Misa con periodistas y comunicadores
        
           En el marco de la Jornada Mundial de las Comunicaciones 
Sociales, se realizó esta eucaristía presidida por Mons. Ricardo Ezzati,
 arzobispo de Santiago, quien agradeció a todos los comunicadores por su
 servicio al transmitir la Palabra.           
 La celebración 
congregó en la parroquia El Sagrario, a un costado de la catedral de 
Santiago, a periodistas y comunicadores que prestan sus servicios en 
medios e instituciones.
En su homilía, Mons. Ezzati valoró el rol que cumplen los comunicadores y destacó la invitación que hace el Papa Benedicto XVI a conjugar "silencio" y "palabra" como caminos de evangelización.
En su homilía, Mons. Ezzati valoró el rol que cumplen los comunicadores y destacó la invitación que hace el Papa Benedicto XVI a conjugar "silencio" y "palabra" como caminos de evangelización.
En este sentido, el arzobispo señaló que "esto trae un desafío enorme para los comunicadores", especialmente para los cristianos, agregando que muchas veces, las palabras pueden llevarnos por caminos equívocos si no están acompañadas por el discernimiento. "Las palabras están llamadas a ser portadoras de la Palabra y de la Palabra de verdad que Dios ha puesto en cada persona", afirmó monseñor.
Siguiendo con el mensaje del Papa, el arzobispo agregó que la falta de silencio nos lleva a crear situaciones donde la unidad y la comunión se rompen, y sobre este punto, afirmó que los dos elementos van a concurrir a que la verdad brille y "se logre aquella comunión profunda que estamos llamados a construir".
En el momento de la oración de los fieles, se rezó por los comunicadores y periodistas, y de un modo especial por aquellos que han partido en el último tiempo. Entre ellos, se pidió por el eterno descanso de Mariano Silva, que en la Jornada Mundial de 2011 recibió un homenaje de la Iglesia, también por el descanso de Jaime Moreno Laval, Andrea Urrejola, Aldo Gabriel Soto, Fernando James, Myriam Saá, Cristián Espíldora, José Cifuentes, Roberto Bruce, Felipe Camiroaga, Sylvia Slier y Romina Irarrázaval.
La eucaristía fue concelebrada por el obispo auxiliar de Santiago y presidente del Área Pastoral de Comunicaciones del Episcopado, Mons. Cristián Contreras V., quien se dirigió a los comunicadores presentes, en un desyuno realizado después de la misa.
En su mensaje, monseñor Contreras partió agradeciendo a los profesionales que prestan su servicio en los diversos ámbitos de las comunicaciones. Además, hizo una invitación a leer "con detención" el mensaje del Papa, y a mirarlo desde nuestra realidad chilena. "Dejarse interpelar por esta reflexión es buen ejercicio para todos nosotros. En primer lugar para quienes servimos en las comunicaciones de la Iglesia, también para los profesionales que laboran en medios, universidades e instituciones de la sociedad".
Fuente: Prensa CECh Santiago, 18/05/2012
La Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales se celebra 
universalmente todos los años el domingo de la Solemnidad de la 
Ascensión del Señor. En Chile, por diversas razones pastorales de índole
 práctica, se celebró durante varios años el primer domingo de Julio, 
pero la Conferencia Episcopal repuso la fecha original propuesta por la 
Santa Sede a partir del año 2010.
El Decreto INTER MIRIFICA, del Concilio Ecuménico Vaticano II, promulgado el 4 de diciembre de 1963 por el Santo Padre Pablo VI, estableció:
“18. Para mayor fortalecimiento del apostolado multiforme de la Iglesia sobre los medios de comunicación social, debe celebrarse cada año en todas las diócesis del orbe, a juicio de los obispos, una jornada en la que se ilustre a los fieles sobre sus deberes en esta materia, se les invite a orar por esta causa y a aportar una limosna para este fin, que será empleada íntegramente para sostener y fomentar, según las necesidades del orbe católico, las instituciones e iniciativas promovidas por la Iglesia en este campo” .
