miércoles, 24 de octubre de 2012

La fe es un don de Dios, pero también es un acto profundamente humano y libre. Audiencia de los miercoles 24 de octubre 2012



La fe es adherirse a quien me da confianza y esperanza



(RV).- (Con audio) El hombre que paradójicamente vive hoy desorientado necesita “amor, sentido y esperanza”. Lo afirmó el Papa al referirse al sentido de la fe en un mundo científico y tecnológico. La fe –dijo– es el fundamento para afrontar las dificultades de la vida. De ahí la necesidad de creer en el amor de Dios. Amor “inmune a nuestra malicia”, capaz de redimirnos de toda esclavitud.

Así resumió Benedicto XVI estos conceptos en nuestro idioma para los numerosos fieles y peregrinos procedentes de América Latina y de España que se dieron cita, esta mañana a las 10,30 en la Plaza de San Pedro, para escuchar su catequesis y recibir su bendición.


RealAudioMP3Queridos hermanos y hermanas:


En esta catequesis deseo contestar a la pregunta ¿qué es la fe y qué sentido tiene en un mundo de ciencia y técnica? Es paradójico que a pesar de tantos logros el hombre no haya crecido en humanidad, que se sienta desorientado en cuestiones fundamentales de la existencia. En efecto, el saber científico no basta, necesitamos amor, sentido, esperanza, un fundamento que nos ayude en la dificultad. La fe es eso, encomendarse a Aquel que nos da una certeza distinta, pero igualmente sólida, Dios. No es, por tanto, el mero aceptar una serie de verdades, sino adherirse a quien me da esperanza y confianza. Lógicamente, al revelarse, Dios ha llenado de contenido la fe, pues mostrándose en Cristo, ha manifestado su amor en la Cruz. La fe es creer en ese amor inmune a nuestra malicia, que es capaz de redimir toda esclavitud y darnos la salvación. Confiar en este amor conlleva también saber que es un don que hemos recibido, que no merma nuestra libertad ni nuestra inteligencia, sino que las exalta.


Durante esta audiencia, una delegación de Panamá presentó al Santo Padre tres imágenes de la Virgen de Santa María la Antigua, Patrona de Panamá, con ocasión del 500° Aniversario de la creación de la primera diócesis en tierra firma en el Continente Americano.


Presentaron las imágenes al Pontífice Mons. José Luis Lacunza, presidente de la Conferencia Episcopal panameña; Mons. José Domingo Ulloa, Arzobispo de Panamá; Mons. José Dimas Cedeño, Arzobispo emérito de Panamá, y el Obispo del Vicariato Apostólico del Darién, todos ellos acompañados por numerosos sacerdotes y laicos de esta nación centroamericana.


Al saludar a los peregrinos de lengua española el Papa los invitó a pedir que el Espíritu Santo mueva los corazones para que podamos proclamar nuestra fe con alegría:


RealAudioMP3Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los queridos hijos de Panamá, a quienes encomiendo a la amorosa protección de Santa María La Antigua, para que sean valientes misioneros del Evangelio de su Hijo, de palabra y con el propio ejemplo de vida. Dirijo también un afectuoso saludo a los grupos provenientes de España, México, Argentina y otros países latinoamericanos. Invito a todos a pedir que el Espíritu Santo mueva los corazones y los dirija a Dios, para que juntos podamos con alegría proclamar nuestra fe. Muchas gracias.

(María Fernanda Bernasconi – RV).



Traducción del texto completo de la catequesis en italiano


Queridos hermanos y hermanas:


el pasado miércoles, con el comienzo del Año de la Fe, comencé una nueva serie de catequesis sobre la fe. Hoy quisiera reflexionar con ustedes sobre lo elemental: ¿qué es la fe? ¿tiene sentido la fe en un mundo donde la ciencia y la tecnología han abierto nuevos horizontes hasta hace poco impensables? ¿qué significa creer hoy en día? En efecto, en nuestro tiempo es necesaria una educación renovada en la fe, que abarque por cierto el conocimiento de sus verdades y de los acontecimientos de la salvación, pero que, en primer lugar, nazca de un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo, de amarlo, de confiar en Él, de modo que abrace toda nuestra vida.



