13 de Julio
SANTA TERESA DE
LOS ANDES, VIRGEN
En Chile: Fiesta
Prefacio
V. El Señor esté
con ustedes
R. Y con tu
espíritu.
V. Levantemos el
corazón.
R. Lo tenemos
levantado hacia el Señor.
V. Demos gracias
al Señor, nuestro Dios.
R. Es justo y
necesario.
Realmente es
justo y necesario,
es nuestro deber
y salvación
glorificarte
siempre Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso
y eterno,
por Cristo, Señor
nuestro.
Porque Él,
maestro divino y modelo de perfección,
atrajo
amorosamente con su belleza
a santa Teresa de
Jesús desde su infancia,
para hacerla
partícipe de las verdades del Evangelio
que has ocultado
a los sabios y prudentes
y las reservas a
los pequeños del Reino.
Ella consagrada a
la vida de oración a favor de la Iglesia,
te ofreció un
eximio sacrificio de alabanza
y fue testimonio
vivo de las riquezas de tu Hijo
y del gozo del
Espíritu Santo.
Por eso, como los
ángeles te cantan en el cielo,
así nosotros en
la tierra te aclamamos
cantando sin cesar:
"Siento que mi alma está
abrasada en amor de Dios y como que El me comunicara su fuego abrasador."
"Mi oración es cada vez más
sencilla. Apenas me pongo en oración, siento que toda mi alma se sumerge en
Dios, y encuentro una paz, una tranquilidad tan grande como me es imposible
describir. Entonces mi alma percibe ese silencio divino, y cuanto más profunda
es esa quietud y recogimiento, [más] se me revela Dios."
La Ssma. Virgen ha sido mi compañera
inseparable. Ella ha sido la confidente íntima desde los más tiernos años de mi
vida. Ella ha escuchado la relación de mis alegrías y tristezas. Ella ha
confortado mi corazón tantas veces abatido por el dolor.
"Mi lengua ha de expresarle mi
amor. Mi pie ha de encaminarse al Calvario. Por eso ha de ser mi andar lento y
recogido. Mis manos deben estrechar el Crucifijo, es decir, aquella imagen
divina que ha de imprimirse en mi corazón".
Hace ya ocho días que estoy en el Carmelo. Ocho días de
cielo. Siento de tal manera el amor divino, que hay momento creo no voy a
resistir.
(Santa teresa de los Andes)
Quiero ser hostia pura para sacrificarme en todo
continuamente por los sacerdotes y
pecadores.
( 14 de mayo 1919)
La joven que hoy es glorificada en
la Iglesia con el título de Santa, es un profeta de Dios para los hombres y
mujeres de nuestro tiempo. TERESA DE JESÚS DE LOS ANDES, con el ejemplo de su
vida, pone ante nuestros ojos el evangelio de Cristo, encarnado y llevado a la
práctica hasta las últimas exigencias.
Ella es para la humanidad una
prueba indiscutible de que la llamada de Cristo a ser santos, es actual,
posible y verdadera. Ella se levanta ante nuestros ojos para demostrar que la
radicalidad del seguimiento de Cristo es lo único que vale la pena y lo único
que hace feliz al hombre.
Teresa de Los Andes, con el
lenguaje de su intensa vida, nos confirma que Dios existe, que Dios es amor y
alegría, que El es nuestra plenitud.
Nació en Santiago de Chile el 13
de julio de 1900. En la pila bautismal fue llamada Juana Enriqueta Josefina de
los Sagrados Corazones Fernández Solar. Familiarmente se la conocía, y todavía
se la conoce hoy, con el nombre de Juanita.
Su niñez se desarrolló
normalmente en el seno familiar: sus padres, don Miguel Fernández y Lucía
Solar; sus tres hermanos y dos hermanas; el abuelo materno, tíos, tías y
primos.
La familia gozaba de muy buena
posición económica y conservaba fielmente la fe cristiana, viviéndola con
sinceridad y constancia.
Juana recibió su formación
escolar en el colegio de las monjas francesas del Sagrado Corazón. Entre la
vida estudiantil y la vida familiar se desarrolló su corta e intensa historia.
A los catorce años de edad, inspirada por Dios, decidió consagrarse a El como
religiosa, en concreto, como carmelita descalza.
Su deseo se realizó el 7 de mayo
de 1919, cuando ingresó en el pequeño monasterio del Espíritu Santo en el
pueblo de Los Andes, a unos 90 kms. de Santiago.
El 14 de octubre de ese mismo año
vistió el hábito de carmelita, iniciando así su noviciado con el nombre de
Teresa de Jesús. Sabía desde mucho antes que moriría joven. Más aún, el Señor
se lo había revelado, pues ella misma lo comunicó a su confesor un mes antes de
su partida.
Asumió esa realidad con alegría,
serenidad y confianza. Segura de que continuaría en la eternidad su misión de
hacer conocer y amar a Dios.
Después de muchas tribulaciones
interiores e indecibles padecimientos físicos, causados por un violento ataque
de tifus que acabó con su vida, pasó de este mundo al Padre al atardecer del 12
de abril de 1920. Había recibido con sumo fervor los santos sacramentos de la
Iglesia y el 7 de abril había hecho la profesión religiosa en el artículo de la
muerte. Aún le faltaban 3 meses para cumplir los 20 años de edad y 6 meses para
acabar su noviciado canónico y poder emitir jurídicamente su profesión
religiosa. Murió como novicia carmelita descalza.
