Los símbolos del Espíritu Santo
694 El agua. El simbolismo del agua es significativo de la acción
del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que, después de la invocación del Espíritu
Santo, ésta se convierte en el signo sacramental eficaz del nuevo nacimiento:
del mismo modo que la gestación de nuestro primer nacimiento se hace en el agua,
así el agua bautismal significa realmente que nuestro nacimiento a la vida
divina se nos da en el Espíritu Santo. Pero "bautizados [...] en un solo Espíritu",
también "hemos bebido de un solo Espíritu"(1 Co 12, 13): el Espíritu es, pues,
también personalmente el Agua viva que brota de Cristo crucificado (cf. Jn 19,
34; 1 Jn 5, 8) como de su manantial y que en nosotros brota en vida eterna (cf.
Jn 4, 10-14; 7, 38; Ex 17, 1-6; Is 55, 1; Za 14, 8;
1 Co 10, 4; Ap 21, 6; 22,
17).
695 La unción. El simbolismo de la unción con el óleo es también
significativo del Espíritu Santo, hasta el punto de que se ha convertido en
sinónimo suyo (cf. 1 Jn 2, 20. 27; 2 Co 1, 21). En la iniciación cristiana es el
signo sacramental de la Confirmación, llamada justamente en las Iglesias de
Oriente "Crismación". Pero para captar toda la fuerza que tiene, es necesario
volver a la Unción primera realizada por el Espíritu Santo: la de Jesús. Cristo
["Mesías" en hebreo] significa "Ungido" del Espíritu de Dios. En la Antigua
Alianza hubo "ungidos" del Señor (cf. Ex 30, 22-32), de forma eminente el rey
David (cf. 1 S 16, 13). Pero Jesús es el Ungido de Dios de una manera única:
la
humanidad que el Hijo asume está totalmente "ungida por el Espíritu Santo".
Jesús es constituido "Cristo" por el Espíritu Santo (cf. Lc 4, 18-19;
Is 61, 1).
La Virgen María concibe a Cristo del Espíritu Santo, quien por medio del ángel lo
anuncia como Cristo en su nacimiento (cf. Lc 2,11) e impulsa a Simeón a ir al
Templo a ver al Cristo del Señor (cf. Lc 2, 26-27); es de quien Cristo está lleno
(cf. Lc 4, 1) y cuyo poder emana de Cristo en sus curaciones y en sus acciones
salvíficas (cf. Lc 6, 19; 8, 46). Es él en fin quien resucita a Jesús de entre
los muertos (cf. Rm 1, 4; 8, 11). Por tanto, constituido plenamente "Cristo" en
su humanidad victoriosa de la muerte (cf. Hch 2, 36), Jesús distribuye
profusamente el Espíritu Santo hasta que "los santos" constituyan, en su unión
con la humanidad del Hijo de Dios, "ese Hombre perfecto [...] que realiza la
plenitud de Cristo" (Ef 4, 13): "el Cristo total" según la expresión de San
Agustín (Sermo 341, 1, 1: PL 39, 1493; Ibíd., 9, 11: PL 39, 1499)
696 El fuego. Mientras que el agua significaba el nacimiento y la
fecundidad de la vida dada en el Espíritu Santo, el fuego simboliza la energía
transformadora de los actos del Espíritu Santo. El profeta Elías que "surgió
[...]
como el fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha" (Si 48, 1), con su oración,
atrajo el fuego del cielo sobre el sacrificio del monte Carmelo (cf. 1 R 18,
38-39), figura del fuego del Espíritu Santo que transforma lo que toca. Juan
Bautista, "que precede al Señor con el espíritu y el poder de Elías" (Lc 1, 17),
anuncia a Cristo como el que "bautizará en el Espíritu Santo y el fuego" (Lc 3,
16), Espíritu del cual Jesús dirá: "He venido a traer fuego sobre la tierra y
¡cuánto desearía que ya estuviese encendido!" (Lc 12, 49). En forma de
lenguas "como de fuego" se posó el Espíritu Santo sobre los discípulos la
mañana de Pentecostés y los llenó de él (Hch 2, 3-4). La tradición espiritual
conservará este simbolismo del fuego como uno de los más expresivos de la acción
del Espíritu Santo (cf. San Juan de la Cruz, Llama de amor viva). "No extingáis
el Espíritu"(1 Ts 5, 19).