En la actualidad, junto con tantos signos buenos, crece también en nuestro alrededor un desierto espiritual. A veces, se tiene la sensación – ante ciertos acontecimientos de los que recibimos noticias cada día – de que el mundo no se encamina hacia la construcción de una comunidad más fraterna y pacífica, las mismas ideas de progreso y bienestar muestran también sus sombras. A pesar de la grandeza de los descubrimientos de la ciencia y de los avances de la tecnología, el hombre de hoy no parece ser verdaderamente más libre, más humano, permanecen todavía muchas formas de explotación, de manipulación, de violencia, de opresión, de injusticia ... Además, un cierto tipo de cultura ha educado a moverse sólo en el horizonte de las cosas, en lo posible, a creer sólo en lo que vemos y tocamos con nuestras manos. Pero por otro lado, aumenta también el número de personas que se sienten desorientadas y que tratan de ir más allá de una visión puramente horizontal de la realidad, que están dispuestas a creer en todo y su contrario. En este contexto, vuelven a surgir algunas preguntas fundamentales, que son mucho más concretas de lo que parecen a primera vista: ¿qué sentido tiene vivir? ¿hay un futuro para el hombre, para nosotros y para las generaciones futuras? ¿en qué dirección orientar las decisiones de nuestra libertad para lograr en la vida un resultado bueno y feliz resultado ser un éxito y una vida feliz? ¿qué nos espera más allá del umbral de la muerte?



De estas preguntas que no se logran apagar, emerge cómo el mundo de la planificación, del cálculo exacto y de la experimentación, en una palabra, el conocimiento de la ciencia, si bien son importantes para la vida humana, no son suficientes. Nosotros necesitamos no sólo el pan material, necesitamos amor, sentido y esperanza, un fundamento seguro, un terreno sólido que nos ayude a vivir con un sentido auténtico, incluso en la crisis, en la oscuridad, en las dificultades y problemas cotidianos. La fe nos dona precisamente esto: en una confiada entrega a un "Tú", que es Dios, el cual me da una certeza diferente, pero no menos sólida que la que proviene del cálculo exacto o de la ciencia.


La fe no es un mero asentimiento intelectual del hombre a las verdades particulares sobre Dios, es un acto con el cual me entrego libremente a un Dios que es Padre y me ama, es adhesión a un "Tú" que me da esperanza y confianza. Ciertamente, esta unión con Dios no carece de contenido: con ella, sabemos que Dios se ha revelado a nosotros en Cristo, que hizo ver su rostro y se acercó realmente a cada uno de nosotros. Aún más, Dios ha revelado que su amor al hombre, a cada uno de nosotros es sin medida: en la Cruz, Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre nos muestra, en la forma más luminosa, hasta dónde llega este amor, hasta darse a sí mismo hasta el sacrificio total.


Con el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, Dios desciende hasta el fondo de nuestra humanidad, para volverla a llevar hacia Él, para elevarla hasta que alcance su altura. La fe es creer en este amor de Dios, que nunca falla ante la maldad de los hombres, ante el mal y la muerte, sino que es capaz de transformar todas las formas de esclavitud, brindando la posibilidad de la salvación


Tener fe, entonces, es encontrar a ese "Tú," a Dios, que me sostiene y me concede la promesa de un amor indestructible, que no sólo aspira a la eternidad, sino que la dona; es entregarme a Dios con la actitud confiada de un niño, que sabe que todas sus dificultades y todos sus problemas están a salvo en el "tú" de la madre. Y esta posibilidad de la salvación por medio de la fe es un don que Dios ofrece a todos los hombres. Creo que deberíamos meditar más a menudo - en nuestra vida cotidiana, caracterizada por problemas y situaciones a veces dramáticas – sobre el hecho de que creer cristianamente implica ese entregarme con confianza al sentido profundo que me sostiene - a mí y al mundo – ese sentido que no somos capaces de darnos nosotros mismos, sino que sólo podemos recibir como don, y que es el cimiento sobre el cual podemos vivir sin miedos. Y debemos ser capaces de proclamar y anunciar esta certeza liberadora y tranquilizadora de la fe, con palabras y con nuestras acciones para mostrarla con nuestra vida como cristianos.


A nuestro alrededor, sin embargo, vemos cada día que muchas personas son indiferentes o se niegan a aceptar este anuncio. Al final del Evangelio de Marcos, hoy tenemos palabras duras de Resucitado que dice: "El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará." (Marcos 16:16). Se perderá a sí mismo. Los invito a reflexionar sobre esto. La confianza en la acción del Espíritu Santo, siempre nos debe empujar a predicar el Evangelio, a dar testimonio valiente de la fe; pero, además de la posibilidad de una respuesta positiva al don de la fe, también existe el riesgo de rechazo del Evangelio, de no querer recibir el encuentro vital con Cristo. San Agustín ya ponía este problema en un comentario sobre la parábola del sembrador: "Nosotros hablamos - decía- tiramos la semilla, esparcimos la semilla. Hay quienes desprecian, hay los que critican, los que se burlan. Si les tememos, no tenemos nada que sembrar y el día de la cosecha perderemos la cosecha. Así pues, venga la semilla de la buena tierra" (Discursos sobre la disciplina cristiana, 13,14: PL 40, 677-678). El rechazo, por lo tanto, no nos debe desalentar. Como cristianos, somos testigos de este suelo fértil, nuestra fe, incluso dentro de nuestros límites, demuestra que hay buena tierra, donde la semilla de la Palabra de Dios produce frutos abundantes de justicia, paz y amor, de nueva humanidad, de salvación. Y toda la historia de la Iglesia, con todos los problemas, demuestra también que existe la tierra buena, existe la semilla buena que da fruto.