La Primera Jornada Mundial se celebró el domingo 7 de mayo de 1967. En esa oportunidad el Papa Pablo VI señalaba, en su primer mensaje:
“Con esta iniciativa, propuesta por el Concilio Ecuménico Vaticano II, la Iglesia, que "se siente íntimamente solidaria con el género humano y con su historia" (Constitución Pastoral sobre La Iglesia en el Mundo contemporáneo, proemio), desea llamar la atención de sus hijos y de todos los hombres de buena voluntad sobre el vasto y complejo fenómeno de los modernos instrumentos de comunicación social, tales como la prensa, el cine, la radio y la televisión, que constituyen una de las notas más características de la civilización de hoy”.
 
             
El Decreto INTER MIRIFICA, del Concilio Ecuménico Vaticano II, promulgado el 4 de diciembre de 1963 por el Santo Padre Pablo VI, estableció:
“18. Para mayor fortalecimiento del apostolado multiforme de la Iglesia sobre los medios de comunicación social, debe celebrarse cada año en todas las diócesis del orbe, a juicio de los obispos, una jornada en la que se ilustre a los fieles sobre sus deberes en esta materia, se les invite a orar por esta causa y a aportar una limosna para este fin, que será empleada íntegramente para sostener y fomentar, según las necesidades del orbe católico, las instituciones e iniciativas promovidas por la Iglesia en este campo” .
La Primera Jornada Mundial se celebró el domingo 7 de mayo de 1967. En esa oportunidad el Papa Pablo VI señalaba, en su primer mensaje:
“Con esta iniciativa, propuesta por el Concilio Ecuménico Vaticano II, la Iglesia, que "se siente íntimamente solidaria con el género humano y con su historia" (Constitución Pastoral sobre La Iglesia en el Mundo contemporáneo, proemio), desea llamar la atención de sus hijos y de todos los hombres de buena voluntad sobre el vasto y complejo fenómeno de los modernos instrumentos de comunicación social, tales como la prensa, el cine, la radio y la televisión, que constituyen una de las notas más características de la civilización de hoy”.
MENSAJE DEL SANTO PADRE
BENEDICTO XVI
PARA LA XLVI JORNADA MUNDIAL
DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES
BENEDICTO XVI
PARA LA XLVI JORNADA MUNDIAL
DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES
“Silencio y Palabra: camino de evangelización”
[Domingo 20 de mayo de 2012]
Queridos hermanos y hermanas:
Al acercarse la Jornada Mundial de las Comunicaciones sociales de 2012, deseo 
compartir con vosotros algunas reflexiones sobre un aspecto del proceso humano 
de la comunicación que, siendo muy importante, a veces se olvida y hoy es 
particularmente necesario recordar. Se trata de la relación entre el silencio y 
la palabra: dos momentos de la comunicación que deben equilibrarse, alternarse e 
integrarse para obtener un auténtico diálogo y una profunda cercanía entre las 
personas. Cuando palabra y silencio se excluyen mutuamente, la comunicación se 
deteriora, ya sea porque provoca un cierto aturdimiento o porque, por el 
contrario, crea un clima de frialdad; sin embargo, cuando se integran 
recíprocamente, la comunicación adquiere valor y significado.
El silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existen palabras 
con densidad de contenido. En el silencio escuchamos y nos conocemos mejor a 
nosotros mismos; nace y se profundiza el pensamiento, comprendemos con mayor 
claridad lo que queremos decir o lo que esperamos del otro; elegimos cómo 
expresarnos. Callando se permite hablar a la persona que tenemos delante, 
expresarse a sí misma; y a nosotros no permanecer aferrados sólo a nuestras 
palabras o ideas, sin una oportuna ponderación. Se abre así un espacio de 
escucha recíproca y se hace posible una relación humana más plena. En el 
silencio, por ejemplo, se acogen los momentos más auténticos de la comunicación 
entre los que se aman: la gestualidad, la expresión del rostro, el cuerpo como 
signos que manifiestan la persona. En el silencio hablan la alegría, las 
preocupaciones, el sufrimiento, que precisamente en él encuentran una forma de 
expresión particularmente intensa. Del silencio, por tanto, brota una 
comunicación más exigente todavía, que evoca la sensibilidad y la capacidad de 
escucha que a menudo desvela la medida y la naturaleza de las relaciones. Allí 
donde los mensajes y la información son abundantes, el silencio se hace esencial 
para discernir lo que es importante de lo que es inútil y superficial. Una 
profunda reflexión nos ayuda a descubrir la relación existente entre situaciones 
que a primera vista parecen desconectadas entre sí, a valorar y analizar los 
mensajes; esto hace que se puedan compartir opiniones sopesadas y pertinentes, 
originando un auténtico conocimiento compartido. Por esto, es necesario crear un 
ambiente propicio, casi una especie de “ecosistema” que sepa equilibrar 
silencio, palabra, imágenes y sonidos.
Gran parte de la dinámica actual de la comunicación está orientada por preguntas 
en busca de respuestas. Los motores de búsqueda y las redes sociales son el
punto de partida en la comunicación para muchas personas que buscan 
consejos, sugerencias, informaciones y respuestas. En nuestros días, la Red se 
está transformando cada vez más en el lugar de las preguntas y de las 
respuestas; más aún, a menudo el hombre contemporáneo es bombardeado por 
respuestas a interrogantes que nunca se ha planteado, y a necesidades que no 
siente. El silencio es precioso para favorecer el necesario discernimiento entre 
los numerosos estímulos y respuestas que recibimos, para reconocer e identificar 
asimismo las preguntas verdaderamente importantes. Sin embargo, en el complejo y 
variado mundo de la comunicación emerge la preocupación de muchos hacia las 
preguntas últimas de la existencia humana: ¿quién soy yo?, ¿qué puedo saber?, 
¿qué debo hacer?, ¿qué puedo esperar? Es importante acoger a las personas que se 
formulan estas preguntas, abriendo la posibilidad de un diálogo profundo, hecho 
de palabras, de intercambio, pero también de una invitación a la reflexión y al 
silencio que, a veces, puede ser más elocuente que una respuesta apresurada y 
que permite a quien se interroga entrar en lo más recóndito de sí mismo y 
abrirse al camino de respuesta que Dios ha escrito en el corazón humano.
En realidad, este incesante flujo de preguntas manifiesta la inquietud del ser 
humano siempre en búsqueda de verdades, pequeñas o grandes, que den sentido y 
esperanza a la existencia. El hombre no puede quedar satisfecho con un sencillo 
y tolerante intercambio de opiniones escépticas y de experiencias de vida: todos 
buscamos la verdad y compartimos este profundo anhelo, sobre todo en nuestro 
tiempo en el que “cuando  se intercambian informaciones, las personas se comparten a sí mismas, su visión 
del mundo, sus esperanzas, sus ideales” (Mensaje para la Jornada Mundial de 
las Comunicaciones Sociales de 2011) 
Hay que considerar con interés los diversos sitios, aplicaciones y 
redes 
sociales que pueden ayudar al hombre de hoy a vivir momentos de 
reflexión y de 
auténtica interrogación, pero también a encontrar espacios de silencio, 
ocasiones de oración, meditación y de compartir la Palabra de Dios. En 
la 
esencialidad de breves mensajes, a menudo no más extensos que un 
versículo 
bíblico, se pueden formular pensamientos profundos, si cada uno no 
descuida el 
cultivo de su propia interioridad. No sorprende que en las distintas 
tradiciones 
religiosas, la soledad y el silencio sean espacios privilegiados para 
ayudar a 
las personas a reencontrarse consigo mismas y con la Verdad que da 
sentido a 
todas las cosas. El Dios de la revelación bíblica habla también sin 
palabras: “Como pone de manifiesto la cruz de Cristo, Dios habla por 
medio de su silencio. 