697 La nube y la luz. Estos dos símbolos son inseparables en las
manifestaciones del Espíritu Santo. Desde las teofanías del Antiguo Testamento,
la Nube, unas veces oscura, otras luminosa, revela al Dios vivo y salvador,
tendiendo así un velo sobre la transcendencia de su Gloria: con Moisés en la
montaña del Sinaí (cf. Ex 24, 15-18), en la Tienda de Reunión (cf. Ex 33, 9-10)
y durante la marcha por el desierto (cf. Ex 40, 36-38; 1 Co 10, 1-2); con
Salomón en la dedicación del Templo (cf. 1 R 8, 10-12). Pues bien, estas figuras
son cumplidas por Cristo en el Espíritu Santo. Él es quien desciende sobre la
Virgen María y la cubre "con su sombra" para que ella conciba y dé a luz a Jesús
(Lc 1, 35). En la montaña de la Transfiguración es Él quien "vino en una nube y
cubrió con su sombra" a Jesús, a Moisés y a Elías, a Pedro, Santiago y Juan, y
«se oyó una voz desde la nube que decía: "Este es mi Hijo, mi Elegido,
escuchadle"» (Lc 9, 34-35). Es, finalmente, la misma nube la que "ocultó a Jesús
a los ojos" de los discípulos el día de la Ascensión (Hch 1, 9), y la que lo
revelará como Hijo del hombre en su Gloria el Día de su Advenimiento (cf. Lc 21,
27).
698 El sello es un símbolo cercano al de la unción. En efecto, es
Cristo a quien "Dios ha marcado con su sello" (Jn 6, 27) y el Padre nos
marca también en él con su sello (2 Co 1, 22; Ef 1, 13; 4, 30).
Como la imagen del sello [sphragis] indica el carácter indeleble de la Unción del Espíritu
Santo en los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y del Orden, esta
imagen se ha utilizado en ciertas tradiciones teológicas para expresar el
"carácter" imborrable impreso por estos tres sacramentos, los cuales no pueden
ser reiterados.
699 La mano. Imponiendo las manos Jesús cura a los enfermos (cf.
Mc
6, 5; 8, 23) y bendice a los niños (cf. Mc 10, 16). En su Nombre, los Apóstoles
harán lo mismo (cf. Mc 16, 18; Hch 5, 12; 14, 3). Más aún, mediante la
imposición de manos de los Apóstoles el Espíritu Santo nos es dado (cf. Hch 8,
17-19; 13, 3; 19, 6). En la carta a los Hebreos, la imposición de las manos
figura en el número de los "artículos fundamentales" de su enseñanza (cf.
Hb 6,
2). Este signo de la efusión todopoderosa del Espíritu Santo, la Iglesia lo ha
conservado en sus epíclesis sacramentales.
700 El dedo. "Por el dedo de Dios expulso yo [Jesús] los demonios"
(Lc 11, 20). Si la Ley de Dios ha sido escrita en tablas de piedra "por el dedo
de Dios" (Ex 31, 18), la "carta de Cristo" entregada a los Apóstoles "está
escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra,
sino en las tablas de carne del corazón" (2 Co 3, 3). El himno Veni Creator
invoca al Espíritu Santo como dextrae Dei Tu digitus ("dedo de la diestra
del Padre").
701 La paloma. Al final del diluvio (cuyo simbolismo se refiere al
Bautismo), la paloma soltada por Noé vuelve con una rama tierna de olivo en el
pico, signo de que la tierra es habitable de nuevo (cf. Gn 8, 8-12). Cuando
Cristo sale del agua de su bautismo, el Espíritu Santo, en forma de paloma, baja
y se posa sobre él (cf. Mt 3, 16 paralelos). El Espíritu desciende y reposa en el
corazón purificado de los bautizados. En algunos templos, la Santa Reserva
eucarística se conserva en un receptáculo metálico en forma de paloma (el
columbarium), suspendido por encima del altar. El símbolo de la paloma para
sugerir al Espíritu Santo es tradicional en la iconografía cristiana.
(DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATOLICA )
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