Pero preguntémonos: ¿de dónde saca el hombre aquella apertura de corazón y de la mente para creer en el Dios que se ha hecho visible en Jesucristo, muerto y resucitado, para recibir su salvación, para que Él y su Evangelio sean la guía y la luz de la existencia? Respuesta: Podemos creer en Dios porque Él viene a nosotros y nos toca, porque el Espíritu Santo, don del Señor resucitado, nos hace capaces de acoger el Dios vivo. La fe es, pues, ante todo un don sobrenatural, un don de Dios. El Concilio Vaticano II afirma, cito: " Para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios, que proviene y ayuda, y son necesarios los auxilios internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da "a todos la suavidad en el aceptar y creer la verdad"(Constitución dogmática. Dei Verbum, 5). La base de nuestro camino de fe es el bautismo, el sacramento que nos da el Espíritu Santo, que nos hace hijos de Dios en Cristo, y marca la entrada en la comunidad de fe, en la Iglesia: no se cree, sin prevenir la gracia del Espíritu; y no creemos solos, sino junto con los hermanos. A partir del Bautismo cada creyente está llamado a re-vivir y hacer su propia confesión de fe, junto con sus hermanos.


La fe es un don de Dios, pero también es un acto profundamente humano y libre. El Catecismo de la Iglesia Católica lo dice claramente: "Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo. Pero no es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre "(n. 154). Es más, las implica y los exalta, en una apuesta de vida que es como un éxodo, es decir: un salir de sí mismos, de los propias seguridades, de los propios esquemas mentales, para confiarse a la acción de Dios que nos muestra su camino para con seguir la verdadera libertad, nuestra identidad humana, la verdadera alegría de corazón, la paz con todos. Creer es confiarse libremente y con alegría al plan providencial de Dios en la historia, como lo hizo el patriarca Abraham, como lo hizo María de Nazaret. La fe es, pues, un consentimiento con el que nuestra mente y nuestro corazón dicen su "sí" a Dios, confesando que Jesús es el Señor. Y este "sí" transforma la vida, le abre el camino hacia una plenitud de sentido, que la hace nueva, rica de alegría y esperanza fiable.


Queridos amigos, nuestro tiempo requiere cristianos que han sido aferrados por Cristo, que crezcan en la fe a través de la familiaridad con las Sagradas Escrituras y los Sacramentos. Personas que sean casi como un libro abierto que narra la experiencia de la vida nueva en el Espíritu, la presencia del Dios que nos sostiene en el camino y nos abre a la vida que no tendrá fin. Gracias.

(traducción: Cecilia de Malak y Eduardo Rubió)



EN LA MISMA AUDIENCIA ANUNCIA 6 NUEVOS CARDENALES


RV).- Al final de la Audiencia General, el Papa ha anunciado con gran alegría para el 24 de noviembre, un consistorio para la creación de 6 nuevos miembros del Colegio cardenalicio, todos ellos electores.

“Los cardenales -ha explicado Benedicto XVI- tienen la tarea de ayudar al Sucesor de Pedro en el cumplimiento de su ministerio de confirmar a los hermanos en la fe, y de ser principio y fundamento de la unidad y de la comunión de la Iglesia”.

Se trata de:

1. Mons. JAMES MICHAEL HARVEY, Prefecto de la Casa Pontificia, que el Papa anuncia que va a nombrar Arcipreste de la Basílica Papal de San Paolo extramuros;

2. Su Beatitud BÉCHARA BOUTROS RAÏ, Patriarca di Antioquia de los Maronitas (Líbano);


3. Su Beatitud BASELIOS CLEEMIS THOTTUNKAL, Arzobispo Mayor de Trivandrum de los Siro-Malankares (India);


4. Mons. JOHN OLORUNFEMI ONAIYEKAN, Arzobispo de Abuja (Nigeria);


5. Mons. RUBÉN SALAZAR GÓMEZ, Arzobispo de Bogotá (Colombia);


6. Mons. LUIS ANTONIO TAGLE, Arzobispo de Manila (Filipinas).


El Papa ha invitado a los fieles a rezar por los nuevos elegidos, “pidiendo la materna intercesión de la Beata Virgen María para que sepan siempre amar con valentía y dedicación a Cristo y su Iglesia”.

Co su creación, dentro exactamente de un mes, el Colegio cardenalicio estará compuesto por 211 cardenales, de los cuales 120 electores y 91 no electores.(ER -RV)


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