Domingos y festivos
La eucaristía ha de ser la fuente y la
cumbre de la Nueva Evangelización.
Los Padres sinodales instan a todos los
fieles cristianos a renovar su comprensión y su amor de la celebración eucarística,
en la que sus vidas quedan transformadas e incorporadas a la ofrenda, por parte
de Cristo, de su propia vida por la gloria de Dios Padre, para la salvación del
mundo entero.
Pese a la tensión existente entre el domingo
cristiano y el secular, hay que recuperar este día para la Nueva Evangelización,
tal como enseñaba el Beato Juan Pablo II en Dies Domini.
Junto con la misa dominical, el
domingo, con su carácter sagrado y especial,debe ser el centro de la vida
católica El objetivo es la participación plena, activa y consciente de toda la comunidad
en la liturgia. El año litúrgico con sus festividades debe ser seguido a través
de un auténtico programa de evangelización, especialmente en Navidad y en
Pascua.
Proposición 34
El día de la fe
29.
Por todas estas dimensiones que lo caracterizan, el domingo es por excelencia
el día de la fe. En él el Espíritu Santo, « memoria » viva de la Iglesia
(cf. Jn 14, 26), hace de la primera manifestación del Resucitado un
acontecimiento que se renueva en el « hoy » de cada discípulo de Cristo. Ante
él, en la asamblea dominical, los creyentes se sienten interpelados como el
apóstol Tomás: « Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en
mi costado, y no seas incrédulo sino creyente » (Jn 20, 27). Sí, el
domingo es el día de la fe. Lo subraya el hecho de que la liturgia eucarística
dominical, así como la de las solemnidades litúrgicas, prevé la profesión de
fe. El « Credo », recitado o cantado, pone de relieve el carácter bautismal y
pascual del domingo, haciendo del mismo el día en el que, por un título
especial, el bautizado renueva su adhesión a Cristo y a su Evangelio con la
vivificada conciencia de las promesas bautismales. Acogiendo la Palabra y
recibiendo el Cuerpo del Señor, contempla a Jesús resucitado, presente en los «
santos signos », y confiesa con el apóstol Tomás « Señor mío y Dios mío » (Jn
20,28). Fuente: DIES DOMINI (BAJAR DOCUMENTO)
La liturgia
Una celebración digna de la sagrada liturgia
–el don más precioso que Dios nos ha dado– constituye la más alta expresión de
nuestra vida en Cristo (cf. Sacrosanctum
Concilium,
n. 10).
Se trata, pues, de la expresión
principal y más poderosa de la Nueva Evangelización.
Dios desea manifestar la belleza
incomparable de su amor inconmensurable e
incesante por nosotros mediante la sagrada liturgia, y nosotros, por nuestra
parte, deseamos emplear lo más hermoso en nuestro culto a Dios como respuesta a
su don. En ese maravilloso intercambio que
es la sagrada liturgia, a través del cual el cielo baja a la tierra, la
salvación se muestra al alcance y exige arrepentimiento y conversión del corazón
(cf. Mt 4, 17; Mc 1, 15).
La evangelización en la Iglesia exige una
liturgia que eleve a Dios los corazones de hombres y mujeres. No es la liturgia
mera acción humana, sino un encuentro con Dios que induce a la contemplación y
a una amistad más profunda con él. En este sentido, la liturgia de la Iglesia
constituye la mejor escuela de la fe.
Proposición 35
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