios, ha explicado, la Iglesia está dominada por el viento del Espíritu: la fe crece y vive, como demuestran las experiencias de tantos países del mundo, como por ejemplo Camboya y Noruega. La última Asamblea Sinodal, ha dicho también, muestra el buen camino y ofrece nuevo entusiasmo.
Dando las gracias a todos los Participantes y miembros de la Presidencia, el Santo Padre ha recordado el compromiso constante de cada uno: anunciar a Cristo y el Evangelio. También para esto, ha concluido, serán útiles las Propuestas, don ofrecido a su intención, que se transformarán en un documento que procede de la vida y generará vida.
El agradecimiento, pero también el anuncio. Una vez concluida la lectura de la Lista final de las Propuestas de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, el Santo Padre Benedicto XVI ha comunicado la voluntad de trasladar la competencia sobre los seminarios de la Congregación para la Educación Católica a la Congregación para el Clero y la competencia sobre la catequesis, de la Congregación para el Clero al Pontifico Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización.
Todo ello, ha explicado, tiene lugar dentro del contexto sinodal y después de un camino de reflexión y oración. Por esto el Santo Padre ha anunciado que los nuevos ámbitos pastorales de los Dicasterios serán definidos con una Carta Apostólica bajo forma de Motu Proprio.
En esta ocasión, el Santo Padre ha querido felicitar a los nuevos Cardenales después del anuncio en la Audiencia General del miércoles pasado. El pequeño Consistorio de noviembre, ha añadido, nace con la intención de completar el de febrero, en el contexto de la Nueva Evangelización y mostrando la universalidad de la Iglesia, expresión de Pentecostés.
Universalidad, ha añadido el Santo Padre, que se ha visto claramente en esta última Asamblea Sinodal. A pesar de las dificultades y los vientos contrarios, ha explicado, la Iglesia está dominada por el viento del Espíritu: la fe crece y vive, como demuestran las experiencias de tantos países del mundo, como por ejemplo Camboya y Noruega. La última Asamblea Sinodal, ha dicho también, muestra el buen camino y ofrece nuevo entusiasmo.
Dando las gracias a todos los Participantes y miembros de la Presidencia, el Santo Padre ha recordado el compromiso constante de cada uno: anunciar a Cristo y el Evangelio. También para esto, ha concluido, serán útiles las Propuestas, don ofrecido a su intención, que se transformarán en un documento que procede de la vida y generará vida.
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