El silencio de Dios, la experiencia de la lejanía del Omnipotente y 
Padre, es 
una etapa decisiva en el camino terreno del Hijo de Dios, Palabra 
encarnada… El 
silencio de Dios prolonga sus palabras precedentes. En esos momentos de 
oscuridad, habla en el misterio de su silencio” (Exhort. ap. 
Verbum Domini,
21). En el silencio de la cruz habla la elocuencia del amor de Dios vivido 
hasta el don supremo. Después de la muerte de Cristo, la tierra permanece en 
silencio y en el Sábado Santo, cuando “el Rey está durmiendo y el Dios hecho 
hombre despierta a los que dormían desde hace siglos” (cf. Oficio de 
Lecturas del Sábado Santo), resuena la voz de Dios colmada de amor por la 
humanidad.
Si Dios habla al hombre también en el silencio, el hombre 
igualmente 
descubre en el silencio la posibilidad de hablar con Dios y de Dios. 
“Necesitamos el silencio que se transforma en contemplación, que nos 
hace entrar 
en el silencio de Dios y así nos permite llegar al punto donde nace la 
Palabra, 
la Palabra redentora” (Homilía durante la misa con los miembros de la 
Comisión Teológica Internacional, 6 de octubre 2006). Al hablar de la 
grandeza de Dios, nuestro lenguaje resulta siempre inadecuado y así se abre el 
espacio para la contemplación silenciosa. De esta contemplación nace con toda su 
fuerza interior la urgencia de la misión, la necesidad imperiosa de “comunicar 
aquello que hemos visto y oído”, para que todos estemos en comunión con Dios 
(cf. 1 Jn 1,3). La contemplación silenciosa nos sumerge en la fuente del 
Amor, que nos conduce hacia nuestro prójimo, para sentir su dolor y ofrecer la 
luz de Cristo, su Mensaje de vida, su don de amor total que salva.
En la contemplación silenciosa emerge asimismo, todavía más fuerte, aquella 
Palabra eterna por medio de la cual se hizo el mundo, y se percibe aquel 
designio de salvación que Dios realiza a través de palabras y gestos en toda la 
historia de la humanidad. Como recuerda el Concilio Vaticano II, la Revelación 
divina se lleva a cabo con “hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, 
de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación 
manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, 
y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio 
contenido en ellas” (Dei Verbum, 2). Y este plan de salvación 
culmina en la persona de Jesús de Nazaret, mediador y plenitud de toda la 
Revelación. Él nos hizo conocer el verdadero Rostro de Dios Padre y con su Cruz 
y Resurrección nos hizo pasar de la esclavitud del pecado y de la muerte a la 
libertad de los hijos de Dios. La pregunta fundamental sobre el sentido del 
hombre encuentra en el Misterio de Cristo la respuesta capaz de dar paz a la 
inquietud del corazón humano. Es de este Misterio de donde nace la misión de la 
Iglesia, y es este Misterio el que impulsa a los cristianos a ser mensajeros de 
esperanza y de salvación, testigos de aquel amor que promueve la dignidad del 
hombre y que construye la justicia y la paz.
Palabra y silencio. Aprender a comunicar quiere decir aprender a escuchar, a 
contemplar, además de hablar, y esto es especialmente importante para los 
agentes de la evangelización: silencio y palabra son elementos esenciales e 
integrantes de la acción comunicativa de la Iglesia, para un renovado anuncio de 
Cristo en el mundo contemporáneo. A María, cuyo silencio “escucha y hace 
florecer la Palabra” (Oración para el ágora de los jóvenes italianos en 
Loreto, 1-2 de septiembre 2007), confío toda la obra de evangelización que 
la Iglesia realiza a través de los medios de comunicación social.
Vaticano, 24 de enero 2012, fiesta de San Francisco de Sales
BENEDICTUS PP. XVI












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