Esa es toda la trayectoria
externa de esta joven santiaguina. Desconcierta, y crece en nosotros el gran
interrogante: ¿y qué hizo? Para tal pregunta hay una respuesta igualmente
desconcertante: Vivir, creer, amar.
Cuando los discípulos preguntaron
a Jesús qué debían hacer para vivir según Dios quiere, El respondió: "La
obra de Dios es que creáis en quien El ha enviado" (Jn. 6, 28-29).
Por lo tanto, para conocer el valor de la vida de Juanita, es necesario mirar
hacia dentro, donde está el Reino de Dios.
Ella despertó a la vida de la
gracia siendo todavía muy niñita. Asegura que a los seis años atraída por Dios
empezó a volcar su afectividad totalmente en El. "Cuando vino el terremoto
de 1906, al poco tiempo fue cuando Jesús principió a tomar mi corazón para
sí" (Diario, n. 3, p. 26). Juanita poseyó una enorme capacidad de
amar y ser amada junto con una extraordinaria inteligencia. Dios le hizo
experimentar su presencia, la cautivó con su conocimiento y la hizo suya a
través de las exigencias de la cruz. Conociéndolo, lo amó; y amándolo se
entregó a El con radicalidad.
Desde niña comprendió que el amor
se demuestra con obras más que con palabras, por eso lo tradujo en todos los
actos de su vida, empezando por la raíz. Se miró con ojos sinceros y sabios y
comprendió que para ser de Dios era necesario morir a sí misma y a todo lo que
no fuera El.
Su naturaleza era totalmente contraria a la exigencia evangélica: orgullosa, egoísta, terca, con todos los defectos que esto supone. Como nos sucede a todos. Pero lo que ella hizo, a diferencia nuestra, fue librar batalla encarnizada contra todo impulso que no naciera del amor.
A los 10 años era una persona
nueva. La motivación inmediata fue el Sacramento de la Eucaristía que iba a
recibir. Comprendiendo que nada menos que Dios iba a morar dentro de ella,
trabajó en adquirir todas las virtudes que la harían menos indigna de esta
gracia, consiguiendo en poquísimo tiempo transformar su carácter por completo.
En la celebración de este
sacramento recibió de Dios gracias místicas de locuciones interiores que luego
se mantuvieron a lo largo de su vida. La inclinación natural hacia Dios, desde
ese día se transformó en amistad, en vida de oración.
Cuatro años más tarde recibió
interiormente la revelación que determinó la orientación de su vida: Jesucristo
le dijo que la quería carmelita y que su meta debía ser la santidad.
Con la abundante gracia de Dios y
con la generosidad de joven enamorada se dio a la oración, a la adquisición de
las virtudes y a la práctica de la vida según el evangelio, de tal modo que en
cortos años llegó a un alto grado de unión con Dios.
Cristo fue su ideal, su único
ideal. Se enamoró de El, y fue consecuente hasta crucificarse en cada minuto
por El. La invadió el amor esponsal y, por tanto, el deseo de unirse plenamente
al que la había cautivado. Por eso a los 15 años hizo el voto de virginidad por
9 días, renovándolo después continuamente.
La santidad de su vida
resplandeció en los actos de cada día en los ambientes donde se desarrolló su
vida: la familia, el colegio, las amigas, los inquilinos con quienes compartía
sus vacaciones y a quienes, con celo apostólico, catequizó y ayudó.
Siendo una joven igual a sus
amigas, éstas la sabían distinta. La tomaron por modelo, apoyo y consejera.
Juanita sufrió y gozó intensamente, en Dios, todas las penas y alegrías con que
se encuentra el hombre.
Jovial, alegre, simpática,
atractiva, deportista, comunicativa. En los años de su adolescencia alcanzó el
perfecto equilibrio síquico y espiritual, fruto de su ascesis y de su oración.
La serenidad de su rostro era reflejo de Aquel que en ella vivía.
Su vida monacal desde el 7 de
mayo de 1919 hasta su muerte fue el último peldaño de su ascensión a la cumbre
de la santidad. Sólo once meses fueron suficientes para consumar su vida
totalmente cristificada.
Muy pronto la comunidad descubrió
en ella un paso de Dios por su historia. En el estilo de vida
carmelitano-teresiano, la joven encontró plenamente el cauce para derramar más
eficazmente el torrente de vida que ella quería dar a la Iglesia de Cristo. Era
el estilo de vida que, a su modo, había vivido entre los suyos, y para el cual
había nacido. La Orden de la Virgen María del Monte Carmelo colmó los deseos de
Juanita al comprobar que la Madre de Dios, a quien amó desde niña, la había
traído a formar parte de ella.
Fue beatificada en Santiago de
Chile por Su Santidad Juan Pablo II, el día 3 de abril de 1987. Sus restos son
venerados en el Santuario de Auco-Rinconada de Los Andes por miles de
peregrinos que buscan y encuentran en ella el consuelo, la luz y el camino
recto hacia Dios.
SANTA TERESA DE JESÚS DE LOS
ANDES es la primera Santa chilena, la primera Santa carmelita descalza fuera de
las fronteras de Europa y la cuarta Santa Teresa del Carmelo tras las Santas
Teresas de Avila, de Florencia y de Lisieux.
Oración después de la comunión
Habiendo recibido los sagrados misterios del precioso
Cuerpo y Sangre de tu Hijo, te pedimos humildemente, Señor, que, por el ejemplo
y la intercesión de santa Teresa de Jesús, te bendiga siempre nuestro espíritu en
comunión con la Virgen María, y te sirvamos con alegría y generosidad en
nuestros hermanos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
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