domingo, 14 de octubre de 2012

Synodos quiere decir “camino común”, “estar en camino común”, y así la palabra synodos me hace pensar en el famoso camino del Señor con los dos discípulos de Emaús, que son un poco la imagen del mundo agnóstico de hoy.12 de octubre Sinodo para la nueva Evangelización



A la mesa con los participantes en la asamblea, el Papa propone una reflexión sobre el significado del Sínodo
Con nuestros contemporáneos

Benedicto XVI invita a iluminar el mundo con la luz de Dios



Han llegado a la mitad de su recorrido los trabajos de la asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre la nueva evangelización. El viernes 12 por la tarde, entre otras actividades, se comunicaron los nombres de la comisión para la redacción del mensaje. Por la mañana, tras la conclusión de la congregación general, tuvo lugar el tradicional encuentro convival de los padres sinodales con el Papa. En el breve saludo que improvisó al término del almuerzo, Benedicto XVI —tras pedir la modificación del horario de los trabajos vespertinos, a fin de conceder a los sinodales un momento de descanso más dada la prolongación del almuerzo— subrayó la importancia del camino común de los cristianos para llevar la luz de la fe en Dios a un mundo que parece avanzar desconsolado.
 Santidad,
Your Grace,
Queridos hermanos:
Para empezar desearía anunciar un poco de gracia; o sea, esta tarde comenzaremos no a las cuatro y media me parece inhumano, sino a las seis menos cuarto.
Es una bella tradición creada por el beato Papa Juan Pablo II la de coronar el Sínodo con un almuerzo en común. Para mí es una gran alegría que a mi derecha esté Su Santidad el Patriarca Bartolomé, Patriarca ecuménico de Constantinopla, y al otro lado el Archbishop Rowan Williams from the Anglican Communion.

Para mí esta comunión es un signo de que estamos en camino hacia la unidad y en el corazón vamos adelante. El Señor nos ayudará a ir adelante también exteriormente. Esta alegría, creo, nos da fuerza igualmente en el mandato de la evangelización. Synodos quiere decir “camino común”, “estar en camino común”, y así la palabra synodos me hace pensar en el famoso camino del Señor con los dos discípulos de Emaús, que son un poco la imagen del mundo agnóstico de hoy. Jesús, su esperanza, había muerto; el mundo, vacío; parecía que Dios realmente o no estuviera o no se interesara en nosotros. Con esta desesperación en el corazón, y sin embargo con una pequeña llama de fe, van adelante.





El Señor camina misteriosamente con ellos y les ayuda a entender mejor el misterio de Dios, su presencia en la historia, su caminar silenciosamente con nosotros. Al final, en la cena, cuando las palabras del Señor y su escucha ya habían encendido el corazón e iluminado la mente, le reconocieron y por fin el corazón empieza a ver. Así, en el Sínodo, estamos junto a nuestros contemporáneos en camino. Roguemos a Dios para que nos ilumine, nos encienda el corazón para que sea clarividente, nos ilumine la mente; y roguemos para que en la cena, en la comunión eucarística, podamos realmente estar abiertos, verle  y así encender también el mundo y darle su luz.
En este sentido la cena —como el Señor utilizó frecuentemente el almuerzo y la cena como símbolo del Reino de Dios— podría ser también para nosotros un símbolo del camino común y una ocasión de orar al Señor para que nos acompañe, nos ayude. En este sentido decimos ahora la plegaria de acción de gracias.
Buen descanso; nos vemos en el aula del Sínodo. ¡Gracias!

Artículo del observatorio Romano

Más allá de la conmemoración

Desde que Benedicto XVI anunció el Año de la fe se comprendió que el quincuagésimo aniversario del inicio del Vaticano II no sería una simple celebración. Los signos de la liturgia y sobre todo las palabras del Papa lo han confirmado: el recuerdo de aquel día inolvidable no es nostalgia, sino memoria viva y necesaria para el camino de los cristianos en el mundo de hoy. Un recorrido difícil ―¿cuándo ha sido fácil?― que el obispo de Roma, como hizo en la homilía de la misa inaugural del pontificado, ha comparado con un itinerario en el desierto.

            En estas décadas ha avanzado una desertificación espiritual, ha recordado el Papa: “Si ya en tiempos del concilio se podía saber, por algunas trágicas páginas de la historia, lo que podía significar una vida, un mundo sin Dios, ahora lamentablemente lo vemos cada día a nuestro alrededor”. Una observación que podría sonar pesimista, igual que de pesimista se tachó al cardenal Joseph Ratzinger durante décadas, como si fuera uno de los profetas de desventuras de los que precisamente hace cincuenta años, abriendo el Vaticano II, disintió “resueltamente” y con plena razón Juan XXIII.


            Pero nada más lejos de la realidad. Porque la mirada de Benedicto XVI se caracteriza por el  mismo realismo confiado de sus predecesores ―los Papas que el concilio habían querido, guiado, concluido y acogido―, porque “precisamente a partir de la experiencia de este desierto, de este vacío, es como podemos descubrir nuevamente la alegría de creer, su importancia vital para nosotros, hombres y mujeres”. Y el Papa Ratzinger no es el sepulturero del Vaticano II, igual que tampoco lo normalizaron ni despotenciaron ni Juan Pablo II ni Pablo VI.


            Justamente desde un punto de vista histórico ―que se querría descalificar como apologético― no es difícil encontrar una coherencia sustancial y profunda entre los Papas del concilio, cada uno, por supuesto, caracterizado por su propia individualidad. El Vaticano II fue y es una gracia extraordinaria. Así como son un punto firme sus documentos, a resguardo de “los extremos de nostalgias anacrónicas o de huidas hacia adelante”, ha recordado Benedicto XVI. Está aquí, precisamente en la “letra”, el espíritu del concilio. Según la dinámica de la tradición, en obediencia al Espíritu que guía el camino de la Iglesia.
  g.m.v.
12 de octubre de 2012
Fuente. Observatorio Romano

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